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ARISTIDES

Aristides, hijo de Lisímaco, era de la tribu Antióquide, y [1 ] del demo de Alopece. Sobre su fortuna ha habido opiniones diferentes; una que vivió en extrema pobreza y que, tras su muerte, dejó dos hijas que estuvieron mucho tiempo sin casar por su indigencia. Oponiéndose a esta opinión, sostenida [2] por muchos, Demetrio de Falero 1 , en el Sócrates , afirma que conocía en Falero un terreno propiedad de Aristides, en el que éste fue enterrado, y que pruebas de la buena situación de su casa son, primero, que dirigió la magistratura de arconte epónimo, la cual ejerció tras ser designado por sorteo por medio de las habas entre las familias poseedoras de las mayores fortunas, a los que se llamaba pentacosiomédimnos 2 , y, segundo, su condena al ostracismo; porque a ningún pobre, sino a los de mayores casas y a los envidiados por el esplendor [3] de su familia se les imponía el ostracismo. En tercer y último lugar, que dejó en el santuario de Dioniso trípodes, exvotos de una victoria como corego 3 , los cuales incluso se exponían en nuestros días, y que conservaban esta inscripción: Antióquide vencía, Aristides era el corego, Arquéstrato instruía al coro .

[4] Esto último, aunque parezca el testimonio de más peso, es el más flojo. Pues también Epaminondas, que, como saben todos, se crió y vivió en la mayor pobreza, y Platón, el filósofo, aceptaron coreguías que no dejaban de comportar honores, habiendo actuado el primero como corego de un coro masculino de flautistas, el otro de uno infantil de danza, pero a Platón costeándoselo Dión de Siracusa, y a Epaminondas los [5] amigos de Pelópidas. Porque para los hombres de bien no existe una guerra sin declarar y sin tregua con los regalos de sus amigos, sino que, aunque consideran viles y abyectos los regalos destinados al ahorro y a la usura, no rechazan cuantos comportan una distinción desinteresada y un honor.

En lo referente al trípode, Panecio 4 demuestra que Demetrio [6] se equivocó por la homonimia: pues desde las Guerras Médicas hasta el final de la Guerra del Peloponeso solamente fueron inscritos como coregos vencedores dos Aristides, ninguno de los cuales era el hijo de Lisímaco, sino que uno tenía como padre a Jenófilo, y el otro era de época mucho más reciente, como lo prueban las letras, que son del tipo de escritura posterior a Euclides 5 , y el Arquéstrato nombrado a continuación en el escrito, al que nadie registra como maestro de coros durante las Guerras Médicas, pero sí muchos durante la del Peloponeso. Hay que investigar mejor esta opinión de Panecio.

Y en el ostracismo caía todo aquel considerado superior a [7] la mayoría por reputación, linaje, o fuerza oratoria: por eso precisamente Damón, el maestro de Pericles, fue condenado al ostracismo, porque parecía que era alguien extraordinariamente inteligente. Y que Aristides fue arconte, pero no designado [8] por el sorteo de las habas, sino por elección de los atenienses, lo afirma Idomeneo 6 . Y si ejerció como tal tras la batalla de Platea, según ha escrito el propio Demetrio, es muy verosímil que, tras una reputación tan grande y éxitos tan importantes, fuera considerado digno, por su virtud, de una magistratura que obtenían por su riqueza los que participaban [9] en el sorteo. Pero es evidente que Demetrio no ya a Aristides, sino incluso a Sócrates se esforzaba en arrancarlos de la pobreza, como del mayor mal; porque también afirma que éste tenía no sólo su casa, sino también setenta minas prestadas con interés por Critón 7 .

[2 ] Aristides fue compañero de Clístenes, el que estableció la constitución tras los tiranos, pero por imitar y admirar más de entre los políticos a Licurgo el lacedemonio 8 , tomó el partido aristocrático, y tuvo como antagonista, en el partido popular, [2] a Temístocles, hijo de Neocles. Algunos, por cierto, afirman que, siendo niños los dos y criándose juntos, desde el principio disentían en todo de palabra y obra, tanto en un asunto serio como en el juego, y que sus maneras de ser se descubrían ya desde aquella rivalidad, al ser una de ellas diestra, audaz y astuta, y que se lanzaba fácilmente con intensidad sobre todas las cosas, mientras que la otra, fundada en un firme carácter y fija en lo justo, no aceptaba en modo alguno la mentira, la bufonería y el engaño, ni siquiera en broma. [3] Aristón de Ceos 9 asegura que la enemistad entre ellos, [4] que llegó tan lejos, procedía de una disputa amorosa. Pues, enamorados ambos de Estesíleo, natural de Ceos, el más destacado con mucho de los jóvenes en aspecto y en figura corporal, no soportaron la pasión con medida, ni, incluso al terminar la belleza del muchacho, dejaron de lado su rivalidad, sino que como si se hubieran ejercitado en aquélla, se lanzaron a la política con ardor y manteniendo el desacuerdo. Temístocles, tras entrar en una sociedad política tuvo defensa y fuerza no desdeñables, [5] hasta el punto de que al que dijo que gobernaría bien a los atenienses si fuera igual e imparcial con todos, le contestó: «Nunca me sentaría yo en una silla de magistrado en la que mis amigos no obtuvieran de mí nada más que los extraños». Aristides, en cambio, avanzaba paso a paso por la política a su manera, [6] como por su propio camino; en primer lugar, porque no quería participar en injusticias con sus compañeros o resultar molesto por no hacerles un favor; luego, al ver que la fuerza que procede de los amigos anima a no pocos a ser injustos, se mantenía en guardia, al considerar que el buen ciudadano confía sólo en hacer y decir lo virtuoso y justo.

No obstante, al remover Temístocles muchas cosas con [3 ] audacia y oponerse y romper toda su política, Aristides también se veía forzado, bien para defenderse, bien para frustrar la fuerza de aquél que aumentaba con el favor de la mayoría, a oponerse, en contra de su opinión, a lo que hacía Temístocles, por considerar que dejar a un lado algo de lo que convenía al pueblo era mejor a que aquél se afirmase por dominar en todos los asuntos. Finalmente, una vez, al proponer [2] Temístocles algo necesario, tras oponerse y vencer, no se contuvo, sino que dijo, cuando salía de la asamblea, que no habría salvación para los asuntos atenienses a no ser que lanzaran al báratro 10 a Temístocles y a él mismo. Y, a su vez, [3] tras presentar por escrito al pueblo una propuesta, contra la cual había objeción y rivalidad, se impuso; pero cuando el proedro 11 estaba a punto de preguntar al pueblo, como se dio cuenta por los mismos discursos de que era inconveniente, [4] retiró el decreto. Muchas veces presentaba propuestas a través de otros, para que, por rivalidad hacia él, no fuera Temístocles obstáculo a lo que era conveniente.

Algo de él que parecía admirable, en medio de los cambios políticos, era su firmeza, no exaltándose por los honores y manteniéndose con serenidad y tranquilidad en los días difíciles; pensaba igualmente que del mismo modo debía ponerse a disposición de la patria y dedicarse a la política no ya por dinero, sino también por fama, gratuitamente y sin recompensa. [5] Por eso, según parece, cuando se recitaron en el teatro los yambos compuestos por Esquilo sobre Anfiarao

Pues no quiere parecer justo, sino serlo ,

obteniendo el fruto mediante su espíritu ,

del surco profundo de donde brotan las decisiones nobles 12 ,

todos volvieron los ojos hacia Aristides, como si a aquél conviniera más esa virtud.

[4 ] No sólo contra el afecto y el favor, sino contra la cólera y la enemistad era el más firme en oponerse en defensa de lo [2] justo. Se cuenta, por ejemplo, que una vez, persiguiendo judicialmente a un enemigo en el tribunal, tras la acusación, al no querer los jueces escuchar al acusado, sino a punto de pedir el voto contra él, saltó a suplicar por el acusado, para que fuera oído y obtuviese lo que era conforme a las leyes. Otra vez, juzgando a dos particulares, al decir uno de ellos que su adversario precisamente había molestado muchas veces a Aristides, dijo: «Buen hombre, mejor di si te ha hecho algún perjuicio; pues juzgo tu causa, no la mía». Elegido intendente [3] de los ingresos públicos, demostraba que no sólo sus colegas, sino también los magistrados anteriores a él habían sustraído mucho, especialmente Temístocles:

Hombre sabio, en efecto, pero no dueño de su mano . 13

Por eso Temístocles, tras reunir a muchos contra Aristides, [4 ] acusándole en la rendición de cuentas le puso en aprietos con una condena por robo, según afirma Idomeneo. Pero, indignados los primeros y mejores ciudadanos, no sólo fue librado de la multa, sino que fue designado de nuevo magistrado en el mismo puesto de la administración. Fingiendo [5] arrepentirse de sus actuaciones anteriores y mostrándose más blando, agradaba a los que robaban al Estado al no investigar ni examinar con rigor, de suerte que, colmados de dinero público, alababan exageradamente a Aristides y predisponían al pueblo en su favor, esforzándose en que fuera elegido magistrado de nuevo. Cuando estaban a punto de votar a mano alzada, [6] reprochó a los atenienses: «Cuando ejercí el cargo fiel y honestamente para con vosotros», dijo, «fui insultado con grosería; pero cuando dejo que se pierdan muchos de los fondos públicos para los ladrones, se me considera un ciudadano admirable. Por tanto, yo me avergüenzo con el honor [7] actual más que con la anterior condena, y me aflijo por vosotros que consideráis más normal que salvar el dinero público [8] el agradar a los malvados». Y, tras decir eso y probar los robos, redujo al silencio a los que antes gritaban en su favor y le alababan, pero obtuvo el aplauso sincero y justo de los mejores.

[5 ] Cuando Datis, enviado por Darío con el pretexto de imponer un castigo a los atenienses porque habían incendiado Sardes 14 , pero con la intención real de someter a los griegos, se dirigió a Maratón con toda la flota y saqueaba el país, de los diez estrategos nombrados por los atenienses para conducir la guerra tenía la mayor consideración Milcíades, pero el [2] segundo en fama y capacidad era Aristides 15 . Y entonces, habiéndose adherido a la opinión de Milcíades sobre el combate, tuvo no poca influencia; y como ejercía el mando cada estratego durante un día, cuando le llegó el cargo se lo entregó a Milcíades, enseñando a los colegas 16 que el obedecer y seguir a quienes tienen buen sentido no es vergonzoso, sino [3] digno y seguro. Y al apaciguar así la rivalidad e impulsarles a que aceptaran servirse de un único criterio, el mejor, dio fuerza a Milcíades, que resultó robustecido por la continuidad del mando. Pues cada uno, renunciando ya a mandar durante un día, obedecía a Milcíades.

[4] En la batalla sufrió extraordinariamente el centro de los atenienses, y allí, tras resistir los bárbaros muchísimo tiempo contra la tribu Leóntide y la Antióquide, combatieron con brillantez, formados uno junto al otro, Temístocles y Aristides; pues uno era de la tribu Leóntide y el otro de la Antióquide. Y cuando, después de poner en fuga a los bárbaros, [5] los empujaron hacia las naves y vieron que no navegaban hacia las islas, sino que eran forzados por el viento y el mar hacia el Ática, temiendo no fuera a ser que tomaran la ciudad desprovista de defensores, los atenienses se apresuraron hacia Atenas con nueve tribus y lo realizaron el mismo día 17 . Habiendo sido dejado en Maratón Aristides con su propia [6] tribu como guardián de los prisioneros y del botín de guerra, no desmintió su buena fama, pues aunque había con profusión plata y oro, vestiduras de toda clase y otras incontables riquezas existentes en las tiendas y en las naves capturadas, ni él tuvo el deseo de tocarlas ni lo permitió a nadie, aunque algunos, a escondidas suyas, se aprovecharon, entre ellos Calias, el portador de la antorcha 18 . Pues a éste, a lo que [7] parece, un bárbaro se le echó a los pies, creyendo que era un rey por su cabellera y su banda; y después de postrarse ante él y tomarle de la mano le mostró mucho oro enterrado en una fosa. Y Calias, comportándose como el más cruel e inicuo [8] de los hombres, cogió el oro y mató al hombre para que no lo revelara a otros. Por eso cuentan que también los de su familia son llamados «los ricos de la fosa» por los poetas cómicos, aludiendo burlonamente al lugar en el que Calias encontró el oro 19 .

[9] Y Aristides ejerció como arconte epónimo tras la batalla, aunque Demetrio Falereo sostiene que el hombre fue arconte poco antes de su muerte, después de la batalla de Platea. [10] Pero en los registros, tras Jantípides, en cuyo arcontado Mardonio fue vencido en Platea, no es posible encontrar entre muchísimos nombres a ningún Aristides homónimo, mientras que tras Fenipo, en cuyo arcontado ganaron la batalla de Maratón, está inscrito inmediatamente Aristides como arconte.

[6 ] De todas las virtudes de Aristides la justicia atraía más la atención de la mayoría por ser su uso más perdurable y general. [2] Por eso, siendo un hombre pobre y plebeyo adquirió el título más regio y divino de Justo; lo que ningún rey ni tirano envidió, sino que se complacían en ser denominados Poliorcetes, Ceraunos y Nicátores, y algunos Águilas y Halcones, prefiriendo, según parece, la reputación de la violencia y la [3] fuerza más que la de la virtud 20 . Y en verdad la divinidad, a la que ellos desean vivamente asociarse y asemejarse, parece que se distingue por tres cosas, incorruptibilidad, fuerza y virtud, de las que es la virtud la más venerable y divina. Porque en lo incorruptible hay coincidencia con el vacío y los elementos 21 , y enorme fuerza tienen los terremotos, los rayos y los golpes de vientos y oleajes, pero nada participa de la justicia y la ley, salvo lo que es divino por pensar y reflexionar. Por eso también, siendo tres las cosas que la mayoría [4] siente respecto a la divinidad —envidia, miedo y veneración—, parece que (a los dioses) se les envidia y se les considera felices por lo incorruptible y eterno, y se les teme y respeta por la autoridad y poder, pero se les ama, venera y adora por la justicia. Sin embargo, aun en esta situación, desean [5] la inmortalidad, que no acepta nuestra naturaleza, y la fuerza, que la mayoría de las veces reside en el azar, mientras que a la virtud, el único bien divino que hay en nosotros, la sitúan en último lugar, insensatamente, porque la justicia hace divina la vida en el poder, en la mayor fortuna y en el mando, pero la injusticia la hace bestial.

A Aristides, en efecto, le ocurrió que, amado al principio [7] por su sobrenombre, más tarde fue objeto de envidia, sobre todo al divulgar Temístocles entre el pueblo el rumor de que Aristides estaba haciendo desaparecer los tribunales al juzgar y sentenciar todo, y preparaba en secreto para él mismo una monarquía sin guardia personal. Y ya quizá el pueblo, engreído por la victoria y teniéndose por merecedor para sí mismo de lo más importante, se disgustó con quienes tenían nombre y reputación por encima de la mayoría. Y tras reunirse llegando [2] desde todas partes a la ciudad, votaron el ostracismo para Aristides, poniendo a la envidia de su reputación el nombre de miedo a la tiranía 22 .

Porque la condena al ostracismo no era castigo de una mala acción, sino que se le llamaba por conveniencia humillación y represión del orgullo y del poder más opresivo, pero era realmente un alivio humanitario de la envidia, no dirigido a causar un mal irremediable, sino a convertir la malevolencia [3] tendente a dañar a su víctima en un exilio de diez años. Pero cuando empezaron algunos a someter a este sistema a hombres de baja índole y malvados, tras condenar el último de todos a Hipérbolo 23 , dejaron de utilizarlo. Y se cuenta que Hipérbolo fue condenado al ostracismo por el motivo siguiente. Alcibíades y Nicias, que tenían el mayor [4] poder en la ciudad, estaban enfrentados. Como el pueblo estaba a punto de votar el ostracismo y estaba claro que escribiría el nombre de uno de los dos, tras charlar entre ellos y reunir al unísono las facciones de ambos, procuraron que Hipérbolo fuera condenado al ostracismo. Y a partir de eso el pueblo, como el procedimiento había sido ultrajado e insultado, lo abandonó completamente y lo abolió.

[5] Así era, para decirlo de manera general, lo que pasaba. Cada uno, después de coger un óstrakon 24 y escribir el nombre del ciudadano al que quería desterrar, lo llevaba a un lugar [6] del ágora rodeado con una barrera de vallas en círculo. En primer lugar los magistrados contaban el número total de óstraka que había allí; porque si los que los llevaban eran menos de seis mil, la condena al ostracismo quedaba sin efecto. A continuación, tras colocar por separado cada uno de los nombres, al que había sido escrito por la mayoría lo desterraban mediante proclamación de heraldo durante diez años, conservando el disfrute de sus bienes.

En el momento en el que se estaban escribiendo los óstraka [7] se cuenta que un analfabeto y totalmente rústico, tras entregar su óstrakon a Aristides, que era uno de los que estaban por allí, le pidió que escribiera el nombre de Aristides. Al asombrarse éste y preguntar si Aristides le había causado algún daño, «En absoluto», respondió, «ni conozco a ese hombre, pero me molesta oírle llamar por todas partes el Justo». [8] Y que habiendo oído esto Aristides nada respondió, sino que escribió su nombre en el óstrakon y se lo devolvió. Al abandonar la ciudad, elevó las manos al cielo e hizo un ruego, según parece, contrario al de Aquiles 25 , que ninguna situación les sobreviniera a los atenienses que obligara al pueblo a acordarse de Aristides.

Y durante el tercer año 26 , cuando Jerjes avanzaba a través [8 ] de Beocia y Tesalia contra Atenas, tras abolir la ley, votaron el regreso de los desterrados, sobre todo por miedo de que Aristides, asociado con los enemigos, corrompiese e hiciera pasar al bando de los bárbaros a muchos ciudadanos; no juzgaban con acierto al hombre que, antes incluso de ese decreto, se pasaba la vida exhortando y animando a los griegos a la libertad, y que, tras ese decreto, cuando Temístocles era general con plenos poderes 27 , en todo cooperaba y aconsejaba, haciendo, por la salvación común, famosísimo a su mayor adversario. [2] Porque como, al decidir Euribíades 28 abandonar Salamina, las trirremes bárbaras, conducidas durante la noche y rodeando el estrecho en círculo, ocuparon las islas antes de que nadie lo previese, llegó Aristides desde Egina, navegando audazmente a través de las embarcaciones enemigas. [3] Y, habiendo entrado de noche en la tienda de Temístocles y llamándolo a él solo aparte, dijo: «Nosotros, Temístocles, si actuamos con sensatez, tras abandonar ya nuestra inútil e infantil disputa, hemos de empezar, compitiendo entre nosotros en una rivalidad liberadora y hermosa, a salvar a Grecia, tú como jefe y general, yo ayudando y aconsejando, porque también ahora sé que tú eres el único que adoptas las mejores decisiones al ordenar emprender con [4] la mayor rapidez una batalla naval en los estrechos. Y cuando los aliados obran en tu contra, parece que los enemigos colaboran contigo; porque en círculo y por detrás ya el mar está lleno por completo de naves enemigas, de forma que a los que no quieren la necesidad les ha obligado a ser hombres [5] valerosos y a combatir. Pues no ha quedado camino para la huida». A esas razones respondió Temístocles: «No querría, Aristides, que en eso tú resultaras mejor que yo, e intentaré, esforzándome en la hermosa iniciativa, aventajarte con los hechos». Y, al mismo tiempo, tras contarle el engaño preparado por él contra el bárbaro, le pidió que convenciera a Euribíades y le demostrara que era imposible salvarse sin entablar un combate naval; porque tenía más crédito que él mismo. [6] De ahí que, en la reunión de generales, al decir Cleócrito, el corintio 29 , a Temístocles, que ni a Aristides le parecía bien su plan, porque, aun estando presente, callaba, respondió Aristides que no habría callado si no hubiera dicho Temístocles lo mejor; y que ahora estaba en silencio no por simpatía hacia el hombre, sino porque aprobaba su plan.

Esto hacían los almirantes de los griegos. Y Aristides, al [9 ] ver que Psitalía, una isla no muy grande que se encuentra en el camino delante de Salamina, estaba llena de enemigos, embarcó en navíos auxiliares a los ciudadanos más valientes y belicosos, desembarcó en Psitalía y tras trabar combate con los bárbaros los mató a todos, excepto a los grandes personajes que fueron capturados vivos. Entre ellos había tres hijos [2] de la hermana del rey, de nombre Sandaque, a los que de inmediato envió a Temístocles. Y se cuenta que, según cierto vaticinio, por orden del adivino Eufrántides, fueron sacrificados a Dioniso Omestés antes de la batalla. Y Aristides, habiendo [3] rodeado la islita por todas partes con hoplitas, vigilaba a los que eran arrastrados a ella por las olas, para que no pereciese ningún amigo ni escapara enemigo alguno. Pues [4] la mayor acometida de las naves y lo más duro de la batalla, según parece, se produjo alrededor de aquel lugar. Por eso fue erigido también un trofeo en Psitalía.

Tras la batalla Temístocles, por probar a Aristides, decía [5] que era hermosa la empresa ejecutada por ellos, pero que quedaba lo mejor, el apoderarse de Asia en Europa, navegando muy rápidamente hacia el Helesponto y cortando el puente de barcas. Pero cuando Aristides a voces le aconsejaba [6] dejar a un lado el plan, y examinar y buscar el modo de expulsar de la manera más rápida posible al medo de Grecia, no fuera a ser que encerrado por la imposibilidad de huida con tan enorme fuerza se aplicase a la defensa por necesidad, entonces Temístocles envía en secreto, de nuevo, al eunuco Árnaces, uno de los prisioneros, ordenándole decir al rey que, disponiéndose los griegos a navegar contra los puentes, él lo evitaría, con la intención de salvar al rey 30 .

[10 ] Muy espantado por esto Jerjes se dirigía rápidamente hacia el Helesponto, pero quedaba tras él Mardonio, con los mejores combatientes del ejército, en torno a trescientos mil, y era temible por la firme esperanza en su infantería, amenazando a los griegos y escribiendo así: «Habéis vencido con marinas maderas a hombres de tierra firme que no sabían empuñar el remo; ahora, en cambio, la ancha tierra de Tesalia y la hermosa llanura beocia se prestan para la lucha con buenos [2] jinetes y hoplitas». Y a los atenienses envió aparte cartas y promesas de parte del rey 31 , ofreciendo reedificar su ciudad, dar mucho dinero y establecerlos como señores de los griegos, si quedaban fuera de la guerra.

[3] Tras enterarse de esto los lacedemonios, temerosos, enviaron a Atenas embajadores a pedir que enviaran a Esparta a los niños y a las mujeres, ya que a los ancianos les conseguirían alimentos por su parte; porque era dura la necesidad en el pueblo, al haber perdido tierra y ciudad. Habiendo oído [4] a los embajadores, tras proponer Aristides un decreto, dieron una respuesta admirable, afirmando que perdonaban a los enemigos si creían que todo podía comprarse con riqueza y dinero, pues nada conocían mejor que eso, pero que estaban irritados contra los lacedemonios porque sólo veían la actual pobreza y necesidad de los atenienses, pero se olvidaban de su valor y pundonor cuando pedían que combatieran por alimentos a favor de Grecia. Tras proponer ese decreto [5] Aristides e introducir a los embajadores en la asamblea, mandó que advirtieran a los lacedemonios de que no había suficiente oro ni sobre la tierra ni bajo la tierra que los atenienses pudieran aceptar a cambio de la libertad de los griegos. Y, en [6] cuanto a los de Mardonio, mostrándoles el sol, les dijo: «Mientras ese recorra ese camino, los atenienses combatirán a los persas por la tierra devastada y los templos profanados y quemados». Y además decretó que los sacerdotes pronunciaran maldiciones, si alguno entablaba negociaciones de paz con los medos o abandonaba la alianza de los griegos.

Al invadir Mardonio por segunda vez el Ática, de nuevo [7] hicieron la travesía a Salamina. Y Aristides, enviado a Lacedemonia, les echó en cara su negligencia e indiferencia al abandonar otra vez Atenas a los bárbaros, y les pidió que ayudaran a lo que aún estaba a salvo de Grecia. Tras oír esto, [8] parecía que los éforos por el día se divertían y mantenían su despreocupación celebrando una fiesta; pues eran las Jacintias 32 . Pero, por la noche, después de elegir cinco mil espartiatas, cada uno de los cuales llevaba con él siete hilotas, [9] los enviaron sin que lo supieran los atenienses. Y cuando, de nuevo llegó Aristides a hacerles reproches, ellos, con burla, dijeron que él desvariaba y estaba dormido, porque ya el ejército estaba en Oresteo avanzando contra los extranjeros (pues extranjeros llamaban a los persas), y Aristides dijo que no era el momento de que ellos se burlaran, engañando a los amigos en lugar de a los enemigos. Eso es lo que dice [10] Idomeneo. Pero en el decreto de Aristides no aparece él como embajador, sino Cimón, Jantipo y Mirónides.

[11 ] Elegido por votación general con plenos poderes 33 para la batalla y llevando ocho mil hoplitas atenienses, llegó a [2] Platea. Y allí también Pausanias, que mandaba todo el ejército griego, se unió con los espartiatas, y afluía un gran número de los demás griegos. La totalidad del campamento de los bárbaros, que se extendía a lo largo del río Asopo, no parecía tener límite por su amplitud, pero pusieron un muro alrededor de los bagajes y de sus posesiones más preciadas, cada [3] uno de cuyos lados tenía una extensión de diez estadios 34 . Ciertamente Tisámeno el eleo 35 hizo un vaticinio a Pausanias y a los griegos en conjunto y predijo la victoria si estaban a la defensiva y no atacaban los primeros. A Aristides, que había enviado mensajeros a Delfos, le respondió el dios que los atenienses serían superiores a los adversarios si suplicaban a Zeus, a Hera Citeronia, a Pan y a las ninfas Esfragítides 36 , y hacían sacrificios a los héroes Andrócrates, Leucón, Pisandro, Damócrates, Hipsión, Acteón, Poliído 37 , y si hacían la batalla en su propia tierra, en la llanura de Deméter Eleusinia y de Core. Referido este oráculo, causó perplejidad [4] a Aristides. Porque los héroes a los que ordenaba hacer sacrificios eran fundadores de Platea, y la cueva de las ninfas Esfragítides estaba en una cima del Citerón, orientada hacia la puesta del sol en verano, en la cual también había un oráculo antes, según dicen; y muchos de los del lugar estaban poseídos, a los que llamaban ninfoleptos 38 . Pero en cuanto a [5] la llanura de Deméter Eleusinia y a que se daría la victoria a los atenienses si afrontaban la batalla en su propia tierra, de nuevo emplazaba y trasladaba la guerra al Ática. Entonces Arimnesto 39 , general de los platenses, imaginó en sueños que él, interrogado por Zeus Soter sobre lo que los griegos habían decidido hacer, dijo, «Mañana conduciremos al ejército hacia Eleusis, señor, y pelearemos con energía contra los bárbaros allí, de acuerdo con la predicción pitia». El dios dijo [6] que estaban equivocados por completo; pues tenían lugar allí mismo, en el territorio de Platea, las predicciones pitias y buscando lo descubrirían. Habiéndole parecido esto evidente a Arimnesto, cuando despertó hizo venir a los más expertos y mayores de sus conciudadanos, con los cuales, al dialogar y compartir dudas, descubrió que cerca de Hisias, bajo el Citerón, hay un templo muy antiguo llamado de Deméter Eleusinia y de Core. Por tanto, de inmediato, llevando con él [7] a Aristides lo guió al lugar, que era muy apropiado para colocar en orden de batalla la infantería frente a una caballería superior, porque la pendiente al pie del Citerón hacía impracticables para la caballería los extremos de la llanura contiguos [8] al templo. Allí también se hallaba cerca el recinto del héroe Andrócrates, rodeado por un bosque sagrado de árboles compactos y umbrosos. Para que en nada quedara incompleto el oráculo de la esperanza en la victoria, los platenses decidieron, tras manifestar su opinión Arimnesto, eliminar las lindes de Platea junto al Ática y dar el territorio a los atenienses, para que pelearan por Grecia en su propia tierra, de acuerdo con el oráculo.

[9] Sucedió que esta generosidad de los plateenses llegó a ser tan famosa que, siendo ya Alejandro rey de Asia muchos años después, al levantar las murallas de Platea, proclamó mediante un heraldo en las Olimpiadas que el rey concedía esto a los platenses por su valor y grandeza de alma, porque entregaron su tierra a los griegos en la guerra médica y se mostraron como los más animosos 40 .

[12 ] Los de Tegea creían justo disputar con los atenienses sobre su lugar en la formación; como tenían siempre los lacedemonios el ala derecha, pedían tener ellos la izquierda, ensalzando mucho a sus antepasados 41 . Al enfadarse los atenienses, Aristides, tras adelantarse, dijo: «El momento presente [2] no permite discutir con los tegeatas sobre nobleza de nacimiento y bravura, pero a vosotros, espartiatas, y a los demás griegos decimos que el valor no lo suprime ni lo añade el lugar; en el puesto que vosotros nos deis, intentaremos, organizándolo y defendiéndolo, no deshonrar los combates antes entablados. Venimos, en efecto, no para discutir con los [3] aliados, sino para pelear con los enemigos; no para elogiar a los padres, sino para ofrecernos a nosotros mismos como hombres buenos para Grecia. Así este combate demostrará de cuánto es digna para los griegos la ciudad, el jefe, el soldado». [4] Tras oír esto, los miembros del consejo y los generales comprendieron a los atenienses y les dieron la otra ala.

Estando Grecia en vilo y especialmente en peligro las cosas [13 ] para los atenienses, hombres de familias ilustres y de grandes fortunas, reducidos a pobres por culpa de la guerra y que veían, junto con su dinero, arruinada su influencia en la ciudad y su prestigio, mientras que otros eran honrados y tenían el poder, se reunieron en secreto en una casa de Platea y conspiraron para derribar el estado democrático. Y para, si no se obtenía éxito, perjudicar al gobierno y entregarlo traidoramente a los bárbaros. Como esto ya se había tramado en el [2] campamento y ya muchos estaban corrompidos, al enterarse Aristides y temer la circunstancia actual, decidió no dejar el asunto descuidado ni descubrirlo por completo, porque ignoraba a qué número de personas ascendería la investigación, si buscaba el objetivo de lo justo en lugar de lo conveniente. Y [3] arrestó a ocho de entre muchos; y de ésos, dos a los que el juicio proclamó los primeros, quienes también tenían la mayor responsabilidad, Esquines el lamptreo y Agesias el acarneo, se fueron fugándose del campamento, y a los demás los puso en libertad, permitiendo confiar y cambiar de opinión a los que se creían aún a cubierto, tras sugerir que tenían como el mayor tribunal la guerra, en el caso de que quisieran refutar las acusaciones con sinceridad y justicia para con la patria 42 .

[14 ] Tras esto Mardonio, con lo que le parecía que tenía mayor ventaja, hizo una tentativa contra los griegos, lanzando la caballería de una vez contra los que estaban situados a los pies del Citerón, en lugares fortificados y rocosos, excepto los megarenses. [2] Éstos, en número de tres mil, estaban situados más cerca de las partes llanas. Por eso también lo pasaban mal por la caballería que acometía contra ellos y les atacaba por todas [3] partes. En consecuencia enviaron a toda prisa un mensajero a Pausanias solicitando que les ayudara, porque no podían resistir por sí mismos a la multitud de los bárbaros. Al oír esto [4] Pausanias, que también ya estaba viendo cubierta por una gran cantidad de dardos y flechas la posición de los megarenses y a ellos reducidos a un espacio mínimo, se encontraba él imposibilitado de rechazar a los jinetes con la pesada infantería hoplítica de los espartiatas, y entonces propuso a los demás generales y capitanes de los griegos que se hallaban a su alrededor una emulación de valor y generosidad, si es que algunos aceptaban voluntariamente combatir en primera línea y [5] ayudar a los megarenses. Mientras los otros vacilaban, Aristides, tras aceptar la empresa en nombre de los atenienses 43 , despachó al más animoso de los capitanes, a Olimpiodoro, con los trescientos elegidos que formaban a sus órdenes y con arqueros entremezclados con ellos.

Una vez preparados rápidamente y lanzados a la carrera, Masistio, comandante de la caballería de los bárbaros, hombre asombroso en fuerza y tamaño, así como también notable por su apostura física, tan pronto como los vio, tras hacer volver grupas a su caballo, se lanzó contra ellos. Y como ellos aguantaban [6] y atacaban, se produjo un combate duro, como si comprendieran que en él intentaban todo. Pero cuando, herido por una flecha, el caballo dejó caer a Masistio, y él cayó, por el peso de sus armas, estaba imposibilitado para levantarse; aún así resultaba difícil de herir para los atenienses que le hostigaban y golpeaban, al estar acorazado no sólo su pecho y cabeza, sino también sus miembros con oro, bronce y hierro. A éste uno, golpeando con la contera de la lanza en la parte en la que el casco descubría el ojo, lo mató, y los demás persas huyeron abandonando al muerto. Los griegos se dieron cuenta de la [7] magnitud del éxito no por el número de muertos, pues eran pocos los que cayeron, sino por el duelo de los bárbaros. Porque ellos se afeitaron el pelo en honor de Masistio y afeitaron a los [8] caballos y mulas, llenaron la llanura de lamento y llanto, porque habían perdido al primer hombre con mucho en valor e importancia, al menos tras Mardonio.

Y tras la batalla ecuestre los dos bandos se abstuvieron [15 ] del combate durante mucho tiempo. Porque los adivinos, a partir de las entrañas de las víctimas, predijeron de manera similar, tanto a los persas como a los griegos, la victoria en caso de que se mantuvieran a la defensiva, pero si atacaban, la derrota. Luego Mardonio, como sólo tenía víveres para poeos [2] días, mientras que los griegos aumentaban en número siempre al afluir otros, sin poder contenerse, decidió no aguantar más, sino, tras atravesar el Esopo en el momento del amanecer, atacar a los griegos de improviso. Y dio por la tarde [3] la orden a los generales. Pero, precisamente a mitad de la noche, se acercó en silencio al campamento de los griegos un hombre a caballo; interceptado por los guardias, pidió que le llevaran junto a Aristides el ateniense. Atendido de inmediato, dijo: «Soy Alejandro, el rey de los macedonios, y vengo tomando sobre mí los mayores peligros, por simpatía hacia [4] vosotros, para que lo imprevisto no os afecte y os haga combatir peor. Pues Mardonio luchará mañana contra vosotros, no por buena confianza ni valor, sino por escasez de provisiones, aunque los adivinos ante los funestos sacrificios y respuestas de los oráculos le prohíben la batalla, y al ejército lo posee un enorme desánimo y consternación. Pero por necesidad se arriesga a probar la fortuna en vez de soportar la extrema [5] dificultad permaneciendo inactivo» 44 . Tras avisar esto, Alejandro pidió a Aristides que pensara en ello y lo recordara, pero que no lo dijera a nadie. Y éste contestó que no estaría bien ocultárselo a Pausanias, pues a aquél correspondía la jefatura, pero que para los demás quedaría en secreto antes de la batalla, y que, si Grecia vencía, nadie ignoraría la buena voluntad [6] y el valor de Alejandro. Dicho esto, el rey de los macedonios partió de nuevo, y Aristides, habiéndose acercado a la tienda de Pausanias, expuso en detalle la conversación. Ε hicieron venir a los demás generales y les ordenaron tener en orden al ejército, como para una inminente batalla.

En eso, según relata Heródoto, Pausanias envía un mensaje [16 ] a Aristides pidiéndole que, trasladando a los atenienses al ala derecha, los coloque frente a los persas, pues lucharían mejor al ser expertos en el combate y animosos por haber vencido con anterioridad, y para él mismo se concede el ala izquierda, en donde iban a atacar los griegos que estaban de parte de los medos. Por cierto que los demás generales atenienses [2] consideraban terco e insoportable a Pausanias, porque mientras mantenía a la restante formación en su sitio, sólo a ellos los cambiaba arriba y abajo, como a hilotas, dirigiéndolos contra la parte más belicosa. Pero Aristides les decía [3] que se equivocaban por completo, si muy recientemente rivalizaban con los tegeatas por el ala izquierda y se vanagloriaban al haber sido preferidos, y ahora, en cambio, al cederles los lacedemonios voluntariamente el ala derecha y permitirles de alguna manera el mando, ni amaran la gloria ni consideraran ganancia el no tener que combatir con individuos de la misma raza y parientes, sino con los bárbaros, enemigos por naturaleza 45 . A partir de esto los atenienses [4] cambiaban muy animosamente el puesto con los espartiatas; y un discurso corría entre ellos transmitiéndose de boca en boca, a saber, que «ni los enemigos avanzan con mejores armas ni espíritus mejores a los de Maratón, sino que son iguales los arcos, iguales los adornos del vestido, y el oro sobre cuerpos blandos y almas cobardes. Nosotros, en cambio, tenemos [5] las mismas armas y cuerpos, y mayor valor por las victorias, y el combate no es sólo por la tierra y la ciudad, como para aquéllos, sino por los trofeos de Maratón y Salamina, para que no parezca que aquéllos son de Milcíades o de la suerte, sino de los atenienses». Por tanto, ellos estaban [6] presurosos en el cambio de posiciones; pero, al enterarse los tebanos por medio de desertores 46 , se lo cuentan a Mardonio. Y aquél rápidamente, bien por temor a los atenienses, bien por aspirar al honor de chocar contra los lacedemonios, llevó a los persas al ala derecha, y ordenó a los [7] griegos que estaban con él situarse contra los atenienses. Al producirse el cambio de posición de manera evidente, Pausanias, desviándose de nuevo, ocupó el ala derecha, y Mardonio, como estaba desde el principio, recobró la izquierda, quedando frente a los lacedemonios, y el día acabó [8] sin actividad. Y deliberando los griegos les pareció bien mover el campamento más hacia adelante y ocupar un lugar abundante en agua, porque los manantiales habían sido enturbiados y destruidos por los bárbaros que tenían superioridad en la caballería 47 .

[17 ] Al caer la noche y conducirlas los generales hacia el campamento señalado, las tropas no estaban muy bien dispuestas a seguir y a mantenerse compactas, sino que, según se trasladaron desde sus primeras defensas, la mayoría se lanzó hacia la ciudad de los platenses y allí se produjo una confusión al dispersarse y acampar sin orden. Y a los lacedemonios les ocurría que, sin querer, quedaban atrás de los demás. Pues [2] Amonfáreto 48 , hombre animoso y temerario, que estaba lleno de deseo hacia el combate desde hacía mucho tiempo y soportaba mal los numerosos aplazamientos y dilaciones, entonces, después de aplicar sin dudar el nombre de fuga y deserción al cambio de posiciones, dijo que no abandonaría su puesto de batalla, sino que, quedándose allí mismo con los soldados de su compañía, resistiría a Mardonio. Y como [3] Pausanias, llegándose a él, decía que esto que se hacía estaba votado y resuelto por los griegos, Amonfáreto, tras levantar con las dos manos una gran piedra y arrojarla delante de los pies de Pausanias, dijo que él ponía ésta como su voto respecto a la batalla y que mandaba a paseo las cobardes decisiones y resoluciones de los demás. Apurado Pausanias por [4] la situación, envió a llamar a los atenienses, que ya se alejaban, para que le esperaran, deseando marchar con ellos a la vez, y él guiaba la restante fuerza hacia Platea, con la idea de hacer que Amonfáreto se moviera.

En esto le cogía el día y Mardonio (pues no le pasó desapercibido [5] que los griegos habían abandonado el campamento) con su fuerza dispuesta en orden de batalla se lanzaba contra los lacedemonios, con mucho griterío y estruendo de los bárbaros, no con la intención de entablar combate, sino de tomar por asalto a los griegos que huían. Lo que poco faltó [6] para que ocurriera. Pues, cuando vio Pausanias lo que sucedía, retuvo la marcha y ordenó que cada uno tomara su puesto para el combate, pero se le olvidó, bien por el enfado con Amonfáreto, bien confundido por la rapidez de los enemigos, dar la señal a los griegos. Por eso acudían en ayuda no con [7] rapidez ni compactos, sino en grupos y separadamente. Y como al hacer un sacrificio no obtuviera auspicios favorables, ordenó a los lacedemonios que, tras colocar los escudos ante los pies, se quedaran quietos sin moverse y que pusieran en él su atención sin rechazar a enemigo alguno, mientras que él, de nuevo, sacrificaba. Y los jinetes atacaban; y ya también [8] llegaba un dardo, y algún espartiata había sido alcanzado. Pero en ese momento Calícrates, del que dicen que era en aspecto el más hermoso de los griegos y el de mayor talla corporal en aquel ejército, alcanzado por una flecha y moribundo, decía que no lamentaba la muerte, porque había venido de su casa para morir por Grecia, sino porque moría sin haber [9] utilizado su mano 49 . Era, pues, terrible la situación, pero admirable la contención de los hombres. Porque no rechazaban a los enemigos atacantes, sino que, esperando la ocasión de parte de la divinidad y del general, aguantaban mientras estaban siendo alcanzados y caían en sus puestos.

[10] Algunos afirman 50 que a Pausanias, mientras sacrificaba un poco fuera de la línea de batalla y hacía preces, algunos lidios, tras caer contra él de improviso, le quitaban y tiraban los útiles del sacrificio, y que Pausanias y los que estaban con él, al no tener armas, les golpeaban con bastones y látigos. Por eso incluso ahora, como recuerdo de aquella irrupción, se celebran en Esparta las flagelaciones de los efebos en torno al altar, y, tras eso, la procesión de los lidios.

[18 ] Desgarrado, pues, Pausanias por las circunstancias presentes, mientras abatía el adivino víctimas una tras otra, se dirigió con la vista lloroso hacia el templo de Hera y, alzando las manos, suplicó a Hera Citeronia y a los demás dioses que protegen la tierra de Platea que, si no estaba determinado por el destino que los griegos vencieran, al menos, sufrir tras haber hecho algo y demostrar con obras a los enemigos que marcharon contra hombres valerosos y ansiosos de luchar. [2] Mientras Pausanias hacía esas invocaciones a los dioses, simultáneamente con las súplicas, las víctimas se mostraron favorables, y el adivino anunció la victoria. Y dada a todos la consigna de formar contra los enemigos, la falange tuvo de pronto el aspecto de un animal fiero dispuesto al ataque y erizado, y a los bárbaros les infundió el pensamiento de que tendrían que combatir con hombres que lucharían hasta la muerte. Por ello también, después de poner delante muchos [3] de sus escudos de mimbre, lanzaban flechas contra los lacedemonios. Pero éstos, al tiempo que guardaban su formación con los escudos apretados, se adelantaban y, al atacar, rechazaban los escudos de mimbre, golpeando con las lanzas los rostros y pechos de los persas, derribaban a muchos, que caían no inútilmente ni sin valor. Porque, cogiendo las lanzas con [4] las manos desnudas, rompían muchísimas y corrían hacia las espadas desenvainadas no sin diligencia, sino que, utilizando los puñales y los sables cortos y apartando los escudos y viniendo a las manos, resistían mucho tiempo.

Los atenienses, entretanto, permanecían sin moverse esperando [5] a los lacedemonios, pero cuando se esparcía el enorme griterío de los combatientes y se presentaba, según dicen, un mensajero de parte de Pausanias contando lo que estaba ocurriendo, se pusieron en marcha a toda prisa para ayudar. Y al avanzar a través de la llanura hacia el tumulto se les echaron encima [6] los griegos que estaban de parte de los medos. Tan pronto como los vio Aristides, habiéndose adelantado mucho, gritaba, poniendo por testigos a los dioses griegos, que se apartaran del combate y no fuesen un obstáculo para ellos ni estorbaran a los que ayudaban a quienes corrían peligro en favor de Grecia; pero cuando vio que no le hacían caso y se disponían en orden de batalla para el combate, entonces, tras desistir de la ayuda allí, se lanzó contra ellos, que eran unos cincuenta mil 51 . [7] Pero la mayor parte cedió y se retiró, por haber escapado también los bárbaros, y se dice que el combate más encarnizado fue contra los tebanos, al estar entonces entre ellos los principales y más influyentes ardentísimos partidarios de los medos, y conducían a la masa no de buen grado, sino por estar gobernada por una oligarquía 52 .

[19 ] Trabado de esta forma el combate en dos puntos, primero los lacedemonios rechazaron a los persas. Y un espartiata llamado Arimnesto mató a Mardonio tras pegarle en la cabeza con una piedra 53 , como le había profetizado el oráculo [2] de Anfiarao. Pues Mardonio envió a un lidio allí, y a otro cario a Ptoo. Y a éste el profeta le hizo la predicción en lengua caria, pero el lidio, al quedarse dormido en el santuario de Anfiarao, creyó que un sirviente del dios se acercaba y le ordenaba marcharse, y que, al no querer, le arrojó una gran piedra a la cabeza, de suerte que al hombre le pareció que moría golpeado. Y se dice que eso pasó así. En cuanto a los fugitivos, [3] los encerraron en sus fortificaciones de madera. Un poco después los atenienses pusieron en fuga a los tebanos, tras matar en el mismo combate a trescientos, los más distinguidos y principales. Una vez producida la victoria les llegó un mensajero para que sitiaran al ejército bárbaro encerrado en [4] sus fortificaciones. Así, tras dejar que los griegos se salvaran, corrieron a ayudar ante los parapetos. Y apareciendo de pronto junto a los lacedemonios, que eran totalmente impotentes e inexpertos para el asalto a una fortificación 54 , tomaron el campamento con una enorme mortandad de bárbaros. Pues se dice que de los trescientos mil escaparon cuarenta mil con [5] Artabazo, mientras que de los que combatieron por Grecia cayeron en total unos mil trescientos sesenta 55 . De ellos eran [6] atenienses cincuenta y dos, todos de la tribu Ayántide, según dice Clidemo 56 , que combatió muy bien; por eso los ayántides hacían a las ninfas Esfragítides el sacrificio prescrito por la Pitia en honor a la victoria, costeando el gasto del tesoro público. Y los lacedemonios más de noventa, y los tegeatas dieciséis. Por cierto, es sorprendente lo de Heródoto, cómo [7] sostiene que sólo éstos llegaron a las manos contra los enemigos, y ninguno de los demás griegos. Porque el número de caídos y los monumentos atestiguan que el éxito fue una empresa común. Y no habrían grabado el altar de la siguiente manera, si sólo tres ciudades hubieran combatido y el resto hubiera permanecido inactivo:

Cuando los griegos por la fuerza de la victoria, obra de Ares ,

confiados en la atrevida audacia de su espíritu ,

expulsaron a los persas, erigieron este altar común a Zeus Eleuterio

en honor de una Grecia libre 57 .

[8] Esta batalla tuvo lugar en el cuarto día del mes boedromión según el calendario de los atenienses, y según los beocios en el veintisiete del mes panemo, en el cual, todavía ahora, se reúne el Consejo helénico en Platea y los platenses hacen un sacrificio a Zeus Eleuterio en honor a la victoria. La [9] diferencia de días no debe sorprender, porque incluso actualmente, cuando los conocimientos de astronomía son más exactos, cada uno fija de manera diferente el principio y el final del mes 58 .

[20 ] Después de esto, al no conceder los atenienses el premio de la victoria a los espartiatas ni consentirles levantar un trofeo, por poco casi llegaron a destruirse los asuntos de los griegos enemistados en armas, de no ser porque Aristides, apaciguando y aconsejando a sus colegas en el mando del ejército, sobre todo a Leócrates y Mirónides, los contuvo y persuadió para que confiaran la resolución a los griegos. [2] Deliberando entonces los griegos, Teogitón, megarense, dijo que habría que dar a otra ciudad el premio de la victoria, si no querían provocar una guerra entre compatriotas. Tras éste, cuando se levantó Cleocrito el corintio 59 , produjo la impresión de que solicitaría el premio para los corintios; porque Corinto tenía la mayor consideración tras Esparta y Atenas. Pero pronunció un discurso sorprendente que agradó a todos en favor de los platenses y aconsejó eliminar la rivalidad, dando el premio a aquellos a los que ninguno de los dos se disgustaría en honrar. Pronunciadas estas palabras, Aristides [3] fue el primero que estuvo de acuerdo en nombre de los atenienses, y después Pausanias, en nombre de los lacedemonios. Así reconciliados, separaron ochenta talentos para los platenses, con los cuales reedificaron el santuario de Atenea, erigieron su estatua y adornaron el templo con pinturas, que hasta hoy se mantienen en buen estado 60 , y por su cuenta erigieron un trofeo los lacedemonios y otro, aparte, los atenienses.

Cuando le preguntaron sobre el sacrificio, les respondió [4] el Pitio que construyeran un altar de Zeus Eleuterio, pero que no hicieran sacrificios antes de apagar el fuego en el territorio, porque había sido contaminado por los bárbaros, y de encender un fuego puro traído del común hogar de Delfos. Por [5] consiguiente, los jefes de los griegos, yendo por todas partes, rápidamente obligaban a apagar todos los fuegos a quienes los utilizaban, y un plateense, Euquidas, tras prometer que, tan pronto como fuera posible, uno de Platea traería el fuego del dios, marchó a Delfos. Purificó su cuerpo y después de rociarse, se coronó con laurel. Y tras coger el fuego del altar 61 , de nuevo a la carrera volvió a Platea y antes de la puesta del sol llegó en el mismo día, habiendo recorrido mil [6] estadios 62 . Una vez que saludó a los ciudadanos y entregó el fuego, al punto cayó al suelo y en breve expiró. Por admiración a él los platenses lo enterraron en el santuario de Ártemis Euclea, grabando este tetrámetro:

Euquidas tras correr hacia Pitó regresó en el mismo día .

[7] En cuanto a Euclea, la mayoría llama y considera así a Ártemis 63 , pero algunos afirman que fue hija de Heracles y Mirtó, hija a su vez de Menecio y hermana de Patroclo, que murió virgen [8] y recibe honores entre los beocios y los locrios. Porque tiene erigido un altar y una estatua en toda plaza pública y le hacen un sacrificio las novias y los novios antes de casarse.

[21 ] Después de esto, en la asamblea común de los griegos que se celebró 64 , Aristides propuso un decreto para que se reunieran en Platea cada año diputados y embajadores de Grecia, y que se celebrara cada cuatro años el concurso de los [2] Eleuterios. Y que hubiera un contingente griego de diez mil hoplitas, mil jinetes y cien naves para la guerra contra los bárbaros, y dejar a los platenses inviolables y sagrados, haciendo sacrificios a la divinidad en favor de Grecia. Aprobadas estas propuestas, los de Platea se encargaron de hacer sacrificios cada año en honor de los que cayeron y yacen allí mismo. Y eso lo hacen hasta ahora de la siguiente [3] manera. En el mes de memacterion, que es entre los beocios alalcomenio 65 , el día dieciséis, forman una procesión al amanecer, a la que precede un trompeta tocando la señal de combate, y siguen carros llenos de ramas de mirto y de coronas, un toro blanco, y libaciones de vino y leche en ánforas, y cántaros de aceite y perfume que llevan muchachos libres; pues a ningún esclavo le está permitido unirse a aquella ceremonia, [4] porque los hombres murieron por la libertad. Después de todos, el arconte de los plateenses, al que no le está permitido en ningún otro momento tocar el hierro ni llevar otro vestido que uno blanco, en esa ocasión viste una túnica púrpura 66 y, provisto de una hidria del depósito de los archivos, avanza armado de una espada hacia las tumbas a través de la ciudad. A continuación, tras tomar agua de la [5] fuente, personalmente lava las estelas y las unge con perfume, y, después de inmolar al toro sobre el fuego del altar e invocar a Zeus y a Hermes Ctonio 67 , invita a los hombres valerosos que murieron por Grecia al festín y a la libación de sangre. Luego, una vez que mezcla en una crátera vino y lo derrama, dice: «Bebo a la salud de los hombres que murieron por la libertad de los griegos». Esto es, por tanto, lo que todavía ahora mantienen los platenses.

[22 ] Y cuando volvieron a la ciudad los atenienses, Aristides vio que deseaban recobrar la democracia, y considerando que el pueblo era merecedor de atención por su valor, pero, al mismo tiempo, que no era fácil de contener cuando tenía fuerza por las armas y estaba lleno de soberbia por las victorias, promulgó un decreto para que el gobierno fuese común a todos y los arcontes fueran elegidos de entre todos los atenienses 68 .

[2] Al decir Temístocles ante el pueblo que tenía un proyecto y una propuesta secreta, pero útil y provechosa para la ciudad, mandaron que sólo Aristides la oyera y examinase con [3] él. Cuando Temístocles contó a Aristides que maquinaba incendiar la anclada flota de los griegos, pues así serían los atenienses los más poderosos y señores de todos, Aristides, tras acercarse ante el pueblo, dijo que no había otra acción más útil, pero tampoco más injusta que la que Temístocles pensaba [4] ejecutar. Al oír esto, los atenienses ordenaron que Temístocles desistiese; pues tanto era el pueblo amante de la justicia como Aristides era para el pueblo digno de confianza y fiel 69 .

Cuando, enviado, junto con Cimón, como general para la [23 ] guerra, vio que Pausanias y los demás jefes de los espartiatas eran desagradables y molestos con los aliados, él personalmente, al tratarlos con afabilidad y cortesía y procurar que Cimón estuviera acorde y sociable en las expediciones militares, arrebató a los lacedemonios, sin que lo advirtieran, la hegemonía no con armas, naves o jinetes, sino con la generosidad y la diplomacia 70 . Pues al ser queridos los atenienses [2] por los griegos gracias a la justicia de Aristides y a la moderación de Cimón, la ambición y el carácter desagradable de Pausanias los hacía aún más dignos de ser amados. Porque a los jefes de los aliados siempre los trataba con cólera y severamente, y a muchos los castigaba con azotes, o, poniéndoles encima un ancla de hierro, los obligaba a estar de pie durante todo el día. A nadie le estaba permitido proveerse de paja [3] ni forraje ni acercarse a una fuente para abastecerse de agua antes que los espartiatas, sino que con látigos unos servidores expulsaban a los que se acercaban. Y, en cierta ocasión, al querer Aristides reprochar y aconsejar por estos hechos, Pausanias, frunciendo el ceño, dijo que no tenía tiempo que perder y no le escuchó.

A partir de entonces se acercaron los almirantes y generales [4] de los griegos, especialmente los quiotas, samios y lesbios, y convencieron a Aristides de que aceptara el mando y atrajera bajo sus órdenes a los aliados, que, desde hacía tiempo, deseaban separarse de los espartiatas y pasarse a los atenienses 71 . [5] Al responder aquél a sus razones que advertía su necesidad y justicia, pero que se necesitaba una acción que, logrando la confianza, no dejase a la mayoría cambiar otra vez de opinión, entonces, conjurados Uliades de Samos y Antágoras de Quíos, cerca de Bizancio embistieron la trirreme de Pausanias, que salía del puerto la primera, cogiéndola [6] en medio. Y como al verlo aquél se pusiera fuera de sí y con cólera amenazara que en breve demostraría que los hombres habían atacado no a su nave, sino a sus propias patrias, le ordenaron que se marchase y diera gracias a la Fortuna que había combatido con él en Platea. Pues por sentir respeto ante aquélla no le imponían los griegos un castigo apropiado. Y, finalmente, tras hacer defección, se pasaban a los atenienses. [7] Entonces también brilló el admirable temple de Esparta; porque, cuando se enteraron de que por la extensión de su poder se habían corrompido sus jefes, renunciaron voluntariamente a la hegemonía y dejaron de enviar generales para la guerra, prefiriendo tener ciudadanos sencillos y firmes en sus tradiciones a poseer el mando de toda Grecia 72 .

[24 ] Los griegos pagaban cierto tributo para la guerra mientras mandaban los lacedemonios, y, queriendo que fuera organizado para cada uno por ciudad de modo equitativo, solicitaron de entre los atenienses a Aristides y le encargaron que tras examinar el territorio y los recursos fijase lo de cada uno, de acuerdo con su valor y riqueza 73 . Y aunque llegó a ser dueño [2] de tan enorme poder y, a que, de algún modo, Grecia depositó sobre él solo todos los asuntos, marchó pobre y regresó más pobre, después de realizar el registro de las riquezas no sólo con limpieza y justicia, sino con agrado y acuerdo de todos. Pues igual que los antiguos celebraban cómo era la vida [3] en tiempos de Crono, así los aliados de los atenienses celebraban «el impuesto de Aristides», llamándolo buena fortuna de Grecia, y más cuando en no mucho tiempo se duplicó, y luego se triplicó. Porque lo que Aristides fijó fue una suma de cuatrocientos [4] sesenta talentos 74 ; y a eso Pericles añadió casi un tercio; pues Tucídides afirma que, al empezar la guerra, seiscientos talentos llegaban a los atenienses de parte de los aliados. Y cuando Pericles murió, los demagogos, aumentándolo, [5] elevaron poco a poco el capital hasta mil trescientos talentos 75 , no tanto por la duración de la guerra que produjo vicisitudes de mucho gasto y coste, como porque indujeron al pueblo a los repartos de dinero 76 , a los fondos para espectáculos y a las construcciones de estatuas y santuarios 77 .

[6] Así pues, al gozar Aristides de un gran y admirable renombre por la distribución de los impuestos, Temístocles decía, burlándose, que el elogio no era propio de un hombre, sino de un saco de guardar dinero; se vengaba de manera [7] desigual de la franqueza de Aristides. Porque éste, cuando Temístocles afirmó en cierta ocasión que consideraba la mayor virtud de un general conocer y prever los planes de los enemigos, dijo: «Esto es necesario, Temístocles, pero lo hermoso y realmente propio de un general es el dominio de sus manos» 78 .

[25 ] Aristides hizo jurar a los griegos y juró en nombre de los atenienses, tras arrojar hierros candentes en el mar después de las imprecaciones 79 , pero más tarde, al obligar las circunstancias a gobernar con más dureza, según parece, mandó a los atenienses que hicieran recaer sobre él el perjurio con el [2] que convenía tratar los asuntos. En una palabra, sostiene Teofrasto, este hombre extremadamente justo en su vida privada y con sus conciudadanos, en los asuntos públicos actuó muchas veces de acuerdo con el objetivo de su patria, que requería [3] una injusticia frecuente 80 . Pues afirma que, cuando decidieron transportar a Atenas el tesoro desde Delos, en contra de los tratados, e hicieron los samios la proposición, aquél dijo que eso no era justo, pero sí útil 81 . Y, finalmente, aunque llevó a la ciudad a gobernar sobre tantos hombres, él permaneció en la pobreza y vivió amando la gloria de ser pobre no menos que la de sus trofeos. Y está claro por la historia que [4] sigue: Calias, el portador de la antorcha, era pariente suyo; a él sus enemigos le citaron a juicio en causa capital; y después de acusarle ciñéndose a lo que habían denunciado por escrito, pronunciaron ante los jueces un argumento ajeno a la causa: «Sabéis», dijeron, «que Aristides, hijo de Lisímaco, es [5] admirado entre los griegos. ¿Qué bienes creéis que tiene cuando le veis presentarse ante el público con semejante capa raída? ¿No es acaso verosímil que quien visiblemente tirita de frío también pase hambre en casa y carezca de las demás cosas necesarias? Pues bien, a ése, Calias, su primo, [6] que es el más rico de los atenienses 82 , le permite pasar necesidad junto con sus hijos y esposa, aunque se ha servido mucho del hombre y muchas veces se ha aprovechado de su influencia entre vosotros». Y al ver Calias que por eso se alborotaban [7] los jueces y estaban encolerizados con él, llamó a Aristides pidiéndole que testificara ante los jueces cómo con frecuencia ya ofreciéndole muchas cosas, ya rogándole que las aceptara, no había querido, respondiendo que más le convenía a él enorgullecerse por su pobreza que a Calias por su [8] dinero. Porque es posible ver a muchos que utilizan bien y provechosamente el dinero, pero no es fácil topar con quien soporte noblemente la pobreza: se avergüenzan de la pobreza los que son pobres a su pesar. Y cuando Aristides testificó a favor de Calias, no hubo entre los oyentes quien se marchara sin preferir ser pobre como Aristides a rico como Calias. [9] Y esto es lo que ha registrado Esquines el socrático 83 . Y Platón, de los de gran fama y renombre en Atenas, sólo declara digno de mención a este hombre. Porque Temístocles, Cimón y Pericles llenaron la ciudad de pórticos, riquezas y mucha bagatela, pero Aristides dirigió su política hacia la virtud 84 .

[10] Grandes señales de su equidad son sus relaciones con Temístocles. Porque aunque le trató como enemigo durante casi toda su carrera política, y fue condenado al ostracismo por su culpa, cuando Temístocles ofreció el mismo desquite al haber sido acusado ante la ciudad, no pensó en vengarse, sino que, mientras Alcmeón, Cimón y muchos otros lo maltrataron y acusaron, Aristides fue el único que ni hizo ni dijo nada malo, ni disfrutó con la desgracia de su enemigo, igual que tampoco antes le envidió cuando le iban bien las cosas 85 .

[26 ] Algunos sostienen que Aristides murió en el Ponto, adonde navegó por asuntos públicos, y otros que en Atenas, a causa de la vejez, honrado y admirado por sus conciudadanos. En cambio Crátero el macedonio 86 ha dicho lo siguiente sobre [2] la muerte del hombre. Afirma, en efecto, que tras el exilio de Temístocles, dado que el pueblo estaba lleno de arrogancia hizo crecer una multitud de sicofantas, que, persiguiendo a los hombres mejores y más poderosos, los sometían a la malevolencia de muchos exaltados por su prosperidad e influencia. Entre estos también Aristides fue condenado por [3] un delito de corrupción, acusándole Diofanto de Anfitropé de que, cuando fijaba los impuestos, había recibido dinero de los jonios. Y al no tener el importe de la multa, que era de cincuenta minas 87 , se embarcó y murió en Jonia. De esto [4] Crátero nada ha presentado por escrito como prueba, ni juicio ni decreto, aunque acostumbra a escribir puntualmente cosas así y a citar a los informadores. Todos los demás, para [5] decirlo con brevedad, cuantos exponen con exactitud las ofensas hechas por el pueblo a los generales, recogen y repiten el destierro de Temístocles, la prisión de Milcíades, la multa de Pericles y la muerte de Paques en el tribunal, quien se suicidó sobre el estrado según fue condenado, y muchas cosas semejantes, pero de Aristides refieren la condena al ostracismo, y en ninguna parte mencionan semejante multa.

Ciertamente existe su tumba que se muestra en Falero, la [27 ] que dicen que construyó la ciudad al no dejar él fondos para un servicio fúnebre 88 . En cuanto a sus hijas, informan que [2] desde el Pritaneo fueron dadas en matrimonio a sus esposos, una vez que la ciudad financió la boda con dinero público y votó por decreto una dote de tres mil dracmas para cada una; a Lisímaco, el hijo, el pueblo le dio cien minas de plata y otras tantas fanegas de tierra cultivable, y, además, le asignó otras cuatro dracmas diarias mediante un decreto presentado por Alcibíades. Al dejar Lisímaco una hija, Policrita, según [3] cuenta Calístenes, el pueblo votó también para ella la misma manutención que para los vencedores en Olimpia 89 . Demetrio Falereo, Jerónimo el rodio, Aristóxeno el músico y Aristóteles (si el libro Sobre la nobleza debe ponerse entre los auténticos de Aristóteles) informan que Mirtó, nieta de Aristides por parte de madre, estuvo casada con Sócrates, el sabio, quien, aunque tenía otra mujer, tomó a ésta, que se [4] mantenía viuda por su pobreza y carecía de lo necesario 90 . Pero a estos autores se ha opuesto apropiadamente Panecio en sus obras sobre Sócrates. El de Falero, en el Sócrates , dice que recuerda a un Lisímaco, nieto de Aristides por vía materna, hombre muy pobre, que se ganaba la vida con una tablilla para la interpretación de sueños, sentado junto al templo [5] de Yaco 91 . Tras presentar Demetrio un decreto a favor de la madre y de la hermana de ésta, convenció al pueblo para que diera una pensión alimenticia de tres óbolos diarios. El propio Demetrio afirma que, como legislador 92 , fijó una dracma, en lugar de los tres óbolos, para cada una de estas [6] mujeres. Y no hay que admirarse de que el pueblo se preocupara así de sus conciudadanos, puesto que, al enterarse de que una nieta de Aristogitón 93 vivía modestamente en Lemnos, falta de marido por su pobreza, la llevaron de vuelta a Atenas y, tras casarla con un hombre de buena familia, le [7] dieron como dote un terreno en Pótamo. Por mostrar incluso en nuestros días muchos ejemplos de esta humanidad y misericordia, la ciudad es, con justicia, admirada y envidiada.

Vidas paralelas IV

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