Читать книгу La rotación de las cosas - Raúl Ariel Victoriano - Страница 21

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Como de pena...

El hombre viejo se deja llevar por el movimiento del agua. Tiene las cicatrices blancas de los raspones de la tristeza y un susto oscuro le tiembla en el pulso. Los brazos clavan el remo y evitan el bamboleo; el pie contra la damajuana impide el derrame del vino tinto en el fondo de la canoa.

Y así va.

Mueve los ojos amarillos de reptil adormecido bajo el sol del invierno. Las arrugas de su rostro talladas en cobre lucen quietas como el cuero del yacaré. Debajo del sombrero apunta la cabeza hacia adelante en busca de la curva amplia del río, que se pierde entre los árboles del bosque, lejos aún de la desembocadura.

El hombre viejo se llama Amaru.

Ayer por la noche, Amambay, su mujer india, tumbada en el catre se entregó a la muerte. Soltó un humito de aire y se quedó dormida para siempre.

Él esperó hasta la aurora, le acarició las manos duras y frías y salió de la cabaña. Ya fuera, la vio ascender entre las hojas verdes de la selva misionera como un ovillo de arco iris. Los hilos de colores atravesaron las ramas más altas. Una parte del espíritu de Amambay se deshizo en lluvia y la otra, ceniza ágil, continuó su ascenso de la mano del viento con tanto ímpetu que él estuvo seguro de que su mujer alcanzaría el sol.

Y ahí quedó su choza de caña, aguas arriba, cerca de las cataratas del Iguazú, donde el estrépito de la caída del agua es un tigre que brama y el peso de la atmósfera de niebla sobre el cauce moja las paredes rojas de las barrancas.

Amaru partió de madrugada.

Ya no tenía sentido quedarse allí. Montó apurado en la piragua de alas delgadas y se lanzó a la superficie agitada del Paraná. El agua escapaba como un chorro marrón de espaldas arrugadas, a borbotones. Él aprovechó la huida de la correntada para alejarse cuanto antes sosteniendo la respiración, siguiendo el destino del río.

Y ahora va... a la deriva.

Navega en silencio como un pez que no sabe llorar. Todo es extraño sin el lenguaje de la selva. Sin embargo, algo lo encandila. A lo lejos relumbran mil millones de chapitas refulgentes sobre la piel del río. Del sol ha bajado el espíritu de Amambay con su vestido de fiesta a mostrarle el horizonte.

Amaru se ajusta el sombrero para disminuir el reflejo, endereza la piragua en busca del rumbo, como aquel navegante cautivado por el llamado del mar, y avanza perdido en la ensoñación, entero de ánimo, hasta donde haga falta.

La rotación de las cosas

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