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Introducción
ОглавлениеLas instituciones políticas y económicas que gobernaron la América española durante la era colonial, fueron establecidas para enriquecer a España, no para promover la prosperidad de América. El oro y la plata del Nuevo Mundo, así como otros productos americanos, solventaron siglos de participación española en las luchas por el poder en Europa. La España propiamente dicha, sin embargo, era una colonia económica de los países más industrializados de Europa. En consecuencia, para cubrir su déficit crónico en la balanza de pagos, gastó la mayoría de sus riquezas provenientes del Nuevo Mundo en artículos manufacturados importados. De este modo, la riqueza de la América española sirvió en último término para financiar la industrialización de las naciones europeas del Norte. Al lograr la independencia y romper sus vínculos políticos y económicos con España, las nacientes naciones latinoamericanas desplazaron su dependencia económica hacia otras naciones de Europa más industrializadas, iniciando con ello la era neocolonial.
Con su nuevo status político y económico, la estructura social de América también sufrió un cambio. Sin alterar la tradicional estructura de poder de la sociedad de clases de las anteriores colonias, la oligarquía criolla nativa asumió la posición dominante, reemplazando a los españoles en la cúspide de la pirámide social. Este cambio en el lugar de privilegio y poder fue la principal modificación generada por las guerras de independencia. No obstante, las condiciones básicas de vida para la vasta mayoría de los latinoamericanos permanecieron iguales: solo cambiaron los amos.
Esta transferencia de poder no fue un cambio ordenado o pasivo de la guardia social, y en ningún lugar de toda América Latina tuvo un curso tan sangriento, complejo y prolongado como en la región del Río de la Plata (mapa 2). Durante casi setenta años (1811-80), el área que abarcaba el antiguo Virreinato español –actualmente Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay– fue escenario de intermitentes conflictos armados entre grupos americanos rivales. Tras la derrota relativamente rápida de los españoles en la región, la solidaridad criolla se quebró. A pesar que el resultado de la lucha contra los españoles no se decidiría de forma concluyente hasta pasada una década, el conflicto de poder entre las facciones criollas rivales en el Río de la Plata fue vigoroso, incluso en el período inicial, y estalló en guerra civil después de 1814.
Las raíces del conflicto radicaban en la geografía del área y en la economía política del imperio colonial español. Al desembocar en el Río de la Plata y encontrarse allí con el océano Atlántico, los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay forman un solo puerto de entrada, que ejerce el dominio de todo el sistema fluvial y, por consiguiente, del acceso a lo que entonces eran las provincias españolas y portuguesas del interior. Desde la Conquista hasta el siglo XIX, los dos imperios confrontaban de forma periódica y violenta sobre el dominio del puerto. Hasta que la Guerra Cisplatina (1825-28), que dio por resultado la creación del estado neutral del Uruguay, puso término a los reclamos brasileños.
La dominación del puerto, en detrimento de las provincias río arriba, también fue el punto principal de conflicto entre los habitantes españoles de la región. Para garantizar el acceso del interior al mar, una expedición desde Asunción fundó nuevamente en 1580 el puerto abandonado de Buenos Aires. Sin embargo, después de solo cuatro décadas la Corona Española ordenó su cierre, y se cedió a la presión de la poderosa corporación que caracterizó la historia nacional de Argentina de la primera época.
El Paraguay constituye la única excepción en este período plagado de conflictos en la historia de la región (mapa 3). Bajo el liderazgo del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, este país no solo mantuvo neutralidad absoluta en la sangrienta lucha por el poder en el Río de la Plata, sino que, aferrándose a la independencia política y económica puso en práctica una verdadera revolución social radical. Los notables logros del régimen popular no deberían ser considerados como anécdotas de la vida de este ‘gran hombre’ histórico, pero sin duda Francia desempeñó un papel central en la profunda transformación del Paraguay.
Nacido el 6 de enero de 1766, Francia comenzó su educación en su hogar. Luego fue a la Universidad de Córdoba, graduándose en 1785 como Licenciado en Filosofía y Doctor en Teología. Mientras estuvo en la Universidad, dirigida por franciscanos tolerantes desde la expulsión de los jesuitas en 1767, no solo estudió a filósofos y teólogos tradicionales, sino que también se familiarizó con las corrientes ideológicas revolucionarias europeas y norteamericanas de la época. La educación de Francia abarcó los conceptos ontológicos de San Anselmo y el ‘contrato social’ de Rousseau, el moralismo de Santo Tomás de Aquino y el pragmatismo de Benjamín Franklin. Sus estudios universitarios y la profunda influencia de la Ilustración, la Revolución norteamericana y la revuelta popular de Túpac Amaru II en Perú, contribuyeron a la formación de su filosofía radical. Como buen idealista, Francia consideraba el mundo a su alrededor en términos absolutos, juzgando situaciones y personas como correctas o equivocadas, buenas o malas.
A su regreso al Paraguay poco después de la graduación, el joven doctor en Teología comenzó a enseñar Latín en el Seminario de San Carlos, pero fue obligado a renunciar años más tarde, luego de una agria discusión sobre sus ideas religiosas y políticas radicales. Después de enseñar Derecho español, Francia se embarcó en una carrera jurídica que le ganó respeto en toda Asunción. Hablaba guaraní con fluidez y se hizo amigo de los peones paraguayos, para quienes se convirtió en protector y héroe. A los más pobres les pedía honorarios reducidos, o nada, mientras que recibía considerables sumas de sus clientes solventes, como bien observó John Parish Robertson. “Su integridad sin temores le ganó el respeto de todas las partes. Jamás defendía una causa injusta, estando siempre dispuesto a tomar la parte del pobre y el débil contra el rico y el poderoso”.1
A pesar de haber sido electo Dictador por los enormes congresos representativos de 1814 y 1816, durante sus años en el poder Francia evitó el personalismo típico de a las dictaduras. Con la única excepción de Villa Franca –fundada a mediados de la década de 1820 con ayuda de Francia, después que las inundaciones obligaran a los habitantes de Villa de Remolinos a abandonar sus hogares–,2 no permitió que una sola población, barrio, calle, edificio, estatua o moneda fuera dedicada a su honor. De modo similar, rompiendo una tradición de larga data, se rehusó a aceptar obsequios de ningún tipo.3 Esta política tuvo un impacto tan vigoroso sobre el pueblo, que más de veinte años después de la muerte de Francia, un número de ancianos la recordaba vívidamente:
El 6 de enero de 1817, con motivo del cumpleaños del Dictador, se le ofreció una recepción [que fue] obviamente más importante que en cualquier otro año. Sin embargo, él no aceptó ningún obsequio, sosteniendo que era necesario abolir esa corrupta práctica española, que conducía a imponer una obligación al pobre, que a menudo debía hacer un sacrificio para seguir la misma.4
Otro contemporáneo resumió este aspecto del carácter de Francia: “su fortuna privada no se incrementó por su elevación, jamás aceptó un obsequio y su sueldo siempre está atrasado, sus mayores enemigos le hacen justicia sobre estos puntos”.5
La incorruptible honestidad de Francia, en particular durante su mando como dictador se hizo proverbial. Evitando la acumulación de cualquier riqueza o bienes personales substanciales, vivió una vida modesta y semiretraída de soltero, con una fracción del sueldo que le fue establecido por los congresos populares. Además, como Francia no dejó herederos, a su muerte el 20 de septiembre de 1840, la totalidad de sus pertenencias, de acuerdo a las leyes que él mismo había promulgado, fueron automáticamente confiscadas por el Estado.6
No sorprende que la política radical, popular y nacionalista se enfrentara con una creciente oposición interna y externa. Los ataques combinados de unitarios y federales devastaron el comercio paraguayo, sirviendo como catalizadores para la desastrosa Gran Conspiración de 1820 que derrocó el régimen popular por las élites paraguayas, cuya posición privilegiada descansaba sobre la economía de exportación de monocultivos de la nación. En efecto, la revolución paraguaya sustrajo a toda la clase superior, tanto española como criolla, sus tradicionales bases sociales, políticas y económicas de poder. Al designar a nuevos funcionarios de entre la gente común, Francia no permitió a las élites ejercer cargos gubernamentales o militares impidiéndoles tener poder directo, y usó un sistema de multas y confiscaciones para negarles el poder menos directo, aunque eficaz, que otorga el dinero.
Junto con la abolición del Consejo Gobernante Municipal de la élite (Cabildo), el régimen revolucionario controló a la iglesia y sus instituciones auxiliares. Proscribió las fraternidades eclesiásticas, cerró sus monasterios y confiscó sus bienes raíces. Al anular las donaciones reales de tierras y confiscar la propiedad de los conspiradores de las clases sociales altas, Francia promulgó una profunda reforma agraria que abolió el tradicional sistema de tenencia latifundista de la tierra. Para la fecha del fallecimiento del Dictador en 1840, más de la mitad de la rica región central del Paraguay había sido nacionalizada, se habían creado numerosas estancias estatales y decenas de millares de personas tenían granjas arrendadas del Estado. El sector privado de la economía tuvo que competir con el gobierno que, al reducir los impuestos a un mínimo, recibía la mayor parte de sus ingresos de la venta de artículos importados, ganado y productos manufacturados por el Estado. Además, el Estado controlaba en forma completa el comercio internacional a través de su masiva participación y un sistema estrictamente aplicado de permisos de comercio.
Debido a que Francia atacó los intereses de las élites nacionales e internacionales –la clase que escribió la historia del Paraguay–, se lo consideró tradicionalmente el prototipo del tirano despótico. Como el más infame de los dictadores latinoamericanos, Francia fue descripto como un potentado adusto y sombrío, un déspota cruel con una avidez insaciable por el poder, o bien como un monstruo vil; los años de su gobierno se conocen comúnmente como el ‘Reino del Terror de Francia’. Al buscar una explicación racional para los actos al parecer irracionales de este ‘Nerón moderno’, los historiadores tradicionales raramente han omitido cuestionar su salud mental; algunos solo lo consideraron insano, mientras que otros, en la búsqueda de explicaciones más específicas, alegaron que el viento del norte –el viento caluroso y húmedo que sopla del Mato Grosso durante los meses de verano de diciembre, enero y febrero– ejercieron profunda influencia sobre el Dictador. Presentado como un déspota sádico y arbitrario, sin preocupación por los dinámicos movimientos libertarios que barrían a América Latina, Francia es acusada de haber aislado herméticamente al Paraguay para imponer mejor su tiranía sobre una nación intimidada.
Estas interpretaciones tradicionales provienen de varias fuentes contemporáneas, que sirven como base de la totalidad de obras secundarias y proceden de la intensa campaña de propaganda conducida por los decepcionados oponentes de las clases altas paraguayas y argentinas al nacionalismo radical y a la política de neutralidad de Francia. El primero de estos relatos, The Reign of Doctor Joseph Gaspar Roderick de Francia, de Johann Rudolph Rengger, aparte de su desprecio por Francia y las masas de paraguayos que lo apoyaban, es tan objetivo como puede serlo un extranjero de clase alta atrapado en el medio de una revolución popular. Este médico suizo y su asociada, Marceline Longchamps, investigaron de 1819 a 1825 la historia natural del Paraguay. Durante los últimos cuatro años de su residencia, un período de crisis nacional, Francia se rehusó a permitirles que abandonaran el país.
Otra fuente primaria principal es la obra de John Parish Robertson y suhermano William Parish Robertson, Four years in Paraguay: Comprising an Account of that Republic under the government of the Dictador Francia, volúmenes I y II, y el volumen III “Francia’s Reign of Terror: Being the Continuation of Letters on Paraguay”. Estos dos comerciantes aventureros escoceses llegaron al Paraguay en 1812 con planes de hacer fortuna, creando una compañía de comercio entre Asunción y Buenos Aires. La introducción de artículos manufacturados británicos y el entusiasta apoyo de los movimientos de independencia de América Latina por parte de Inglaterra, en gran medida con intención de asumir la herencia de las antiguas colonias ibéricas en calidad de dependencias económicas, fue en general atractiva para los paraguayos anticolonialistas. En consecuencia, los primeros gobiernos del Paraguay, esperando poder utilizar el prestigio y el poderío naval británico para garantizar la libre navegación del Río de la Plata, otorgaron tratamiento preferencial a los Robertson. Sin embargo, en 1815, después de un incidente que afectó la representación de los comerciantes escoceses ante el gobierno porteño, el cual puso de manifiesto que Inglaterra no garantizaría el libre paso de buques por el río controlado por Buenos Aires, Francia los expulsó, poniendo fin a su lucrativo negocio.
Es típico de la propaganda anti-Francia que se lanzaba sin pausa desde Buenos Aires durante los años del Dictador como jefe de estado, el panfleto de Fray Mariano Velazco, Proclamation of a Paraguayan to His Countrymen (Proclama de un Paraguayo a sus Paisanos). Esta publicación del gobierno de Buenos Aires caracterizó a Francia por su “genio hipocóndrico y atrabiliado, corazón lleno de amargura y de hiel, espíritu egoísta, pensamientos caníbales, ideas tortuosas, engreimiento sin ejemplar, audacia insufrible [y] operaciones maquiavelísticas”.7
De mayor significación en la formación de la opinión pública anti-Francia que estos pocos panfletos, fue la campaña emprendida en diarios de Buenos Aires, tales como El Tribuno, de donde se toma la siguiente cita del 15 de octubre de 1826:
Si el Dictador Francia merece algún perdón, es por la vigilancia con que tiene encerrado al Protector Don José Artigas –el anterior líder de la causa federal contra los porteños–. Sin embargo, la humanidad ganaría mucho, si algún ángel exterminador purgase la tierra, libertándola de estos dos monstruos.8
Además, periódicamente corrían por Europa las más increíbles e infundadas versiones concernientes a Francia. El primer libro publicado sobre los eventos de la revolución paraguaya, de acuerdo a su título, fue escrito “por una persona que fue testigo de muchos de ellos y obtuvo información auténtica con respecto al resto”. Este informe ‘auténtico’ omitía incluso indicar correctamente el nombre de Francia, refiriéndose al Dictador como “Dr. Tomás Francia”.9 La prensa europea gustaba de entretener a sus lectores con relatos sensacionalistas sobre Francia y el exótico Paraguay. En un ejemplo típico de 1835, periódicos en todo el continente, incluyendo el Memorial Bordelais y L’Echo du Midi, publicaron este artículo falso:
“La joven Reina del Paraguay”: El muy conocido Dr. Francia, a la edad de 65 [en realidad, Francia en esta época tenía 69 años], el excéntrico anciano que ha gobernado despóticamente el Paraguay desde la emancipación de América, acaba de casarse con una joven francesa, la hija de Monsieur Durand, un comerciante de Bayona. Se estipula en el contrato matrimonial que la joven esposa sería la sucesora de la autoridad política de su marido en caso de muerte de este, sin dejar un heredero directo o legítimo. Es muy probable, por consiguiente, que una francesa algún día llegara a gobernar una de las provincias más ricas y hermosas de América del Sur.10
Hacia fines de la década de 1830, Francia se había vuelto tan conocido para el público lector europeo que Charles Darwin, en sus comentarios sobre la historia geológica y natural del Río de la Plata, se sintió obligado a censurar al villano. Pese a que jamás había visitado el Paraguay, el joven Darwin no pudo resistir la oportunidad de incluir medio párrafo en su obra The Voyage of the Beagle, prediciendo sin acierto que “cuando el viejo tirano sanguinario se haya ido después de su larga trayectoria, el Paraguay se desgarrará en revoluciones, violentas en proporción a la calma innatural anterior”.11
Debe señalarse que incluso los volúmenes mejor substanciados de Rengger y los hermanos Robertson, no son obras históricas propiamente dichas; más bien son relatos personales, orientados sobre todo a captar el interés del público lector europeo.12 Lamentablemente, los historiadores han aceptado sin críticas estas obras como fuentes primarias de la historia paraguaya. No obstante, si se leen con precaución Rengger y los Robertson proporcionan un gran volumen de información valiosa.
La obra de Enrique Wisner de Morgenstern, El Dictador del Paraguay: Doctor José Gaspar Rodríguez de Francia,13 también merece mención como fuente importante de información. Comisionado por el Presidente Francisco Solano López en 1863 para escribir una historia de la era de Francia, Wisner realizó extensas entrevistas y completó un borrador al año siguiente. Sin embargo, debido a su muerte y al caos de la Guerra de la Triple Alianza (1864-70), el manuscrito no fue corregido hasta 1876 y no fue publicado sino en 1923. A pesar de que la de Wisner es con creces la más objetiva de las primeras obras, contiene errores de hecho de menor cuantía y refleja la airada polémica que estalló poco después de la muerte de Francia.
Reflejando el masivo apoyo a Francia, poemas populares, canciones y escritos alababan al Dictador y su régimen.14 La obra de más amplia circulación de la literatura francista, la oración fúnebre del Padre Manuel Antonio Pérez,15 fue publicada en todos los diarios del Plata y traducida para lectores europeos. Mientras los francistas alababan al Dictador como “el salvador que suscitó el Señor para liberar al pueblo paraguayo de sus enemigos”,16no igualó en intensidad o eficacia la campaña anti-francista conducida por la vieja oligarquía paraguaya. En apariencia, algunos miembros de la oligarquía no estaban contentos con los ataques histéricos a la memoria de su archienemigo; algunos meses después de la muerte de Francia, su cuerpo fue robado de la Catedral de Asunción y desde entonces no ha sido encontrado.17
Los enemigos de Francia creyeron incluso necesario anotar sus ataques en registros oficiales universitarios. En una letra desconocida, sin fecha ni firma, los siguientes comentarios fueron agregados a su asiento:
Francia: fue después presidente de la República del Paraguay y muy atroz tirano que ha ensangrentado la historia de aquel país con escándalo del mundo entero. Ha sido un monstruo que ha desgarrado las entrañas de su patria.18
El odio de la oligarquía a Francia pasó a través de las generaciones y permanece siendo el objeto de encendidas discusiones emocionales. Hasta la fecha es imposible sostener un debate racional sobre Francia con muchos de los descendientes de la antigua clase superior del Paraguay.
Una figura tan dinámica como la de Francia también atrajo a algunos defensores. En un ensayo escrito a mediados de la década de 1840, Thomas Carlyle lo alabó como hombre fuerte y determinado de América Latina, que impuso orden a una era tumultuosa, repleta de violentas contradicciones sociales.19 En la siguiente década, Auguste Comte, colocándolo junto a otros grandes revolucionarios americanos como Benjamín Franklin, Bolívar y Toussaint-L’Ouverture, dedicó un día en su calendario positivista a Francia.20
En nuestro siglo, a pesar de la aparición ocasional de obras que tratan de reivindicar a Francia,21 la corriente francista permanece como interpretación minoritaria. Incluso la voluminosa obra estudiosa de Julio César Chaves, y el compendio de centenares de documentos de fuente primaria, brillantemente presentado con una narración entrelazada de José Antonio Vázquez, ha tenido poco efecto para hacer mella en la odiosa reputación de Francia. Los mitos sobre Francia se han aceptado tan ampliamente, que incluso el progresivo Pablo Neruda se sintió obligado a denunciarlo como ‘rey leproso’ en su corto poema El Doctor Francia.22 Desde libros de texto básicos de historia latinoamericana a obras literarias, los historiadores aún propagan la imagen tradicionalmente aceptada de Francia.23 Típico de esta actitud es el siguiente pasaje de la introducción de Wayne G. Broehl de 1967 a la novela clásica de Edward Lucas White, El Supremo:
Un hombre cuyo nombre ni siquiera debía ser pronunciado; cuyos espías estaban en todas partes, aún dentro de las familias; quien enviaba a los hombres a la mazmorra o a la ‘Cámara de la Verdad’ donde la tortura extraía una confesión y luego la víctima era sumariamente ejecutada por el escuadrón de fusilamiento o ahorcada –tal hombre era ‘El Supremo’. Este no es un personaje salido de una novela de terror, sino una persona real, un Jefe de Estado Sudamericano. Su nombre era José Gaspar Rodríguez de Francia.24
Adicionalmente a la tradición histórica personalista de América Latina, la historiografía de este período se complica todavía más por una confusión entre la forma retórica y el contenido histórico. Tratando de desacreditar el régimen de Francia y, con ello, de apoyar su propia posición, sus enemigos han usado el medio retórico de atacar su carácter. Dado que los historiadores han aceptado estos ataques demagógicos como historia en vez de reconocerlos como diatribas, incluso las obras posteriores atacan o defienden a Francia, en lugar de proporcionar un análisis objetivo de la historia de la época. Es significativo que las razones originales de la disputa –la política de Francia– sean relegadas a un plano secundario.
El objeto de esta obra no es Francia propiamente, ni reivindicar al Dictador. Se trata, más bien, de restaurar el contexto histórico de este período de la historia paraguaya –un capítulo de singular importancia en la historia de las Américas, directamente relevante para los problemas que confrontan sus habitantes en la actualidad.
Cinco años de estudio e investigación en los archivos del Paraguay, España, Argentina y Brasil han descubierto nueva documentación y permitido el desarrollo de información estadística, antes descuidada, mediante la reconstrucción de los presupuestos nacionales, la compilación de recibos de recaudación, el examen de datos referentes a industrias estatales y el análisis de los registros comerciales del Estado.
Mediante la incorporación de este nuevo material, y de una reevaluación de la documentación existente, ha sido posible definir con claridad la política de Francia y colocarla en su contexto histórico –las fuerzas políticas y económicas que imperaban en la sociedad paraguaya de comienzos del siglo VXIII y en la región del Río de la Plata. Externamente, los conflictos entre los grupos de intereses españoles, portugueses y europeos, brasileños, unitarios, federales y paraguayos, se combinaron para forjar las cambiantes estructuras políticas y económicas de la región. En el ámbito interno, los conflictos entre españoles, criollos, extranjeros, Francia y el pueblo paraguayo, influenciados por los eventos internacionales en rápida evolución, reflejaron las condiciones de la sociedad de clases del Paraguay. Aunque en extremo compleja, esta confusión de interrelaciones se hace comprensible una vez que se identifican con claridad las bases políticas y económicas fundamentales de las fuerzas contendientes. El análisis de estas fuerzas es la historia de la primera revolución autónoma de América.
Mapa 2. Río de la Plata, 1810
Mapa 3. Paraguay
1 John Parish Robertson y William Parish Robertson, Four Years in Paraguay, 2:189.
2 José Antonio Vázquez, El doctor Francia, visto y oído por sus contemporáneos, p. 43.
3 Debido a que la palabra dictador en la actualidad es fuertemente peyorativa, debe enfatizarse que a principios del siglo XIX no llevaba dicha connotación. El título se usaba en su sentido romano –un magistrado con suprema autoridad, electo en períodos de emergencia– y se otorgó a varios de los nuevos jefes de estado latinoamericanos, incluyendo a José de San Martín y Simón Bolívar. Esta obra emplea la frase El Dictador, no solo porque era el título formal de Francia y refleja el enorme poder conferido por los congresos populares masivos, sino también porque a menudo así lo designaba el pueblo paraguayo y él incluso firmaba los documentos oficiales como ‘El Dictador’.
4 Francisco Wisner de Morgenstern, El Dictador del Paraguay, p. 88.
5 Johann R. Rengger, The Reign of doctor Joseph Gaspar Roderick de Francia in Paraguay, p. 205.
6 Ver cuadro 2. Para una biografía de Francia, ver Justo Pastor Benítez, La vida solitaria del Dr. José Gaspar de Francia, o Julio César Chaves, El Supremo Dictador, obras en las que se presenta la mayoría de los detalles que se conocen de su vida.
7 Fray Mariano Velazco, Proclama de un paraguayo a sus paysanos, como se cita en Chaves, El Supremo Dictador, p. 185. De acuerdo a Atilio García Mellid, Proceso a los falsificadores de la historia del Paraguay, 1:235n, una copia de Proclama… puede encontrarse en la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, N° 245.071R, pero en diversas oportunidades en el curso de 1973 le fue imposible al staff localizarla. Ver también extractos hallados en José Antonio Vázquez, El doctor Francia, pp. 266-68.
8 Citado en José Antonio Vázquez, El doctor Francia, p. 596.
9 Vicente Pazos Kanki, A Narrative of Facts connected with the Change Effected in the Policial Condition and Relations of Paraguay under the Direction of Dr. Thomas Francia by an Individual who Witnessed many of them, and Obtained Authentic Information Respecting the Rest.
10 Citado en Antonio Zinny, Historia de los Gobernantes del Paraguay, 1553-1887, p. 386.
11 Charles Darwin, The Voyage of the Beagle, p. 119.
12 El mismo Francia ingresó en la polémica cuando su artículo “Notas hechas en el Paraguay por el Dictador Francia sobre el volumen de John Rengger” apareció en la edición del 21 de agosto de 1830 en el diario El Lucero de Buenos Aires. Insistiendo en que la obra de Rengger debería haber sido intitulada “Un ensayo de mentiras”, Francia la denunciaba como “Historias no solo acomodadas al gusto de los europeos, sino inventadas por ellos, en venganza por la frustración de sus repetidas conspiraciones, maquinaciones y complots”. Una contestación al artículo de Francia, escrito por un paisano de Rengger, César Hipólito Bacle, apareció a la semana siguiente. Reimpresiones del artículo de Francia se encuentran en Zinny, Los gobernantes, pp. 311-15, y en John Parish Robertson y William Parish Robertson, Francia’s Reign of Terror, pp. 372-80. La refutación de Bacle está reimpresa en Zinny, pp. 315-18.
13 Wisner de Morgenstern, El Dictador, p. 88.
14 Para ejemplos de los poemas, canciones y folletos francistas, ver Blas Garay, ed., Descripción de las honras fúnebres que se hicieron al Excmo. Señor Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, Supremo Dictador Perpetuo de la República del Paraguay, primera de la América del Sud. Ver también la reproducción de varios versos populares, testimonios y extractos de documentos oficiales y artículos periodísticos, hallados en José Antonio Vázquez, El doctor Francia, pp. 783-922, y Chaves, El Supremo Dictador, pp. 464-77.
15 Manuel Antonio Pérez, “Oración”, gm, 22 de julio de 1846. “Oración” fue reimpresa como parte de la constante polémica alrededor de Francia, que experimentó una dramática reactivación a mediados de 1846. Para una lista de los artículos periodísticos y sus ubicaciones, ver Chaves, El Supremo Dictador, p. 414. Para un extracto prolongado de “Oración”, ver José Antonio Vázquez, El doctor Francia, pp. 810-17.
16 Pérez “Oración”, como se reproduce en Garay, Descripción, p. 51.
17 Wisner de Morgenstern, El Dictador, p. 170. Después de examinar varios relatos del robo que circulaban en esa época, Wisner llegó a la conclusión de que, con gran probabilidad la familia Machaín había contratado a varias personas para robar el cuerpo y arrojarlo al Río Paraguay. También es probable que, contrario a la idea frecuentemente aceptada de que Francia quemó sus papeles personales antes de su muerte (ver Chaves, El supremo Dictador, p. 460), los miembros de la oligarquía sean responsables por su desaparición.
18 Libro que contiene las condiciones patria de los Colegiales, 1772-1810, Archivo del Colegio Nacional de Monserrat, Córdoba después del asiento de 1783.
19 Thomas Carlyle, Doctor Francia, en la obra de Carlyle Critical and Miscellaneous Essays, 4:205-63.
20 Auguste Comte, Appelaux conservateurs; el Calendrier Positiviste se encuentra entre las pp. 114-115.
21 García Mellid, Proceso, vol. 1.
22 Pablo Neruda, “El Doctor Francia”, en Obras Completas, pp. 430-31.
23 La única excepción destacable es la fascinante novela histórica de Augusto Roa Bastos, Yo el Supremo (1975).
24 Edward Lucas White, El Supremo, p. vii. Como parte de la imagen que se ha creado alrededor de Francia, debe tenerse en cuenta que el título informal de ‘El Supremo’, usado por primera vez por Edward Lucas White en su novela de 1916 y luego adoptado por muchos historiadores, no fue jamás usado por Francia ni por sus contemporáneos.