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III. Enfrentando a las metrópolis

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Reflejando el deterioro del imperio español, el control y la protección ibéricos del Río de la Plata se había debilitado para 1810 de modo drástico. Ya en 1806 una expedición británica, bajo el mando de Sir Home Popham, había forzado su ingreso a Buenos Aires. Lo significativo es que fueron los criollos, no los españoles, los que expulsaron a los invasores. El Vi­rrey español, Rafael de Sobremonte, huyó al interior, dejando la milicia colonial de la ciudad en manos del oficial criollo, Santiago Liniers. Después de la derrota de los ingleses, el Cabildo porteño depuso a Sobremonte y eligió a Liniers en su lugar. El año siguiente, una segunda expedición de diez mil soldados ingle­ses, esta vez bajo el mando del General John Whitelocke, ocupó Montevideo y atacó Buenos Aires. Y una vez más fue el criollo Liniers quien defendió la ciudad obligando a los ingleses a retirarse.

Aun cuando los británicos sufrieron dos derrotas mi­litares, estimularon con éxito las crecientes demandas de los porteños por el libre intercambio comercial fuera de los confines del imperio español. Durante los meses de ocupación británica, los habitantes del Río de la Plata experimentaron los beneficios del comercio directo con Inglaterra. Los comerciantes británicos de buen grado pagaron el doble del precio acostumbrado por las exportaciones principales de la región, cueros y sebo, vendiendo al mismo tiempo ponchos de lana fabricados en Manchester por un tercio del precio de los productos originarios de Tucumán.54

Los eventos en Europa minaron más aun la autoridad espa­ñola en América. En 1808, los ejércitos de Napoleón invadieron la Península Ibérica, capturando al monarca español, Fernando VII. En una tentativa de poner fin a la dinastía de los Borbones pero no a la monarquía española, Napoleón nombró a su hermano, José Bonaparte, como nuevo Rey de España. Pero una insurrección popular quebró este plan, y condujo a la creación de juntas locales leales a Fernando. A su vez, los Cabildos de Buenos Aires y Asunción votaron el reconocimiento de la autoridad de la más prestigiosa de estas juntas –la Junta Superior de España e Indias, Sevilla– y juraron lealtad al monarca Borbón prisionero, pero la disolución de la Junta Superior el año siguiente cortó los vínculos de América con la corona de los Borbones. El Cabildo de Buenos Aires, estimulado quizás por las recientes victorias sobre los soldados ingleses, aprovechó esta oportunidad para zafarse del monopolio comercial de España y asumió la dirección de sus propias operaciones. El 25 de mayo de 1810, el Cabildo porteño depuso al Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, que había sido designado por la Junta Superior el año anterior, y estableció la Junta Provisoria del Río de la Plata para ‘gobernar en nombre de Fernando VII’.

En la tentativa de mantener su posición dominante en la economía de la región, los porteños anunciaron su intención de conservar la estructura política del Virreinato. La Junta Provisoria de inmediato emitió una proclamación de su autoridad “a las provincias todas de nuestra independencia, y ahí más allá, si puede ser, hasta los últimos términos de la tierra”.55 El Cabildo de Buenos Aires envió una circular similar a todas las provincias del Virreinato del Río de la Plata.56

Al comprender que los realistas paraguayos presentarían una fuerte oposición, la Junta de Buenos Aires, en lo que resultó una decisión desastrosa, envió al Coronel José Espínola a entregar la declaración del Cabildo y explicar con detalle los objetivos de la revuelta porteña. Espínola, “el viviente más odiado por los paraguayos” por haber sido el “instrumento principal de las violencias del anterior gobernador Don Lázaro de Rivera”,57 rápidamente se ganó la animosidad tanto de la élite española como de la criolla. Después de asumir el título de Comandante de Armas del Paraguay, se detuvo en la ciudad fronteriza sureña de Pilar el tiempo suficiente para obligar al Cabildo local a jurar lealtad a la junta porteña.58 Prosiguiendo hacia Asunción, recibió un trato cordial del goberna­dor Bernardo de Velazco hasta que llegaron noticias de Pilar, después de lo cual fue exiliado al Norte. Sin embargo, en lugar de viajar a Concepción Espínola logró escapar y regresó a Bue­nos Aires, donde exageró el tamaño y poder de la facción porteñista en el Paraguay.

En el momento de la revuelta de 1810 en Buenos Aires, Paraguay se encontraba bajo el firme control de los españoles, que ocupaban las posiciones políticas y militares más altas, “y el comercio del Paraguay se halla principalmente en manos de los españoles”.59 Sin embargo, debido a la tradicional animosidad paraguaya contra Buenos Aires, fue fácil para el gobernador Velazco y el ultrarrealista Cabildo de Asunción, ganar el apoyo paraguayo contra los porteños. La asociación del odiado Espínola con estos últimos y el temor de nuevos reclutamientos militares60 también sirvieron para solidificar el apoyo paraguayo contra los porteños y su descarada expresión de dominación. Pero la razón principal de la oposición unificada a las pretensiones porteñas era que el Paraguay, que ocupaba una posición periférica en el imperio español, estaba político y económicamente en un callejón sin salida. Y como no había clase criolla poderosa o bien atrincherada, cuya posición socioeconómica estuviera basada ventajosamente o vinculada a la estructura colonial,61 dado el momento histórico los antagonismos entre criollos y españoles fueron temporalmente olvidados por su posición común contra los porteños.

Aun cuando el enemigo estaba claramente definido, no todos los paraguayos estaban de acuerdo sobre el curso de la acción que debía seguirse. En la reunión del Cabildo abierto –un encuentro ‘abierto’ de personalidades locales–, convocado por el goberna­dor Velazco y el cabildo realista para deliberar sobre los recientes sucesos, un criollo radical, doctor en teología y abogado, sorpren­dió a las élites de Asunción declarando irrelevante cual­quier debate sobre quién debía ser reconocido como soberano del Paraguay. José Gaspar Rodríguez de Francia, con su marcada influencia de la filosofía ‘ilustrada’, argumentó que, dado que España ya no poseía poder para gobernar, la soberanía retornaba naturalmente al pueblo; por consiguiente, el Paraguay debía declarar su independencia en lugar de continuar dependiendo de un gobierno central controlado por porteños.62 En su discurso ante la asamblea, Francia insistió:

La única cuestión que debe discutirse en esta asamblea y decidirse por mayoría de votos es: cómo debemos defender y mantener nuestra independencia contra España, contra Lima, contra Buenos Aires y contra Brasil; cómo debemos mantener la paz interna; cómo debemos fomentar la pública prosperidad y el bienestar de todos los habitantes del Para­guay; en suma, qué forma de gobierno debemos adoptar para el Paraguay.63

No fue sorprendente que los doscientos ‘notables’ locales españo­les y criollos rechazaran una propuesta tan radical. En lugar de ello, desairaron a los porteños, aprobando las resoluciones rea­listas más conservadoras, de reconocer la autoridad del Consejo Supremo de Regencia de España, asegurando al mismo tiempo relaciones fraternas con el gobierno de Buenos Aires y las demás provincias del Virreinato. Lo más importante fue que el Cabildo abierto resolvió crear un ejército para la defensa, observando que Portugal estaba esperando una oportunidad “de tragarse esta preciosa y codiciada provincia”, y ya tenía sus tropas en las riberas del río Uruguay.64 Para coordinar los pre­parativos militares, el Cabildo abierto creó una Junta de Guerra con oficiales realistas seleccionados, comandados por el oficial español de mayor rango, Coronel Pedro Gracia.65

Esta resolución claramente reflejaba los intereses conserva­dores de la élite española, pues, como al cabo demostraron los sucesos, el nuevo ejército podía usarse tanto para resistir la dominación porteña como la portuguesa. No obstante, el plan español de defender su posi­ción privilegiada entraba en contradicción con lo que pronto daría por resultado el derrumbe de esta unidad inicial. La constante parti­cipación de España en las guerras europeas durante el siglo XVIII había hecho casi imposible el envío de ejércitos españoles para defender sus posesiones en América, que cada vez más se convertían en objetivo de aventuras militares inglesas, al irse acercando a su término la era colonial. Los monarcas Borbo­nes habían adoptado, por consiguiente, la política de fortalecer las milicias locales, en primer término para aumentar y luego, en particular durante las Guerras napoleónicas, para reemplazar las tropas españolas en muchas colonias americanas. Así, cualquier fuerza militar creada para defender el Paraguay amenazaba caer bajo el comando de los criollos.

Cuando los porteños supieron que su declara­ción de autoridad había sido rechazada por la Asamblea del 24 de julio, resolvieron una serie de medidas punitivas que incluían aislar la provincia mediante bloqueo del comer­cio fluvial y envío de emisarios secretos para provocar un levantamiento.66 Desde septiembre de 1810 comenzaron a descubrirse pequeñas conspiraciones porteñas, pri­mero en Asunción y poco después en Concepción, Itá y Yaguarón.67 Al mismo tiempo, Buenos Aires prosiguió en el campo militar su ambición de perpetuar el virreinato como una unidad bajo su control. En una tentativa de asegurarse la Banda Oriental (Uruguay), los porteños atacaron el bastión español en Montevideo; a fin de enfrentar a los ejércitos realistas enviados desde el virreinato del Perú, despacharon un ejército a las provincias norteñas del interior. Creyendo todavía en el informe de Espínola de un vigoroso apoyo porteñista en el Paraguay, aun cuando la esperada revuelta criolla había dejado de materializarse, confiada­mente enviaron al General Manuel Belgrano con un pequeño ejército para forzar a la provincia a la sumisión.

A principios de diciembre, el ejército de ‘liberación’ por­teña, consistente de mil cien soldados bien armados y disciplinados, cruzaron el río Paraná para entrar en el Paraguay –meramente para encontrar desierta la región–.68 Los informes de un gran elemento porteñista habían demostrado ser falsos, y Belgrano se vio obligado a admitir que su proclama a los paraguayos, que “el ejército de Buenos Aires no ha tenido otro objetivo en su venida que el de liberaros de la opresión en que estáis no había tenido efecto alguno”.69

Desplazándose hacia el Norte, el ejército porteño finalmente se encontró con las fuerzas paraguayas en Paraguarí; el 19 de enero de 1811, Belgrano lanzó un ataque de punta de lanza, que inicialmente dispersó la división central de las defensas paragua­yas. Creyendo perdida la batalla, el gobernador Velazco, el Co­ronel Gracia y la mayoría del Cuartel General español, huyeron del campo de batalla hacia Asunción. En un contraataque, sin embargo, los oficiales criollos, comandados por Daniel Cavañas, Fulgencio Yegros y otros, lograron girar el curso del combate y derrotaron al ejército invasor.70 Los oficiales criollos, muchos de quienes habían servido en la defensa de Buenos Aires cuatro años antes, cuando el Virrey Sobremonte había huido prematuramente del campo de batalla,71 una vez más vieron a sus superiores españoles abandonar sus comandos.

Cuando los primeros oficiales españoles llegaron a Asunción con las noticias de la ‘victoria’ de los porteños, los realistas ricos de la ciudad subieron con sus posesiones en diecisiete gran­des buques fluviales preparados para una huida río abajo hacia el baluarte español de Montevideo. Más tarde, el gobernador Velazco, al saber que en realidad los porteños habían sido derro­tados, regresó a su cuartel general de Yaguarón, en una tentativa de reasumir el comando de las operaciones militares.72

Entretanto, las fuerzas paraguayas, ahora bajo el comando en el terreno de los oficiales criollos, cautamente persiguieron al ejército porteño en lenta retirada, y el 9 de marzo de 1811 vencieron una vez más a las fuerzas de Belgrano en la batalla de Tacuarí. Al conocer la nueva victoria, Velazco se puso en camino para conducir la capitulación de los porteños, pero para su decepción, para cuando llegó a Tacuarí no hubo capitulación que conducir.

Durante los meses de retirada, los oficiales de los dos ejér­citos habían estado intercambiando constantes notas amis­tosas. Después de la batalla de Tacuarí, muchos de los oficiales, algunos de ellos conocidos personales de las campañas en Buenos Aires y Montevideo contra los ingleses, fraternizaron abierta­mente y estudiaron los objetivos de la revuelta antiespañola de los porteños. Por estas conversaciones, los criollos para­guayos comprendieron que el dominio español estaba llegando a su fin, y que ellos, no los españoles, tenían el poder real en su provincia. En un notable gesto de simpatía hacia sus interlo­cutores, los paraguayos permitieron a Belgrano, después de haber prometido no volver a emprender hostilidades contra el Paraguay, que abandonara la provincia con sus tropas y armas intactas.73 En lugar de alejarse de inmediato, el general por­teño entregó obsequios y dinero a los paraguayos y prosiguió las conversaciones hasta que el inminente arribo de Velazco obligó su retiro a través del río Paraná, donde levantó campa­mento en las Misiones.74 Entonces tomó forma por primera vez el complot de los oficiales criollos para arrancar el poder de los españoles. Como detalle significativo, los oficiales paraguayos, que representaban a muchas de las familias criollas más antiguas y prestigiosas de la provincia, planearon levanta­mientos simultáneos el 25 de Mayo, aniversario de la revuelta porteña.75

A fines de 1807, el Príncipe Regente Joáo y la corte portu­guesa, huyó a América del ejército de Napoleón, que se acercaba a Lisboa, transportada por la flota británica. Detenién­dose en Salvador de Bahía, el Regente lusitano abolió las restric­ciones comerciales coloniales y abrió los puertos brasileños al comercio mundial. Esto permitió a Inglaterra dominar el creciente comercio exterior, reemplazando así a Portugal como metrópolis económica. La nueva dependencia, formalizada por los tratados de 1810, estableció en forma tan completa la dominación británica que, en opinión del embajador sueco residente, el Brasil se convirtió en su colonia.76 Rodeado por ministros e instituciones portuguesas, Joao administró el imperio desde Río de Janeiro.

Dado que la esposa de Joao, Carlota Joaquina de Borbón, era la hermana del destronado monarca español Fernando VII, la pareja real asumió el papel de defender los intereses, tanto de la monarquía española como de la portuguesa en las Américas. Sin embargo, estas pretensiones reales sirvieron principalmente para promover los designios históricos portugueses –antes que los españoles– sobre la región fronteriza de ambigua definición de la Banda Oriental.77 Comprendiendo la importancia estraté­gica de esta región, los portugueses establecieron en 1680 la Colonia do Sacramento en la margen izquierda del Río de la Plata, en una tentativa de abrir y proteger sus provincias interiores del sur. Insistiendo en mantener el control sobre la red fluvial, la única ruta acuática interna a sus ricas minas de plata del Perú, España hizo todos los esfuerzos para expulsar a los portugueses. Para comienzos del siglo XIX, la Banda Oriental, después de pasar alternativamente de la dominación española a la portugue­sa, seguía siendo un área en disputa. Con el estallido de la revuelta criolla contra los españoles en el río de la Plata, el Brasil una vez más trató de asegurar que el río permaneciera abierto para sus buques, garantizando su comercio y comunicaciones con la enorme provincia de Mato Grosso, situada en las fuentes del río Paraguay al Norte de Asunción. Alarmado por las expe­diciones militares porteñas a la Banda Oriental y al Paraguay, el Brasil aprovechó la confusión y redobló sus esfuerzos para penetrar en el Río de la Plata. Bajo el comando del capitán general de la vecina provincia de Río Grande do Sul, Diego de Souza, tropas portuguesas invadieron la Banda Oriental.

Entretanto, los españoles en Asunción, tras comprender que la autoridad real estaba al borde del colapso, tomaron medidas para asegurar su posición en deterioro. Cuando supieron de la cordialidad dispensada a Belgrano, lo que desde el punto de vista realista estaba próximo a la traición, Velazco y el Cabildo comprendieron que no se podía confiar en los criollos paraguayos, que ahora parecían amenazar el dominio español sobre la provincia. Por consiguiente, aun cuando Belgrano se encontraba al otro lado del río con su ejército intacto, Velazco dispersó a los oficiales criollos y envió a su casa a la mayoría de los soldados sin pagarles por sus ocho meses de servicio.78

Los realistas, enfrentados a la creciente insatisfacción de los criollos paraguayos, así como a la posibilidad de otra invasión del ejército porteño, aceleraron sus esfuerzos frenéticos para ganar refuerzos leales. Asediado por las fuerzas porteñas, el Virrey español en Montevideo, Francisco Xavier Elio, fue incapaz de enviar ayuda. En un desvergonzado llamado a la solidaridad de la clase gobernante contra los insurgentes, los realistas paraguayos apelaron a las fuerzas portuguesas para los necesarios refuerzos. En el Norte, desde Mato Grosso, sus misivas no obtuvieron siquiera una contes­tación, pero de la ciudad sureña de Sao Borja, Diego de Souza despachó a su enviado personal, el teniente José de Abreu, para negociar los términos de la ayuda militar imperial portuguesa.79

Después de quedar detenido por tres semanas en Itapúa por Fulgencio Yegros, quien en esa época ocupaba el cargo de Teniente Gobernador de las Misiones, Abreu arribó a Asunción ante el regocijo de los realistas. Luego de varios días de conversaciones con el gobernador Velazco, quien aseguró al emisario portugués que estaba ansioso de “ponerse a los pies de la Serenísima Señora Doña Carlota, pues que no se reconocía otro sucesor a la corona y dominio de España”.80 Abreu se dirigió al Cabildo el 11 de mayo de 1811. Informó a los realistas que el precio de la ayuda militar portuguesa sería el reconocimiento formal de las pretensiones de la reina portuguesa al trono español.81 Dos días después, el Cabildo accedió por unanimidad a estas condiciones, aceptando con gratitud la protección del General Souza, que, profetizaron, “hará que los insurgentes y sus infames satélites tiemblen, viéndonos bajo una protección que con su fuerza y poder volvería inútiles sus traicioneras sugestiones y seducciones, las que son sus armas más temibles”.82

Lejos de mejorar su precaria posición, la aceptación de los realistas de la ayuda militar portuguesa sirvió para precipitar su caída.83 La noche después de la resolución del Ca­bildo, los oficiales criollos, exasperados por este nuevo ejemplo de dominación extranjera y temiendo el descubrimiento de los planes originales del golpe, decidieron tomar la situación en sus manos. Conducidos por el capitán Pedro Juan Cavallero y el Teniente Vicente Ignacio Iturbe, los oficiales de Asunción adelantaron el complot y llevaron a cabo su propio golpe.

La actividad en los cuarteles alarmó a los realistas, muchos de quienes –incluyendo la mayoría de los miembros del Cabildo, el Obispo y otros clérigos y civiles– buscaron refugio en la casa del Gobernador. La única resistencia de Velazco al golpe consistió en enviar una pequeña tropa de la milicia española para rodear los cuarteles. Sin embargo, la misma fue rápidamente dispersada por el fuego de la fusilería criolla.84

A pesar de que este golpe incruento es conocido en la historia paraguaya como la Revolución de la Independencia del 14 y 15 de Mayo, sus objetivos fueron escasamente revolucionarios. Los oficiales criollos no querían deponer al gobernador Velazco ni declarar la independencia, solo querían atemperar las ac­ciones de los realistas, impedir la intervención militar portuguesa y poner a la provincia en una relación más amistosa con Buenos Aires.85 Como primer acto, los oficiales criollos liberaron a los que habían sido apresados por el Cabildo por participar de las diferentes conspiraciones porteñas.86 En una nota a Velazco, que enfatizaba que el Paraguay no sería entregado a los portugueses, los cuarteles exigieron que Velazco entregara todas las armas, juntamente con las llaves del Tesoro y el edificio del Cabildo; además, los oficiales declararon “que el Señor Gobernador siga con su gobierno pero asociado con dos diputados de ese cuar­tel”.87 Velazco, rodeado por cañones que apuntaban a su casa, comprendió la falta de esperanza de la situación. Después de quemar sus papeles confidenciales, capituló ante las demandas criollas.88

A la mañana del 15 de Mayo, los oficiales, junto con algunos civiles participantes, se reunieron para seleccionar a los dos dipu­tados. Como representante militar, eligieron al Teniente Coronel Juan Valeriano de Zeballos, quien, a pesar de ser español de nacimiento, había sido un participante elocuente y activo en la revuelta antiespañola.89 Para representar a los civiles, eligieron al criollo más experimentado, calificado y respetado –el Dr. Francia–. Notificado sobre su selección en su chacra, Francia inmediatamente se dirigió al cuartel y en las escasas primeras horas modificó la orientación de las relaciones del nuevo gobierno con Buenos Aires. Vetando el plan del principal conspirador civil porteño, Pedro Somellera, quien quería enviar a un emisario inmediatamente a Buenos Aires, Francia limitó las comunicacio­nes a un resumen escrito de los recientes sucesos, demorando hasta una fecha futura el envío de un emisario especial que trataría con los porteños como diplomáticos de igual rango.90 Demostrando la dirección autónoma y el liderazgo de Francia en el nuevo gobierno, el Bando del Triun­virato del 17 de mayo expresó sin inequívoco que la provincia no sería dejada “al mando, autoridad o disposición de la de Buenos Aires ni de otra alguna, y mucho menos el sujetarla a ninguna potencia extraña”.91

El nuevo gobierno, ansioso de evitar una reacción hostil de sus superpotencias vecinas –Buenos Aires y Brasil– liberó a todos los prisioneros capturados en la batalla de Paraguarí y Tacuarí y evacuó sus tropas de Corrientes, que había sido ocu­pada el mes anterior.92 De modo similar, se permitió a José de Abreu que abandonara el Paraguay después de haberle confiado una carta para el General Souza. Apelando a la política portuguesa de impedir la unificación, bajo el control de Buenos Aires, del Virreinato en lento desmoronamiento, el Triunvirato solicitaba armas y municiones para su propia defensa contra los designios porteños de absorber la provincia.93 Souza contestó con diplomacia que se encontraba en la embarazosa situación de ser incapaz de satisfacer la solicitud sin previa autorización de la corte por­tuguesa, aunque esperaba poder ofrecer en breve el apoyo, no solo de su propia provincia sino también de Mato Grosso.94

Sin embargo, dado que la autoridad política española se derrumbó rápidamente en el Paraguay, no podía esperarse ayuda de los portugueses. Velazco, considerando inevitable el final del poder español en América, siguió conspirando con agentes de la corte portuguesa para establecer su autoridad en el Paraguay. Cuando los criollos descubrieron la conspiración expulsaron al ex gobernador del Triunvirato, y para solidificar más aun su poder, relevaron a todos los oficiales españoles de sus comandos –excepto a Zevallos– y suspendieron el Cabildo realis­ta.95

La reacción portuguesa a los eventos en el Paraguay estuvo determinada por consideraciones regionales. La prioridad de las fuerzas imperiales portuguesas en el Río de la Plata era garantizar el control de la Banda Oriental, impidiendo la hegemonía porteña sobre el área. Por consi­guiente, el imperio portugués adoptó una posición relativamente blanda hacia el Paraguay en los años siguientes. A su vez, ni siquiera las incursiones indígenas con ayuda de los portugueses desde la provincia semiautónoma de Mato Grosso en el Norte,96 ni los conflictos esporádicos entre paraguayos y portugue­ses en las Misiones –por ejemplo el bombardeo del pueblo de Santo Tomé en mayo de 1312–,97 fueron suficientes para provocar al Paraguay a una declaración de guerra. Mientras el Paraguay mantenía su política de neutralidad y no intervención, Brasil reconocía las ventajas de evitar hostilidades abiertas que podrían forzar al Paraguay a una alianza con Buenos Aires.

El problema principal entre los criollos paraguayos se cen­traba en las relaciones de la provincia con Buenos Aires. Muchos criollos deseaban cierta unión inmediata, pero temían que la constante resistencia a las exigencias de la metrópolis precipitaría otro bloqueo porteño que, a su vez, causaría un estancamiento económico o incluso otra invasión. Sin embargo, todos compartían una animosidad y desconfianza hacia Buenos Aires, que les hacía simpatizar con la posición minoritaria liderada por Francia. Este insis­tía que si el Paraguay establecía una unión con los porteños, debía ser sobre la base de una confederación –una unión de provincias iguales–. Para solucionar este y otros proble­mas importantes –las relaciones de la provincia con Buenos Aires, el destino del Cabildo realista y la forma de gobierno para regir el Paraguay–,98 se llamó a una asamblea general para el 17 de junio de 1811.

Antes de reunirse la asamblea, el nuevo gobierno demos­tró que, pese a que no trataría de adoptar una posición antagónica a Buenos Aires en asuntos exteriores, no toleraría la interferencia en los asuntos internos del Paraguay. Apenas dos semanas antes de la asamblea, Francia y Zeballos, en lo que se convertiría en un procedimiento común, socavaron las fuerzas de la facción porteña, arrestando a Somellera y a varios otros líderes porteñistas.99

Aunque Francia había tratado de incluir representantes de los pueblos distantes y del interior, la mayoría de los doscientos cincuenta y un dele­gados a la primera asamblea general del Paraguay fueron miem­bros de la élite criolla de Asunción.100 Francia, basándose nueva­mente en su ideología ‘ilustrada’, estableció el ambiente para la asamblea en su discurso de inauguración:

La provincia del Paraguay, volviendo del letargo de la esclavitud, ha reconocido y recobrado sus derechos, y se halla hoy en plena libertad para cuidar y disponer de sí misma y de su propia felicidad. Las armas y las fuerzas pueden muy bien sofocar y tener ahogados estos derechos, pero no extinguirlos, porque los derechos naturales no son prescribibles. Todo hombre nace libre.101

Al día siguiente, Mariano Antonio Molas presentó una reso­lución que llevaba señales evidentes de la influencia de Francia, la cual fue aceptada por la asamblea. Velazco fue depuesto y se desbandó el cabildo realista “por haber aban­donado la ciudad, embarcándose con el armamento y dejándola enteramente indefensa al tiempo del combate de Paraguarí”.102 Para gobernar la provincia, la asamblea creó una junta de cinco miembros, autorizándola a mantener un ejército adecuado y de­signar un nuevo cabildo, compuesto exclusivamente de criollos.

Los designados para integrar la nueva junta procedían de todos los sectores de la élite criolla. Representando a los militares y a los principales propietarios de inmuebles, estaban Fulgencio Yegros como Presidente y Comandante General de Armas y Pedro Juan Cavallero; representando al clero estaba Fray Francisco Javier Bogarín; y representando a la élite social criolla de Asunción estaba Fernando de la Mora. Francia fue elegido representante general en virtud de sus méritos y reputación popular.

La asamblea suspendió el reconocimiento de la regencia en España –mientras continuaba sin reconocer otro soberano que a Fernando VII– hasta que pudiera ser alcanzada una relación de “amistad, buena armonía y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas”. Nombrando a Francia para conducir estas negociaciones en el próximo congreso general convocado por Buenos Aires, la asam­blea enfatizó que una unión de dicho tipo era recomendable para “una sociedad fundada en principios de justicia y equidad y de la igualdad”. Reflejando la vigorosa influencia de Francia, la resolución detallaba las condiciones bajo las cuales el Paraguay participaría en una confederación de estados del Plata. En la primera expresión auténtica de federalismo en Amé­rica Latina, el Paraguay insistía en que se gobernaría a sí misma hasta que pudiera convocarse el congreso general en Buenos Aires; que los porteños cesaran de cobrar el derecho de exporta­ción sobre la yerba paraguaya –aunque consintiendo en un pe­queño impuesto temporal por los inusuales costos de la defensa del puerto–; que el monopolio del tabaco fuera abolido para permitir el comercio irrestricto del producto; y, finalmente, que las decisiones adoptadas por el congreso general “no deberán obligar a esta provincia hasta tanto se ratifique en junta plena y general de sus habitantes y moradores”.103

Al asumir la posición de líder en la junta paraguaya, Francia presentó estas exigencias a la junta de Buenos Aires en una nota del 20 de Julio de 1811. Para evitar que los porteños pasaran por alto la importancia de principios como ‘equidad e igualdad’, Francia manifestaba enfáticamente:

No es dudable que abolida y desecha la representación del Poder Supremo, recae este y queda refundido natural­mente en toda la Nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto modo participante del atributo de la Soberanía que, resumiendo los pueblos sus derechos primitivos, se hallan todos en igual caso.

Justificando la resistencia paraguaya al ejército de Belgrano, Francia explicaba que la provincia solo se había defendido contra “el rigor de una nueva esclavitud de que se sentía amena­zada”. Sería tonto, continuaba, pensar que el Paraguay fuera a “entregarse al arbitrio ajeno y a ser dependiente de otra voluntad. En tal caso nada más había adelantado, ni reportado otro fruto de su sacrificio, que el cambiar unas cadenas por otras y mudar de amo”.104

El curso de los sucesos que condujeron al 20 de Julio demues­tra la astuta conducción política de Francia. Al no forzar en ese momento la cuestión de la independencia formal de la provincia, la solución ‘transaccional’ de Francia, es decir una unión condi­cional entre Paraguay y Buenos Aires, evitó una polarización de los sentimientos porteñistas y nacionalistas de la élite criolla de la provincia. A diferencia de cualquier otra provincia del viejo virreinato, el Paraguay había cortado en apenas unos meses los lazos con sus dos metrópolis.

54 James R. Scobie, Argentina, p. 75.

55 ANA, SH, leg. 211, La junta provisional gobernativa de la capital del Río de la Plata a los habitantes de ella y de las provincias de su superior mando, 26 de mayo de 1810.

56 John H. Williams, “Dr. Francia and the Creation of the Republic of Paraguay: 1810-1814”, Ph. D diss., Universidad de Florida (Gainesville), pp. 118-119.

57 Pedro Somellera, “Notas a la Introducción que ha puesto el Dr. Rengger a su Ensayo Histórico”, en Documentos del Archivo de Belgrano, vol. 3, p. 316n.

58 Mariano Antonio Molas, Descripción histórica de la antigua provincia del Paraguay, p. 97.

59 John Parish Robertson y William Parish Robertson, Francia’s Reign of Terror, p. 21.

60 Durante la defensa de Buenos Aires y Montevideo contra los ingleses, los paraguayos habían sido reclutados en número importante para combatir en los ejércitos porteños.

61 En general, cuanto más alejada estaba una colonia del centro del imperio, tanto más era explotada. El progreso de los movimientos de liberación sudamericanos, comenzando en las periferias del imperio y prosiguiendo gradualmente hacia el centro militar y administrativo (Perú), ilustra este principio de forma dramática. En el Sur, fue el Paraguay que declaró en primer término su independencia de España, así como de su metrópolis americana, Buenos Aires, proclamándose República en 1813. A continuación vinieron las Provincias Unidas del Río de la Plata (1816), y con la derrota de los españoles en la región José de San Martín cruzó los Andes a Chile (1817), por donde más tarde se dirigió hacia el Norte para atacar el último reducto fortificado español, el Perú (1820). De igual modo, Venezuela comenzó en el Norte declarando su independencia (1811). Durante casi una década, los ejércitos de Simón Bolívar combatieron para liberar a Nueva Granada (1820), después de lo cual se dirigieron hacia el Sur, al Perú (1823).

62 El texto del discurso se encuentra en Cecilio Báez, Historia Colonial del Paraguay y Río de la Plata, p.173.

63 Ibid.

64 BNRJ, CRB, Acto del Congreso del 24 de julio de 1810, citado en Julio César Chaves, El Supremo Dictador, p. 94.

65 ANA, SH, leg. 212, Bando del Gobernador Velazco, l de agosto de 1810, como se cita en Williams, “Dr. Francia”, p. 54. La movilización demostró ser muy eficaz, activando a aproximadamente seis mil soldados a caballo; sin embargo, debido a la falta de armas en la provincia, solo quinientos tenían rifles, estando armado el resto con lanzas, sables, machetes y garrotes (BNRJ, CRB, 1-29, 22, leg. 9, Acuerdo del Cabildo de Asunción, 18 de febrero de 1811, como se cita en Williams, “Dr. Francia”, p. 50. Ver también Somellera, “Notas”, p. 139).

66 Julio César Chaves, Historia de las Relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay: 1810-1813, p. 59.

67 Williams, “Dr. Francia”, pp. 78-80.

68 ANA, SH, leg. 184, Pablo Thompson al Gobernador Velasco, 21 de diciembre de 1810, como se cita en Williams, “Dr. Francia”, p. 62.

69 Proclama de Belgrano, publicada en el GBA,12 de febrero de 1811; Belgrano a la Junta Provisional de Buenos Aires, 24 de enero de 1811, publicada en el GBA,12 de febrero de 1811.

70 Williams, “Dr. Francia”, p. 65.

71 Ibid, p. 27.

72 Julio César Chaves, El Supremo Dictador, p. 98.

73 AGN, 10-3, 2, leg. 4, Cavañas a Belgrano, 14 de marzo de 1811, como se cita en Williams, “Dr. Francia”, p. 69.

74 AGPC, CO, EA, leg. 1, Belgrano a Galván, 18 de marzo de 1811, como se cita en Williams, “Dr. Francia”, p. 69.

75 Somellera, “Notas”, pp. 319-320.

76 E. Bradford Burns, A History of Brazil, pp. 101-102.

77 La Banda Oriental, reclamada por ambos imperios, era denominada la Provincia Cisplatina por los portugueses.

78 Somellera, “Notas”, pp. 319-320.

79 ANA, SH, leg. 215, Velasco al Comandante de Coimbra, 6 de febrero de 1811, l de mayo, 8 y 9 de mayo de 1811.

80 Informes de José de Abreu sobre el suceso del 14 de Mayo, 7 de junio de 1811, como se encuentra en Cecilio Báez, Historia Diplomática del Paraguay, 2:139.

81 Efraim Cardozo, Afinidades entre el Paraguay y la Banda Oriental en 1811, pp. 27-28, como se cita en Williams, “Dr. Francia”, p. 103.

82 BNRJ, crb, 1-29, 22, leg. 9, Acuerdo el Cabildo de Asunción, 13 de mayo de 1811.

83 Somellera, “Notas”, pp. 321-27.

84 Williams, “Dr. Francia”, p. 106.

85 Julio César Chaves, La Revolución del 14 y 15 de mayo, p. 28 como se cita por Williams, “Dr. Francia”, p. 106.

86 Williams, “Dr. Francia”, p. 107.

87 ANA, SH, leg. 213-A, Caballero a Velasco, 15 de mayo de 1811.

88 Williams, “Dr. Francia”, p. 110; ANA, SH leg. 213, Velasco a Caballero, 15 de mayo de 1811.

89 Williams, “Dr. Francia”, p. 113.

90 Somellera, “Notas”, p. 329.

91 ANA, SH, leg. 213, Bando del 17 de mayo de 1811.

92 ANA, SH, leg. 214, Bando del 30 de mayo de 1811.

93 Velasco, Francia y Zeballos al Capitán General Diego de Souza, 20 de mayo de 1811, como se encuentra en Báez, Historia Diplomática, 2:144-145.

94 Diego de Souza a Velasco, Francia y Zeballos, 18 de junio de 1811, como se encuentra en Báez, Historia Diplomática, 2:146.

95 Williams, “Dr. Francia”, pp. 118-119; Informe de José de Abreu sobre el suceso del 14 de mayo, 7 de junio de 1811, como se encuentra en Báez, Historia Diplomática, 2:143; ANA, SH leg. 214, Bando del Comandante y Oficiales del Cuartel General... 9 de junio de 1811.

96 Para un estudio de las relaciones con el Brasil, ver R. Antonio Ramos, La Política del Brasil en el Paraguay.

97 La Junta del Paraguay al Triunvirato de Buenos Aires, 19 de mayo de 1812, como se encuentra en Benjamín Vargas Peña, Paraguay-Argentina.

98 Williams, “Dr. Francia”, p. 121.

99 ANA, SH, leg. 214, Bando del 30 de mayo de 1811.

100 ANA, SH leg. 213, Francia y Zeballos al Comandante de Concepción, 28 de mayo de 1811; Williams, “Dr. Francia”, p. 134.

101 ANA, SH leg. 213, Francia al Congreso General, 17 de junio de 1811.

102 ANA, SH leg. 213, Resolución de Mariano Antonio Molas, 18 de junio de 1811.

103 Ibid.

104 ANA, SH leg. 214, La Junta del Paraguay a los Excelentísimos Señores Presidente y Vocales de la Junta Gubernativa de Buenos Aires, 20 de julio de 1811.

La primera revolución popular en América

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