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PERVIVENCIA DE TÁCITO 138

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Tácito fue ignorado en la Edad Media hasta el siglo IX , cuando su obra fue copiada por los monjes de la abadía de Montecassino. Después, se volvió a descubrir en el siglo XIV por obra de Boccaccio 139 (1313-1375) y en el siglo XV ya se encuentran citas de su obra en los humanistas Leonardo Bruni 140 (1370-1444), Flavio Biondo (1392-1463), Lorenzo Valla (1406-1457), Guarino de Verona (1374-1460) y el papa Pío II (Eneas Silvio Piccolomini, 1405-1464). Precisamente, en el siglo XV surgió un fenómeno proteico, el tacitismo , que tuvo una influencia grande sobre la historia literaria del latín y de varias lenguas modernas, así como en el pensamiento histórico y político de más de un siglo europeo 141 . Tácito fue admirado como un fino estilista de la lengua latina, como un gran historiador, como un moralista y, sobre todo, como un maestro de la política 142 . Pero también tuvo sus detractores, precisamente aquellos que siempre defendieron la supremacía de Cicerón y de Tito Livio en la prosa latina.

A comienzos del siglo XV el humanista florentino Leonardo Bruni defendió en su Historia de Florencia que esta ciudad había heredado las virtudes que la antigua Roma había perdido con los emperadores. Esta misma teoría sobre la falta de libertad en Roma la había señalado Tácito en el comienzo de sus Historias (I 1, 1). No obstante, otros humanistas, como Pietro Bembo (1470-1547), le criticaban por escribir un latín malo, en comparación con el de Cicerón y Livio, y por haber ofrecido una imagen negativa de los cristianos (Anales XV 44, 2-5), al igual que lo criticó Guillaume Budé (1467-1540) (omnium scriptorum perditissimus) en 1508. Antes, Angelo Poliziano (1454-1494) había salido en defensa de Tácito aseverando que el hecho de que el estilo de Tácito fuera diferente al de los puristas no significaba que fuera peor, mientras que el jurista Jean Bodin (1529-1596) señalaba con razón que Tácito vivió en un mundo pagano, no cristiano. En los siglos siguientes se establecieron dos tipos de Tácito: el rojo o «Tacito rosso» y el negro o «Tacito nero», por usar los términos de Toffanin 143 . Por el primero, Tácito es un revolucionario, un historiador malo, un irreverente y una mala persona. Tal fue la postura del poder establecido y fue difundida especialmente por los jesuitas, que idealizaban a Tito Livio. Y, por el segundo, se veía a Tácito como el consejero de los tiranos, príncipes cínicos y cortesanos hipócritas, es decir, el modelo de Maquiavelo o de Bacon.

Beatriz Antón 144 ha establecido varias vías de penetración del tacitismo en España: 1) La «vía hispánica», representada por el humanista valenciano J. L. Vives (1492-1540) desde los Países Bajos y el llamado «triunvirato aragonés», formado por G. Zurita (1512-1580), A. Agustín (1517-1586) y J. Verzosa (1523-1574), desde Italia; 2) la «vía europea» que se divide en cuatro: a) la «vía italiana» a través de A. Alciato (1492-1550), F. Guicciardini (1483-1540), S. Ammirato (1531-1601), G. Botero (1540-1617), T. Boccalini (1556-1613) y V. Malvezzi (1595-1694); b) la «vía francesa», representada por J. A. Mureto (1526-1585), J. Bodin (ca. 1530-1596) y M. de Montaigne (1533-1592); c) la «vía flamenca» o Lipsiana, liderada por el editor y comentarista de Tácito, Justus Lipsius (1547-1606), ya mencionado; y d) la «vía alemana», a través de los austríacos C. Forstner y M. Bernegger, aunque fue una vía secundaria y tardía. Habría que destacar de manera especial a algunos de ellos.

Francesco Guicciardini (1483-1540), un humanista al servicio de los Medici de Florencia y del Papado, imitó a Tácito en sus análisis de los acontecimientos de su época y en el sentimiento que tuvo de una corrupción a todos los niveles en su Historia de Italia (1561). De él se conserva una frase famosa sobre las enseñanzas de Tácito: «Insegna molto bene Cornelio Tacito a chi vive sotto a’ tiranni il modo di vivere e governarsi prudentemente, così come insegna a’ tiranni e’ modi di fondare la tirannide 145 ». Nicolás Maquiavelo (1469-1527) salpica de citas de Tácito sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1513-1517) y detrás de El príncipe se ha querido ver la figura de Tiberio. Para Momigliano el comentario de C. Paschalius de 1581, publicado en París, representa la inauguración del tacitismo político en Europa 146 . Y, aunque no todo fueron buenas noticias para Tácito en el siglo XVI , pues a M. A. Muretus (1526-1585) se le prohibió enseñar a Tácito en Roma durante las décadas de los setenta y ochenta por sus ataques a judíos y cristianos, sin embargo la situación se inclinó decididamente por la defensa del pensamiento y el estilo de Tácito a partir de Justus Lipsius (1547-1606) y su comentario a los Anales (1581), en el que llegó a declarar que la obra de Tácito era «un teatro de nuestra vida moderna». Y tanto Muretus como Lipsius consideraron a Tácito el modelo de una nueva manera de escribir (genus humile o estilo sencillo) de forma más cortada, más rápida y más aforística que el latín cieroniano que se cultivaba en escuelas y universidades. De esta manera, el estilo tacíteo se extendió por toda Europa a lo largo del siglo XVI y primera mitad del XVII 147 . Francis Bacon 148 (1561-1626) y P. C. Hooft (1581-1647) siguieron las inclinaciones taciteanas de Lipsius en su escritos 149 . M. Montaigne (1533-1592) enjuicia y se interesa por la obra de Tácito en sus Ensayos de 1588. Y para Gabriel Naudé (1600-1653), bibliotecario del cardenal Mazarino y padre de la biblioteconomía moderna, Tácito llegó a ser autoridad destacada en el pensamiento humano y en la actividad e historia politicas. Trajano Boccalini (1556-1613) se valió de cientos de citas de Tácito en sus Ragguagli di Parnaso (1612) para aplicarlas a príncipes y cortesanos de su época y póstumamente se publicaron sus Commentarii sopra Cornelio Tacito (Ginebra, 1669).

La obra de Tácito también fue utilizada por las víctimas del poder político, como fueron los casos del español Antonio Pérez (1540-1611) contra Felipe II, del que había sido secretario real, o del inglés Ben Jonson 150 (1572-1637), cuya obra teatral Sejanus: his Fall (1603) fue criticada por sus enseñanzas insidiosas contra el poder establecido. Esta obra de Jonson junto con el Britannicus (1669) de Jean Racine (1639-1699) son ejemplos destacados de tacitismo en el teatro francés e inglés del siglo XVII .

Tácito, a través de su Germania y de su descripción de la revuelta de los batavos en las Historias , sirvió desde el Renacimiento como guía para sostener que el pueblo germano poseía las cualidades de sus antepasados: valentía, desprecio por el lujo y amor a la libertad. Conrad Celtis (1459-1508), humanista alemán y descubridor de la Tabula Peutingeriana , fue el adalid de esta corriente, cuyos ecos llegaron hasta la Alemania nazi del siglo XX . En la misma línea H. Grotius (1583-1645), jurista holandés, sostenía, basándose en Tácito, que Holanda tenía sus raíces en los antiguos batavos y, como estos se atrevieron a enfrentarse a Roma, también ellos se resistían a aceptar el poder de España. Incluso, Justus Lipsius, cuando explicaba en Jena a Tácito en 1572, el mismo año de la revolución de los Sea Beggars contra España, sugirió que la doble cara de Tiberio era la viva imagen del duque de Alba, gobernador de los Países Bajos.

Con todo, la preferencia 151 de los españoles por Lipsius fue una consecuencia de la presencia española en los Países Bajos, especialmente desde la conversión de Lipsius al catolicismo en 1591. En Lipsius los políticos de la época encontraban las razones de un Estado cristiano, la doble moral cortesana y toda una casuística moral para la vida cotidiana. Los filólogos y humanistas, por su parte, veían en él a un erudito experto en analizar los textos antiguos. Así que Lipsius influyó 152 , entre otros, a B. Arias Montano (1527-1598), Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613) y M. Sarmiento de Mendoza, profesor de Teología en la Salamanca del XVI. La presencia de Lipsius se extendió durante el siglo XVII a los jesuitas P. Ribadeneyra y J. de Mariana y, sobre todo, a tres grandes ensayistas del Barroco español: Francisco de Quevedo (1580-1645), quien, pese a citar numerosas veces a Tácito, lo incluyó entre los impíos en la Política de Dios ; Diego de Saavedra y Fajardo (1594-1648), aunque sea de manera hostil hacia Tácito y sus comentaristas; y Baltasar Gracián (1601-1658) 153 .

El tacitismo comenzó a declinar en el tercer tercio del siglo XVII junto con el declive de la literatura clásica, marcada por la fundación de la Royal Society en Londres con su defensa de un estilo llano y sencillo. La Battle of the Books (1697) de J. Swift junto a la Querelle des Anciens et des Modernes de finales del siglo XVII en Francia marcaron el final de una época en la que la superioridad de la literatura antigua no admitía discusión alguna. Pese a ello, las grandes figuras de la Ilustración francesa, J. J. Rousseau (1712-1778), D. Diderot (1713-1784) y J. le R. d’Alembert (1717-1783), admiraron a Tácito, a quien tradujeron al francés, como estilista y como republicano junto a Maquiavelo. El barón Charles Louis de Montesquieu (1684-1755) siguió a Tácito al buscar las razones morales de los cambios sociales y políticos en sus Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los Romanos y de su decadencia (1734) 154 . Y no se olvide la presencia de Tácito en The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (1776-1788) 155 de Edward Gibbon (1737-1794).

Poco después, Napoleón Bonaparte (1769-1821), dotado de una profunda educación clásica, expresó su hostilidad hacia Tácito 156 por ser un crítico sin piedad hacia los emperadores romanos y por su estilo «impenetrable». Lo contrario que Napoleón pensaron los revolucionarios norteamericanos, que vieron en Tácito a un enemigo de la tiranía y a un modelo de moralismo radical. John Adams (1735-1826) y Thomas Jefferson (1743-1826), segundo y tercer presidentes americanos, tenían a Tácito como su escritor preferido.

La estrella de Tácito empezó a decaer en el siglo XIX , cuando se extendió la llamada historia académica y científica, la que debe contar pura y llanamente «lo que sucedió realmente». Con todo, Stendhal (1783-1842) 157 , Th. B. Macaulay (1800-1859) y John Quincy Adams (1767-1848) lo tenían entre sus libros favoritos. Pero, si declinó la fama de Tácito como historiador, su reputación de estilista y pensador se mantuvo intacta. Tanto el alemán F. Leo (1851-1914) como el francés G. Boissier (1823-1908) consideraron a Tácito un gran estilista y un profundo moralista.

En el siglo XX Tácito, como la mayoría de los autores griegos y latinos, no ha tenido gran influencia sobre la vida intelectual, a no ser el fervor que sintieron los nazis por su Germania , aunque las ideas de libertad y superioridad germana estaban ya trazadas por los humanistas alemanes. El siglo XX se ha distinguido por los trabajos de investigación filológica de la obra de Tácito. Ediciones, comentarios y artículos científicos, con Syme a la cabeza, han aumentado nuestro conocimiento de su obra, que seguirá viva para enseñarnos a desenmascarar a tiranos como Stalin, Hitler o Pol Pot. Mientras no juzguemos a Tácito con los criterios estrechos de la historia científica y académica de los siglos XIX y XX , Tácito «will once again illuminate the moral and political issues of yet another day 158 ».

Solo resta hacer mención a dos libros publicados en los últimos años sobre la época de Tácito. La novela de Juan Luis Conde, El largo aliento (1993), trata sobre el alma de Tácito, el Silencioso, a quien describe así (pág. 148): «Primero en el Foro y en la Curia, dominando las pasiones de los otros y sus juicios a placer, y luego también en sus libros de historia, distribuyendo sus argumentos con la astucia del castor, dirigiendo al lector la sentencia interesada de absolución o condena con la misma destreza que a los jueces. Qué ironía. Todos los misterios de su estilo literario, esa personalidad de sus escritos que tanto cautivaban a Gayo, la sintaxis forzada, las palabras extrañas, las máximas metálicas, el caudal de esa garra manaba de la obsesión para convencer, por ser creído». Santiago Posteguillo ha sacado a la luz en 2011 una nueva novela histórica sobre Trajano (Los asesinos del emperador. El ascenso de Trajano, el primer emperador hispano de la Historia) . Las páginas 169-244 reflejan sucintamente lo que Tácito y otros historiadores griegos y latinos contaron sobre los años 68 a 70 d. C.

Historias. Libros I-II

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