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DOS

Aceptando Que Eres Totalmente Aceptado

Estoy haciendo nueva toda la creación… Se hará realidad… ¡Ya está hecha! Soy el Alfa y el Omega, soy tanto el Principio como el Fin.

—Apocalipsis 21:5-6

Les aseguro que, antes que Abraham naciera, YO SOY.

—Juan 8:58

En estas dos referencias bíblicas ¿quién piensas que está hablando? ¿Es Jesús de Nazaret, o alguien más? Tendríamos que concluir que quienquiera que esté hablando aquí, está ofreciendo un arco grandioso y optimista para toda la historia, y no está simplemente hablando como el humilde carpintero de Galilea. “Soy tanto el Primero como el Último”, dice la voz en Apocalipsis 22:14, describiendo una trayectoria coherente entre el principio y el fin de las cosas. Esta segunda cita, del Evangelio de Juan, es aun más deslumbrante. Si Jesús fuese el único hablando aquí —llamándose Dios a sí mismo estando en el templo insignia de Jerusalén— ¡la gente que ahí se encontraba hubiese tenido todas las buenas razones para apedrearlo!

Si bien no creo que Jesús haya dudado jamás de su unión real con Dios, durante su vida Jesús de Nazaret no habló generalmente con las declaraciones divinas del “YO SOY”, que se encuentran siete veces a lo largo del Evangelio de Juan. En los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas Jesús casi siempre se llama a sí mismo “el Hijo del Humano”, o tan solo “un hombre Cualquiera”, dando uso a esta expresión un total de ochenta y siete veces1. Pero en el Evangelio de Juan, fechado en algún año entre el 90 y el 110 a. C, la voz de Cristo da un paso adelante para realizar casi todo el discurso. Esto ayuda a encontrar el sentido en algunas de las declaraciones que parecen atípicas viniendo de la boca de Jesús, como “Yo soy el camino, la verdad, y la vida” (Juan 14:6) o “Antes de que Abraham fuese, Yo soy” (Juan 8:58). Jesús de Nazaret probablemente no hubiese hablado así, pero si estas son las palabras del Cristo Eterno —entonces, “Yo soy el camino, la verdad, y la vida” es una declaración muy justa que no debería ofender ni amenazar a nadie. Después de todo Jesús no está hablando de unir o excluir a algún grupo; más bien, está describiendo el “Camino” por el cual todos los humanos y todas las religiones deben permitir que la materia y el Espíritu operen como uno.

Una vez que veamos que es el Cristo Eterno aquel que habla en estos pasajes, las palabras de Jesús acerca de la naturaleza de Dios —y de aquellos creados a la imagen de Dios— parecen estar llenas de una profunda esperanza y una amplia visión de toda la creación. La historia no carece de rumbo, no es el mero producto de un movimiento aleatorio, o una carrera hacia un final apocalíptico. Esta es una verdad buena y universal, y no depende de ningún grupo que se adueña de una “revelación divina” exclusiva. ¡Cuán diferente de la forma clandestina que usualmente toma la religión —o de la noción anémica de salvación individual para muy pocos, en un planeta menor, un universo en expansión, con la trama girando alrededor de un solo pecado cometido entre los ríos Tigris y Éufrates!

El salto de fe que los cristianos ortodoxos hicieron en los periodos más tempranos fue el creer que esta presencia eterna de Cristo estaba realmente hablando a través de la persona de Jesús. Divinidad y humanidad deben de algún modo ser capaces de hablar como una, ya que si la unión de Dios y la humanidad es “verdadera” en Jesús, existe la esperanza que pueda también ser verdadera en todos nosotros. Ese el gran aporte de Jesús cuando también habla como el Cristo Eterno. En efecto, él es “el pionero y el perfeccionador de nuestra fe” como lo expresa Hebreos (12:2), modelando, de una manera más bien perfecta, el viaje humano.

Para resumir, porque sé que esto es un gran cambio de perspectiva para la mayoría de nosotros: Toda la historia cristiana nos está diciendo que Jesús murió, y Cristo “resucitó”—sí, todavía como Jesús, pero ahora también como la Personalidad Corporativa que incluye y revela a toda su creación en todos sus propósitos y metas. O, como escribió “el Padre de la Ortodoxia”, San Atanasio (298-373), cuando la iglesia tenía un sentido de sí misma más social, histórico y revolucionario: “Dios fue consistente en trabajar a través de un hombre para revelarse a sí mismo en todos lados, así como también lo hizo a través de las otras partes de Su Creación, para que nada quedara privado de su Divinidad y su autoconocimiento… de modo que ‘todo el universo sea lleno del conocimiento del Señor así como las aguas llenan el mar’” 2. ¡Todo este libro podría ser considerado tan solo una nota al pie de página para estas palabras de Atanasio!

La Iglesia Oriental tiene una palabra sagrada para este proceso, para la cual nosotros en Occidente usamos “encarnación” o “salvación”. Ellos lo llaman “divinización” (teosis). Si eso suena provocativo sepan que solo están construyendo sobre 2 Pedro 1:4, en donde el autor dice: “Él nos ha dado algo muy grande y maravilloso… ¡ustedes son capaces de compartir su naturaleza divina!” Este es el núcleo de las buenas noticias y único mensaje transformador del cristianismo.

La mayoría de los católicos y protestantes todavía piensan a la encarnación como un evento único y de una sola persona, relacionado únicamente a Jesús de Nazaret, en vez de un evento cósmico que desde el principio ha empapado toda la historia en la Presencia Divina. Por lo tanto esto implica:

 Que Dios no es un anciano en un trono. Dios es la Relación en sí misma, un dinamismo de Infinito Amor entre la Diversidad Divina, como lo demuestra la doctrina de la Trinidad. (Noten que Génesis 1:26-27 usa dos pronombres plurales para describir al Creador, “creemos a nuestra imagen”).

 Que el amor infinito de Dios siempre incluyó a todo lo creado por Él desde el principio (Efesios 1:3-14). La conexión es inherente y absoluta. La Torá lo llama “pacto de amor”, un acuerdo incondicional, ambos ofrecidos y consumados por parte de Dios (incluso si, y cuando, nosotros no lo hicimos).

 Que por lo tanto todas las criaturas contienen el “ADN” divino del Creador. ¡Lo que llamamos el “alma” de cada criatura podría verse fácilmente como el autoconocimiento de Dios en esa criatura! Sabe quién es y crece en esa identidad, al igual que cada semilla y cada huevo. De este modo la salvación podría ser llamada “restauración”, en vez de la agenda retributiva que se nos ofreció a la mayoría de nosotros. Esto solo merece ser llamado “justicia divina”.

 Que mientras mantengamos a Dios encarcelado en un marco retributivo en vez de un marco restaurativo, realmente no tenemos buenas noticias sustanciales; no son ni buenas ni nuevas, sino la misma y cansada línea histórica. Rebajamos a Dios a nuestro nivel.

¡La fe en su núcleo esencial es aceptar que eres aceptado! No podemos conocernos profundamente sin también conocer a Aquel que nos hizo, y no podemos aceptarnos completamente sin admitir la radical aceptación de Dios de cada una de nuestras partes. Y la aceptación imposible de Dios a nosotros es más fácil de comprender si la reconocemos primero en la unidad perfecta del Jesús humano con el Cristo Divino. Empieza con Jesús, luego sigue contigo mismo, y finalmente lo expande a todo lo demás. Como dice Juan “De esta plenitud (pleroma) todos hemos recibido gracia sobre gracia” (1:16), o incluso “gracia respondiendo a la gracia con gracia” podría ser una traducción aun más precisa. Para terminar en gracia de alguna manera debes empezar con gracia, y luego todo es gracia por todo el camino hasta el final. O como otros pusieron simplemente en estos términos: “Cómo llegas, ahí es a donde llegas”.

Ver y Reconocer No Son lo Mismo

El mensaje central de la encarnación de Dios en Jesús es que la Presencia Divina está acá, en nosotros y en toda la creación, y no solo “por allá” en algún territorio lejano. Los primeros cristianos llegaron a llamar a esta Presencia aparentemente nueva y disponible “tanto Señor como Cristo” (Hechos 2:36), y Jesús se convirtió en el gran cartel que anunciaba el mensaje de Dios de una manera personal a lo largo de las rápidas avenidas de la historia. Dios necesitaba algo, o alguien, para enfocar nuestra atención. Jesús cumple ese rol bastante bien.

Lean 1 Corintios 15:4-8, donde Pablo describe cómo apareció Cristo un número de veces a los apóstoles y seguidores luego que Jesús murió. Los cuatro Evangelios hacen lo mismo, describen cómo Cristo Resucitado transciende puertas, paredes, espacios, etnias, religiones, agua, aire, tiempos, comida, y a veces incluso bilocándose, pero siempre interactuando con la materia. Mientras todos estos reportes atribuyen un tipo de presencia física a Cristo, siempre parece ser un tipo diferente de encarnación. O como dice Marcos justo al final de su Evangelio: “Se mostró pero bajo otra forma” (16:12). Este es un nuevo tipo de presencia, un nuevo tipo de encarnación y un nuevo tipo piedad.

Este, creo, es el porqué las personas que atestiguaron estas apariciones de Cristo finalmente parecían reconocerlo, pero a menudo no lo hacían de inmediato. Ver y reconocer no son lo mismo. ¿Y no es así como sucede en nuestras vidas? Primero vemos la llama de una vela, un momento después “arde” para nosotros cuando le permitimos tener un significado o mensaje personal. Vemos a un hombre sin casa, y en el momento en que permitimos que nuestro corazón se abra hacia él se vuelve humano, querido, o incluso Cristo. Cada historia de resurrección parece afirmar fuertemente una presencia ambigua —sin embargo certera— en entornos muy comunes, como una caminata con un extraño por el camino a Emaús, asando un pescado en la playa, o lo que pareció ser un jardinero de la Magdalena3. Estos momentos de la Escritura establecen un escenario de expectativa y deseo de que la presencia de Dios pueda ser vista en lo ordinario y material, y no tenemos que esperar apariciones sobrenaturales. Nosotros, los católicos, llamamos a esto una teología “sacramental”, donde lo visible y lo táctil son la puerta principal a lo invisible. Es por esto que cada uno de los Sacramentos formales de la iglesia insiste en un elemento material como agua, aceite, pan, vino, la imposición de manos o la absoluta presencia física del matrimonio mismo.

Para la época en que Pablo escribió estas cartas a Colosas (1:15-20) y Éfeso (1:3-14), unos veinte años después de la era de Jesús, él ya había conectado al único cuerpo de Jesús con el resto de la especie humana (1 Corintios 12:12ss.), con los elementos individuales simbolizados por el pan y el vino (1 Corintios 11:17ss), y con todo el Cristo de la historia cósmica y la naturaleza misma (Romanos 8:18ss). Esta conexión luego es articulada en el Prólogo del Evangelio de Juan cuando el autor dice: “En el principio era el Logos, y el Logos era con Dios, y el Logos era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Todas las cosas se hicieron realidad a través de él, sin él nada de lo creado llegó a existir. Lo que fue hecho realidad en él fue la vida y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:1-4), todo basado en el Logos volviéndose carne (1:14). Los primeros Padres Orientales sacaron mucho provecho de esta noción universal y corporativa de la salvación, tanto en el arte como en la teología, pero en Occidente no fue tan así.

El principio sacramental es este: Empiece con un momento concreto de encuentro, basado en este mundo físico, y el alma se universaliza desde ahí, así lo que es verdad aquí se vuelve verdad en todos lados también. ¡Este viaje espiritual prosigue con círculos de inclusión cada vez más grandes en el Único Misterio Sagrado! Pero siempre empieza con lo que muchos llaman sabiamente “el escándalo de lo particular”. Es allí donde debemos rendirnos, incluso si el objeto en sí parece más que un poco indigno de nuestro asombro, confianza o rendición4.

Luz e Iluminación

¿Alguna vez notaste cómo la expresión “la luz del mundo” se usa para describir a Cristo (Juan 8:12), pero que Jesús también aplica la misma frase para nosotros? (Mateo 5:14, “Ustedes son la luz del mundo”). Pocos predicadores me lo han señalado alguna vez.

Aparentemente la luz es menos algo que ves directamente, y más algo por lo cual ves todas las demás cosas. En otras palabras, tenemos fe en Cristo para poder tener la fe de Cristo. Esta es la meta. Cristo y Jesús parecen estar muy contentos en servirnos como canales, en lugar de como conclusiones comprobables. (Si esto último fuese el caso ¡la Encarnación habría sucedido después de la invención de la cámara y la videograbadora!) Necesitamos mirar a Jesús hasta que podamos mirar al mundo con este tipo de ojos. El mundo ya no confía en los cristianos que “aman a Jesús” pero que no parecen amar nada más.

En Jesucristo la propia cosmovisión de Dios, profunda, inclusiva y amplia, se pone a nuestra disposición.

Ese podría ser el todo de los Evangelios. Tienes que confiar en el mensajero antes de poder confiar en el mensaje, y esa parece ser la estrategia de Jesucristo. Con demasiada frecuencia substituimos al mensajero por el mensaje. Como resultado pasamos mucho tiempo adorando al mensajero y tratando de hacer que otras personas hagan lo mismo. Muy a menudo esta obsesión se volvió en un substituto piadoso de seguir realmente lo que enseñó —y nos pidió varias veces que lo siguiéramos, y ni una sola vez que lo adoremos.

Si prestas atención al texto verás que Juan ofrece una noción muy evolucionista del mensaje de Cristo. Nota el verbo activo que se usa aquí: “La verdadera luz que ilumina a cada persona estaba viniendo (erxomenon) al mundo” (1:9). En otras palabras, no estamos hablando de un Big Bang único en la naturaleza o de una encarnación única de Jesús, sino de un movimiento continuo y progresivo que continúa en la creación en constante desarrollo. La encarnación no ocurrió solo hace dos mil años. Ha estado trabajando a lo largo de todo el arco de tiempo, y continuará. Esto se expresa en la frase común “la Segunda Venida de Cristo”, que desafortunadamente se leyó como una amenaza (“¡Espera a que tu Papá llegue a casa!”), mientras que debería llamarse con más precisión como la “Venida Eterna de Cristo”, que es cualquier cosa menos una amenaza. De hecho, es una promesa continua de resurrección eterna.

Cristo es la luz que les permite a las personas el ver las cosas en su plenitud. El efecto preciso e intencionado de tal luz es ver a Cristo en todos los demás lugares. De hecho, esa es mi única definición de un cristiano verdadero. Un cristiano maduro ve a Cristo en todo y todos los demás. Esa es una definición que nunca te fallará, siempre demandará más de ti y no te dará ninguna razón para pelear, excluir o rechazar a nadie.

¿No es esto irónico? El punto de la vida cristiana es no distinguirse a uno mismo de los irreligiosos, sino solidarizarse radicalmente con todos y todo lo demás. Este es el efecto completo, final e intencionado de la Encarnación —simbolizado por su finalidad en la cruz, que es el gran acto de solidaridad de Dios en lugar del juicio. Sin lugar a dudas, Jesús ejemplificó perfectamente esta visión y así la transmitió al resto de la historia. Así es como debemos imitar a Cristo, el buen hombre judío que vio y convocó lo divino en los gentiles, ya sea en la mujer sirofenicia y los centuriones romanos que lo siguieron, en los recaudadores de impuestos judíos que colaboraron con el Impero, en fanáticos que se le opusieron, en pecadores de todo tipo, en eunucos, astrólogos paganos, y en todos aquellos “fuera de la ley”. Jesús no tuvo ningún problema en absoluto con la otredad. De hecho, estas “ovejas perdidas” se enteraron que no estaban para nada perdidas en él, y tendieron a convertirse en sus mejores seguidores.

Los humanos fueron diseñados para amar a las personas más que a los principios, y Jesús ejemplificó este patrón completamente. Pero muchos parecen preferir amar principios —como si realmente pudieras hacer algo así. Como Moisés cada uno de nosotros necesitamos conocer a nuestro Dios “cara a cara” (Éxodo 33:11, Números 12:8). Noten cómo Jesús dijo: “¡Dios no es un Dios de los muertos sino de los vivos puesto que para él todas las personas están vivas!” (Lucas 20:39). En mi opinión, su vitalidad hizo mucho más fácil a las personas confiar en su propia vitalidad y así relacionarse con Dios, porque entre similares se reconocen. Algunos lo llaman resonancia mórfica. C. S. Lewis, al darle a uno de sus libros el título verdaderamente grandioso, Hasta Que Tengamos Caras, estableció el mismo argumento evolutivo.

A decir verdad la iglesia que es una, santa, católica e indivisible no ha existido ya por mil años, con muchos resultados trágicos5. Estamos listos para reclamarlo nuevamente, pero esta vez debemos concentrarnos en incluir —como Jesús claramente lo hizo— en vez de excluir —lo que nunca hizo. Las únicas personas que Jesús pareció excluir son precisamente aquellas que se negaron a saber que eran pecadores ordinarios como todos los demás. Lo único que excluyó fue la exclusión misma. Mírame en eso, y tal vez veas que estoy en lo correcto.

Piensa qué significa todo esto en relación a todo lo que sentimos y pensamos acerca de Dios. Después de la encarnación de Jesús podríamos imaginar más fácilmente un Dios que-da-y-recibe, un Dios relacional, un Dios perdonador. Revelaciones de luz estroboscópica de Cristo, que Bruno Barnhart llama “Cristo Quanta”6, ya fueron vistas y honradas en las deidades de las religiones nativas, el Atman del hinduismo, las enseñanzas del budismo y los profetas judíos. Los cristianos tenían un muy buen modelo y mensajero en Jesús, pero en realidad muchos elementos atípicos acudieron fácilmente al “banquete”, como Jesús suele decir en sus parábolas del banquete resentido y resistido (Mateo 22:1-10, Lucas 14:7-24) donde “el salón de bodas estaba lleno de invitados, tanto buenos como malos por igual” (Mateo 22:10). ¿Qué debemos hacer con tal irresponsabilidad divina, tal generosidad interminable, tal falta de voluntad por parte de Dios para construir muros, defender lo propio o crear límites innecesarios?

Debemos ser honestos y humildes con esto: muchas personas con otras creencias, como los maestros sufíes, los profetas judíos, muchos filósofos y los místicos hindúes, han vivido a la luz del encuentro Divino mejor que muchos cristianos. ¿Y por qué un Dios digno del nombre Dios no se preocuparía por todos los niños? (Lee Sabiduría 11:23-12:2 para una maravilla de la Escritura al respecto) ¿Dios realmente tiene favoritos entre sus hijos? ¿Qué familia tan infeliz crearía —y de hecho, ha creado? Nuestra inclusión completa y feliz de las escrituras judías hacia adentro del canon cristiano debería haber servido como una declaración estructural y definitiva acerca del movimiento cristiano hacia la inclusividad radical. ¿Cómo nos perdimos eso? Ninguna otra religión hace eso.

Recuerden lo que dijo Dios a Moisés: “Yo SOY quien SOY” (Éxodo 3:14). Claramente Dios no está atado a un nombre, ni parece querer que nosotros atemos la Divinidad a ningún nombre. Este es el porqué, en el judaísmo, la declaración de Dios a Moisés se volvió en el Dios indescriptible e innombrable. Algunos dirían que el nombre de Dios literalmente no puede “nombrarse”7. ¡Ahora, eso fue muy sabio, y más necesario de lo que nos dimos cuenta! Esta tradición por sí sola nos debería dejar en claro la práctica de la humildad con respecto a Dios, que no nos dio un nombre sino solamente pura presencia —ningún control que pueda permitirnos pensar que “sabemos” quién es Dios, o tenerlo o tenerla como nuestra posesión privada.

El Cristo siempre es demasiado para nosotros, más grande que cualquier época, cultura, imperio o religión. Su inclusión radical es una amenaza para cualquier estructura de poder y cualquier forma de pensamiento arrogante. Por sí solo Jesús ha estado limitado por la evolución de la conciencia humana en estos primeros dos mil años, y mantenido cautivo por la cultura, el nacionalismo y el propio cautiverio cultural del cristianismo en una cosmovisión del mundo blanca, burguesa y eurocéntrica. Hasta ahora no hemos estado llevando la historia demasiado bien, porque “había uno entre nosotros que no reconocimos”, “uno que vino después de mí, porque él existía antes que yo” (Juan 1:26,30). Él vino con un tono de piel medio, de la clase baja, con un cuerpo masculino y un alma femenina, de una religión odiada a menudo, y viviendo en la misma cúspide entre el Oriente y el Occidente. Nadie lo posee, y nunca nadie lo hará.

Amando a Jesús, Amando a Cristo

Ser amado por Jesús aumenta la capacidad de nuestro corazón. Ser amado por Cristo aumenta nuestra capacidad mental. Necesitamos a ambos, a un Jesús y a un Cristo, en mi opinión, para obtener una imagen completa. Un Dios verdaderamente transformador —tanto para el individuo y la historia— necesita ser experimentado tanto en lo personal y en lo universal. Nada que sea menos que esto funcionará completamente. Si el Jesús demasiado personal (incluso sentimental) ha mostrado tener limitaciones y problemas severos, es porque este Jesús no era tampoco universal. Se volvió acogedor y perdimos lo cósmico. La historia muestra claramente que adorar a Jesús sin adorar a Cristo se convierte invariablemente en una religión ligada al tiempo y a la cultura, a menudo étnica, o incluso implícitamente racista, que excluye mucho de la humanidad del abrazo de Dios.

A pesar de esto, creo completamente en que nunca hubo ni una sola alma que no haya sido poseída por el Cristo, incluso en las épocas donde Jesús no estaba. ¿Por qué querrías que tu religión, o tu Dios, sean más pequeños que eso?

Para ti que te has sentido enojado, lastimado o excluido por el mensaje de Jesús o de Cristo tal como lo escuchaste, espero que sientas una apertura aquí —una afirmación, una bienvenida por la que tal vez has estado desesperado por escuchar alguna vez.

Para ti que has anhelado creer en Dios o en un mundo divinizado, pero nunca pudiste “creer” en la forma en que la creencia es practicada típicamente —¿ayuda esta visión de Jesús el Cristo? Si te ayuda a amar y esperar, entonces es la verdadera religión de Cristo. ¡Ningún grupo circunscrito puede reclamar ese título!

Para vos que has amado a Jesús —tal vez con gran pasión y protección— ¿reconoces que cualquier Dios digno de tal nombre debe trascender credos, denominaciones, tiempo y lugar, naciones y etnicidades, y todos los caprichos de género, extendiéndose a los límites de todo lo que podemos ver, sufrir y disfrutar? No eres tu género, tu nacionalidad, tu etnicidad, tu color de piel, tu clase social. ¿Por qué, oh, por qué, los cristianos permiten que estos trajes temporales, o lo que Thomas Merton llamó el “falso yo”, atraviesen el yo sustancial, que siempre está “escondido con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3)? Parece que realmente no conocemos nuestro propio Evangelio.

Eres un hijo de Dios, y siempre lo serás, incluso cuando no lo creas.

Este es el porqué y el cómo Carryll Houselander pudo ver a Cristo en los rostros de aquellos perfectos extraños. Es por eso que puedo ver a Cristo en mi perro, el cielo y todas las criaturas, y es por eso que tú, quien quiera que seas, puedes experimentar el cuidado sin adulteraciones de Dios para ti en tu jardín o en tu cocina, en tu esposo o esposa, un escarabajo común, un pez en el océano más oscuro que ningún ojo humano podrá observar, e incluso en aquellos que no te quieren, y en aquellos que no son como tú.

Esta es la luz iluminadora que alcanza a todas las cosas, haciéndonos posible ver las cosas en su plenitud. Cuando Cristo se llama a sí mismo “La luz del Mundo” (Juan 8:12), no nos está diciendo que lo miremos solo a él, sino que contemplemos la vida con sus ojos todo misericordiosos. Lo vemos para poder ver como él, y con la misma compasión infinita.

Cuando tu “yo” aislado se convierte en un “nosotros” conectado, te has movido de Jesús a Cristo. Ya no tenemos que cargar el peso de ser un “yo” perfecto porque somos salvos “en Cristo”, y como Cristo. O, como decimos tan rápida como correctamente al final de nuestras oraciones oficiales: “Por Cristo, Nuestro Señor, Amén”.

1. Ver la investigación extensa de este término en The Human Being: Jesus and the Enigma of the Son of Man de Walter Wink (Minneapolis: Fortress Press, 2002).

2. Atanasio, De Incarnattione Verbi, 45.

3. Richard Rohr, Immortal Diamond, xxi–xxii, (San Francisco: Jossey-Bass, 2013) y el “mosaico” de metáforas en el Apéndice B.

4. Richard Rohr, Just This, 7 (Centro para la Acción y la Contemplación, 2018) “Awe and Surrendering to It”, 2018.

5. Es probable que el autor en el texto original haya querido decir que la iglesia ha existido ya por dos mil años aunque no ha estado exenta de momentos trágicos. (Nota del Editor).

6. Bruno Barnhart, Second Simplicity: The Inner Shape of Christianity (Mahwah, NJ, Paulist, 1999), Parte II, Capítulo 7.

7. Richard Rohr, The Naked Now (Nueva York: Crossroad, 2009), cap. 2. De hecho, es más apropiado que el santo nombre YHWH sea respirado en vez de que sea hablado, y todos respiramos de la misma forma.

El Cristo Universal

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