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I. La dependencia colonial clásica

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Situado en la periferia del imperio español, el Paraguay era un componente del imperio, geográficamente marginal, pero po­lítica y económicamente integrante del mismo. Debido a que constituían un estado tapón entre la colonia portuguesa rival del Brasil y las naciones indígenas hostiles, los paraguayos estuvieron obligados a prestar prolongado servicio militar, lo que contribuyó a la severa escasez de mano de obra en la provincia durante los fines del período colonial. De consecuencia aun ma­yor fueron los efectos combinados de la economía de exportación del Paraguay y su dependencia del sistema comercial imperial. Su estructura, similar a una cadena, que empezaba oficialmente en España y se extendía a la remota provincia vía Panamá, Lima y Buenos Aires, sirvió para deprimir la economía de la provincia y privarla de una gran porción de sus riquezas, dejando a la mayoría del pueblo paraguayo en la extrema pobreza.

Debido a que el Paraguay era una provincia satélite del Virreinato del Perú, y más tarde del Virreinato de La Plata –des­pués de la creación de este último en 1776–, sus principales decisiones políticas y reglamentaciones comerciales dependían de estos centros metropolitanos que, a su vez, servían a los intereses de España. Por consiguiente, la economía política del Paraguay no estaba estructurada para beneficiar a la Provincia; sus estructuras políticas y económicas promocionaban los intereses de las metrópolis de América y Europa. No hay nada desusado en esta relación de dependencia, por supuesto, dado que la función de un imperio es beneficiar a la metrópolis a través de la explotación de sus colonias satélites. Lo que causaba la severidad de la pobreza del Paraguay era el infortunio de estar situado en el extremo de la cadena de satélites.

A fines del siglo XVIII, la economía paraguaya se centraba alrededor de la exportación de diversos productos comerciales, incluyendo tabaco, maderas duras, azúcar, miel, otros dulces y cuero. Sin embargo, el producto que con creces era el más impor­tante y rentable para fines de comercialización, era el té paragua­yo, la yerba mate. Enfatizando que la región gozaba de un monopolio natural sobre la yerba, el gobernador de la provincia, Agustín Fernando Pinedo, explicaba a la colonia española en 1777:

La yerba es el fruto más apetecido, de más estimación, de que se coge más cantidad, y cuyo comercio se extiende a todo el Perú y Chile. Su uso es común en ricos y pobres; tómase su substancia en agua caliente, y es un equivalente al chocolate pero mucho más usado que lo es este género en España: ni se guarda en su uso la moderación que en el chocolate el cual cuando más se acostumbra a tomar dos veces al día, pero la yerba que condimentada llaman Mate, toman tres, cuatro y más veces por la mañana y otras tantas a la tarde, y no solo las gentes de conveniencia sino también los más pobres, a lo cual se acostumbran también todos los europeos, de que resulta un gran comercio, y hay personas tan enviciadas en su uso que prefieren el mate a otros más sólidos sustentos y aplican en primer lugar el dinero que tienen a esa apetecible especie.25

En el mismo informe, Pinedo también destaca la impor­tancia del comercio de la yerba en la economía paragua­ya, expresando que, junto con la agricultura, las ocupacio­nes principales “de todos los habitantes de esta provincia, por inclinación o por necesidad [son] la recolección de la yerba en los montes donde crecen [y] su transporte por río en naves comerciales a Buenos Aires”. En un informe anterior (1773), el gobernador había calculado que casi la mitad de los hombres de la colonia encontraban trabajo en la recolección, preparación y transporte de yerba.26 Félix de Azara, el famoso brigadier, natu­ralista y observador real español, fue más específico cuando informó que del comercio paraguayo total de 395.108 pesos para los años 1788 a 1792, la yerba representaba casi las tres cuartas partes (292.653 pesos).27 Los permisos de comercio para­guayos para 1800 documentan la exportación de 2.700 toneladas de yerba, un vívido testimonio de la economía de monocultivo de la provincia.28

Paradójicamente, la gran demanda de yerba y el consecuente comercio sirvieron para empobrecer al pueblo paraguayo. Como es típico de las economías de monocultivo, la extrema concentración de recursos humanos, naturales y de capital en la producción del producto de rentas, condujo a la desatención de industrias menos rentables. El efecto más marcado de esta distribución desequilibrada de recursos fue una escasez crónica de productos de primera necesidad y, como resultado, los altos precios para sus substitutos importados. Como lo observa el gobernador Pinedo:

[...] es negado el cultivo e inconseguible, no hay establecimien­tos de abasto en lo más notable de alimentos, como pan, carnes y legumbres, a que se agrega no darse vino, aceite ni lo demás que a costa de excesivos precios necesita el que los consume –que son todos– hacerlos conducir de Buenos Aires intermediando en su viaje tres o cuatro meses.29

La seria escasez de mano de obra, que resultaba en gran medida de las demandas al papel político de la colonia como amortiguadora entre el Brasil y las naciones indígenas circundan­tes, constituyó un agregado a los problemas del Paraguay. Al mantener la provincia en constante estado de alerta militar, en lugar de establecer guarniciones regulares para su protección, la corona exigía que los ciudadanos de sexo masculino sirvieran en los fuertes distantes. Incluyendo el tiempo insumido en viajar a y de estos alejados fortines, esta obligación militar daba como resultado un período de servicio activo de cuatro a seis meses por año. Además, los ciudadanos-soldados estaban obligados a equiparse ellos mismos con lo esencial: vestimenta, caballos, armas y subsistencia.30

Dado que la mayor parte de la actividad industrial estaba prohibida por ley imperial, muchos de estos artículos militares debían ser importados. Con el comercio estrictamente regulado por la estructura monopolista, sin tener en cuenta la considerable actividad del contrabando, cuando los artículos importados llegaban al Paraguay los precios eran exorbitantes. El gobernador Pinedo demostró la dependencia del Pa­raguay de esta estructura del comercio cuando se quejaba: “armas, pólvora y municiones les cuesta muy caro como que todos estos pertrechos son condiciones de Europa por los mercaderes, y que cuando llegan a esta remota provincia han tenido ocho y diez ventas y reventas, aumentándose el precio en cada una los costos de la producción y la ganancia a que el mercader aspira”.31 También aquí el Paraguay sufría las consecuencias de su situación de satélite subalterno en el imperio colonial.

Plagadas de reglamentaciones y pesada tributa­ción, las exportaciones de la colonia también estaban deprimidas. El caso de la yerba constituye un claro ejemplo de la situación subalterna del Paraguay. Enviada en primer término a Santa Fe y luego reembarcada a Buenos Aires, que servía como centro de distribución para Tucumán, Potosí, Chile, Lima y Quito, la yerba estaba sujeta a impuestos tanto provinciales como a la alcabala –impuesto a las ventas– en cada punto de la ruta.32

Incluso las reglamentaciones de Libre Comercio de 1777-78, promulgadas supuestamente para facilitar el comercio in­terprovincial, ofrecieron escaso alivio para el Paraguay. Pese a estas reformas, la estructura de dependencia como satélite de la metrópolis permitió la constante apropiación de las riquezas de la provincia, aunque de forma encubierta a través de una serie de relaciones de crédito perjudiciales. Refiriéndose al comercio de la yerba, el gobernador Pinedo informaba:

Las causas de la quiebra y atrasos del comercio de este género y de lo demás de esta provincia, consisten lo primero, en que por su pobreza no hay ni un mercader que comercie con caudal propio. Las facturas, que tienen, les fían en Buenos Aires y les dan muy caras, y con la obligación de pagar un 8 por ciento de rédito todo lo que demorare la paga en el plazo que les ponen, que puede ser de un año o año y medio, por la experiencia que tienen de que los habilitados al Paraguay no han de acabar de pagarles en seis, ocho, diez o más años. Llegan aquí con esta carga tan pesada, y al considerar sobre sus experiencias las pérdidas a que se arriesgan, fían sus géneros a un beneficiador de yerba, que nada tiene suyo, y con la mira de subsanar su pérdida, la ganancia a que aspira y los cargados que traen los géneros desde Buenos Aires le pone unos precios exor­bitantes, llévalos al beneficiador, procura venderlos, ¿y a quién? A unos miserables peones, a quienes la desnudez y suma desdicha obliga a ofrecer lo que no pueden pagar; en suma, ellos no tienen qué comer, ni instrumentos y herra­mientas con que trabajar en el beneficio de la yerba y todo compran o alquilan al beneficiador para quien trabajan, y este les da a un precio exorbitante de que resulta que estos miserables no pueden pagar ni aún la mitad –mejor diré la tercia parte– de aquello en que se empeñan: porque a estos no se les paga jornal diario, ni salario mensual, compran ellos la ropa y la comida y alquilan los instrumentos con que trabajan y todo fiado, y no alcanzándoles el tiempo para poder pagar con su trabajo personal se ven otra vez desnudos y empeñados, y en la necesidad de empeñarse de nuevo.33

De la descripción del gobernador, se destaca nítida la cadena de la dependencia económica. Los peones, sin medios propios de producción, dependían de los comerciantes de yerba para herramientas, ropa y subsistencia. Los comerciantes de yer­ba, al servir como ‘metrópolis’ para los peones, funcionaban como ‘satélites’ en relación con los comerciantes paraguayos, de quienes recibían mercaderías a crédito. De igual manera, los comerciantes paraguayos funcionaban como satélites dependientes de los comerciantes de Buenos Aires, quie­nes les prestaban capital operativo. Y esta cadena de dependencia de explotación no terminaba en la metrópolis americana de Bue­nos Aires.

En una inútil tentativa de convencer a la corona que sería en el interés de todos los afectados corregir las condiciones que devastaban su provincia, primero analizaba la cadena económica y advertía que:

De estas quiebras que padecen los beneficiadores en los peones resultan las de los comerciantes que trafican en estas provincias; de las de estos las de los de Buenos Aires que les fíe. De las de los de Buenos Aires, las de Cádiz cuyo comercio los surte, y en las quiebras de los de Cádiz pierden su dinero infinitas personas de ese Dominio, que ponen a giro sus caudales en aquel comercio, de modo que la quiebra que causa por necesidad el miserable peón des­nudo de los yerbales del Paraguay va a resultar al primero que puso su caudal a giro en Cádiz, de donde emanan los géneros que recibió y no pudo pagar.34

De esta manera, continuaba la estructura económica satélite-metrópolis. Los comerciantes de Buenos Aires, a fin de adquirir las mercaderías que vendían a los comerciantes paragua­yos, dependían de sus metrópolis, los comerciantes de Cádiz y sus financiadores.

Comprensiblemente, el gobernador Pinedo, observando este fenómeno desde la periferia más explotada del imperio, proyectaba de forma equivo­cada la pobreza que veía a su alrededor a la estructura entera. Si él hubiera optado por el concepto de ganan­cia, en lugar del de pérdida en su análisis, hubiera presentado una relación más exacta del funcionamiento del sistema comercial –porque no solo cada satélite era explotado por su metrópolis en cada eslabón de la cadena, sino que a su vez el mismo funcionaba como metrópolis que se beneficiaba de la explotación de su respectivo satélite–.35

La excepción a este mecanismo en la cadena de aprovecha­miento era el peón paraguayo, cuyo trabajo inicialmente produ­cía la riqueza y, por consiguiente, no tenía satélite que explotar. La duplicidad comenzaba con los acopiadores de yerba, puesto que incluso sujetos a las condiciones explotadoras de crédito de sus metrópolis –los comerciantes paraguayos–, obtenían utilidad de la explotación de sus satélites –los peones–. Lo mismo se aplicaba a los comercian­tes paraguayos explotados por las tasas usurarias de intereses y altos precios que estaban obligados a pagar por las mercaderías que recibían de su metrópolis –los comerciantes de Buenos Aires–, puesto que si no aceptaban los términos de estos comerciantes los paraguayos no hubieran estado en situación de beneficiarse de la explotación de sus propios satélites –los acopiadores de yerba–. La misma rela­ción se aplicaba al próximo eslabón de la cadena. Los comercian­tes de Buenos Aires obtenían ganancias de su posición metropo­litana frente a los comerciantes paraguayos, sirviendo al mismo tiempo como fuentes de ganancias para los comerciantes de Cádiz. De esta manera, cada metrópolis extraía una utilidad de la explo­tación de sus respectivos satélites. Esto era algo necesario, puesto que si no actuaban de este modo, no hubieran podido seguir en este negocio.

La economía de monocultivo del Paraguay, y su resultante comercio, dependía de este sistema mundial de mercado. Junto con los gastos de cumplimiento de las obligaciones mili­tares impuestas por su papel de estado tapón, las ganancias obtenidas en cada eslabón de la cadena de dependencia económi­ca consumían la riqueza de la provincia. Aun cuando el gober­nador Pinedo no retrató correctamente el capitalismo comercial de la época, sin duda comprendió sus efectos sobre la pro­vincia cuando expresaba de modo profético, “el sistema que empie­zan a observar al presente los mercaderes, al mismo tiempo que es menos perjudicial para ellos, causa y causará en lo sucesivo más desdichas y desnudez”.36

Más de veinte años después, el nuevo gobernador del Para­guay informaba a la Corona que, de una población de casi 100.000 habitantes, “más de 50.000 almas viven en una indigencia total, sufriendo con paciencia los efectos terribles de la desnudez, de la miseria y de la opresión”.37

Claramente, mientras la política económica del Paraguay permanecía en relación de dependencia, la tétrica predicción del gobernador Pinedo estuvo destinada a ser verdadera.

25 AGI, ABA, leg. 322, Pinedo al Rey, 29 de enero de 1777.

26 AGI, ABA, leg. 202, Pinedo al Rey, 14 de junio de 1773.

27 Félix de Azara, Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata, pp. 204-5.

28 ANA, NE, leg. 3360, Libro de Asiento de Guías para el año de 1800.

29 AGI, ABA, leg. 202, Pinedo al Rey, 14 de junio de 1773.

30 AGI, ABA, leg. 322, Rivera al Rey, 19 de mayo de 1798.

31 AGI, ABA, leg. 322, Pinedo al Rey, 29 de enero de 1777.

32 Ibid.

33 Ibid.

34 Ibid.

35 Para fines de sencillez, no se examinarán los vínculos de los capitalistas comerciales españoles con los capitalistas industriales de otras naciones europeas, aunque funcionalmente eran una continuación de la cadena de dependencia. Para un estudio y ensayo bibliográfico sobre este tema, ver Barbara H. Stein y Stanley J. Stein, The Colonial Heritage of Latin America.

36 AGI, ABA, Leg. 322, Pinedo al Rey, 29 de enero de 1777.

37 AGI, ABA, leg. 322, Rivera al Rey, 19 de mayo de 1798.

La primera revolución popular en América

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