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CONTRIBUCIÓN DE LOS PROCESOS SENSORIALES Y EMOCIONALES PARA LA VIVENCIA DE LA SOLIDARIDAD PARA LA JUSTICIA

1 Definición descriptiva de solidaridad para la justiciaMuestro a continuación, casi esquemáticamente –refiriéndome a un ejemplo de valor ético: la solidaridad para la justicia–, la importancia de una sana sensibilidad (fases 1 y 2) y de las vivencias emocionales (fase 3). Pero, antes, ofrezco mi definición sobre la misma:Entiendo por solidaridad para la justicia social la actitud que, a partir del sentimiento de compasión y de indignación ante los daños ocasionados por conductas injustas, y de la toma de conciencia de la responsabilidad personal para la contribución al bien común, experimenta ideales de cooperación social y de actuaciones altruistas para contribuir a la promoción y defensa de los derechos humanos, en una lucha por el logro simultáneo de una mayor libertad y justicia en beneficio de todos.

2 Lo sensorial y lo emocional para la vivencia de esta virtud

La persona tendrá que ser capaz de concentrar, con apertura a la experiencia, la mirada, la escucha, y a veces el contacto físico –es decir, su receptividad sensorial- respecto a personas y acontecimientos que implican sufrimiento ocasionado por injusticias. Aparte de las oportunidades que tenga para percibir directamente a tal tipo de personas y sucesos, los medios de comunicación, y en especial la televisión y las imágenes por medio de Internet, etc., permiten contemplar y hacerse cargo sensorialmente de vivencias dolorosas experimentadas por individuos y colectivos lejanos. Se comprende que si una persona no evita sistemáticamente captar sensorialmente con la mirada y con la escucha estas experiencias, no se encierra en una “torre de marfil”, facilita la base sensorial de la actitud solidaria. Quien evita, por ejemplo, leer el periódico o ver el telediario para no ser impactado por imágenes dolorosas injustas (“ojos que no ven, corazón que no siente”) tendrá una motivación menos intensa para la compasión o la indignación. No olvidemos las investigaciones sobre el impacto comunicativo (Mehrabian, 1968) que atribuyen sólo un 7% al contenido verbal, mientras el 93% corresponde a los aspectos no verbales.

Una persona con suficiente fluidez en cuanto a receptividad sensorial sabrá prestar atención para ver (contemplar) y escuchar los sufrimientos que padecen individuos y colectivos que son víctimas de actuaciones o situaciones injustas. Cualquier ciudadano o ciudadana dispone actualmente de muchos más recursos que hace apenas un siglo, para darse cuenta sensorialmente de estas desgracias, en comparación con lo que se podía percibir en épocas pasadas. Por la televisión, y por internet, tiene la posibilidad y facilidad de percibir a gente que padece las consecuencias dolorosas de injusticias provocadas por individuos –especialmente los que tienen poder económico o político– y por estructuras sociales, económicas o políticas que obstaculizan la igualdad en la vivencia de los derechos humanos por parte de los ciudadanos. Veamos un ejemplo de información sobre el hecho de las desigualdades injustas que ocurren en el mundo: unos párrafos de la introducción de un libro de Díaz-Salazar, publicado en 1996. Aparte de poder recibir esta información escrita, cualquier persona tendrá oportunidades de ver con sus propios ojos y escuchar con sus oídos –por televisión, o por internet– ejemplos de individuos de los que se informa en estos párrafos. Ante estas percepciones, si tiene una buena receptividad sensorial, no permanecerá impasible.

conviene, no obstante, tener presente que cada año mueren de hambre en el mundo 40 millones de personas (toda la población de España en un año) y cada día mueren de hambre 100.000 personas, de las cuales 35.000 son menores de 5 años. En la actualidad, existen en el mundo más de 1.300 millones de pobres, 1.200 millones de personas sin acceso a ningún servicio de salud (es decir, el equivalente a 30 países con el mismo volumen de población que España), 1.300 millones de seres humanos sin acceso a agua potable, 860 millones de analfabetos. Los 3.000 millones de personas que pueblan los países más pobres sólo disponen del 5,4% del ingreso mundial total, lo que representa unos recursos inferiores al PNB de Francia (57 millones de habitantes). Todo el África subsahariana (unos 565 millones de personas) dispone de algo menos del 1% del ingreso mundial, lo cual es igual a tener menos de la mitad de los ingresos del Estado norteamericano de Texas. Los países ricos del Norte, que no llegan a representar ni siquiera una cuarta parte de la población mundial, consumen el 70% de la energía mundial, el 75% de los metales, el 85% de la madera y el 60% de los alimentos. El consumo energético que representa la circulación de turismos en la parte occidental de Alemania, equivalente a unos 40 millones de toneladas de carbón por año, es igual al consumo total de energía de los habitantes de África negra. Es necesario recordar que todos los habitantes de la unión Europea, EE.UU., Canadá, Japón, Australia y Nueva Zelanda sólo constituyen el 14% de la población mundial, esto es, algo menos que toda la población de la India, que representa el 16% de la población mundial. Las personas que habitamos en los países de la Unión Europea sólo somos el 6,5% de la población del mundo.

El desconocimiento y, sobre todo, el olvido de esta realidad –que por otro lado se impone con manifestaciones constantes y dramáticas– es el que acompaña la baja intensidad de las políticas y acciones de solidaridad internacional. Especialmente cuando se regresa de algún país empobrecido, se tiene la sensación de que el Norte está ciego y dormido, reposando en un “sueño de cruel inhumanidad” (Jon Sobrino). Y contra este sueño del Norte hay que levantar un movimiento de insumisión a favor del Sur. No podemos consentir que una minoría del 14% de la humanidad –con islotes ciertamente de pobreza– esté instalada en la cultura de la satisfacción producida por la sociedad de consumo, mientras que la gran mayoría de los habitantes del planeta Tierra están sometidos a la dictadura de la pobreza (Díaz-Salazar, 1996, pp. 16s.).

En estos decenios, sin salir de nuestra ciudad, seguimos viendo a muchas personas –mayoría inmigrantes o refugiados– que van con un carrito a recoger material del interior de los containers –unos recogen papeles, otros metales, etc.– para poderlos vender por unos pocos euros. La persona sensible evitará acostumbrarse a ver esta desgracia como algo normal. Y al anochecer, en algunos rincones de la ciudad, podremos fácilmente observar que algunos indigentes están instalándose como pueden, con unos cartones y, en el mejor de los casos con una manta, para pasar la noche en el exterior, aunque sea en el invierno, porque no hay plazas disponibles en los albergues, o porque les ha ocurrido que en algunos les han robado parte de lo poco que arrastran con ellos. También creo que muchos de ellos, a pesar del valioso folleto actualizado anualmente por la Comunidad de San Egidio (de 218 páginas) sobre todos los recursos existentes en Barcelona, desconocen la dirección de más de cincuenta lugares donde pueden encontrar comida gratis, los aproximadamente veinte albergues donde pueden probar si hay plazas disponibles, los trece lugares donde pueden ducharse, los locales –principalmente parroquias– donde pueden obtener ropa gratis o aquéllos en los que les pueden ofrecer ayuda legal, y así suficientemente.

Respecto a los procesos emocionales (y a partir de lo captado sensorialmente) puedo señalar algunos sentimientos que considero requisitos integrantes de esta actitud:

 El sentimiento de tristeza ante las desgracias humanas como el hambre padecida por un porcentaje importante de la población mundial; la muere de millones de niños en el Tercer Mundo por imposibilidad de pagar las vacunas o por falta de centros de atención médica; la necesidad de vivir y dormir a la intemperie por falta de recursos para pagar un alquiler; los encarcelamientos injustificados por falta de libertades democráticas o por errores judiciales; la lapidación de mujeres por denuncias de adulterio en algunos países musulmanes, o el desfiguramiento de sus rostros por ácidos por haber sido violadas y considerarse deshonrada la familia; los periódicos asesinatos a creyentes religiosos –principalmente a cristianos– y destrucciones o incendios de sus templos por no admitir la libertad religiosa, las violaciones de mujeres, principalmente durante las guerras. La relación se podría alargar mucho más, pero baste lo mencionado como muestra representativa de injusticias causantes de sufrimiento y existentes en la actualidad.Ante estos hechos, que desde que existe la televisión se pueden hacer visibles para todos, la persona con suficiente sensibilidad y fluidez emocional experimentará tristeza en forma de compasión –si tiene cierta capacidad de ponerse en la piel de los otros, de intuición empática–, y también indignación ante las injusticias causantes de estas desgracias, por acción o por omisión. Tanto la compasión como la indignación son dos sentimientos básicos para la posibilidad de la actitud solidaria. Por ello es aconsejable que la persona dispuesta a cultivar esta virtud se detenga a veces en contemplar o evocar con recogimiento y atención plena estos hechos, en una especie de meditación que le mantenga atenta y despierta a esta realidad humana dolorosa y sus capacidades para la compasión y la indignación nunca lleguen a inhibirse o apagarse.

 El sentimiento de esperanza es otro sentimiento que veo conveniente destacar aquí. La esperanza en que colaborando con otros es posible alcanzar algunos logros para contribuir a un mundo con más paz y bienestar y menos sufrimiento gracias a una mayor justicia. La meditación contemplativa sobre lo que podría lograrse actuando con iniciativas personales o colaborando con otras, y el consiguiente sentimiento de alegría ante esa posibilidad futura pueden ayudar a no permanecer pasivo, inhibiendo toda energía movilizadora para una actuación eficaz, en la medida de las propias capacidades y limitaciones.

 Puede añadirse aquí también el sentimiento de atracción o captación de la belleza moral de un estilo de vida solidario para la justicia. Me adhiero a la interpretación de aquellos filósofos que, como Scheler, sitúan como requisito previo a la consolidación de una actitud ética o virtud (la captación de un valor), la comprensión intuitiva sobre su belleza moral, a través del sentimiento, entendido –como ya he dicho antes- como un proceso afectivo-cognitivo, a diferencia de una mera emoción o una mera idea. La actual concepción de lo que se entiende por “inteligencia emocional” la percibo como un concepto afín al sentimiento según Scheler o Jacobi, entre otros.Por lo tanto, si uno sabe recogerse para vivir lo que he descrito en otro lugar (2012) como “escucha interior” y visualizar mentalmente, con ayuda de la fantasía, como sería la vida en una sociedad en las que la mayoría de las personas cultivasen la actitud solidaria para la justicia, incluyendo lo que se ha entendido como “amor social” (Messner, 1967, pp. 524-529), será fácil que surja un sentimiento de admiración hacia ese estilo posible de sociedad y aumente la energía personal que impida desentenderse de toda contribución hacia esa meta.

 Sentimientos de alegría y admiración ante el testimonio de héroes del altruismo y la solidaridad. Todos tenemos oportunidades de experimentar estos sentimientos al contemplar y reflexionar sobre la vida de personajes del presente o del pasado, y a veces también sobre personas cercanas a nosotros, protagonistas de actuaciones admirables por el ejercicio de esta actitud. No sólo podemos evocar a Mahatma Gandhi, Martin Luther King, la madre Teresa de Calcuta, Louis Pasteur, y otros famosos. Son numerosos los que pueden estar a disposición para que evoquemos sus vidas y nos abramos a su influencia, permitiendo experimentar nuestro sentimiento de admiración y nuestra aspiración a implicarnos en la actitud de la que son modelos de vida. Merece la pena facilitar esto con la ayuda de la lectura de biografías, o el visionado de películas u obras de teatro. Aparte de lo que constituyen biografías, la literatura y el cine pueden ofrecernos a veces la narración de trayectorias vitales admirables como testimonios de solidaridad. ¿Quién no salió con un sentimiento profundo de admiración y alegría tras ver la película La lista de Schlinder, o La vida de los otros, por señalar dos ejemplos? ¿No vemos aconsejable practicar, de vez en cuando, unos minutos de recogimiento y meditación, evocando escenas admirables de este tipo de vidas, como vía para la energetización de nuestra capacidad solidaria?

 Finalmente podemos considerar también la contribución del sentimiento de temor quizá no tanto sentimiento como emoción transitoria– ante los peligros de un futuro previsible, si no aumenta el porcentaje de personas solidarias. Cabe también aquí la práctica de meditaciones con ayuda de la visualización mental de imágenes sobre la vida en una sociedad sin apenas personas solidarias. El filósofo Jonas, en su valiosa obra El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para una civilización tecnológica, plantea la importancia de ser conscientes y responsables sobre las consecuencias previsibles de nuestras actuaciones en las generaciones futuras. Implica en la conducta responsable tanto el sentimiento de esperanza como el de temor.

Lo sensorial y lo emocional en la vivencia ética y en la espiritualiad

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