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Lucía

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Meses antes del enlace.

Hacía unos días que no veía a Pablo y la verdad estaba bastante preocupada, ni siquiera en la Universidad habíamos coincidido. La última noche que nos vimos, fue la primera que decidí entregarme a él, acostándome con él aun habiendo jurado hacía tiempo que ninguno que no fuera Sergio lo haría, pero esa noche no sabía qué me había pasado. No sabía si fue el alcohol o simplemente le necesitaba. El caso era, que llevábamos saliendo cinco meses, unos meses en los que se había convertido en alguien muy especial para mí, alguien que me entendía, que me escuchaba y, sobre todo, que quería a mi hijo por sobre todas las cosas. Y eso, para mí, era mucho más importante que todo lo demás.

El único problema de todo era que, al sentir sus labios en mi piel, fue como si en realidad fueran los de Sergio. Al sentir sus manos, acariciando con mimo cada curvatura de mi cuerpo, fue como la última noche que pasé con él. ¿Estaba loca por pensar en otro al acostarme con mi novio? ¿Era una locura que aún no lo hubiera dejado de amar aun teniendo a un hombre maravilloso conmigo? Era joven, demasiado, pero todo lo que había vivido a corto plazo, me hizo madurar de una manera muy brusca y, realmente, me gustaba.

Salí de mi habitación para buscar a mi madre, pues aún no me había llamado, teníamos que salir a hacer unas compras. Mi padre se había encargado de llevar a mi pequeño terremoto, que recién comenzaba a caminar, a la guardería. Me volvía loca y estando de exámenes, era mucho, pero, aun así, no cambiaría nada de mi vida en este momento.

—Pablo, está desesperada desde que no la llamas. ¿Qué harás?

Escuché la voz de mi madre hablando por teléfono y la persona que estaba al otro lado, era mi novio desaparecido. ¿Tan mal lo hice? Puse un dedo en mi barbilla y unas imágenes fugaces se cruzaron por mi mente.

Los besos, esos besos que en este momento necesitaba, fueron desde mis labios, bajando por mi cuello, donde su lengua saboreó mi piel y bajó hasta mis pechos, donde tras quitarme la blusa y sujetador, se metió uno en la boca. Un gemido salió de mi boca, uno tan potente que Pablo se volvió loco y se separó para cogerme en brazos y obligarme a enroscar las piernas alrededor de sus caderas, haciéndome sentir su gran erección. Estábamos excitados, demasiado para ser nuestra primera vez.

—Te deseo tanto —susurró en mi oído al tiempo en el que devoró mi boca, metiendo su lengua para buscar la mía.

La verdad era que Pablo besaba demasiado bien y tenía un cuerpo de infarto. Caminó hasta la cama, donde me dejó en ella y tras quitarse los pantalones y el slip, se puso encima de mí para hacer lo mismo con mi parte de abajo. Me dejó desnuda ante él, me quedé completamente vulnerable ante una persona que solo conocía hacía unos meses, pero que se estaba convirtiendo en alguien imprescindible en mi vida. No lo amaba, no y tampoco creía hacerlo algún día, pero sí lo necesitaba a mi lado.

Entonces, abrió mis piernas y tras ponerse un preservativo entró en mí, llenándome por completo, haciéndome gritar al sentir su miembro duro y latente ajustarse a mi interior, como si en realidad fuese mi primera vez. Comenzó a moverse a un ritmo pausado, uno que nos haría disfrutar, mientras sus labios besaban los míos. Pablo me hacía el amor y yo no quería eso, pues era hacerme ver que él podría estar sintiéndolo hacia mí.

—Te quiero Lucía —declaró mirándome fijamente.

Mis ojos se abrieron y me quedé estática sin poder moverme, pues escuchar esa declaración me hizo verle a él, hizo que Sergio entrase en mi mente como un maldito huracán, arrasando con todo, con la poca cordura que me quedaba, incluso, con este momento que quería disfrutar, él no me dejaba.

No respondí, no pude… entonces hice lo que creí apropiado, le obligué a girarse, quedando él debajo de mi cuerpo para llevar yo las riendas y no le hice el amor, no podía hacerle el amor a alguien que no estaba en mi corazón de esa manera. Yo le follé, era una palabra que no me gustaba emplear, pero era la realidad. Estaba manteniendo sexo con un amigo, porque eso era él para mí.

—Oh, vamos Pablo. Tienes que venir ya, no puedes dejarla así tantos días.

Al volver a escuchar a mi madre, provocó que volviese al presente y me acerqué a ella, quitándole el teléfono de las manos para hablar yo misma con Pablo. Me lo puse en la oreja y la voz de mi novio me sorprendió, diciendo que me tenía preparada la sorpresa para esta misma noche. Obviamente no sabía que era yo quien estaba escuchando.

—Así que una sorpresa ¿eh? —Puse voz burlona—. ¿Por eso has estado tan distante?

—¿Lucía?

—No, María Teresa de Calcuta, no te jode. Pues claro que soy yo.

Escuché la carcajada de mi madre, provocando que me uniese a ella.

Lo siento nena, no quería dejarte tantos días sola, pero… Suspiró. Estoy preparando algo que lleva su tiempo y creo que para esta noche lo tendré listo. ¿Podrás esperar?

—Si no hay más remedio.

—Perfecto, a las nueve paso a recogerte y ponte guapa.

—Oye… —Me quejé.

Me refería a más guapa de lo que ya eres. Te quiero Lucía y no veo la hora de tenerte entre mis brazos de nuevo.

Tragué saliva nerviosa y me despedí de él aceptando su propuesta de salida por la noche. La verdad era que me estaba poniendo nerviosa, pues las sorpresas no me gustaban demasiado. Habría que esperar ¿no? Aunque también podía hacerle un tercer grado a mi madre para que me contase lo que supiera. Me giré para mirarle y comenzó a negar riéndose. Alcé una ceja a la vez que ella comenzaba a correr para salir de la cocina, donde aún estábamos metidas.

—¡No huyas cobarde! —Le grité.

—No soy ninguna cobarde, pero tampoco te diré nada —respondió sentándose en el sofá.

Me senté a su lado y la miré fijamente, intentando disuadirla y que soltase todo lo que Pablo tenía planeado, pero su excusa fue la de ir al baño porque tenía que hacer… bueno, mejor no cuento lo que tenía que hacer. Me quedé mirando al techo, pensando en mil cosas y en todas estaba Sergio y Pablo. Pablo y Sergio. ¿Será que algún día pensaré en uno solo?

Las horas pasaban lentas y agonizantes y yo seguía en el sofá tirada, hasta que mi padre llegó con mi pequeño en sus brazos y la calma y, sobre todo, aburrimiento, acabó. Me levanté como un resorte y corrí a su encuentro, como si llevase días sin verle. Amaba a mi hijo y eso era algo que no podía esconder. Lo cogí entre mis brazos, lo besuqueé y apreté tanto que hasta se quejó.

Solté una carcajada, pues aun hablaba muy mal. Tenía poco más de un año y me volvía loca a veces intentando averiguar qué era lo que me había dicho.

La noche llegó y los nervios crecieron. Pablo debía está a punto de llegar y no sabía qué era eso que me tenía preparado ni con qué fin. Dejé a mi hijo dormido y salí en cuanto el timbre del apartamento donde vivía con mis padres, sonó. Salí corriendo, atacada de los nervios, no era solo por saber la sorpresa, sino, porque también tenía ganas de verle, hacía cinco días que no le veía.

—¡Yo abro! —Grité en cuando vi a mi padre acercarse a la puerta.

Me miró con una sonrisa y ¿feliz? Podría decirse que sí, que mi padre en este instante era feliz, por mí y por todo lo que había dejado de sufrir gracias al hombre que estaba a punto de entrar en casa.

—Por fin llegas —dije tirando de él.

Pablo se rio a carcajadas y cogiéndome por la cintura me dio un beso, primero en la frente y luego buscó mis labios, donde con solo un roce, provocó que me sonrojase, mi padre nos miraba y no me gustaba ser el centro de atención.

—Estás preciosa —murmuró en mi oído.

—Gracias, solo es un trapito que encontré por ahí —respondí bajito para que solo lo escuchara él, pero mi madre parecía tener los oídos bien puestos en nosotros.

—¡Mentira! La he tenido que obligar a ponerse ese precioso vestido.

—¡Mamá! —Me quejé.

—Es verdad, si por ti fuera, irías a todas partes en vaqueros.

Soltamos una carcajada. Yo asentí, pues tenía razón.

—Bueno, dejen ya las risas y váyanse —nos apremió mi madre.

—¿Nos estás echando mamá? —Pregunté alzando una ceja.

—No, para nada cariño, pero tenéis que iros ya ¿verdad Pablo? —Lo miró a él.

Mi novio asintió y le guiñó un ojo. Entrecerré los ojos, haciéndola conocedora de lo poco que me gustaban los secretitos y más cuando yo estaba en medio de ellos. Pablo cogió mi mano y salimos del apartamento, pero antes de que entrásemos en el ascensor, me paró y tapó mis ojos con un pañuelo de seda, poniéndome más nerviosa aún.

—¿Esto es necesario? —Expresé.

—Muy necesario. —Me dio un beso en los labios, pero esta vez más profundo—. Quiero que esta noche sea inolvidable.

Me encogí de hombros con los labios apiñados y escuché como se reía. Entramos en el ascensor y luego la brisa otoñal chocó con mi cara, asegurándome de que ya estábamos en la calle, aunque por poco tiempo, pues Pablo me ayudó a entrar en un coche, supuse que era el suyo, pero no, porque él se sentó a mi lado, muy pegado a mí. Su mano derecha se entrelazó con la mía y se la llevó a los labios. Noté su nerviosismo y quise quitarme la venda, pero me lo prohibió.

—No hasta que lleguemos.

—No aguanto más.

—Vamos, solo quedan unos minutos. ¡No seas impaciente! —Exclamó.

No podía verle, pero noté su sonrisa, noté como su cuerpo se tensaba y erizaba. Eso solo podía afirmarme que lo que me tenía preparado, era algo muy importante, demasiado importante y eso solo provocaba que mi impaciencia se incrementase aún más.

Unos minutos después, el coche se paró y esperé a que Pablo me ayudase a salir, pues aun no me dejaba quitarme el pañuelo de los ojos. Entramos a algún lugar, donde olía demasiado bien, se respiraba un ambiente relajado. Caminamos y volvimos a entrar en un ascensor, lo supe por el sonido. Comenzó a subir y subir, sin término alguno.

—¿Piensas llevarme a la luna? —Pregunté divertida.

—Si la quieres, no tienes más que pedirla —respondió bajando su mano que reposaba en mi espalda, hasta mi trasero.

—No me tientes —respondí con la boca seca.

No sabía realmente su juego, pero no me importaría averiguarlo. Cuando por fin y después de unos largos minutos, el ascensor llegó a la planta cincuenta. Sí, así dijo el altavoz del ascensor. Mis ojos se abrieron desorbitadamente, pues había pocos edificios en Madrid con tantas plantas y uno de ellos, era mi favorito. Siempre le había dicho a Pablo que tenía ganas de ver mi ciudad desde lo más alto, por la noche debía de ser una gozada.

—Venga Pablo, déjame ver donde estamos —le pedí con voz suplicante.

—Espera solo unos segundos más, por favor.

Bufé cabreada y me esperé esos malditos segundos que parecían horas, unas eternas horas que me estaban volviendo loca. De nuevo sentí una brisa, aunque esta vez era más fresca, más fuerte y me quitó el pañuelo de los ojos, dejándome ver al fin donde estábamos. Me había traído al Hotel Tower; era uno de los más lujosos de Madrid y con el que yo había soñado tantas y tantas veces.

Miré al frente, clavando mis ojos en las luces encendidas de mi ciudad, enamorándome mucho más de ella. Si algún día me pidieran que dejase mi hogar, no creía que lo hiciera, tendría que ser algo muy importante para alejarme de aquí. Tras unos minutos, en los que no podía apartar los ojos de Madrid, me di la vuelta, encontrándome a Pablo con una rodilla hincada en el suelo y un anillo entre sus dedos. Mi cuerpo se tensó, mis manos comenzaron a sudar y sentí una presión en el pecho tan fuerte, que no me dejaba respirar. No sabía el motivo, no entendía como un hombre que me conocía de unos meses solamente, podría estar pensando en matrimonio, en casarse conmigo. Yo era una muchacha humilde, una muchacha que tenía un hijo que no era suyo y que no sabía si le amaría algún día.

—Sé que te he sorprendido, incluso más de lo que me esperaba —comenzó a hablar—. También sé que esto es una auténtica locura, pero ¿qué sería de nosotros sin algo de locura? ¿Qué sería de mí sin tu locura Lucía? —Me preguntó con la voz entrecortada—. Te has metido aquí. —Se señaló el pecho—. Tan profundamente que no puedo dejarte escapar, por favor ¿te casas conmigo?

Sin decirle nada, me di la vuelta y caminé hasta el interior de la habitación que había alquilado para esta “sorpresa”. Miré todo a mi alrededor; estaba lleno de rosas rojas, de

pétalos en el suelo, velas en las esquinas. Era todo precioso, pero yo no podía aceptar tanto, no podía aceptarle a él, pues no era a quien amaba.

—Maldito Sergio que no me dejas seguir con mi vida —susurré con lágrimas en los ojos.

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