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UNA CONCEPCIÓN INTEGRACIONISTA DE

LA REFLEXIÓN ÉTICA

A la vista de mi clasificación de valores éticos –véase la lista que sigue- sobre cualquiera de ellos podría mostrarse la contribución de los procesos sensoriales y de los emocionales –vividos de forma sana- para el logro de una experiencia positiva de la capacidad valorativa. A esta también precedería la fase de la identificación cognitiva de la que aquí no me ocupo.

1 Actitud esperanzada

2 Independencia personal

3 Apertura a la experiencia

4 Grandeza de alma

5 Confianza en el ser humano

6 Deseos de superación

7 Aceptación de la realidad con sus límites

8 Profundidad de vida

9 El arte del ocio humanizador

10 Autenticidad subjetiva: ser fiel a uno mismo

11 Autenticidad objetiva: vivencia de actividades auténticas

12 Serenidad

13 Actitud creadora

14 Escucha interior

15 Cordialidad

16 Actitud agradecida

17 Respeto a la persona

18 Fidelidad a los compromisos

19 Sabiduría para la vida (Prudencia)

20 Fortaleza existencial

21 Armonía intrapersonal (Templanza)

22 Solidaridad para la justicia

La investigación sobre los valores éticos la realizo según una concepción de la Ética entendida como parte integrante de una Antropología psicológica y filosófica. Por lo tanto, como una Ética que entiende los valores éticos –y su apropiación personal como actitudes humanizadoras o virtudes– como energías que conducen al desarrollo de la naturaleza humana, hacia su plenitud. Es decir, los valores éticos, apropiados personalmente en forma de actitudes humanizadoras o virtudes, favorecen el crecimiento psicológico personal de la persona, de las personas de su entorno, y de las instituciones sobre las que pueda ejercer alguna influencia por encontrarse integrada en ellas. Constituyen lo éticamente positivo, o lo bueno moralmente. En cambio, lo éticamente negativo, o lo inmoral, son las actitudes que obstaculizan dicho crecimiento personal.

De los distintos enfoques de Ética filosófica es clásica la diferenciación entre Ética material o de contenidos y Ética formal. El precursor de la primera fue Aristóteles en el siglo VI antes de Cristo. En los siglos XX y XXI han seguido un enfoque de Ética material, entre otros Scheler (1948), Bollnow (1960), N. Hartmann (1970), Hildebrand (1983) entre los fenomenólogos; y entre los neoaristotélicos: Maritain (1966), Pieper (1980), Mac Intyre (1987) y Aranguren (1968). Díaz Álvarez (2007) ha destacado el regreso espectacular de este enfoque y del correspondiente interés por la ética de la virtud desde finales del siglo XX. Personalmente me encuentro en esta línea.

En cuanto a la Ética formal, cuya primera y principal figura fue Kant, ha constituido un enfoque que ha sido el predominante, durante un largo periodo, desde el siglo XVIII, cuando se publicó la Crítica de la razón práctica. En este enfoque no se tiene en cuenta –o muy poco– la Antropología psicológica y sus aportaciones sobre las tendencias humanas.

Sin embargo, respecto a estas dos concepciones antitéticas de la Ética, comparto plenamente el “integracionismo filosófico” de Ferrater Mora (1994), cuando sostiene que: “ninguna de ellas aparece, naturalmente, en toda su pureza y puede decirse, por lo contrario, que toda ética es un compuesto de formalismo y ‘materialismo’, los cuales se han mantenido como constantes a lo largo de toda la historia de las teorías y actitudes morales” (Ferrater Mora, 1994, p. 1145).

La Antropología filosófica en la que me muevo en mis reflexiones psicoéticas puedo resumirla en estos dos principios:

1 El “integracionismo filosófico” de José Ferrater Mora (1994), a partir del cual me es posible integrar un enfoque de Ética material de contenidos –un neonaturalismo no reduccionista de tradición aristotélica– con un formalismo por el que entiendo como ético todo aquello que favorece la salud mental y un desarrollo del propio potencial humano, que no obstaculice sino, al contrario, favorezca la realización personal de los otros; es decir, un proceso de autorrealización personal y social.

2 Previamente a ese razonamiento axiológico, de base empírica, reconozco, en la línea de la Ética fenomenológica (Scheler, 1948; Hildebrand, 1983; N. Hartmann, 1969 y 1970, entre otros), que el arranque de la captación de lo valioso ocurre normalmente al través del sentimiento. Entiendo a éste como una experiencia afectivo-cognitiva muy afín a lo que hoy se entiende por “inteligencia emocional” (Lizeretti, 2012).Tengo también presente, como punto de partida, el esquema del fluir vital, según nuestro modelo de la Psicoterapia Integradora Humanista (Gimeno-Bayón & Rosal, 2016, 2017), con trece fases en tanto que continuum en el que se pueden señalar unidades discretas que se van sucediendo unas a otras, incidiendo la calidad de la realización de cada una de ellas en la del proceso posterior, de modo que si entendemos el fluir vital como proceso en el que se pueden plantear frustraciones o conflictos, la resolución del proceso en forma satisfactoria e integradora dependerá de que haya habido una calidad en sus fases y un fluir de una a otra sin distorsiones, dispersiones ni bloqueos.Las trece fases son las siguientes:RelajaciónSensacionesFiltración de las sensacionesó 4. Identificación afectivaó 3. Identificación cognitivaValoraciónDecisión implicadoraMovilización de recursosPlanificaciónEjecuciónEncuentroConsumaciónRelajamientoRelajación

La fase 9ª de la ejecución –respecto a los valores éticos– es aquella en la que se manifiestan, ya en la práctica, conductas éticas, que pueden llegar a ser actitudes permanentes en la vida del sujeto. Anteriormente habrá tenido lugar la decisión de practicar tal actitud humanizadora, seguida normalmente de las fases 7 y 8. Previamente habrá sido preciso –de forma intuitiva, con inteligencia emocional, o de forma razonada– haber ejercitado la capacidad valorativa (fase 5). Pero antes de esto habrán actuado procesos sensoriales (fases 1 y 2), afectivos (fase 3) y cognitivos (fase 4), siendo los dos primeros los que corresponde destacar en este trabajo.

Lo sensorial y lo emocional en la vivencia ética y en la espiritualiad

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