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Poder propio - poder no estatal
ОглавлениеLos dominados no pueden apelar a la justicia del Estado. No pueden acudir al hospital o a la escuela sin ver violentada su dignidad. «El colonizado, cuando se lo tortura, cuando matan a su mujer o la violan, no va a quejarse a nadie.» (Fanon, 1999: 72) Los millones de indígenas, de afros, de habitantes de las favelas, los pobres de la ciudad y del campo no tienen a quién recurrir. Es bien conocida la máxima acuñada durante las manifestaciones de junio de 2013 en Brasil, luego de la masacre de once personas en el Complexo da Maré (Río de Janeiro), que dice que mientras en la céntrica Avenida Paulista los policías reprimen con balas de goma, en las favelas lo hacen con balas de plomo.
Los dominados necesitan crear instituciones propias, diseñadas por ellos mismos, diferentes al Estado actual, heredado del colonialismo. Aníbal Quijano distingue los procesos seguidos en Europa y en América Latina en la construcción del Estado nación: en el primero, la precondición de los Estados fue la democratización de las relaciones sociales y políticas entre las poblaciones que lo integrarían; en el segundo, el Estado se levanta excluyendo a las mayorías indígenas, negras y mestizas (Quijano, 2000b).
El resultado es que los Estados nación construidos con base en el modelo europeo son instrumentos de dominación de una raza por otra, cuestión que se superpone y modela las relaciones capitalistas de producción. La propiedad de los medios de producción es consecuencia de sociedades desiguales, antes que la causa de la desigualdad, por eso no se resuelve solo con medidas como la expropiación:
La colonialidad del poder establecida sobre la idea de raza debe ser admitida como un factor básico en la cuestión nacional y del Estado nación. El problema es, sin embargo, que en América Latina la perspectiva eurocéntrica fue adoptada por los grupos dominantes como propia y los llevó a imponer el modelo europeo de formación del Estado nación para estructuras de poder organizadas alrededor de relaciones coloniales. (Quijano, 2000b: 238)
Los procesos de cambio no pueden ordenarse alrededor de los Estados actuales (ni siquiera de los llamados Estados plurinacionales que pertenecen a su misma hechura); el poder se debe redistribuir entre las gentes para que puedan controlar las condiciones de su existencia (Quijano, 2000b). Por el contrario, los actuales gobiernos progresistas mantienen, y en ocasiones profundizan, la concentración del poder en la falsa creencia de que lo nuevo puede construirse con la herramienta estatal-colonial.
La argumentación de Quijano saca el debate de cualquier tentación ideológica para colocarlo en el campo de la experiencia histórica y las relaciones de poder en las sociedades colonizadas. Si el camino de los cambios es la democratización de las relaciones sociales, eso solo puede hacerse desde la sociedad, desde los lugares que los indios, negros y mestizos ocupan, desde sus barrios, comunidades y favelas. Ese camino es el que está transitando el zapatismo, aunque no es el único que lo está haciendo.
En las Juntas de Buen Gobierno están los hombres y mujeres designados por las comunidades y los municipios autónomos, en ellas participan de igual a igual todos y cada uno de los sectores sociales que forman parte de las bases de apoyo. Son espacios que han sido construidos por esas bases y que ellas mismas controlan. Los tiempos para tomar decisiones son los que requiere la cultura comunitaria. Los modos de tomar decisiones, de impartir justicia, de enseñar y de cuidar la salud, de producir y reproducir la vida son los modos que acordaron entre todos y todas. Cuando dicen que los pueblos mandan y el gobierno obedece, están verbalizando con exactitud el modo de hacer realmente existente. No hay burocracia civil o militar que decida en nombre de los demás. Son poderes democráticos, no estatales, anticoloniales porque destruyen las relaciones de subordinación de raza, género, generación, saber y poder heredadas, construyendo otras nuevas donde las diferencias coexisten sin imponerse unas a las otras.
Si los movimientos antisistémicos no construyen poderes propios, seguiremos recorriendo la triste estela que conocemos desde el comienzo de los procesos de liberación nacional: fuerzas revolucionarias que toman el Estado y reproducen la dominación, porque el Estado es una relación colonial-capitalista que no puede ser desmontada desde su interior. El proceso de construir poder propio es el camino para descolonizar las relaciones sociales. En este caso, por poder propio no entiendo solo las Juntas de Buen Gobierno, es decir, los espacios de mando colectivo, sino todas las construcciones de las comunidades y los municipios autónomos: desde las escuelas y las clínicas hasta los cultivos colectivos y los medios de comunicación comunitarios. Ese tupido tejido de reproducción de la vida está forjado por poderes que son modos de hacer que abarcan todos los espacios de la vida.