Читать книгу Nuestro amor en primicia - Priscila Serrano - Страница 13
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Sergio
ОглавлениеDos años después
El sonido del móvil martilleó mi cabeza, tan fuerte como el dolor que tenía. Anoche me pasé de copas, demasiadas copas. Me levanté despacio, evitando marearme, pues aun el alcohol corría por mi organismo como si estuvieran en una carrera. Cogí el teléfono que estaba en el interior del bolsillo de mis pantalones y descolgué sin mirar.
—¿Quién? —Pregunté de mala manera.
—¿No me digas que aún estabas durmiendo?
La voz pesada de mi hermano se clavó en mis oídos, poniéndome de mal humor al instante.
—¿Qué cojones quieres ahora Nick?
—No me jodas, Sergio. Tenemos una reunión importantísima con el Sr. Meyer y sigues vagueando. La empresa te necesita.
Otra vez la maldita frase de la empresa te necesita y yo necesitaba desaparecer. Dos deseos y solo uno se cumplía. Obviamente, desaparecer no era lo que sucedía. Bufé cabreado, cogiendo los pantalones despacio. Estaba seguro de que podría caerme en cualquier momento.
—Sergio ¿estás ahí? Tienes que venir ya.
—Que sí, joder. Que voy ya para allá.
Fue lo último que le dije y colgué, miré a mi alrededor sin saber muy bien dónde estaba. No era mi casa. Entonces miré a la cama y una pelirroja con labios carnosos y unas curvas de infarto, dormía plácidamente en la cama. No recordaba muy bien como había llegado hasta aquí, pero sí la noche de sexo que tuvimos. Sonreí de lado y tras vestirme, salí de allí sin dejar ni número de teléfono ni nada. ¿Para qué? Nunca repetía con las mismas mujeres, no quería tener nada serio con ninguna, así que no merecía la pena saber más nada que su nombre para que al follar, supiera con quién lo estaba haciendo.
En el salón, me fijé que era un apartamento humilde, no tenía nada que ver con la habitación que si tenía una decoración un poco más exquisita. Unas maletas en la puerta
me alertaron, pues no sabía que viviese con alguien o, que estuviese recibiendo alguna visita. Bueno, en realidad, no sabía nada de ella y el alcohol no me dejaba recordar su nombre.
—¡Alisa, ya estoy en casa!
La voz de una mujer desde el interior de la cocina me hizo ver que era una visita. Y me hizo recordar el nombre de la pelirroja. Quise correr y salir del apartamento o volver a la habitación para no ser visto, pero no me dio tiempo a ninguna de las dos cosas.
La puerta de la cocina se abrió y me dejó ver a una mujer de unos cuarenta años; era parecida a la chica, lo que me hizo percatarme de que podría ser su madre. Su cabello rojo me lo confirmó y sus ojos verdes me escrutaron. Me quedé anclado al suelo y sin decir ni media palabra, aunque tampoco sabía qué podría decirle. Seguro que no sabía lo que su hija hacía cuando ella no estaba.
—Hola. ¿Qué hace usted aquí? —Me preguntó alzando una ceja.
—Yo, ya me iba —murmuré nervioso.
—Un momento. ¿Usted es Sergio Fisher?
Abrí los ojos sorprendido, me conocía y eso complicaría mi huida y de verdad que tenía prisa. Asentí a la vez que Alisa salía de la habitación con una bata negra tapando su cuerpo, aunque no demasiado; la bata le llegaba por debajo del trasero y sus pechos eran demasiado grandes como para que poder taparlos. Ella me miró y se sonrojó al comprobar que miraba sus pechos de manera lasciva, recordando la noche de sexo tan intensa que habíamos tenido.
—Mamá ¿no has llegado demasiado pronto? —Miró a su madre y caminó hasta ella para después darle un beso en la mejilla.
—Sí, pero mi vuelo se adelantó. Te envié un mensaje para avisarte —se excusó sin dejar de mirarme a mí—. ¿Qué hace él aquí? —Alzó una ceja—. Por lo que veo conseguiste el trabajo.
Arrugué la frente sin entender muy bien a que se refería.
—Eh, sí —titubeó nerviosa—. Mamá ¿podemos hablar cuando estemos solas? —Se encogió de hombros—. Sr. Fisher, nos veremos más tarde en la oficina ¿de acuerdo? —Dijo haciéndome una señal con la mirada a la vez que apiñaba sus labios.
—Claro, después nos vemos.
Y sin más salí de allí como alma que lleva el diablo.
Ya en la calle, busqué mi coche por todos lados y lo encontré en un callejón que había justo al lado del edificio de Alisa. Me monté en él y arranqué para después pisar a fondo y salir de allí. Tenía una reunión en solo quince minutos y no iba a llegar, de eso estaba seguro.
Media hora después y con el corazón latiéndome fuertemente cada segundo, llegué a las oficinas de Fisher Enterprise y mi hermano me esperaba en la puerta de mi despacho con cara de perro. Iba a hablar, pero lo corté.
—Ni me hables, he tenido una mañana muy rara.
—Me importa una mierda tu mañana, has llegado tarde y el Sr. Meyer está de un humor de perros. Ya sabes que llevamos detrás de este tío dos putos años para que vengas a joder una reunión que nos ha costado tanto conseguir después de tu último desplante —me recordó cogiéndome del hombro con fuerza.
Mi hermano me tenía hasta los cojones con tantas exigencias, como si él fuera el dueño de la empresa. Era yo quién decidía aquí lo que se aceptaba y lo que no. Y era yo quién decía si quería tener una maldita reunión con el Sr. Meyer. Preferí decir todo eso en mi mente y no gritárselo a él porque sabía que acabaríamos matándonos como otras veces. En cambio, me callé y tras soltarme de su agarre de mala manera, caminé hasta la sala de juntas donde el Sr. Meyer y su hija Penélope me esperaban tras la mesa redonda.
Ella me miró de arriba abajo, así como hizo la última vez que nos vimos hacía ya dos años. No había cambiado nada, seguía siendo guapísima y con un cuerpo que podría volver loco a cualquier hombre, menos a mí.
—Por fin llega, Sr. Fisher… llevamos esperándole media hora. —Miró el reloj de su muñeca para comprobarlo.
—Mi empresa lleva dos años esperándole a usted y no me he cabreado —ironicé sin dejar de mirarle.
No iba a dejar que me pisoteara y mucho menos que me manipulara. Con mi hermano tenía suficiente a diario. Tras haberlo dejado mudo, me senté frente a ellos y esperé a que mi hermano llegase con los documentos que, por fin, Jackson, dijo que firmaría, aunque no estaba tan seguro de ello.
Seguíamos esperando a mi hermano con la documentación que el Sr. Meyer tenía que firmar, pero por increíble que pareciera, algo dentro de mí decía que no iba a firmar. Penélope no dejaba de mirar a su padre muy nerviosa y Jackson me miraba a mí con el ceño fruncido. Parecía estar pensando en algo que quería decirme, pero no sabía cómo. Entonces, cuando me disponía a preguntarle, Nick entró en el despacho con una carpeta en sus manos.
—Bueno, pues ya estamos todos —murmuró Penélope.
Ella nunca hablaba y para ser sincero, no recordaba haberla escuchado antes. Mi hermano se sentó a mi lado y abrió la carpeta para luego ponerla frente a mí. La ojeé con cautela, pues Nick a veces era un poco tramposo y debía verlo todo muy bien antes de hacerle firmar a alguien algún documento que no estuviese bien redactado. La fusión de Fisher y Meyer era algo que nos ayudaría a ambos. A ellos en Alemania y a nosotros en España que era donde Jackson fundó la revista, pues aquí no pudo. El que mi familia fundase mi empresa, hizo que algunos empresarios tuvieran que irse a otros países y Meyer, fue uno de ellos.
—Antes de firmar quiero decir algo. Bueno, más bien, es una cláusula nueva —anunció Jackson.
Lo que me temía, tenía algo entre manos y estaba seguro de que no me iba a hacer ni puta gracia.
—Usted dirá, aunque después del tiempo que llevamos esperándole que ahora salga con cláusulas nuevas, me parece una falta de respeto hacia mi empresa. Creo que todo está conforme a lo que en su día ambos queríamos ¿no? —Negó.
Miré a Nick y este no me devolvía la mirada. Lo sabía, él sabía que esto iba a ocurrir y por eso me estaba metiendo tanta prisa. Me puse nervioso, pues con Jackson Meyer nunca se sabía. Cogió la mano de su hija y tragué saliva, pero no iba a dejar que viese que me afectaba algo, al contrario, debía ser lo más frío. Como un témpano de hielo.
—Sergio, es una petición para ti o por así decirlo, una condición para firmar esos contratos. —Me levanté cabreándome.
Comencé a dar vueltas de un lado al otro. Aún no me había dicho nada, pero yo sabía lo que quería y no, mi respuesta sería un no rotundo. No estábamos tan desesperados.
—Hable de una maldita vez —exigí bruscamente.
—Cálmate hermano —me pidió Nick. Yo lo fulminé con la mirada.
—No quiero calmarme…
—Sergio, quiero que te cases con mi hija —me interrumpió.
Sonreí de lado, irónicamente, pues estaba muy cabreado. ¿Cómo tenía los cojones de pedirme eso, de exigirme algo así? Me quité la chaqueta del traje, me estaba asfixiando y la dejé en el respaldo de la silla que estaba ocupando hacía apenas unos minutos. Luego me dirigí a él, a ese hombre que se creía tener libertad para decidir sobre mi vida, sobre quién podía tener a mi lado. Casarse era una decisión que no se tomaba a la ligera y mucho menos podría hacerlo sin querer a su hija. Ni siquiera me gustaba por el amor de dios.
—No.
—Creo que no me has entendido. Si no te casas con mi hija, no firmo y adiós fusión de empresas —afirmó sin apartarme la mirada—. Creo que dada vuestra situación económica…
—Un momento ¿de qué situación me está hablando? —Pregunté, pero esta vez mirando al hijo de puta de mi hermano.
Nick se levantó y caminó hasta la mesa bar que teníamos en la sala de juntas, se sirvió una copa y la bebió de un trago sin responderme a nada. El día no podía ir mejor. Primero me despertaba en una casa que no reconocía e incluso parecía que había contratado a esa chica sin conocerla. Segundo venía este cabrón de Jackson Meyer a ponerme exigencias y para terminar la mañana, me había enterado de que teníamos problemas económicos. ¿De qué coño iba todo esto? ¿Era una maldita cámara oculta? Caminé hasta mi hermano y lo cogí del codo para luego sacarlo de la sala sin decirle nada a él y mucho menos a nuestros visitantes.
—¡Suéltame! —Me gritó soltándose de mi fuerte agarre.
Nick era mayor que yo por cinco años, pero me importaba una mierda. Si tenía que partirle la cara, lo haría sin miramientos.
—Me vas a explicar ahora mismo todo o te juro por nuestros padres que te doy una paliza —amenacé fuera de mí.
Entramos en mi despacho y se sentó tranquilamente en el sillón. Lo veía demasiado tranquilo para el problema que teníamos, algo que, al parecer, era muy grave para la empresa. ¿Qué coño le pasaba? ¿Qué tenía en esa maldita cabeza?
—Estamos en banca rota —dijo de pronto.
Mis ojos se abrieron, tanto, que prácticamente comenzaron a arderme.
—¿Banca rota? No puede ser. Hace un mes le pedí a Edwin que me hiciera un balance y todo estaba bien. Más te vale tener una explicación, porque no me he partido el lomo durante tres años en esta empresa, perdiendo todo para que ahora se vaya a pique…
—¡Esta bien! Te lo contaré todo, pero no podemos perder la fusión con Meyer y si te pide que te cases con su hija, pues lo haces y calladito, cojones.
—No puedo creer lo que estás diciendo. Eres un hijo de puta. ¿Por qué no te casas tú con ella? Siempre tengo que ser yo quien se sacrifique por la empresa —vociferé pegándole una patada a la silla.
Esta cayó de lado, casi encima de mi hermano, pero juro por dios que en este momento me importaba muy poco la sangre. En este momento era cuando miraba atrás, a mi pasado y me daba cuenta de que tenía que haberme quedado en España, que no tenía que aceptar esta maldita vida que lo único que había provocado en mí, era dolor, uno tan fuerte del que no sabría como salir. Y nunca, nunca jamás, haría algo que no quisiera, porque esta vez lo dejaría todo sin importar nada.