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Antes de que Empecemos

En su autobiografía, Rocking Horse Catholic1, Caryll Houselander, la mística2 inglesa del siglo XX, describe cómo un viaje ordinario de subte en Londres se transformó en una visión que cambió su vida. Comparto la descripción de Houselander de esta llamativa experiencia porque claramente demuestra lo que estaré llamando El Misterio de Cristo, el morar de la Presencia Divina en todos y todo, desde el comienzo del tiempo como lo conocemos:

Estaba en un subte, un tren tumultuoso en el que todo tipo de personas se empujan, con trabajadores sentados y agarrados de las barandas, de todas descripciones, yendo a casa al final del día. De manera considerablemente repentina vi con mi mente, pero tan vívidamente como una gran pintura, a Cristo en todos ellos. Pero vi más que eso, no solo a Cristo en cada uno de ellos, viviendo en ellos, muriendo en ellos, regocijándose en ellos, lamentándose en ellos — sino que al estar Él en ellos, y al estar ellos acá, también todo el mundo estaba acá, en ese subte; no solo el mundo estaba en ese momento, no solo toda la gente de todos los países del mundo, sino toda esa gente que vivió en el pasado y toda la que vendrá.

Salí a la calle y caminé por mucho tiempo entre la multitud. Era lo mismo acá, en todos lados, en cada transeúnte, en todos lados: Cristo.

Por mucho tiempo fui perseguida por la concepción del Cristo humillado, el Cristo lisiado cojeando por Rusia, mendigando Su pan; el Cristo que, a través de las eras, podría regresar a la tierra incluso a los pecadores para ganar su compasión por Su necesidad. Ahora, en un destello de segundo, supe que este sueño es un hecho; no un sueño, no la fantasía o la leyenda de una persona devota, no la prerrogativa de los rusos, sino Cristo en el hombre…

Vi también la reverencia que todos deben tener por un pecador; en vez de condonar su pecado, que en realidad es su mayor pena, uno debe confortar al Cristo que sufre en él. Y esta reverencia debe ser pagada incluso a esos pecadores cuyas almas parecen estar muertas, porque es Cristo, quien es la vida del alma, que está muerto en ellos; ellos son Sus tumbas, y Cristo en la tumba es potencialmente el Cristo resucitado…

Cristo está en todos lados; en Él cada tipo de vida tiene un sentido y tiene una influencia en todos los otros tipos de vida. No es el pecador tonto como yo, corriendo por el mundo con reproches y sintiéndome magnánimo, sino quien más se acerca a ellos y les trae sanación; es la contemplación en su celda quien nunca los ha visto, pero en quien Cristo ayuna y ora —o puede ser una sirvienta en quien Cristo se hace sirviente otra vez, o un rey cuya corona de oro esconde una corona de espinas. La comprensión de nuestra unidad en Cristo es la única cura para la soledad humana. Para mí, también, es el único sentido supremo de la vida, lo único que da sentido y propósito a cada vida.

Algunos días después la “visión” se desvaneció. La gente lucía igual otra vez, ya estaba ese mismo shock de introspección para mí cada vez que me enfrentaba cara a cara con otro ser humano. Cristo estaba oculto otra vez; de cierto, a través de los años por venir, lo iba a buscar, y usualmente lo encontraría en otros – y aun más en mí misma- solo a través de un deliberado y ciego acto de fe.

La pregunta para mí —y para nosotros— es, ¿quién es este “Cristo” que vio Caryll Houselander permeándose e irradiándose desde todos sus queridos pasajeros? Para ella Cristo claramente no es solo Jesús de Nazaret sino algo mucho más inmenso, incluso cósmico, en significancia. Cómo es eso posible, y por qué importa, es materia de este libro. Una vez encontrada, creo que esta visión tiene el poder de alterar radicalmente lo que creemos, cómo vemos y nos relacionamos con otros, nuestro sentido de cuán grande puede ser Dios, y nuestro entendimiento de lo que nuestro Creador está haciendo en nuestro mundo. ¿Suena esto como a esperar demasiado? Mira otra vez las palabras que usa Houselander para capturar el querido alcance de lo que cambió para ella después de su visión:

En todos lados —Cristo

Comprensión de unidad

Reverencia

Todo tipo de vida tiene sentido

Toda vida tiene influencia en todos los demás tipos de vida

¿Quién no querría experimentar tales cosas? Y si la visión de Houselander nos parece exótica de alguna manera al día de hoy, ciertamente no lo sería para los primeros cristianos. La revelación del Cristo Resucitado como ubicuo y eterno estaba claramente afirmada en las Escrituras (Colosenses 1, Efesios 1, Juan 1, Hebreos 1) y en la iglesia primitiva, cuando la euforia de la fe cristiana todavía era creativa y expansiva. Sin embargo, en nuestro tiempo, este modo profundo de ver debe ser abordado como un proyecto de recuperación. Cuando la iglesia occidental se separó de la oriental en el Gran Cisma de 1054, gradualmente nos perdimos este entendimiento profundo de cómo Dios ha estado liberando y amando todo lo que hay. En su lugar, limitamos gradualmente la presencia divina al cuerpo único de Jesús, cuando quizás es tan ubicuo como la luz misma —e incircunscribible por límites humanos.

Podríamos decir que la puerta de la fe se cerró en el más amplio y hermoso entendimiento de lo que los primeros cristianos llamaron “la Manifestación”, la Epifanía, o más famosamente, la “Encarnación” —y también su forma final y completa, que todavía llamamos “la Resurrección”. Pero originalmente las iglesias orientales y ortodoxas tenían un entendimiento mucho más amplio de estos, una percepción que nosotros, iglesias de Occidente, tanto católica como protestante, recién ahora empezamos reconocer. Seguramente esto es lo que Juan quiso decir cuando escribió en su Evangelio: “La Palabra se hizo carne” a sí misma (Juan 1:14), usando un término universal y genérico (sarx) en vez de referirse a un único cuerpo humano3. ¡De hecho, la sola palabra “Jesús” nunca es mencionada en el Prólogo! ¿Alguna vez lo notaron? No es hasta el penúltimo versículo que “Jesucristo” es finalmente mencionado.

No podemos sobreestimar el daño hecho al mensaje de nuestro Evangelio cuando las iglesias orientales (“griegas”) y occidentales (“latinas”) se separaron, empezando por la mutua excomunión de sus patriarcas en 1054. No hemos conocido a la iglesia “única, santa y sin divisiones” por más de mil años.

Pero tú y yo podemos reabrir esa puerta antigua de la fe con una llave, y esa llave es el entendimiento apropiado de una palabra que muchos de nosotros usamos usualmente, pero a menudo muy livianamente. Esa palabra es Cristo.

¿Qué si Cristo es el nombre para lo trascendente dentro de cada “cosa” del universo?

¿Qué si Cristo es el nombre para la inmensa amplitud de todo el Amor verdadero?

¿Qué si Cristo remite a un horizonte infinito que nos atrae desde adentro y hacia adelante también?

¿Qué Si Cristo es otro nombre para todo —en su plenitud?

Creo que es eso lo que la “Gran Tradición” ha estado tratando de decir, tal vez sin saberlo incluso. Pero la mayoría de nosotros nunca fuimos expuestos a la Gran y Completa Tradición, a la que me refiero como la Tradición Perenne, la sabiduría de todo el Cuerpo de Cristo —y específicamente para este libro, la integración de los temas autocorregibles que constantemente se reiteran y reafirman unos a otros en la ortodoxia, el catolicismo, y muchas ramas del protestantismo. Sé que es una meta gigante, pero ¿tenemos alguna opción ahora? Si enfatizamos en los elementos realmente esenciales de la fe, y no en los accidentales, en realidad no es tan difícil de hacer.

Si en las siguientes páginas me lo permiten, quiero ser su guía al explorar estas preguntas sobre Cristo y la forma de la realidad en cada uno de nosotros. Es una búsqueda que me ha fascinado e inspirado por más de cincuenta años. Manteniendo mi tradición franciscana, quiero basar una conversación de tal inmensa escala en las cosas de la tierra para que podamos seguirla como a un rastro de migas por el bosque: desde la naturaleza; a un niño recién nacido en un humilde establo con su madre y padre; a una mujer sola en un tren; y finalmente, al significado y el misterio en un nombre que también puede ser nuestro.

Si mi propia experiencia es de alguna manera un indicio, el mensaje en este libro puede transformar la forma en que ves y la forma en que vivís tu mundo cotidiano. Te puede ofrecer un sentido profundo y universal que la civilización occidental parece carecer y anhelar para el hoy. Tiene el potencial de replantar al cristianismo como una religión natural y no tan solo simplemente basada en una revelación especial, disponible solo para unas pocas personas iluminadas y suertudas.

Pero para experimentar este nuevo entendimiento, debemos proceder frecuentemente por “in-dirección”, espera, y por la práctica de prestar atención. Especialmente mientras empezamos debes permitir que algunas palabras de este libro permanezcan misteriosas parcialmente, al menos por un tiempo. Sé que esto puede ser desafiante e inquietante para nuestra mente egoica, que quiere estar al control a cada paso del camino. Sin embargo este es precisamente el modo contemplativo de leer y escuchar, y así, ser atraídos hacia adelante a un Campo más Grande.

Como G. K. Chersterton escribió una vez, Tu religión no es la iglesia a la que perteneces, sino el cosmos en el que vives. Una vez que sabemos que el mundo físico entero alrededor nuestro, toda la creación, es tanto el lugar de escondite como el de la revelación de Dios, este mundo se convierte en hogar, seguridad, encanto, ofrecimiento de gracia para quien mire profundamente. Llamo “contemplación” a ese tipo de profundidad y calma.

La función esencial de la religión es conectarnos radicalmente con todo. (Re-ligio = re-ligar o reconectar). Está para ayudarnos a ver el mundo y a nosotros mismos integralmente, y tan solo en partes. Las personas verdaderamente iluminadas ven la unidad porque miran desde afuera de la unidad, en vez de etiquetar todo como superior e inferior, adentro o afuera. Si crees ser “salvo” o iluminado privadamente, entonces ni eres salvo ni iluminado, ¡me parece a mí!

Una noción cósmica del Cristo compite con y no excluye a nadie, sino que incluye a todos y todo (Hechos 10:15,34), y permite que Jesucristo finalmente sea una figura de Dios digna del universo entero. En este entendimiento del mensaje cristiano, el amor y la presencia del Creador están fundamentados en el mundo creado, y la distinción mental entre lo “natural” y “sobrenatural” se cae a pedazos. Como supuestamente dijo Albert Einstein, “Hay dos modos de vivir tu vida. Una es como si nada fuese un milagro. La otra es como si todo fuese un milagro”. En las siguientes páginas, optaré por lo último.

Si bien mi trasfondo primario está en la filosofía y la teología de las escrituras voy a recurrir a las disciplinas de la psicología, ciencias, historia, y antropología para enriquecer el texto. Si puedo evitarlo, no quiero que este sea un libro estrictamente “teológico”, aunque tenga mucha teología explícita en él. Jesús no vino a la tierra para que solo los teólogos pudieran entender y hacer sus buenas distinciones, sino para que “todos puedan sean uno”. Él vino para unir y “reconciliar todas las cosas en él mismo, todo en el cielo y todo en la tierra” (Colosenses 1:19). ¡Todo hombre o mujer en la calle —o yendo en tren— debería poder ver y disfrutar esto!

A lo largo del libro, encontrarás que hay oraciones o grupos de oraciones que se salen un poco de los párrafos. Como estas, de nuestra historia de arriba:

Cristo está en todo lugar.

En Él cada tipo de vida tiene un significado y una conexión sólida.

Mi intención es que estas pausas en el texto sean invitaciones para que permanezcas con una idea, para que te enfoques hasta que comprometa tu cuerpo, tu corazón, tu concientización del mundo físico a tu alrededor, y más especialmente tu conexión central con un campo más grande. Siéntate con cada oración italizada y, si es necesario, léela de nuevo hasta que sientas su impacto, hasta que puedas imaginarte sus mayores implicaciones para el mundo, para la historia y para ti. (En otras palabras, ¡hasta que “la palabra se vuelva carne por ti”!) No saltes tan rápidamente a la próxima línea.

En la tradición monástica esta práctica de permanecer e ir a las profundidades de un texto se llama “Lectio Divina”. Es una forma contemplativa de leer que profundiza más que la comprensión mental de las palabras, o que el uso de palabras para dar respuestas, o resolver problemas o preocupaciones inmediatas. La contemplación es esperar pacientemente a que las brechas se llenen, y no insiste en los cierres rápidos o las respuestas fáciles. Nunca se apura al juicio, y de hecho evade hacer juicios rápidos porque estos tienen más que ver con control egoico y personal que con una búsqueda amorosa de la verdad.

Y esa será la práctica para ti y para mí, mientras construimos juntos nuestro camino hacia un entendimiento de un Cristo que es mucho más que el apellido de Jesús.

1. Puede traducirse como “La Católica que Rockea”. (Nota del Traductor).

2. Cuando uso la palabra “místico/a” me estoy refiriendo a un saber experiencial en vez de un saber dogmático o de manual. La diferencia tiende a ser que los místicos ven las cosas en su totalidad, su conexión, su marco universal y divino, en vez de tan solo su particularidad. Ellos entienden toda la gestalt en una imagen, por así decirlo, por consiguiente, ellos evitan usualmente nuestra forma más secuencial y separada de ver el momento. En esto, ellos tienden a estar más cerca de los poetas y artistas que de los pensadores lineales. Obviamente, hay un lugar para ambos, pero desde el Iluminismo de los siglos XVII y XVIII hubo cada vez menos apreciación de tales visiones de la totalidad. Los místicos fueron ciertamente considerados “excéntricos” (fuera del centro), ¿pero tal vez son los más centrados de todos?

3. John Dominic Crossan desarrolla este punto convincentemente en su libro Resurrecting Easter (San Fransciso: HarperOne, 2018), un estudio de cuán diferente el arte oriental y occidental entendieron y representaron a la Resurrección. Retrasamos la publicación de este libro, para que pudiera incluir la evidencia artística, histórica y arqueológica de lo que estoy tratando de decir teológicamente aquí.

El Cristo Universal

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