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GORGOJO

(Curculio)


INTRODUCCIÓN

Un distinguido joven de Epidauro, Fédromo, está perdidamente enamorado de la bella Planesio, que es, por desgracia, propiedad del rufián Capadocio. Naturalmente, le faltan a Fédromo las famosas 20 minas —que en su caso son 30, o hasta un talento magno— necesarias para liberar a su amada. El rufián anda, el pobre, mal de salud y se pasa las noches en el templo de Esculapio intentado recuperarla, ausencias que son aprovechadas por Fédromo para encontrarse clandestinamente con Planesio. A la vieja que hace de cancerbero le gusta el vino; Fédromo, que lo sabe, rocía por la noche la puerta con el líquido de Baco, a cuyo olor no tarda ella en aparecer, volviendo, después de haberse echado al coleto una buena ración, con la deseada Planesio.

Para acabar con una situación tal, ha enviado Fédromo a Caria a un gorrón que está a su servicio, Gorgojo, para pedir dinero a un amigo que allí tiene. El amigo no es tan tonto como, por lo general, el burlado padre de la comedia y le da por respuesta a Gorgojo que lo único que tiene es... falta de posibles. Pero la suerte acompaña a Gorgojo, que entra por casualidad en conversación con un apuesto militar, Terapontígono Platagidoro, quien, al enterarse de que Gorgojo viene de Epidauro, le cuenta cómo ha comprado allí una muchacha al rufián Capadocio y que el precio de su importe se lo ha dejado depositado al banquero Licón y que éste tiene orden de entregarlo a quien vaya de su parte con la garantía del sello de su anillo. A continuación le invita a cenar, y, al llegar la hora de las tabas, se juega Gorgojo su capa y el militar su anillo. Gorgojo sale vencedor, le carga con una buena ración de vino al militar y, mientras éste queda sumido en un profundo sueño, se escapa, naturalmente con el anillo. Lo demás se puede suponer: Gorgojo redacta una carta, la lacra con el sello del militar y recoge el dinero del banquero y la joven del rufián. Pero eso no es todo: el militar se presenta en Epidauro y reclama furioso, aunque en vano, el dinero y la muchacha. El anillo va a ser ahora por segunda vez el talismán salvador: Planesio reconoce el anillo de su padre; Terapontígono es, pues, su hermano, que la entrega por esposa al amado Fédromo. Al final las paga el rufián todas juntas, ya que tiene que devolver el importe de la muchacha, reconocida como ciudadana libre.

Como se ve, una pieza con las figuras típicas de la Comedia nueva: la joven ingenua, pero sin un pelo de tonta, que, siendo de buena familia, sufre un destino que no le corresponde; el joven enamorado, tímido, indeciso, falto de dinero; el esclavo listo —en este caso el gorrón— que saca al joven patrono de todas las dificultades; el rufián aprovechado; el militar fanfarrón (el delicioso tipo del padre engañado falta por esta vez). Sin llegar por su extensión a la altura de las piezas más famosas de Plauto, es el Curculio una comedia dramáticamente muy bien hecha, muy bien construida, que, con excepción quizá del tramo final, que por seguir al desenlace (el reconocimiento de los hermanos) resulta prolijo en exceso, mantiene la atención y provoca la hilaridad del público a lo largo de todo su desarrollo.

El Curculio no lleva prólogo, suplido en cierto modo por el diálogo introductorio, donde Fédromo da noticias de interés para la información del público, pero que van dirigidas a su esclavo Palinuro, quien hay que suponer que las sabía. Un elemento muy apreciado del Curculio es la serenata del enamorado ante la puerta de la amada (v. 47 y sigs.), el primer ejemplo de un paraclausíthyron conservado en la literatura latina. Notables son también por su logrado efecto dramático y por el cuidado arte de su estructura los diálogos del encuentro del burlado militar con el rufián y con el banquero. Una particularidad ofrece el monólogo del empresario (v. 62 y sigs.) para distraer al público mientras vuelven los personajes a escena.

Sobre el modelo griego, así como la fecha de estreno, se han hecho muchas hipótesis, incomprobables, como afirma Ernout con razón.

Reinhold Lenz (1751-1792) reprodujo el Curculio en su obra Die Türkinsklavin.


ARGUMENTO

Gorgojo marcha a Caria por encargo de Fédromo para buscar dineros. Allí le birla en el juego el anillo al rival de su patrono, escribe una carta y la sella con él. Licón reconoce el sello del militar y le entrega el dinero al rufián para que deje ir a la muchacha. El militar lleva a los tribunales a Licón y al rufián. Al descubrirse que la muchacha de la que estaba enamorado es su hermana, accede a los ruegos de Fédromo y se la da por esposa.


PERSONAJES

PALINURO, esclavo.

FÉDROMO, joven.

LEONA, vieja.

PLANESIO, joven amiga de Fédromo.

CAPADOCIO, rufián.

UN COCINERO.

GORGOJO, parásito.

LICÓN, banquero.

EL EMPRESARIO .

TERAPONTĺGONO , militar.

La acción transcurre en Epidauro.


ACTO I

ESCENA PRIMERA

PALINURO , FÉDROMO , ESCLAVOS

PA .— Pero ¿adónde vas a estas horas de la noche con ese atuendo y con todo este cortejo, Fédromo?

FÉD .— Voy a donde me mandan Venus y Cupido y a donde Amor me impulsa: a media noche o al atardecer, ni que estés [5] citado a comparecer con un forastero, aun así has de ir, quieras que no, a donde te ordenan.

PA .— Pero bueno...

FÉD .— Pero bueno, que no te puedo aguantar.

PA .— ¿Te parece bonito, te crees que es una gran cosa, el servirte tú mismo de esclavo, el ir, con ese atuendo tan elegante, tú mismo cirio en mano?

FÉD .— ¿Es que no voy a poder llevar yo el dulce fruto de [10] las abejas a quien es mi miel y mi dulzura?

PA .— Pero bueno, ¿adónde diablos vas?

FÉD .— Pregúntamelo, y te lo diré para que lo sepas.

PA .— A ver, dime, pues, adónde vas.

FÉD .— Ése es el templo de Esculapio.

PA .— Bah, eso ya hace más de un año que lo sé.

[15] FÉD .— Y ahí al lado, la puerta esa tan queridísima. (Dirigiéndose a la puerta con un gesto de saludo.) Buenas noches, ¿Qué tal estás?

PA .— (Imitando y continuando burlón el saludo de su amo.) ¡Oh, puerta cerradísima!, ¿has estado sin fiebre ayer o antes de ayer?, ¿qué tal la cena de anoche?

FÉD .— Te estás riendo de mí, ¿eh?

PA .— Pero ¿cómo puedes estar tan loco de preguntarle a una puerta que cómo está?

[20] FÉD .— Te juro que es que no he visto nunca una puerta más encantadora ni más discreta: jamás se le escapa una palabra: callada cuando se la abre, callada cuando sale ella de noche a hurtadillas a mi encuentro.

PA .—A ver, Fédromo, ¿es que haces o intentas hacer algo [25] indigno de ti o de la familia a la que perteneces?, ¿estás quizá tendiendo lazos a una mujer honrada o que debiera serlo?

FÉD .— De ninguna manera, no lo permita Júpiter.

PA .— Lo mismo digo. Si es que tienes dos dedos de frente, debes procurar orientar tus amores en forma que no te resulte una deshonra para el caso de que la gente se entere de cuál es [30] el objeto de ellos. Mucho cuidado siempre con los testi..., con los testigos.

[32] FÉD .— ¿Qué quieres decir con eso?

[31] PA .— Pues quiero decir que te andes con pies de plomo. Lo que ames, ámalo con testi..., con testigos.

FÉD .— Pero si es un rufián el que vive aquí.

PA .— Eso no te lo quita nadie, nadie te prohíbe comprar lo que está puesto a la venta a ojos vista, si tienes dinero para [35] ello. Nadie impide a nadie andar por las vías públicas; mientras no te metas por una finca cercada, mientras te abstengas de casadas, de viudas, de muchachas honradas, de jóvenes y niños libres, ama lo que te dé la gana.

FÉD .— Ésta es la casa del rufián...

PA .— ¡Mal rayo la parta!

FÉD .— ... que... [40]

PA .— ... que está al servicio de un malvado.

FéD .— (Airado.) ¡Venga, interrúmpeme!

PA .— Bueno, si quieres...

FÉD .— ¿No te callas?

PA .— ¡Pero si me habías dicho que te interrumpiera!

FÉD .— Pues ahora te lo prohíbo. Como iba diciendo, el rufián tiene una esclavita.

PA .— ¿El rufián este que vive ahí?

FÉD .— ¡Qué bien te has quedado con ello!

PA .— Así no tengo que tener miedo de que se me escape. [45]

FÉD .— No te pongas pesado. El rufián quiere hacer de ella una golfa. Ella está perdidamente enamorada de mí. Pero yo no quiero prestarme a su amor.

PA .— ¿Por qué?

FÉD .— Porque prefiero no andarme con préstamos, sino hacer lo propio: yo estoy lo mismito de perdidamente enamorado de ella.

PA .— Mala cosas es un amor clandestino, es una pura ruina.

FÉD .— Chico, tienes razón. [50]

PA .— Y ¿tiene ella ya trato con hombres?

FÉD .— Por lo que a mí toca, hay el mismo respeto entre nosotros que si fuera mi hermana; sólo con los besos se pone a veces un poco más atrevidilla.

PA .— Tienes que tener siempre en cuenta que la llama viene inmediatamente tras el humo; el humo no quema, pero la llama, sí; quien quiere comerse una nuez, tiene que partir primero [55] la cáscara; quien quiere dormir con su amor, se abre el camino con besos.

FÉD .— Pero ella es una muchacha decente y no se acuesta todavía con hombres.

PA .— Me lo creería si hubiera algún rufián con vergüenza.

FÉD .— Pero qué te crees tú: en cuanto que tiene ocasión [60] de escabullirse a verme, nada más que darme un beso, sale otra vez corriendo. Y eso es sólo porque el rufián este, que se pasa las noches ahí en el templo de Esculapio, me trae a mal traer.

PA .— ¿Cómo?

FÉD .— Pues porque unas veces me pide por la muchacha treinta minas, otras un talento magno 1 , y no es posible conseguir [65] de él condiciones justas y razonables.

PA .— No haces bien al exigir de él algo que ni él ni ningún rufián te puede dar.

FÉD .— Ahora he mandado a Gorgojo, el gorrón, a Caria, a pedir dinero prestado a un amigo. Si no lo trae, no sé realmente adonde dirigirme.

[70] PA .— Si es que quieres invocar a los dioses, tienes que dirigirte hacia la derecha.

FÉD .— Aquí a su puerta hay un altar de Venus; le he hecho promesa a la diosa de que tendrá de mí un desayuno.

PA .— ¿Que tú vas a servir a Venus de desayuno?

FÉD .— Yo, tú y todos estos.

PA .— Éste quiere hacer vomitar a Venus.

[75] FÉD .— Muchacho, venga esa jarra.

PA- — ¿Qué vas a hacer?

FÉD .— Ahora mismo lo verás. Aquí se acuesta de guardia una vieja, la portera, se llama Leona, que le gusta mucho el trinque, y de vino puro.

PA .— Como si dijéramos una garrafa de esas de vino de Quíos.

FÉD .— Resumiendo, es una borrachinga que más no puede ser En cuanto que rocío la puerta con vino, sabe, por el olor, [80] que estoy aquí y me abre en seguida.

PA .— ¿Y para ella es la jarra esa?

FÉD .— Si no tienes nada en contra.

PA .— Y tanto que lo tengo, ojalá se estrellara el que la trae, yo había pensado que era para nosotros.

FÉD .— Calla, si deja algo, eso nos bastará. [85]

PA .— ¿Tan grande es ese río que traes, que no vaya a coger en el mar?

FÉD .— Ven conmigo a la puerta, Palinuro, hazme caso.

PA .— De acuerdo.

FÉD .— (Echando vino a la puerta.) ¡Ea, bebe, gentil puerta, emborráchate, séme favorable y propicia.

PA .— (En tono burlón.) ¿Quieres unas aceitunas, unos tacos [90] de jamón, unos alcaparrones?

FÉD .— Despierta a tu guardiana y dile que venga.

PA .— Estás derramando todo el vino: ¿te has vuelto loco?

FÉD .— Deja, ves qué puerta tan amable, mira cómo se abre: los goznes ni rechistan, son de maravilla.

PA .— ¿Por qué no le das un beso?

FÉD .— ¡Chis! Vamos a esconder la luz y a callarnos. [95]

PA .— Vale.

ESCENA SEGUNDA

LEONA , PALINURO , FÉDROMO

LE .— ¡A vino rancio me huele!

llevada de tu amor, salgo ansiosa a oscuras en pos de ti [96a -97]

Esté donde esté, [97a ]

muy lejos no es.

¡Viva, lo encontré!

¡Salve, mi alma, delicia de Baco!

[98a ] Viejo eres tú, vieja soy yo,

¡qué ansias de amor!

El olor de todos los perfumes ante ti

no es más que heces para mí.

[100] Mirra eres, cinamomo, rosa y azafrán,

[101-102] canela, tragacanto, para qué más.

[103-104] Bajo tierra empapada de ti quisiera reposar.

[105] Sólo tu olor ha llegado hasta ahora a mi nariz,

al gaznate le toca la vez, no le hagas sufrir.

¡Quita tú! ¿Dónde está la jarrita?

No puedo esperar a echarte una mano

y a tirárteme al coleto de un solo trago.

Por aquí es, ¡adelante!

[110] FÉD .— ¡No tiene sed la vieja!

PA .— ¿De cuánto crees tú?

FÉD .— Es modesta, se toma unos cincuenta cuartillos.

[110a ] PA .— Caray, entonces la vendimia de hogaño no sena bastante [110b ] para ella sola. Hubiera estado mejor de perro, tiene un olfato muy fino.

LE .— ¡Eh!, de quién es esa voz que suena a lo lejos?

FÉD .— (A Palinuro.) Me parece que debemos hablarle. Voy allá. ¡Vuélvete y mira para acá, Leona!

[113a ] LE .— ¿Quién es el jefe?

[115] FÉD .— Baco, el amable dios del vino, que sabiéndote carrasposa, sedienta y somnolienta, te trae de beber, para calmarte la sed.

LE .— ¿Cómo está de lejos?

FÉD .— ¡Mira esta luz!

LE .— Alarga, pues, tus pasos hacia mí, por favor.

FÉD .— ¡Salud!

LE .— ¿Salud estando muerta de sed?

[119a ] FÉD .— Ahora ya vas a beber en seguida.

LE .— Se me hace muy largo.

FÉD .— Toma, encanto. [120]

LE .— ¡Salud, pupila de mis ojos. [120a ]

PA .— ¡Hala, vacía la jarra en ese abismo, deprisa, a limpiar esa cloaca.

FÉD .— Calla, no quiero que se le digan cosas desagradables.

PA .— Bueno, entonces se las haré, en vez de decírselas.

LE .— (Volviéndose al altar de Venus.) Venus, aunque a desgana, aquí un poquillo de lo poco que tengo, que los enamorados te ofrecen siempre vino cuando beben para congraciarse contigo, pero a mí rara vez me caen tales herencias. [125]

PA .— Fíjate con qué ansia se traga la asquerosa el vino a [126-127] todo tragar.

FÉD .— ¡Ay de mí, estoy perdido, no sé lo que decirle para [128-129] empezar!

PA .— Pues dile eso que acabas de decirme a mí.

FÉD .— ¿El qué? [130]

PA .— Eso, que estás perdido.

FÉD .— ¡Maldito seas!

PA .— Yo no, sino la vieja.

LE .— ¡Aaaah!

PA .— ¿Qué pasa?, te da gusto, ¿eh?

LE .— ¡Que si me da gusto!

PA .— A mí también me daría gusto atravesarte a golpes de aguijón.

FÉD .— Calla, eso no. [131a ]

PA .— Me callo. (Señalando a la vieja que se pone a beber.) ¡Mira, el arco iris bebiendo, seguro que hoy va a llover 2 !

FÉD .— ¿Se lo digo ya?

PA .— ¿El qué?

FÉD .— Que estoy perdido.

PA .— Venga, díselo.

FÉD .— Escucha, abuela: ¿sabes?, soy un desgraciado y estoy perdido.

[135] LE .— Y yo te juro que más que salvada. Pero ¿qué es lo que pasa?, ¿a santo de qué viene eso de decir que estás perdido?

FÉD .— No tengo lo que amo.

LE .— Querido Fédromo, por favor, no sufras. Tú ocúpate de que yo no padezca sed, que ya te traeré yo aquí al objeto de tus amores.

FÉD .— Yo te prometo que, si guardas tus palabras, te voy a dedicar una estatua de vino en vez de oro como monumento a [140] tu gaznate. (La vieja entra en casa.) ¡Palinuro, soy el hombre más feliz del mundo si es que ella viene a mi encuentro!

PA .— En serio, para un enamorado es un verdadero tormento el andar con escaseces.

FÉD .— No es así, porque tengo la firme esperanza de que Gorgojo, el gorrón, vuelva hoy con dinero.

PA .— ¡Ahí es nada, si estás a la espera de una cosa que no existe!

[145] FÉD .— ¿Qué te parece si me acerco a la puerta y le canto una serenata?

PA .— Si tienes gusto en ello, no te digo ni que sí ni que no, que es que, según veo, amo, estás tan cambiado que pareces otro.

FÉD .— Cerrojos, cerrojitos,

gustoso os saludo,

yo os amo y os pido,

a este enamorado,

haced caso, queridos.

Brincad y saltad [150]

al estilo latino.

Dejadla salir,

el seso me sorbe,

soy hombre perdido.

¡Qué manera de dormir los malditos, ni un tanto así se inmutan [155] en atención a mí. Bien veo que os traigo sin cuidado. Pero, calla, calla.

PA .— ¡Si estoy callado, qué caray!

FÉD .— Oigo un ruido: ea, al fin se deciden a hacerme caso.

ESCENA TERCERA

LEONA , PLANESIO , PALINURO , FÉDROMO

LE .— (Saliendo con Planesio.) Sal despacito, Planesio de mi alma, ten cuidado que no hagan ruido las puertas ni chirríen los goznes, que no se entere el amo de lo que pasa aquí. Espera, [160] voy a echarles una pizca de agua 3 .

PA .— Mira qué forma de curar tiene la vieja temblona esa: ella se sabe beber el vino puro y a las puertas les da de beber agua.

PL .— ¿Dónde está quien me ha citado con una cita de amor? Aquí me tienes presente a tu demanda y te requiero a que comparezcas tú también a la mía.

FÉD .— Aquí estoy, que bien sé las penas a que me haría acreedor de no comparecer, dulzura mía.

[165] PL .— Fédromo, mi vida, no está bien eso de estar tan lejos de mí el que me ama.

FÉD .— ¡Palinuro, Palinuro!

PA .— Pero bueno, di, ¿a qué llamas ahora a Palinuro?

FÉD .— Es encantadora.

PA .— Sí, ¡demasiado!

FÉD .— Me siento como si fuera un dios.

PA .— Yo creo más bien que como un hombre que no vale tres perras.

FÉD .— ¿Has visto nunca o verás jamás algo más divino?

PA .— Lo que veo es que tu estado no es muy satisfactorio, y eso me preocupa.

FÉD .— No me sabes complacer, calla la boca.

[170] PA .— Fédromo,, quien tiene a la vista lo que ama y no se adueña de ello, no hace más que atormentarse a sí mismo.

FÉD .— Tienes razón en reprenderme, de verdad que no hay otra cosa que desee más y ya tanto tiempo.

PL .— Anda, ténme, abrázame.

FÉD .— Esto es lo único que me hace desear aún la vida. Como tu amo te lo impide, no puedo gozarte más que a escondidas.

PL .— ¿Que lo impide? Ni puede impedirlo ni lo impedirá, a no ser que la muerte me separe de ti.

[175] PA .— De verdad que no puedo contenerme de regañar a mi amo, porque bueno está enamoriscarse un poquillo sin perder la cabeza, pero perdiéndola, eso ya no está ni medio bien, y amar habiéndola perdido del todo, eso es ya... lo que hace mi amo.

FÉD .— Quédense los reyes con sus reinos, los ricos con sus riquezas, sus honores, sus hazañas, sus combates y sus batallas. Con tal que se abstengan de envidiar mi felicidad, quédese [180] cada uno con sus propios bienes.

PA .— A ver, Fédromo,, ¿es que has hecho promesa a Venus de pasarte la noche en vela?, porque te juro que no va a tardar mucho en amanecer.

FÉD .— Cállate.

PA .— ¿Cómo que me calle? ¿Por qué no te vas a dormir?

FÉD .— Duermo, no me chilles.

PA .— Tú estás despierto.

FÉD .— Pero duermo a mi manera, esto es para mí un sueño.

PA .— (A Planesio) ¡Eh, tú, joven, eso de portarse mal con [185] quien no te ha hecho nada no está ni medio bien.

PL .— Tú también te enfadarías si estuvieras comiendo y viniera tu amo y te quitara la comida de la boca.

PA .— ¡Andando! Están los dos igual de perdidamente enamorados, tan loco está el uno como la otra. ¿Te fijas?, qué empeño, los pobres, no pueden abrazarse bastante. A ver, jóvenes, ¿os separáis ya o no?

PL .— Imposible de gozar de una felicidad completa. Yo [190] que estoy tan feliz, y tiene que venir a entrometerse el aguafiestas ese.

PA .— ¿Qué dices, infame? ¿Tú, con esos ojos de lechuza, me llamas todavía aguafiestas, ¡Anda, que pareces una máscara borracha, boba, más que boba!

FÉD .— Pero ¿te atreves a insultar a mi Venus? ¿Es que se va a permitir tomar así la palabra en mi presencia un esclavo harto de zurriagazos? ¡Te juro que lo que has dicho te va a costar un buen castigo! ¡Toma! (Le pega.) ¡Ahí tienes tu merecido, [195] para que aprendas a saberte contener!

PA .— ¡Socorro, Venus trasnochadora!

FÉD .— ¿Todavía sigues, canalla? (Le vuelve a pegar.)

PL .— No des golpes a una piedra, por favor, que vas a quedarte sin mano.

PA .— Estás cometiendo una vileza y una canallada grandísima, Fédromo,; a quien te aconseja bien le das de puñetazos y [200] a esa boba le haces el amor. A ver si es posible que te portes de una forma más decente.

FÉD .— Dame un enamorado que sepa contenerse y te lo pagaré a precio de oro.

PA .— Dame un amo a quien servir que esté en sus cabales y te lo pagaré a precio de oropel.

PL .— Adiós, mis ojos, que oigo el ruido y el chirriar de los cerrojos: el portero abre el templo. Por favor, ¿hasta cuándo [205] vamos a tener que seguir así con estos amores furtivos?

FÉD .— No, no te apures, que ya hace tres días que he mandado a Caria en busca de dinero a un gorrón a mi servicio; hoy estará de vuelta.

PL .— ¡Tardas tanto en decidirte!

FÉD .— Así Venus me sea propicia como no consentiré que sigas tres días más en esta casa sin haberte dado la libertad que te mereces.

[210] PL .— A ver si no lo olvidas. Ten un beso todavía antes de que me vaya.

FÉD .— ¡Te juro que ni por un reino lo cambiaría! ¿Cuándo te veo?

PL .— Mira, esa pregunta se contesta dándome la libertad. Si me quieres, cómprame, no andes preguntándome, sino procura vencer a tus rivales con el precio que pagues por mí. ¡Adiós!

FÉD .— ¿Me abandonas? ¡Ay, Palinuro, perdido, perdido del todo soy!

[215] PA .— Yo sí que sí, que estoy muerto a fuerza de palos y de sueño.

FÉD .— Ven conmigo. (Entran en casa de Fédromo,.)

ACTO II

ESCENA PRIMERA

CAPADOCIO , PALINURO

CA .— (Saliendo del templo de Esculapio.) Desde luego, yo ya no aguanto más aquí en el templo, que me doy bien cuenta de las intenciones de Esculapio: se ve que le traigo sin cuidado y que no está dispuesto a devolverme la salud. Mis fuerzas disminuyen, se aumenta mi mal, que ando ya como si el bazo fuera [220] un cinturón que me aprieta: no parece sino que trajera gemelos. ¡Ay de mí!, mucho me temo no vaya a terminar un día reventando por medio.

PA .— (Saliendo de casa de Fédromo, y hablando con él.) Si hicieras como debes, Fédromo,, me harías caso y mandarías esa tristeza al diablo. Estás temblando porque no vuelve el gorrón [225] de Caria. Yo creo que trae el dinero, porque si no lo trajera, no habría cadena de hierro que le retuviera de recogerse a comer aquí a su pesebre.

CA .— ¿Quién habla ahí?

PA .— ¿De quién es esa voz que oigo?

CA .— ¿No es ése Palinuro, el esclavo de Fédromo,? [230]

PA .— ¿Quién es ése, con esa barriga y esos ojos verdosos? Su tipo me resulta conocido, pero con ese color no acabo de dar con quién puede ser. ¡Ah, sí, ya sé!, es el rufián Capadocio. Me acercaré a él.

CA .— ¡Hola, Palinuro!

PA .— ¡Hola, bandido!, ¿cómo andamos? [235]

CA .— Aquí, viviendo.

PA .— Así como te mereces, ¿no? Y ¿qué es lo que te pasa?

CA .— El bazo me ahoga, me duelen los riñones, los pulmones desgarrados, el hígado una tortura, el corazón me falla, la tripa dolorida.

PA .— Entonces es que tienes mal de hígado.

[240] CA .— Fácil es burlarse de un desgraciado.

PA .— Aguanta unos días, hombre, hasta que se te pudran del todo las entrañas, ahora es la mejor época para los salazones 4 ; entonces podrás vender tus tripas por más precio que toda tu persona.

CA .— El bazo está hecho trizas.

PA .— Vete a paseo, que no hay nada mejor para el bazo.

[245] CA .— Déjate de bromas y contesta a lo que te pregunto: ¿puedes decirme lo que significa un sueño que he tenido esta noche?

PA .— ¡Bah, no hay tipo más versado en materia de presagios que un servidor. Hasta los adivinos de oficio vienen a [250] consultarme, y con las respuestas que les doy, todos están de acuerdo.

ESCENA SEGUNDA

UN COCINERO , PALINURO , CAPADOCIO , FÉDROMO,

CO .— Palinuro, ¿qué haces ahí plantado?, ¿por qué no se me sacan de la despensa las cosas necesarias para que esté preparado el almuerzo cuando venga el gorrón?

PA .— Espera un momento, que le estoy interpretando a éste un sueño.

CO .— Pues tú mismo cuando sueñas algo vienes a consultarme a mí.

PA .— Sí que es verdad. [255]

CO .— Venga, sácame las cosas.

PA .— (A Capadocio.) Hale, tú, cuéntale el sueño a éste mientras, te dejo de sustituto uno mejor que yo, porque es a él a quien le debo toda mi sabiduría.

CA .— Con tal que quiera atenderme...

PA .— Sí que te atenderá, hombre. (Entra en casa de Fédromo.)

CA .— Éste es un caso raro, no pretende quedar por encima de su maestro. A ver, tú, escúchame.

CO .— No tengo ni idea, pero bueno, soy todo oídos.

CA .— Esta noche me parecía ver en sueños a Esculapio [260] sentado muy lejos de mí, y soñaba que no quería acercárseme y que no me hacía el menor caso.

CO .— Pues la cosa está clara: los otros dioses van a hacer otro tanto de lo mismo, que ellos están todos conchabados entre sí de maravilla; no tiene nada de extraño el que no te pongas [265] mejor; más te hubiera valido pasar la noche en el templo de Júpiter, que te ha socorrido ya tantas veces en tus juramentos.

CA .— Si quisieran pasar la noche en el templo de Júpiter todos los perjuros, no sería posible darles cabida en el Capitolio.

CO .— Atiende bien a lo que te voy a decir: pídele a Esculapio [270] que tenga misericordia contigo, no sea que te suceda esa gran desgracia que se te ha anunciado en el sueño.

CA .— Muy agradecido; voy y se lo pediré así como dices.(Se mete en el templo.)

CO .— ¡Así revientes!

PA .— (Saliendo de casa de Fédromo.) ¡Dioses inmortales!, [275] ¿qué ven mis ojos?, ¿quién es aquél? ¿No es Gorgojo, el gorrón que había mandado Fédromo, a Caria? ¡Eh, Fédromo, sal, sal, sal digo, deprisa!

FÉD .— (Saliendo de casa.) ¿Qué son esos gritos?

PA .— Veo a Gorgojo, el gorrón, mírale, corriendo allí al final de la calle. Vamos a observar desde aquí qué es lo que hace.

FÉD .— Me parece muy bien la idea.

ESCENA TERCERA

GORGOJO , FÉDROMO, PALINURO

[280] GO .— ¡Abridme paso todos, conocidos y desconocidos, que estoy de servicio!, fuera todos, largo, apartaos de mi camino, no sea que tropiece en mi carrera con alguien y salga de malas con un cabezazo, un codazo, un golpe de pecho o un rodillazo, ¡no, que es urgente el asunto que tan de pronto y tan sin pensarlo se me ha venido a las manos! No habrá personaje [285] que se me pueda atravesar en el camino, ni estratego, ni tirano, ni agoránomo, ni demarco ni comarco 5 ni nadie de tantas campanillas que no caiga, que no vaya a parar de cabeza de la acera al medio de la calle. Pues anda que los griegos esos envueltos en sus mantos, que van paseando con la cabeza cubierta, [290] forrados de libros y con sus cestos, que se te paran, se ponen a charlar unos con otros, esa banda de refugiados que se te ponen al paso, que no te dejan avanzar, que van marchando por la calle sermoneando, siempre los ves por las tascas bebiendo después que han escamoteado algo; cubierto el coco, se toman un ponche y salen luego cariacontecidos y con una melopea [295] encima; a ésos, como tropiece con ellos, verás el viento que se van a tirar, igual que si se hubieran hartado de gachas de cebada. Y luego los esclavos de los señoritingos, que se ponen a jugar a la pelota aquí en mitad de la calle, los que la tiran y los que la devuelven, todos van a quedar aplastados bajo la suela de mis zapatos. O sea, que más les vale quedarse en casita y evitar su desgracia.

FÉD .— Éste sabe dar órdenes, si tuviera autoridad para ello. Así son las costumbres que reinan hoy en día, ésa es la forma [300] de portarse los esclavos; no hay modo de tenerlos a raya.

GO .— ¿Hay alguien que pueda indicarme dónde está Fédromo, mi genio tutelar? Traigo un asunto muy urgente, necesito hablar con él en seguida.

PA .— A ti te busca.

FÉD .— Vamos a su encuentro. ¡Eh, Gorgojo!

GO .— ¿Quién me llama, quién ha pronunciado mi nombre?

FÉD .— Uno que está deseando hablarte.

GO .— Seguro que no más que yo a ti. [305]

FÉD .— Eres la oportunidad en persona, Gorgojo, no sabes qué ganas tenía de verte. ¡Hola!

GO .— ¡Hola, Fédromo,!

FÉD .— Me alegro de verte bueno, ¡venga esa mano!, ¿dónde están mis esperanzas? Habla, por favor, te lo ruego.

GO .— Habla, te lo ruego, ¿dónde están las mías?

FÉD .— Pero ¿qué te pasa?

GO .— La vista se me nubla, las rodillas me flaquean a fuerza de hambre.

FÉD .— ¡Caray!, de cansancio, seguro. [310]

GO .— Sujétame, sujétame, por favor.

FÉD .— ¿No ves qué pálido se ha puesto? Dadle una silla que se siente, ¡deprisa!, y un cacharro con agua, ¡venga, deprisa!

GO .— Me siento mal.

PA .— ¿Quieres un poco de agua?

GO .— Si es con tropezones, venga, por favor, que me la sorbo.

PA .— ¡Maldito seas!

GO .— Yo os suplico, dadme algo que me alegre de estar de vuelta.

[315] PA .— En seguida (le echa aire.)

GO .— Pero, bueno, ¿qué es lo que hacéis?

PA .— Darte un poco de aire.

GO .— ¡Qué aire, no quiero soplos de ésos!

FÉD .— Pues ¿qué es lo quieres entonces?

GO .— Quiero alguna cosa que me la pueda soplar yo, que me alegre de estar de vuelta 6 .

FÉD .— ¡Mal rayo te parta!

GO .— Muerto soy, la vista se me nubla, tengo los dientes pastosos, la garganta llena de telarañas a fuerza de hambre, tan floja traigo la tripa por falta de comida.

[320] FÉD .— Espera, hombre, ya comerás algo.

GO .— ¡Maldición, quiero una cosa determinada, no algo!

FÉD .— ¡Anda, que si supieras las sobras que hay!

GO .— No quiero sino saber dónde se encuentran, que mis dientes están faltos de darse cita con ellas.

FÉD .— Hay jamón, panza, tetilla y papada de cerdo.

GO .— ¿De verdad todo eso? Pero bueno, querrás decir en la despensa.

[325] FÉD .— ¡Qué en la despensa!, en los platos, que han sido preparados para ti cuando supimos que estabas al llegar.

GO .— ¡Mira que no me engañes!

FÉD .— Tan verdad es que quiero que me quiera la que yo quiero, como que no te miento. Pero no sé aún nada del asunto para el que te envié.

GO .— No he traído nada.

FÉD .— ¡Me has matado!

GO .— Pero lo puedo conseguir si me prestáis vuestra colaboración. Luego que me marché por orden tuya, llego a Caria; veo a tu amigo, le digo que si me puede proporcionar diñero. [330] Te hubieras dado cuenta en cuánto estima tu amistad, no quiso defraudarte, como corresponde a un verdadero amigo y quería de verdad ayudarnos. Me contestó en pocas palabras, y sin andarse con rodeos, que le pasa lo que a ti, que respective a cuestiones monetarias tiene... lo que se dice ni una perra.

FÉD .— Me matas con eso que dices. [335]

GO .— No señor, sino que te salvo y no deseo más que tu salvación. Luego que me dio la tal contestación, me marcho al foro, fastidiado de haber hecho el viaje en vano. Veo allí por casualidad a un militar; le abordo y le saludo. Hola, me contesta, me toma aparte y me pregunta que a qué he venido a Caria; yo le contesto que por gusto. Entonces va y me pregunta [340] que si conozco en Epidauro a un banquero llamado Licón; le digo que sí, que le conozco. «¿Y al rufián Capadocio?», dice. «Desde luego, le he visto cientos de veces; pero ¿qué es lo que quieres de él?», digo. «Pues que le he comprado una muchacha por treinta minas, y vestidos y joyas que hacen diez minas más». «¿Le has entregado el dinero?», digo. «No», [345] dice, «sino que lo tengo depositado en el banquero ese Licón que te he dicho y le dejé el encargo de que quien le presentara una carta lacrada con mi sello, que se ocupara de que pudiera retirar a la joven de la casa del rufián con sus vestidos y sus joyas». Luego que me cuenta todo eso, iba yo a irme, cuando va y me dice que me quede y me invita a cenar; era cosa de [350] conciencia, no quise negarme. «¿Qué te parece», dice, «si nos vamos y cenamos?» La idea me parece de perlas; «no se debe ni desperdiciar el día ni quitarle lo suyo a la noche». «Todo está preparado», dice. «Y nosotros a punto, que para nosotros [355] es». Luego que cenamos y bebimos, va y pide las tabas 7 y me propone que echemos una partida; yo me juego mi capa, él. su sello; él invoca a Planesio.

FÉD .— ¿A mi amor?

GO .— Calla un momento. Tira, y le salen los cuatro buitres. Cojo yo las tabas, invoco a mi bendita nodriza Hércules 8 y me sale la jugada real; entonces le ofrezco un vaso al militar, [360] se lo echa al coleto, deja caer la cabeza y se queda dormido. Yo le cojo el anillo, me echo abajo del diván con mucho cuidado para que el otro no lo note. Me preguntan los esclavos que adonde voy; les digo que a donde se suele ir cuando se está harto. Veo la puerta, cojo y sin perder un momento, salgo pitando de allí.

FÉD .— ¡Estupendo!

GO .— ¡Déjate de estupendos hasta que haya hecho realidad [365] tus deseos. Vamos ahora dentro para escribir y lacrar nuestra carta.

FÉD .— No tengo nada en contra.

GO .— Pero vamos antes a echarnos algo al coleto, jamón, tetilla y papada de cerdo: así es como se reconforta el estómago, con pan y asado de vaca, un buen vaso de vino, una olla tamaña, verás cómo entonces no nos faltan las ideas. Tú escribes la carta, éste me sirve y yo como. Yo te diré qué es lo que tienes [370] que escribir. Vamos dentro.

FÉD .— Vale. (Entran en casa de Fédromo,.)

ACTO III

ESCENA ÚNICA

LICÓN , GORGOJO , CAPADOCIO

LI .— Dicen que soy hombre rico: he estado ahora mismo echando mis cuentecillas, a ver cuánto es el dinero que tengo y a cuánto ascienden las deudas: resulta que soy rico si no pago lo que debo; si lo pago, es más lo que debo que lo que tengo. Caray, si bien lo pienso, como me apremien más, voy y me remito [375] al pretor 9 : la mayoría de los banqueros acostumbran a reclamarse unos a otros, pero a no devolver nada a nadie y a solucionar el caso a puñetazos si alguien les exige más a las claras. Si has hecho dinero a su debido tiempo y no te andas [380] con tiento en cuanto a gastos a su debido tiempo, a su debido tiempo te morirás de hambre. Yo estoy deseando comprarme un esclavo, pero tendría que ser prestado porque estoy falto de posibles 10 .

GO .— (Saliendo de casa de Fédromo, disfrazado de soldado y con un parche en un ojo y dirigiéndose a él, que está dentro de casa.) Ya está bien, que a mí en teniendo la andorga llena, me sobran las advertencias: lo tengo presente y me lo sé todo al dedillo; no padezcas, que yo te entregaré este asunto [385] resuelto a pedir de boca. No, que no me he forrado ahí dentro a base de bien. Así y todo, he dejado todavía un huequecillo en el estómago en vista a las sobras de las sobras. (Al ver a Licón.) [390] ¿Quién es ese que está ahí con la cabeza cubierta rezándole a Esculapio? ¡Ajajá, el que buscaba! (A un esclavo.) ¡Sígueme! Voy a hacer como si no le conociera. ¡Eh, tú, jefe, un momento!

LI .— ¿Qué hay de bueno, tuerto?

GO .— Burlas tenemos, ¿eh?

LI .— Debes ser de la raza de los Cíclopes, que no tienen más que un ojo.

[395] GO .— Es de la herida de una catapulta, en Sición.

LI .— ¿Y qué más me da a mí si te han saltado el ojo tirándote a la cabeza una olla llena de ceniza?

GO .— (Aparte.) Éste es adivino, es verdad lo que dice, que esa clase de catapultas se me vienen a mí encima muchas veces. Joven, ha sido al servicio de la patria por lo que llevo aquí [400] debajo (se señala el parche del ojo.) esta marca, te ruego que no me incordies.

LI .— ¿Puedo entonces joderte, si es que no quieres que te incordie?

GO .— No me joderás, ni me hacen gracia ninguna tu incordio ni tu jodienda 11 . Pero si me puedes indicar a la persona [405] que busco, te quedaré sumamente agradecido: busco al banquero Licón.

LI .— Dime con qué motivo o de parte de quién vienes.

GO .— Yo te lo diré. De parte del militar Terapontígono Platagidoro.

[410] LI .— El nombre lo conozco, diablos, que una vez que tuve que escribirlo, llené con él cuatro hojas enteras. Pero ¿qué es lo que le quieres a Licón?

GO .— Tengo el encargo de entregarle este escrito.

LI .— Tú ¿quién eres?

GO .— Yo soy un liberto suyo y me llaman Summano 12 .

LI .— Summano, salud. Pero ¿por qué te llaman Summano?

GO .— Pues porque, cuando me emborracho y me quedo [415] dormido, pues remojo la ropa con ciertas emanaciones, y por eso me llaman Summano.

LI .— Búscate mejor albergue en otra parte; en mi casa mo hay, desde luego, sitio para un Summano de esa clase. Pero yo soy el que buscas.

GO .— Entonces ¿tú eres Licón, el banquero? [420]

LI .— Sí, señor.

GO .— El militar Terapontígono me ha encargado darte muchos saludos de su parte y entregarte esta carta.

LI .— ¿A mí?

GO .— Exacto. Ten, examina el sello: ¿lo conoces?

LI .— ¡Que si lo conozco! ¡Un guerrero con un escudo que parte en dos con su espada a un elefante!

GO .— Me ha encargado que hicieras en todo caso lo [425] que escribe ahí, si es que te va algo en que te quede reconocido.

LI .— Un momento (le hace señas de que se aparte), voy a ver lo que dice.

GO .— No faltaba más, a mandar, con tal que me resuelvas el asunto a que vengo.

LI .— (Leyendo en alto.) «El militar Terapontígono saluda a [430] su amigo Licón de Epidauro».

GO .— (Aparte.) Éste es mío, se traga el anzuelo.

LI .— «Te ruego encarecidamente que a la persona que te dé esta carta se le entregue la joven que compré ahí, lo cual [435] hice en tu presencia y por tu mediación, así como también las joyas y los vestidos. Tú ya sabes el trato que se hizo: el dinero se lo entregas al rufián y a mi criado la joven». Y ¿dónde está él?, ¿por qué no ha venido?

GO .— Te diré: es que hace tres días que hemos vuelto a Caria de las India; se quiere encargar allí una estatua maciza [440] de oro filípico 13 de más de dos metros de altura, para conmemorar sus hazañas.

LI .— Y eso ¿por qué?

GO .— Yo te lo diré: porque a los persas, los paflagonios, los sínopes, los árabes, los carios, creíanos, sirios, Rodia y Licia, [445] Tragolandia y Bebilandia, la Centauromaquia y la armada de las monomamias, toda la costa líbica y toda la Conterebromia, o sea, la mitad de todos los pueblos del orbe, los ha sometido él solo en menos de veinte días.

LI .— ¡Caracoles!

GO .— ¿Qué pasa?

[450] LI .— Nada, que si hubieran estado metidos todos en una jaula como si fueran pollos, no se los habría podido recorrer todos en un año. No, desde luego te creo que vienes de su parte, con esa serie de patrañas que estás relatando.

GO .— Pues si quieres, sigo.

LI .— No, no, no tengo interés ninguno; ven conmigo, que [455] te resuelva el asunto a que has venido. Pero mira, ahí le veo (a Capadocio, que sale del templo), ¡Se te saluda, Capadocio!

CA .— Lo mismo digo.

LI .— A ver este asunto que te traigo.

CA .— Di qué es lo que quieres.

LI .— Que te hagas cargo del dinero y dejes ir a la chica esa con éste.

CA .— ¿Y el juramento que he hecho?

LI .— ¿Y qué te va a ti en eso si tienes tu dinero? [459-460]

CA .— No está mal el aviso. Venid conmigo.

GO .— ¡Eh, tú. rufián, a ver si nos damos prisa! (Entran en casa de Capadocio.)

ACTO IV

ESCENA PRIMERA

EL EMPRESARIO

EMP .— Bonito embustero está hecho el tal Gorgojo con el que nos ha salido Fédromo. No sé si le cuadra mejor el nombre de birlofanta o de sicofanta. Me temo que me voy a quedar sin los disfraces que les he alquilado. Aunque yo directamente [465] con él no tengo nada que ver: es a Fédromo, a quien se los he entregado. Pero, así y todo, estaré a la mira. Pero mientras que salen, os voy a decir dónde podéis encontrar a esta o la otra clase de personas, para que nadie tenga demasiado trabajo para dar con ellas en el caso de que las busque, tanto si se trata de gentes que son como deben o como no deben, de buenas o de malas personas. Quien quiera habérselas [470] con un falsario, que vaya al Comicio; quien busque a un embustero y a un rufián, lo encontrará por el templo de Cloacina; los maridos ricos y con ganas de arruinarse hay que buscarlos por la Basílica; allí se podrá encontrar también a las viejas pellejas 14 y a las gentes de negocios. Los que se reúnen para cenar juntos a escote están en el mercado del pescado. [475] En la parte baja del foro pasean las gentes de bien y los ricos; en el centro a lo largo del canal, los fardones; los descarados y los charlatanes y las malas lenguas, más arriba del lago Curcio, que tienen el descaro de decir injurias a los demás por un quítame allá esas pajas mientras que habría más que motivo para que se dijeran con verdad de ellos mismos. [480] En las Tiendas Viejas están los prestamistas y los que toman dinero a crédito. Detrás del templo de Cástor, allí están las gentes de las que no debe uno fiarse demasiado deprisa. En la calle Toscana están los que hacen comercio de sí mismos. En el Velabro, los panaderos, los carniceros y los adivinos, los que se dedican a retocar las mercancías o los que las suministran [485] para que sean retocadas. Pero oigo que suena la puerta, tengo que poner punto final a mi discurso.

ESCENA SEGUNDA

GORGOJO , CAPADOCIO , LICÓN , PLANESIO

GO .— (A Planesio.) Pasa tú delante, joven, que yo no puedo guardar lo que va detrás de mí. (A Capadocio.) el militar decía que las joyas y todos los vestidos que tiene ella eran suyos.

CA .— Nadie dice lo contrario.

GO .— Así y todo, más vale recordarlo.

[490] LI .— (A Capadocio.) Acuérdate que me has prometido que, si alguien la reclamaba como libre, se me devolvería todo el dinero, o sea, treinta minas.

CA .— Lo tendré presente.

GO .— Lo que yo quiero es que lo tengas bien presente cuando llegue la ocasión.

CA .— Lo tengo presente y te la vendo con todas las garantías.

GO .— ¿Qué voy yo a aceptar algo con las garantías de un [495] rufián, una gente que no tiene más cosa propia que la lengua, y ésa para negar con perjurio lo que se les ha entregado? No sois propietarios ni de lo que vendéis, ni de los que les dais la libertad ni de los que están bajo vuestra órdenes, ni hay nadie que salga garante por vosotros ni vosotros lo sois de nadie. El gremio de los rufianes es en este mundo, en mi opinión, lo mismo [500] que las moscas, los mosquitos, los chinches, los piojos y las pulgas. No servís nada más que para producir repugnancia, para dañar y para fastidiar, provecho no traéis a nadie. Ninguna persona de bien se atreve a pararse con vosotros en el foro: al que lo hace le critican, le señalan con el dedo, le censuran; aun sin haber hecho nada, se dice que ha perdido su fortuna y su crédito.

LI .— Caray, tuerto, tengo para mí que te conoces bien el [505] gremio de los rufianes.

GO .— Ja, pues a vosotros os pongo a la misma altura: sois lo mismísimo que ellos, y los rufianes al menos se ponen en lugares apartados, pero vosotros en la misma plaza; vosotros despedazáis a los demás con la usura, los rufianes induciendo a la gente al mal y con sus casas de trata. Muchas han sido las leyes dictadas por el pueblo por vuestra causa, pero, una vez [510] dictadas, tiempo os falta para violarlas: siempre encontráis alguna escapatoria; para vosotros son las leyes como el agua hirviendo, que no tarda mucho en enfriarse.

LI .— Más me valiera no haber dicho esta boca es mía.

CA .— Anda, que te las pintas solo para hablar mal de los demás.

GO .— Si se habla mal de quien no lo merece, a eso lo llamo yo hablar mal, pero si se dice de quien se lo merece, está [515] bien dicho a mi modo de ver. Yo, por mi parte, no tengo interés alguno en garantías tuyas ni de ningún otro de tus colegas. ¿Algo más, Licón?

LI .— Que te vaya bien.

GO .— Adiós.

CA .— ¡Eh, tú, otra cosa!

GO .— ¿Qué se te ofrece?

CA .— Preocúpate de la muchacha, que no le falte nada; yo la he criado bien y decentemente en mi casa.

GO .— Si es que te preocupas tanto de ella, ¡anda, venga algún regalito!

CA .— ¡Una buena ración de palos!

GO .— ¡Lo mismo digo, a ver si con eso mejora tu salud!

[520] CA .— (A Planesio.) ¿Por qué lloras, boba? No tengas mie Do, que te juro que te he vendido pero que muy bien vendida. Anda, monada, a portarse bien, sé buenecita y vete con este señor.

LI .— Summano ¿se te ofrece algo?

GO .— Adiós, que te vaya bien; has sido muy amable de atenderme y entregarme el dinero.

LI .— Muchos saludos a tu amo.

GO .— De tu parte. (Se va con Planesio.)

[525] LI .— ¿Se te ofrece algo, Capadocio?

CA .— Que me entregues las diez minas esas que faltan, que tenga para irme ayudando hasta que me sienta mejor.

LI .— Vale, manda mañana a buscarlas. (Se va.)

CA .— Voy a entrar en el templo a hacer una oración, que me ha salido bien el negocio. Yo compré a la chica esta de pequeñita, diez minas me costó entonces; al que me la vendió, no he vuelto a echarle la vista encima, quizá se ha ido al otro barrio. Bueno, a mí, ¿qué más me da? Yo tengo el dinero. Si es que gozas del favor de los dioses, no tienes más que alargar la mano a las ganancias que te ponen por delante. Ahora, al templo. Verás la vida que me voy a pegar.

ESCENA TERCERA

TERAPONTÍGONO , LICÓN

TE .— Te digo que no es chico el furor con que vengo enfurecido, sino exactamente el mismo con el que sé arrasar ciudades. Si no te apresuras a devolverme al instante las treinta miñas [535] que te dejé en depósito, vas a tener que apresurarte a dejar la vida.

LI .— Te juro que no va a ser chico el número de palos con que te voy a regalar, sino exactamente el mismo con que suelo regalar a aquellas personas a quienes no debo una perra.

TE .— No te me pongas farruco ni pienses que me voy a andar con reverencias contigo.

LI .— Y tú no pienses que me vas a obligar jamás a que te [540] entregue lo que te he entregado; has de saber que no estoy dispuesto a entregarte nada.

TE .— Eso es precisamente lo que creí cuando te daba crédito, que no me ibas a devolver nada nunca jamás.

LI .— Entonces, ¿por qué me lo exiges ahora?

TE .— Quiero saber a quién se lo has devuelto

LI .— A un tuerto liberto tuyo, que decía que se llamaba Summano, a ése se lo he devuelto, que me trajo esta carta seliada [545] que tú...

TE .— ¿Qué diablos de libertos tuertos ni de Summanos?

¡Yo no tengo liberto ninguno!

LI .— Tú obras más cuerdamente que algunos rufianes que tienen libertos y los abandonan.

TE .— Entonces, ¿qué?

[550] LI .— Yo he hecho lo que me mandaste de no dejar desatendida por consideración a ti a una persona que venía de tu parte y me presentaba una carta con tu sello.

TE .— Eres más necio que necio, de haber dado crédito a un escrito.

LI .— ¿No voy a prestar crédito a un documento del que se hace uso en los negocios públicos igualmente que en los privados? Yo me marcho, tu asunto ha sido despachado según las reglas del arte. Adiós, guerrero, que te vaya bien.

TE .— ¿Cómo que me vaya bien?

LI .— O bueno, por mí, que te vaya mal de por vida, si es que tienes gusto en ello. (Se va.)

[555] TE .— ¿Qué hago yo ahora? ¿De qué me sirve el haberme hecho sumisos a reyes si se burla ahora de mí ese covachuelista?

ESCENA CUARTA

CAPADOCIO , TERAPONTÍGONO

CA .— (Saliendo del templo.) Si los dioses te son propicios, es, desde luego, que no tienen nada en contra de ti: después que hice ahí mi ofrenda se me vino a las mientes el reclamarle [560] al banquero el dinero que falta, no sea que se le ocurra largarse, que más vale que me lo trague yo que no él.

TE .— ¡Capadocio, se te saluda!

CA .— ¡Hola, Terapontígono Platagidoro! Ya veo que has llegado sano y salvo a Epidauro, me alegraré de que hoy en mi casa... ¡no pruebes ni un grano de sal!

TE .— Muy amable de tu parte, pero yo tengo ya un compromiso de... que mal rayo te parta. Pero ¿qué tal la pieza mía que tienes en tu poder?

CA .— Yo no tengo nada tuyo en mi poder, no andes buscando [565] testigos, ni te debo absolutamente nada.

TE .— Pero ¿cómo?

CA .— Lo que juré, eso hice.

TE .— ¡Me devuelves o no me devuelves la joven, antes que te traspase con esta espada, bribón!

CA .— ¡Vete al cuerno!, nada de amenazas. La joven se la han llevado ya y tú serás transportado de aquí con los pies por delante si continúas insultándome cuando no te debo nada, a [570] no ser una buena ración de palos.

TE .— ¿A mí me amenazas tú con una paliza?

CA .— Y te juro que no sólo te amenazo, sino que te la daré si continúas importunándome.

TE .— ¿Un rufián se atreve a amenazarme a mí, pisoteando mis innumerables éxitos bélicos? Te juro por mi espada y mi escudo ***, que así me protejan en la batalla, que si no se me [575] devuelve la joven, te voy a hacer tantos pedazos que se te van a poder llevar de aquí las hormigas en trocitos.

CA .— Pues yo te juro por mis pinzas de depilar, mi peine, mi espejo, mis tenacillas para el pelo y también por mis tijeras y mi toalla, que me importan tanto tus grandilocuencias y todas [580] tus bravatas como la esclava que me limpia mis servicios. Yo he entregado la joven a un hombre que traía el dinero de tu parte.

TE .— ¿Y quién es ese hombre?

CA .— Decía que era tu liberto Summano.

TE .— ¿Mi liberto Summano? ¡Ajajá! ¡Ahora me doy cuenta! Gorgojo me ha engañado, maldición; él fue quien me quitó el anillo con mi sello.

CA .— ¿Que tú has perdido entonces tu sello?; ¡bonito soldado [585] me estás hecho!; éste pertenece al pelotón de los tontos!

TE .— ¿Dónde puedo encontrar a Gorgojo?

CA .— Pues lo más fácil en el trigo, allí puedes encontrar, si quieres, hasta cientos de gorgojos en vez de uno. Yo me marcho, adiós, y a seguir bien. (Se va.)

TE .— ¡Y tú a seguir mal, mal rayo te parta! Y ahora ¿qué hago yo?, ¿me quedo o me voy?, ¡mira que haberse burlado [590] de mí en mis propias barbas! No sé lo que daría porque me dijera alguien dónde está ahora Gorgojo.

ACTO V

ESCENA PRIMERA

GORGOJO

GO .— He oído yo que un poeta antiguo ponía en una tragedia que es peor cosa dos mujeres que una sola; y así es en realidad. Pero una mujer peor que la amiga esta de Fédromo, ni he visto ni oído en todos los días de mi vida. Imposible decir ni [595] figurarse una cosa igual. Pues no que al fijarse que tengo este anillo, va y me pregunta que de dónde lo he sacado. «¿Por qué lo quieres saber?», le digo. «Pues porque necesito saberlo», dice. Yo le contesto que no se lo quiero decir. Entonces, para arrebatármelo, coge y me tira un mordisco a la mano. Apenas he conseguido escaparme y salir corriendo. Quita, quita, no quiero cuentas con ese bicho. ¡Ni que fuera un perro!

ESCENA SEGUNDA

PLANESIO , FÉDROMO, GORGOJO , TERAPONTÍGONO

PL .— Fédromo, date prisa.

FÉD .— ¿Que me dé prisa? ¿por qué?

PL .— No dejes escapar a Gorgojo. Se trata de una cosa [600] muy importante.

GO .— Lo que es yo, no tengo cosa ninguna, que las que tenía acabé con ellas bien deprisa.

FÉD .— Aquí le tienes. Pero ¿qué es lo que ocurre?

PL .— Pregúntale que de dónde ha sacado ese anillo; es el anillo que llevaba mi padre.

GO .— (Burlándose.) Sí y mi tía.

PL .— Se lo había dado su madre.

GO .— Y luego tu padre te lo dio a ti.

PL .— No estás diciendo más que tonterías.

GO .— Sí, tengo esa costumbre porque así me resulta más fácil la vida. [605]

PL .— Venga, Gorgojo, te lo suplico, no me impidas que pueda identificar a mis padres.

GO .— ¿Y yo qué tengo que ver con eso? ¿Acaso llevo yo escondidos a tu padre y a tu madre aquí debajo de esta piedra? (señalando el anillo.)

PL .— Yo soy libre de nacimiento.

GO .— También otros muchos que ahora son esclavos.

FÉD .— De verdad, estoy perdiendo la paciencia.

GO .— Ya te dije de dónde he sacado el anillo. ¿Cuántas veces te lo voy a repetir? Se lo birlé al militar, digo, jugando a las [610] tabas.

TE .— (Entrando.) ¡Salvo soy! ¡Ahí está el que buscaba! ¿Qué hay, buena pieza?

GO .— ¡Y tanto!; si quieres que echemos una partida de dados, nos podemos jugar, por ejemplo, tu capa!

TE .— ¿Por qué no te largas mejor a la horca con tus dados y tus dedos? 15 ¡Devuélveme el dinero o a la joven!

GO .— ¿Qué dinero ni qué historias?, ¿qué joven es la que me reclamas?

TE .— La que te has llevado hoy de casa del rufián, canalla.

[615] GO .— Yo no me he llevado a ninguna joven.

TE .— Pero si la estoy viendo ahí.

FÉD .— Esta joven es libre.

TE .— ¿Mi esclava va a ser libre sin que yo le haya dado la libertad?

FÉD .— ¿Quién te la ha dado en propiedad?, ¿a quién se la has comprado? ¡Habla!

TE .— Yo he pagado su precio por medio de mi banquero, y me lo vais a tener que devolver ahora, tú y el rufián, cuadruplicado. [620]

FÉD .— Quedas citado ante los tribunales por comprar jóvenes robadas de familias libres.

TE .— No voy.

FÉD .— ¿Vamos a tomar testigos? 16

TE .— No es posible.

FÉD .— ¡Maldito seas! Renuncia si quieres a los testigos. (A Gorgojo.) Pero yo puedo recurrir a tu testimonio, ¡ven para acá!

TE .— ¿Un esclavo va a hacer de testigo?

[624-625] GO .— ¡Anda, para que veas que soy libre! ¡Hale, a los tribunales!

TE .— (Pegándole.) ¡Toma!

GO .— ¡Socorro, ciudadanos!

TE .— ¿A qué vienen esos gritos?

GO .— ¿Qué tienes tú que ponerle la mano encima a ése?

TE .— Me ha dado la gana.

FÉD .— (A Gorgojo.) Ven tú para acá, verás cómo te lo pongo en tus manos; cállate.

PL .— Fédromo,, yo te suplico, ayúdame.

FÉD .— Como si fuera a mí mismo o a mi genio tutelar. (Al militar.) Te ruego que me digas de dónde has sacado el anillo que te birló el gorrón.

PL .— (Al militar, abrazada a sus rodillas.) ¡Por favor, yo te [630] lo suplico, háznoslo saber!

TE .— ¿Y qué os importa a vosotros eso? Igual podíais preguntarme que de dónde he sacado mi capa o mi espada.

GO .— ¡Mira qué chulo se pone, el fanfarrón!

TE .— (A Fédromo.) Déjale, yo te lo diré todo.

GO .— Nada va a decir ése.

PL .— ¡Flázmelo saber, por favor!

TE .— Yo te lo diré, levántate. Escuchadme y prestad atención: [635] este anillo era de Perífanes, mi padre, quien antes de morir me lo dio, como era natural, a mí, su hijo.

PL .— ¡Oh, Júpiter!

TE .— Y me lo dejó en herencia.

PL .— ¡Santa Piedad, guárdame, que yo siempre te he sido [640] fiel! ¡Salud, hermano!

TE .— ¿Cómo puedo dar crédito a tus palabras? Dime, si es verdad lo que afirmas, quién fue tu madre.

PL .— Cleobula.

TE .— ¿Y tu nodriza?

PL .— Arquéstrata. Ella me había llevado en brazos a ver [644-645] las fiestas de Dioniso. Cuando llegamos y me sienta, se levanta de pronto un huracán tal, que se vienen abajo los grádenos, me entra un miedo espantoso y entonces viene quien sea y me [650] coge, yo toda asustada y temblando, ni muerta ni viva, y se me lleva sin que yo sepa cómo.

TE .— Sí, me acuerdo yo de aquel siniestro. Pero dime ¿dónde está el que te raptó?

PL .— No lo sé. Pero he guardado conmigo siempre este anillo; lo llevaba puesto el día de mi perdición.

TE .— Trae que lo vea.

[655] GO .— ¿Estás loca de entregárselo a ése?

PL .— Déjame.

TE .— ¡Oh, Júpiter, éste es el anillo que yo te regalé un día de tu cumpleaños! Lo conozco tan bien como a mí mismo. ¡Salud, hermana!

PL .— ¡Hermano, salud!

FÉD .— Que os sea para bien.

[660] GO .— Y para todos nosotros. Tú, como has llegado hoy, nos darás una cena por el encuentro de tu hermana; Fédromo, mañana, la cena nupcial. Aceptamos.

FÉD .— Calla tú.

GO .— No me callo, después del buen giro que han tomado las cosas. Tú (a Terapontígono.) promete tu hermana a Fédromo, Terapontígono. Yo le daré la dote.

TE .— ¿Qué dote?

GO .— ¿Yo? La de que se encargue de mi manutención para [665] todos los días de su vida. Te juro que no miento.

TE .— Con mucho gusto de mi parte. Y el rufián nos debe treinta minas.

FÉD .— Y eso ¿por qué?

TE .— Porque así me lo prometió: que si alguien la reclamaba como libre, que me devolvería todo el importe sin problema [670] alguno. Ahora vamos a buscar al rufián.

GO .— Me parece muy bien.

FÉD .— Primero quiero ocuparme de mis asuntos.

TE .— ¿De qué se trata?

FÉD .— De que me prometas a Planesio por esposa.

GO .— ¿A qué esperas, señor militar, para prometérsela?

TE .— Si es así su gusto...

PL .— Hermano querido, es mi más ardiente deseo.

TE .— Sea.

GO .— Muchas gracias.

FÉD .— ¿Me prometes a Planesio por esposa?

TE .— Te la prometo.

GO .— Lo mismo digo, prometido. [675]

TE .— Muy amable de tu parte: ¡pero ahí viene el rufián, mi [676-678] tesoro!

ESCENA TERCERA

CAPADOCIO , TERAPONTÍGONO , FÉDROMO , PLANESIO

CA .— (Viniendo del foro, sin ver a los otros.) Los que afirman que el dinero que se entrega a los banqueros está mal colocado, dicen una tontería. Yo digo que lo mismo puede estar [680] mal colocado que bien. Hoy mismo he tenido ocasión de experimentarlo. Si no te lo devuelven nunca, no está mal colocado, está simplemente perdido. Conque mientras dice que me va a pagar las diez minas, ha ido recorriendo mostrador tras mostrador. Cuando veo que allí no pasa nada, me pongo a reclamar a gritos; entonces va y me cita delante de los tribunales. Buen miedo pasé de que me quisiera resolver el asunto ante el pretor 17 . Pero sus amigos le han obligado y me ha pagado de su [685] dinero particular. Ahora derechito a casa.

TE .— ¡Eh, tú, que tengo que hablar contigo!

FÉD .— Yo también.

CA .— Pues yo no quiero hablar ni con el uno ni con el otro.

TE .— Venga, para ahí.

FÉD .— Y date prisa a vomitar el dinero.

CA .— ¿Qué tengo yo que ver contigo, ni contigo?

[690] TE .— Te voy a coger de proyectil y te voy a dar más vueltas que si fuera aquello una catapulta.

FÉD .— Verás los mimos que te voy a dar: te vas a acostar con un cachorrito, con una cadenita férrea, que me diga 18 .

CA .— Pues veréis el encierro blindado en que os voy a hacer acabar vuestros días.

FÉD .— (A un esclavo.) Échale una soga al cuello y llévalo a la horca.

[695] CA .— ¡Por favor!, ¿qué es esto de llevárseme así sin haber sido condenado y sin vista de testigos? ¡Planesio, y tú, Fédromo, ayudadme, por favor!

PL .— Hermano, yo te lo ruego, no pierdas a este hombre sin haberle formado juicio, que me ha tratado bien y no ha hecho nada en contra de mi honra mientras me ha tenido en su casa.

TE .— Pero no por voluntad suya; aquí a Esculapio tienes [700] que agradecerle el ser una muchacha decente; si hubiera tenido salud, ya te hubiera colocado con cualquiera.

FÉD .— Atención, a ver si es posible que ponga paz entre vosotros. (Al esclavo.) ¡Suéltale! Ven aquí, Capadocio; yo arbitraré el caso, si es que estáis dispuestos a hacer lo que decida.

TE .— Tú tienes la palabra.

CA .— Con tal que tu veredicto sea que nadie me quite a mí mi dinero.

TE .— ¿El que prometiste? [705]

CA .— ¿Cómo lo prometí?

FÉD .— Con la lengua.

CA .— Con la lengua lo niego ahora, que la tengo para hablar, pero no para arruinarme.

FÉD .— No adelantamos nada. ¡Échale la soga al cuello!

CA .— ¡Espera, espera, hago lo que tú digas!

TE .— Si estás dispuesto a portarte bien, contesta a lo que te pregunto.

CA .— Pregunta lo que te dé la gana.

TE .— ¿No prometiste que si alguien reclamaba a la joven como libre que devolverías todo el dinero de su importe? [710]

CA .— No recuerdo haber dicho una cosa así.

TE .— ¿Cómo, lo niegas?

CA .— Lo niego, maldición. ¿Quién estaba presente, dónde lo dije?

TE .— Yo estaba presente, y el banquero Licón.

CA .— ¿No te callarás?

TE .— No señor, no me callo.

CA .— Un pelo me importas tú, no me vengas con alharacas.

TE .— En presencia mía y de Licón lo afirmaste.

FÉD .— Esto me basta. Ahora, rufián, entérate bien de lo [715] que voy a decir; esta joven es libre de nacimiento, el militar este es su hermano y ella la hermana de él, y se va a casar conmigo; tú devuélvele el importe al militar; éste es mi veredicto.

TE .— (A Capadocio.) En el potro vas a acabar si no se me devuelve mi dinero.

CA .— Maldición, Fédromo, qué manera más traidora de dar tu juicio, te vas a tener que arrepentir de ello; y tú, señor [720] militar, que los dioses y las diosas todas te confundan. Ven conmigo.

TE .— ¿Adónde?

CA .— A mi banquero, al tribunal del pretor, que allí es donde pago a todos mis acredores.

TE .— Al potro te voy a mandar, no al pretor, si no me devuelves mi dinero.

CA .— Ojalá revientes, eso es lo único que deseo, para que lo sepas.

[725] TE .— ¿En serio?

CA .— Sí, maldición, en serio.

TE .— Yo me conozco muy bien la fuerza de mis puños...

CA .— Bueno, ¿y qué?

TE .— ¿Qué y qué? Ya verás lo suave que te dejo con ellos si sigues incomodándome.

CA .— Hala, pues, te pagaré.

TE .— Pero ahora mismo.

CA .— Vale.

FÉD .— Tú, Terapontígono, cenarás conmigo en casa. Hoy será la boda: que sea para bien mío y vuestro. Distinguido público, un aplauso.

Comedias II

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