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III. COMPARACIÓN ARISTIDES - CATÓN

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Plutarco va a hacer gala en este apartado de un gran equilibrio al enfrentar las cualidades y defectos de los dos hombres. De los seis capítulos dedicados a esta comparación, los tres primeros se dedicarán a destacar la superioridad de Catón, los tres últimos la de Aristides. Además de la actividad pública y militar que ambos desarrollaron, es su ascenso a la notoriedad pública desde unos orígenes humildes el rasgo más parecido de los dos.

Este ascenso fue más difícil para Catón, ya que hubo de sufrir la competencia de contrincantes de familias nobles, acostumbrados a mandar y, además, en Roma, una ciudad de ya considerable importancia, mientras que Aristides rivalizó con políticos de origen más modesto, y cuando Atenas estaba lejos aún de alcanzar su grandeza posterior. Aristides hubo de sufrir el ostracismo, pero Catón siempre resultó victorioso en las querellas judiciales a las que hubo de enfrentarse.

Superior también resultó Catón en sus hazañas militares, ya que fue el jefe supremo en la campaña de España. Y, en la de Grecia, aunque bajo las órdenes del cónsul Manio Acilio, fue su victoria sobre Antíoco en las Termópilas decisiva para el resultado final de la guerra, al abrir Asia para el triunfo posterior de Lucio Escipión. Aristides, en cambio, siempre fue segundo en el mando en Maratón, Salamina y Platea (lo que se contradice con lo que Plutarco afirmó antes sobre Aristides, a saber, que fue general autokrátor en Platea), debiendo competir, además de con otros, con quienes se llevaron la gloria de la victoria: Milcíades, Temístocles y Pausanias.

A continuación se examina el cuidado que mostraron ambos personajes por la economía; al principio se reprocha a Aristides su excesivo desprecio por el dinero al mantenerse en la más completa pobreza y transmitirla a sus hijos y nietos. Frente a eso Catón puso la misma atención en sus asuntos privados que en los públicos y logró una considerable fortuna, que fue la base para que varios de sus descendientes alcanzaran las primeras magistraturas en Roma.

Viene ahora el elogio de Aristides, que Plutarco inicia con habilidad. La pobreza es vergonzosa sólo cuando es producto de la indolencia, y un hombre de Estado no debe distraerse con la administración de sus negocios privados; es más, su desinterés incluso por lo necesario le eleva a un rango divino. Podría plantearse a Catón la pregunta de por qué se ufanaba de conformarse con poco al mismo tiempo que se dedicaba a acumular dinero.

En cuanto a la actuación militar de los dos: las hazañas de Catón, aunque importantes, nada añadieron al imperio de Roma; la actuación bélica de Aristides se produjo en las más brillantes victorias que jamás obtuvieron los griegos. No se puede comparar a Antíoco con Jerjes, ni las ciudades ibéricas conquistas por Catón con los miles de persas muertos en tierra y mar. El excesivo afán de Catón por alabarse contrasta totalmente con la ausencia de ambición de Aristides y con su modestia, dejando la primacía a Temístocles en Salamina, a pesar de su rivalidad. La enemistad de Catón con Escipión Africano, en cambio, casi echó a perder la campaña de África contra Aníbal.

Termina esta comparación con nuevos reproches a Catón por su segundo matrimonio, a una edad impropia y con la hija de un antiguo empleado y cliente suyo.

Vidas paralelas IV

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