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El Adiós

El viejo no podía morir. Él lo sabía. Y, sin embargo, en su mirada había un dejo de nostalgia como el de quien sabe que está próximo a partir.

Hoy era un día especial, y por eso había escogido particularmente este lugar. Uno de los rincones favoritos en su incomparable jardín. ¿Cuántos días y cuántas noches había pasado aquí? Disfrutando del frescor de la vegetación, la humedad de la tierra, el silencio de la naturaleza, y la protección de la penumbra. ¿Cuántas veces no había sido este su propio universo personal?

La clara luz de la primavera penetraba el tupido follaje de su refugio, y se convertía en haces danzantes que jugueteaban con el rostro del viejo. Mil caras parecían emerger de ese rostro ausente. Sin embargo, su verdadera mirada se hallaba perdida en la eternidad.

Abstraído como estaba, el viejo comenzó a hablar. Su voz era profunda, pausada, y estaba llena de una inmensa paz. Su hablar era reflexivo, como si más que hablarles a otros, se estuviera hablando a sí mismo.

Y fue así como el viejo, sumergido en sí mismo y en el universo a la vez, comenzó su despedida...

Todo sucedió hace mucho tiempo ya, cuando solo era un joven muchacho. En ese momento de mi vida, lleno de vitalidad, lleno de deseos, de ilusiones y de expectativas del futuro, una noche tuve un sueño. Yo solía soñar, dormido y despierto, pero ese sueño en particular fue diferente. Ese sueño, si es que en verdad fue un sueño, me tocó profundamente, me marcó adentro, y cambió mi vida.

»Ese sueño, tan real, tan tangible, acabó de una vez y para siempre con mis otros sueños. Nunca más volví a soñar como antes. A partir de entonces mi realidad cambió y con ella el mundo que me rodeaba, el universo entero. A partir de ese momento mis sueños dejaron de ser anhelos irrealizables, para convertirse en decretos que se hacían realidad una y otra vez, cada vez que lo deseara. En ocasiones ni siquiera tuve que decretar, pues el Universo, en su Infinita Inteligencia siempre me proveyó de lo que yo necesitaba realmente, dándome más veces que menos, mucho más de lo que yo hubiera pedido.

»Ese sueño me permitió emprender un gran viaje, un viaje que me llenó de grandes riquezas, de fama, de poder, de triunfos y de éxito. Recorrí los confines del planeta, vestí las más finas prendas y joyas, conocí las más variadas culturas y personas, levanté un imponente imperio comercial y ocupé los más altos cargos en el gobierno del pueblo. Al mismo tiempo formé una bella, sana y numerosa familia, fortalecí mis amistades, e incrementé en general la cantidad y calidad de mis relaciones interpersonales. Pero más aún, ese sueño me enseñó dónde encontrar armonía, paz, serenidad, felicidad y amor. Me llenó de sabiduría más allá de todo el conocimiento almacenado en todas las bibliotecas de la Tierra.

»Ese sueño fue el comienzo de un camino que, sin saberlo, me llevaría al destino más lejano al que puede llegar ser humano alguno. Ese camino me llevó a mí mismo, y en él encontrarme conmigo mismo, no al final del camino, sino a lo largo de mi interminable periplo por él. Logré entender mi origen, misión y destino, trascendiendo la vida y la muerte, y autorrealizándome en la unicidad con el Absoluto.

»Sí, hace muchos años que tuve ese sueño. Hace tantos años que quizás ocuparían varias vidas. Pero eso no importa en realidad, pues yo dejé de tener edad desde la misma noche en la que tuve ese sueño. Ahora ha llegado el momento de trascender a otros planos de existencia y por eso ha llegado el momento de decirles adiós. Y en este adiós quiero dejarles lo más valioso que yo en verdad tuve a lo largo de estos largos siglos de existencia... mi sueño.

Los sellos secretos

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