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2. LA COLONIALIDAD DEL PODER Y LOS ESTUDIOS INTERNACIONALES LATINOAMERICANOS
ОглавлениеEn este proceso de renovación teórico/metodológico de los estudios internacionales adelantados en la región, hay una teoría que ha sido objeto de especial atención por parte de investigadores ubicados en distintos lugares del continente. La teoría de la colonialidad del poder, elaborada por el sociólogo peruano Aníbal Quijano en la última década del siglo pasado, ha llegado a ocupar un lugar preponderante en la controversia sobre la organización y funcionamiento del sistema-mundo, pues, así como anima discusiones en distintos medios intelectuales y académicos, también influye en el accionar de diversos movimientos sociales alrededor del continente. Incluso orienta la elaboración de la política exterior de un Estado en América Latina, tal como lo demuestra Graziano Palamara, al estudiar el caso del Estado plurinacional boliviano en el capítulo sexto de este libro, titulado “La relación Estado-sociedad: una variable para la inserción internacional. El caso de las agendas de Chile y Bolivia”.
En todo caso, la mayor parte de estos nuevos movimientos sociales y políticos pueden ser definidos desde antihegemónicos o alterglobales, hasta plurinacionales e interculturales2, y sin importar mucho las diferencias que puedan existir entre ellos, rescatan el legado de quien tuvo:
la suficiente osadía intelectual como para ir en contra del hegemónico pensamiento eurocéntrico y, desde de la periferia del sistema-mundo colonial/moderno, plantear categorías y conceptos que permiten establecer otra mirada sobre la realidad histórico-social que revela una configuración epistemológica que conforma una episteme descolonial. […] Se puede considerar que el principio de la colonialidad del poder [es] capaz de llevar adelante una ruptura epistemológica con el pensamiento eurocéntrico […] y que se impuso como la perspectiva de conocimiento hegemónica en el sistema-mundo colonial/moderno (Germaná, 2017, p. 269).
Aquella teoría se nutre de las particularidades regionales y está presente en el debate contemporáneo desde y sobre América Latina, puesto que sus primeras definiciones surgen aquí para llegar a ser una teoría situada en la trayectoria histórica de un continente, la misma que ha estado marcada por la presencia de múltiples factores: los pueblos originarios en tanto civilizaciones realmente existentes en la actualidad, el colonialismo del siglo XVI y la modernidad del XIX, el neocolonialismo y la colonialidad del siglo XX como también por el viejo y el nuevo extractivismo, el de la acumulación por desposesión. Involucrando aspectos con los cuales se constituye cualquier civilización, la teoría de la colonialidad del poder logra ser una forma de entender el actual orden planetario, su autor diría el patrón del poder mundial, pues hace ver los fundamentos mismos de su actual organización y funcionamiento.
Al mismo tiempo, y teniendo de por medio los momentos en que se asentaron las bases de lo que después fue conocido como Occidente y modernidad, Aníbal Quijano estableció que fue en América Latina donde se establecieron las bases del sistema-mundo moderno colonial. Una propuesta que refuerza la teoría de la colonialidad del poder considera que la constitución del sistema fue consecuencia de:
la “apertura” geopolítica de Europa al Atlántico; [fue] el despliegue y control del “sistema-mundo” en sentido estricto, [es] la “invención” del sistema colonial, que durante 300 años irá inclinando lentamente la balanza económica-política a favor de la antigua Europa aislada y periférica. Todo lo cual es simultáneo al origen y desarrollo del capitalismo (mercantil en su inicio, de mera acumulación originaria de dinero). Es decir: modernidad, colonialismo, sistema-mundo y capitalismo son aspectos de una misma realidad simultánea y mutuamente constituyente (Dussel, 2015).
Sobre la teoría elaborada por Aníbal Quijano, la antropóloga y teórica feminista argentina Rita Segato ha destacado su enraizada relación con la trayectoria histórica del continente, una mirada localizada la define esta pensadora y así se entiende la situacionalidad de su origen. Con esta teoría se altera la subalterna figura de la región en la historiografía imperialista, posicionándola en un lugar relevante en la “estructura de poder mundial”, y permite identificar con mayor precisión, los fundamentos del poder globalmente hegemónico. Por último, dicha teoría se caracteriza por llegar a ser un cambio radical de paradigma, en las lecturas sobre el colonialismo y la colonialidad (Segato, 2014, p. 176).
La teoría ha hecho presencia por haber establecido la perpetuación del racismo, el patriarcalismo y la consecuente discriminación por cuestiones de género, más el abierto clasismo de la superioridad por razones económicas en la fase actual del sistema-mundo moderno y colonial. Sobre esto último, es la respuesta a quienes reiteran hasta el cansancio, las diferencias entre el llamado primer mundo, moderno, rico, industrial y desarrollado, con su opuesto antagónico del tercer mundo, tradicional, pobre, agrario, en consecuencia, subdesarrollado. Un conocimiento producto de utilizar argumentos que favorecen una visión simplista y naturalizadora, de origen binario, basada en el opuesto antagónico y maniquea por principios morales y políticos harto cuestionables. Ellos se encuentran en los múltiples documentos producidos por las distintas instituciones multilaterales, contando para su elaboración con la experticia de los consultores desde hace ya setenta años, quienes para el caso, y con otra forma de denominar, serían la tecnoburocracia del institucionalismo neoliberal y la colonialidad global.
El pensamiento decolonial en los nuevos estudios internacionales latinoamericanos más bien hace notar la proporcional correlación que la colonialidad del poder mantiene con la del saber, el ser y la naturaleza, y todo esto debe tomárseles en cuenta dentro del proceso que ha llevado a la colonialidad global. Teniéndolos como un espacio donde se adelanta la revisión del sistema-mundo, desde la teoría en la que se produce una lacerante realidad, quedan involucrados los impactos negativos que el racismo, el patriarcalismo y el clasismo generaron como elementos fundantes de tal sistema. Al basarse en la larga duración, ayuda a entender la construcción de una subjetividad colonizada que a pesar del tiempo transcurrido, ha logrado sostenerse en la conducción de los Estados y sociedades neocoloniales, por eso la teoría logra capacidad explicativa del proceso puesto que se:
refiere al crucial proceso de estructuración de este sistema-mundo que articula de manera enredada las localizaciones periféricas en la división internacional del trabajo con la jerarquía etno-racial global [y en la actualidad] articula a los migrantes del tercer mundo inscritos en la jerarquía etno-racial de las ciudades globales metropolitanas con la acumulación de capital a escala mundial. [Hoy en día] Los Estados-naciones periféricos y los pueblos no-europeos viven […] bajo el régimen de la colonialidad global […] (Grosfoguel, 2007).
Puedo afirmar que el período considerado en sus estudios, primero por Aníbal Quijano, Enrique Dussel e Immanuel Wallerstein, y luego en los trabajos de Walter Mignolo, Ramón Grosfogel y Nelson Maldonado, entre muchos otros, ha sido estudiado con seriedad en América Latina durante las últimas dos décadas y con las conclusiones alcanzadas, han logrado establecer las bases fundamentales de lo que significa la colonialidad del poder. En resumen, sería el logro en la construcción/control de subjetividades colonizadas, subalternizadas por la epistemología dominante del eurocentrismo en sus componentes ya mencionados, y además han llegado a ser partes constitutivas dentro de una amplia gama de mecanismos para el dominio global.
En la actualidad se mantiene el control del trabajo y la economía en función de un sistema donde se conjugan el libre mercado, el capital oligopólico actuante a través de las corporaciones transnacionales más el inocultable accionar imperialista de ciertos Estados. Todo lo cual sucede en un sistema internacional que cuenta con múltiples instituciones que buscan desde regular la economía mundial o estar defendiendo los derechos humanos, con la retórica de contribuir a la paz mundial. Todas ellas pertenecientes al sistema de la gobernanza global y donde las más representativas, luego de las Naciones Unidas claro está, siguen siendo el Fondo Monetario Internacional, el grupo del Banco Mundial y las cinco agencias que lo integran, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Organización Mundial del Comercio.
De igual manera, las autoridades locales e internacionales y sus coercitivas instituciones, es decir, el Estado-nación como actor del sistema teniendo a su lado los múltiples espacios donde actúan las autoridades globales. Podríamos mencionar a ciertas instituciones, sobre todo las que tienen que ver con los sistemas de seguridad global o protección de los derechos de la humanidad, pues como siempre hablan en su nombre. En todo caso, lo anterior ha sido posible puesto que:
mientras que para unos existen amenazas, para otros es bienestar, algunos ven riesgos donde otros buscan reducir la desigualdad. El discurso dominante naturaliza el predominio de una ideología, el liberalismo desde su neutralidad y manteniendo el control de las instituciones multilaterales, ha llevado a la aceptación de un orden dirigido por ciertos Estados quienes afirman decisiones basadas en su soberanía, mientras que promueve la desregulación por el lado de los que menos capacidad de resistencia tienen (Zuleta, Cubides y Escobar, 2007).
Por último, pero no por eso menos importante, el sexo y la raza como condiciones históricas y culturales constituidas en mecanismos de poder y tan útiles para la reproducción del sistema mundo. Lo primero es igualmente complejo por la conjunción de lo emocional y físico, pero quedó reducido a ser instrumento para la reproducción de la especie y la mano de obra, al tiempo que se producía la subalternización de la mujer. La segunda también garantizaba mano de obra abundante, por lo tanto, barata y al estar asociada con la esclavitud y la servidumbre, condujo a la subalternización de quienes ya habían sido identificados como negros e indios en las regiones donde el capitalismo de las materias primas quedó instalado. En síntesis, las relaciones que predominan, tal como fueron presentadas por Aníbal Quijano, se dan sobre la raza, el género y la clase para de allí incorporarse y naturalizarse en los pensamientos con que se organiza la modernidad.
Pero como no se busca dar por verdad última a lo concluido por Quijano, ya se tienen opiniones que confronta con argumentos igualmente muy serios, la originalidad del componente colonialidad en la teoría sobre el poder y el patrón de dominación gobernante a escala global. Según Ramón Grosfogel, y sin ganas de profundizar en esta crítica, antes de Quijano hubo otros autores y autoras que alcanzaron a definirla de distinta manera, y que igualmente habían tomado en sus estudios, el impacto del colonialismo en la trayectoria histórica de la comunidad social y política en la que habían vivido. La herida colonial de las que hace algunas décadas atrás nos habló Aimé Césaire, luego Gloria Anzaldúa y de manera más reciente Walter Mignolo, se ha expresado en formas tan diversas como el:
capitalismo racial (Robinson, 1981), racismo como infraestructura (Fanon, 1952, 1961), occidentóxico (Ahmad, 1984), colonialismo interno (Rivera 1993; Barrera, 1979; Casanova, 1965), género como privilegio de la mujer blanca o las mujeres negras vistas como hembras y no como mujeres (Davis, 1981), supremacía blanca (Dubois, 1935, Malcolm X, 1965), relación no reduccionista entre raza y clase (Cesaire 1950, 1957), ego cónquiro (Dussel, 1994), […] El asunto importante a retener aquí es que la modernidad no existe sin colonialidad, [y se expresa en] todas las relaciones sociales y jerarquías de dominación de la modernidad (Grosfogel, 2016, pp. 158-159)3.
Pero bueno, tal como se ha venido sosteniendo desde el inicio del capítulo, en la actualidad se cuenta con nuevos aportes de la teoría en el debate contemporáneo, y ello ha contribuido en el fortalecimiento de los nuevos estudios internacionales latinoamericanos. Lo significativo es que la teoría ha logrado posicionar como lugares epistemológicos a los múltiples territorios en donde habitó el colonialismo y permanece la colonialidad. Al respecto, y con las intenciones de hacer expresa esta última afirmación, se puede afirmar que ya existe una reciente e igualmente rica tradición en el estudio de la experiencia colonial africana, la misma que estuvo basada en el racismo y el eurocentrismo y susceptible de ser analizada con el proyecto intelectual y político del pensamiento decolonial (Valero, 2017).
La colonialidad del poder y los nuevos estudios internacionales latinoamericanos neutralizan aspectos fundamentales de las teorías, conceptos y métodos contenidos en la disciplina relaciones internacionales, tan ampliamente utilizados en los estudios del sistema internacional y sus múltiples componentes. Se insertan en el sistema-mundo moderno y colonial, subvirtiendo la posición de los centros académicos que elaboran las teorías involucradas en el llamado mainstream en relaciones internacionales. Por ejemplo, uno de esos logros es haber establecido los mecanismos con que Occidente administra las instituciones que son parte integrante del sistema-mundo, y que este dominio se construye sobre las normas utilizando las fuentes de su tradición jurídica, la misma que se fortaleció en el tránsito del positivista derecho europeo hacia el derecho internacional. Así surge un tipo de derecho que busca resolver el conflicto entre los Estados sin diferenciar sus condiciones, además de regular el funcionamiento de las instituciones multilaterales.
Según lo planteado por el colombiano Fernando Galindo, esto sería parte de un proceso histórico de larga duración, donde una de sus manifestaciones ha sido, justamente, la naturalización de aquella idea de que los Estados dominantes buscaron la forma de sostener el llamado sistema internacional con la elaboración de normas y la organización de un conjunto de múltiples instituciones, basándose en la suposición de tener la suficiente y legítima capacidad para regular las relaciones entre Estados (Galindo, 2013, p. 87). Otro aspecto de una tradición intelectual que, para no tener que ir tan atrás, se iniciaría con las distintas propuestas contenidas en La paz perpetua del filósofo alemán Immanuel Kant. Un libro donde queda establecido que el actor principal en todo el proceso de alcanzar y mantener la paz será, sin duda alguna, el Estado en su perfección jurídica-racionalista.
Sobre esto último, una opinión similar mantiene el mexicano Germán Sandoval Trigo cuando desde una perspectiva decolonial, propone que los fundamentos epistemológicos del derecho internacional son la proyección a escala global de un tipo situado de pensamiento: el moderno-occidental. Es el mismo que fundamenta el accionar en el campo de lo internacional del Estado-nación, argumentando sobre los principios básicos de soberanía y libre determinación, le dicen el derecho de los pueblos, pero donde se ha logrado que los principios e instituciones mencionados, llegaron a ser dominantes en la fundamentación teórico-institucional del sistema-mundo. Una aceptable explicación de este dominio considera que todos ellos:
bajo la producción moderna [adquirieron] un matiz y una centralidad argumentativa determinada por un fundamento epistémico que repercute en el encubrimiento de otras posibilidades de entendimiento y producción de poder. Por tanto, sus fundamentos están repletos de instituciones y concepciones de diversas eras, pero que celosamente derivan de la afirmación de una sola civilización: Europa (Sandoval, 2018, pp. 93-94).
Esto no significa que al interior de la tradición del eurocentrismo, no se hayan dejado de lado el estudio, también el uso claro está, de otras variables para el sostenimiento de lo que denominan sistema internacional. Entonces, y retomando aspectos contenidos en el trabajo de Fernando Galindo, pensamos en la instrumentalización de la guerra como legítima decisión fundamentada en el principio de soberanía nacional, y legalmente enmarcada en el derecho internacional que administran instituciones como la ONU y la Otán. Espacios donde difícilmente se analizará el uso de la voluntad imperial, por parte de quienes han buscado incrementar su influencia en el sistema mundo de la modernidad y la colonialidad. Militaristas decisiones que a pesar de los daños ocasionados a bastiones donde también radica la humanidad, muchas veces han terminado siendo justificadas por este tipo de análisis e instituciones.
El sistema se realiza a partir de su modelo único de sociedad internacional basado en el Estado-nación, el mismo que les niega a comunidades políticas anteriores a su existencia, la posibilidad de ser actores y sujetos al interior de este. La razón esgrimida es que al haberse estancado en su evolución, solo queda limitarles o excluirlos de la participación en los democráticos foros convocados por estas instituciones, las mismas que desde su fundación invocan los principios de libertad e igualdad.
Al mismo tiempo en que se hace un permanente acto de fe en las instituciones multilaterales, aquella realidad jurídica-administrativa como el Estado, tan apreciado en determinados círculos académicos y políticos por ser un elemento organizado en paralelo a la modernidad, aparece como una necesidad para quienes buscan destacarse en el escenario internacional. Algo que se necesita para lograr mayores niveles de respetabilidad, en un mundo caracterizado por la presencia de otros actores que también están dispuestos a incrementarla en él, puedo señalar corporaciones transnacionales de distinto tipo, por ejemplo, empresas, ONG y asociaciones deportivas.
El Estado es imposible dejarlo de lado y hay que fundarlo y refundarlo las veces que sean necesarias, pues coaliga al conjunto de la sociedad por medio de un pacto político que se legitima en el contrato que incluso puede ser social, según lo difunden sus estudiosos y seguidores. Los pesimistas dirían que fue una simple imposición de quienes vencieron en las guerras que conllevaron la formación de este tipo de Estado. En ambos casos no se tiene en cuenta que el Estado es una estructura de poder y trabaja sobre aspectos constitutivos de todo tipo de sociedad, por ejemplo, la construcción de una subjetividad colonizada y el simultáneo control a que la somete. Con los análisis liberales o posmodernos, se olvida que
todo Estado-nación posible es una estructura de poder, del mismo modo en que es producto del poder. En otros términos, del modo en que han quedado configuradas las disputas por el control del trabajo, sus recursos y productos; del sexo, sus recursos y productos; de la autoridad y de su específica violencia; de la intersubjetividad y del conocimiento (Quijano, 2000, p. 226).
En un escenario marcado por la preeminencia del Estado-nación, sobre todo de quienes conforman el grupo de los más poderosos, muy poco aparecen las sociedades políticas anteriores a la modernidad o aquellas con pasado colonial. Invisibilidad que tienen las actuales colonias como también las mal llamadas periferias, salvo si sus gobernantes pretenden alterar el orden establecido o porque son escenarios de graves conflictos bélicos. Su irrelevancia se nota de manera permanente en los foros multilaterales. La consecuencia es que muy poco se ven realizados los intereses de un importante número de Estados, a pesar de que algunos de ellos han tratado de organizar su política exterior enarbolando, por ejemplo, el principio de la autonomía por sobre una potencial hegemonía (Da Silva & Ardila, 2018).
Por último, y ya en el extremo del idealismo universalizado, la democracia liberal viene a ser el destino ineluctable de todo tipo de comunidad política, basada en la firme creencia de que con la organizada participación electoral de una ciudadanía bien informada, se garantizará su llegada para luego hacerla irreversible. El simple hecho de tenerla condiciona su aceptabilidad, es necesaria por ser la forma de gobierno más elevada que se haya conocido. Y si la democracia representativa falla, entonces se ponen en marcha mecanismos de democracia directa para así involucrar a la ciudadanía en decisiones políticas. En gran medida, esta forma de pensar y actuar es el predominio de:
las “verdades universales y eternas” basadas solo en el uso del poder, [y como] carentes de toda reflexión sobre lo humano, la naturaleza y la cultura, pasaron a formar parte del sentido, estrategia y discurso del pensamiento único, en donde la ausencia y negación de cualquier reflexión política, social, cultural y económica diferente a la dominante fue la impronta de la imposición por los académicos, intelectuales y funcionarios apologistas del pragmatismo del poder […] orientados a presentar al capitalismo con un rostro humano de justicia y de paz (Sosa, 2014, p. 75).
Por último, ese mismo tipo de democracia sería el fundamento de la paz mundial, según la tradición jurídica iusnaturalista fundada por Hugo Grocio, principio asumido primero por el idealismo en relaciones internacionales y luego por el institucionalismo neoliberal en sus teorías e instituciones (Fonseca y Jerrems, 2012, pp. 109-113). En la actualidad, el camino para el logro de un orden realmente de alcance global se había empezado a transitar teniendo en su base no solo la fuerza de las ideas; sino también de las armas como un requisito indispensable para los objetivos trazados. El sistema-mundo moderno colonial en su fase actual, se fortalece acompañado del amplio respaldo que le han otorgado distintos gobernantes, los mismos que vieron un mundo de posibilidades en la globalidad contemporánea y de las cuales se han aferrado sin mucho cuestionamiento.
Lo anterior termina cuestionando lo afirmado por los seguidores de la ideología constructivista, cuando se impulsa un tipo de sistema internacional basado en la fallida tradición idealista, más que todo por el irrestricto apoyo de múltiples Estados e instituciones en un contexto marcado por acontecimientos ya conocidos. En consecuencia, iniciando la década del 90 y de manera quizá algo inesperada, el constructivismo logra el apoyo del cual habían carecido anteriores proyectos académicos. En nuestra opinión, se tuvo con la teoría un desmesurado entusiasmo en la posibilidad de una globalidad que se presenta como diversa y pluricultural a partir del respeto que deben adquirir las ideas y las normas sociales, como medios para renovar el sistema internacional.
A nuestro modo de ver, resulta fácil constatar que el constructivismo y sus factores ideacionales son más bien parte de una propuesta teórica conducente a la renovación del institucionalismo neoliberal. Según lo sostiene la internacionalista venezolana Yetzy Villarroel, no se debe olvidar que:
incluso dentro de la crítica al pensamiento positivista, se produce una exclusión ya que las referencias culturales a las que hace alusión Wendt, no incluyen otras culturas como las de América Latina, Asia, África. Es decir, sigue girando en torno al modo de ser y pensar anglosajón y europeo. Si bien la dinámica internacional está determinada por actores que producen mayor peso y contrapesos en los procesos de interrelación, también es cierto que desde otros espacios culturales, que aunque no sean visibles no significa que sean inexistentes (Villarroel, 2016, pp. 18-19).
La anterior cita hace notar que en muchos análisis elaborados durante las últimas tres décadas, parte de ellos han traído serias consecuencias para sectores de la humanidad puesto que detrás de las decisiones, por ejemplo, no hay seres humanos sino el accionar de los Estados-nación constituidos en potencias, hegemones o súper poderes actuando con altos niveles de independencia en el sistema. Es el mismo que deben controlar por ser racionales en sí mismos, lo han estudiado y cuentan con profesionales muy bien capacitados para su manejo. Esto último sería la realización de una propuesta procedente del institucionalismo histórico, con la cual se realiza una contribución fundamental a las aspiraciones de administrar el sistema de forma incluyente y estabilizadora. La ansiada y bien difundida gobernanza global, que en este caso y para el logro de sus más caras aspiraciones, contaría con una burocracia weberiana al frente del sistema internacional.
Así se propone una renovada conducción imperial del sistema, que se legitima en la tradición teórica e interpretativa procedente de mediados del siglo anterior, aquella que estuvo fundada en principios pertenecientes al mundo westfaliano como el de soberanía nacional, no intervención en asuntos internos de otros Estados o la extraterritorialidad de las sedes diplomáticas. El poder se concentra y ejerce desde territorios que solo pueden ser identificados con el nombre de sus capitales, las cuales inspiran respeto al solo escucharlas, pues refiere a los centros del poder mundial, las cuales ocultan a quienes realmente están en los medios decisores en política internacional.
En gran medida y sin aspirar a un estudio de mayor profundidad, esto último sería producto del predominio de una ontología estatalista, la del ser occidental contenida en el ego cónquiro, el ser que conquista y que terminó por dominar los paradigmas y las teorías pertenecientes a la disciplina en que se fundamentó la organización del sistema internacional. Según Michael Barnett (2008, p. 3), “aquella ontología nos explica cómo está dividido el mundo, los actores definidores de ese sistema global y lo que estructura y guía sus interacciones, y, además, sobre qué bases reclaman autoridad en la política global y, por tanto, influyen en los resultados y defienden su espacio territorial”.
Un pequeño grupo de Estados que se organizan en territorios nacionales, algunos incorporan los de ultramar o insulares, y pasan a ser lugares donde por distintos mecanismos, llegan a concentrar el poder al interior del sistema internacional. Ya sea por tener las alianzas militares, encargadas de garantizar la defensa y la seguridad de los distintos niveles de la gobernanza global, o porque están establecidas las instituciones internacionales encargadas de proteger la vigencia de la democracia liberal o la economía de mercado. Por lo demás, aquellos garantizan el orden ante lo que consideran amenazante presencia de comunidades políticas, las mismas que no están preparadas para asumir los desafíos de conducir o participar en la administración del sistema-mundo moderno y colonial. No reúnen los requisitos para ser más determinantes en el funcionamiento de las instituciones multilaterales.
Desde su fundación, estas se han presentado como medios para garantizar la paz y la prosperidad en el planeta, y el principio de igualdad entre todos sus integrantes es parte de su organización, pero que ha sido muy difícil de alcanzar en el campo de la política real. Otro elemento para tomar en cuenta es que en estos mismos Estados funcionan las cortes locales con influencia global, donde se ven las demandas de inmensos conglomerados económicos contra Estados que incumplen sus compromisos de otorgar, entre otras cosas, seguridad jurídica a las inversiones que realizan. El resultado de esta decisión determina que los Estados financian al sector privado en una economía mundializada, dejando de lado las demandas de numerosos grupos sociales que también requieren su atención. Son cortes que actúan con un determinado tipo de orden legal, el del Estado donde se asienta la demanda judicial, así el problema haya surgido en lugares algo distantes.
De igual manera, se encuentran las instituciones que crean el derecho internacional y a la vez aplican justicia, la cual casi siempre ha recaído en gobernantes violadores de aquellos derechos que están contenidos en la retórica universalista de las instituciones multilaterales. Hemos visto en distintos medios de comunicación, que el accionar del derecho y justicia internacional muestra a quienes han cometido serios crímenes contra los principios allí contenidos. No sorprende que la casi totalidad de estos violadores procedan de Estados surgidos de la descolonización, que han vivido su presente neocolonial o han estado inmersos en interminables conflictos armados. Algunos de ellos trabajaron con quienes impulsaron el colonialismo, o promovieron las independencias previa aceptación de las condiciones establecidas por el colonizador. A nuestro modo de ver, es una continuidad de lo que Frantz Fanon descubrió a mediados del siglo pasado cuando estudió la construcción de una subjetividad colonizada en el Caribe francófono.
En el plano del multilateralismo neoliberal, el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias es una institución que dentro del Banco Mundial se encarga de velar por el adecuado funcionamiento de las normas relacionadas con el respeto a las inversiones privadas y extranjeras. Cómo no creerles cuando dicen que es la institución “líder a nivel mundial dedicada al arreglo de diferencias relativas a inversiones internacionales”, legitimada en la soberana decisión de los comprometidos, quienes “han acordado que el Ciadi sea el foro destinado al arreglo de diferencias entre inversionistas y Estados en la mayoría de los tratados internacionales de inversión”. Objetiva en sus decisiones ha llegado a ser una “institución de arreglo de diferencias independiente, apolítica y eficaz” (Ciadi, 2019).
Pero como lo privado busca la forma de imponer sus intereses, estos mismos conglomerados adelantan su comportamiento en un tipo de acuerdos que se definen como multilaterales y apegados a las normas internacionales. Así tienen la posibilidad de recurrir a los tribunales de arbitramento, espacios en los que el sistema judicial de cualquier país ya no tiene la posibilidad de participar, pues ahora la ley ha pasado a ser administrada por personas caracterizadas por una cuestionable probidad. Hoy en día, la mayor parte de los nuevos administradores de justicia a gran escala son los árbitros, quienes en muchos casos son los funcionarios de los gremios empresariales agrupados en las cámaras de comercio de su país, sus decisiones son inapelables y de obligatorio cumplimiento por el infractor. De qué sorprenderse, entonces, que el Estado en su mayoría pierda en los arbitrajes a los que se somete4.
Un sistema basado en leyes e instituciones que están muy distantes de un concepto mínimo de democracia es la consecuencia lógica de un sistema-mundo jerarquizado producto de las diferencias en los recursos de poder, cierto, pero sobre todo producto de la actitud exclusionaria de la epistemología que ha gobernado el pensamiento occidental, y las instituciones que tan ávidamente se han encargado de promover para controlar. El mismo con el cual se ha ordenado el sistema desde mediados del siglo XVI. Algo de eso se puede ver en los distintos niveles de la gobernanza global, con la reiterada utilización de adjetivos que solo descalifican y que a la vez se han vuelto conceptos: Estado débil o rufián, artificial o estratégico, al tiempo que hay quienes promueven el terrorismo e insurgencias de todo tipo, todos ellos vueltos amenaza a la seguridad mundial. Estados que se ubican en territorios que fueron objeto del imperialismo, se caracterizan por no tener legitimidad y autoridad en su política interior, al haberse ausentado de regiones enteras y ser incapaces de dirigir a su población y economía (Barnett, 2008, p. 13).
Narrando desde la epopeya, algunos Estados han justificado su dominio a escala regional y global basándose en la idea, equivocada claro está, de que estos distintos niveles deben estar gobernados por valores comunes, los cuales en realidad son los de una civilización emanada de su correspondiente trayectoria histórica. En esta situación, otros Estados van dejando de ser sujetos del derecho internacional, se busca que su soberanía se traslade a las instituciones multilaterales u organizaciones no gubernamentales, al tiempo que su cultura pasa a ser patrimonio inmaterial de la humanidad, pero a la vez ampliamente comercializada en los circuitos mercantiles del capitalismo globalizado. En caso de mostrar signos de mayor rebeldía o resistencia, contra estos Estados siempre quedará el recurso de la fuerza para reintegrarlos al orden mundial, puesto que la paz no se puede poner en riesgo por el irresponsable accionar de actores que no aceptan el lugar donde están ubicados. Un lugar en el mundo que la mayoría de las veces fue, y sigue siendo, producto del dominio colonial.
Utilizando esta perspectiva en el análisis, pocas veces se tomó en cuenta que la división del planeta en lugares claramente diferenciados ha sido parte de un proceso histórico que conllevó la subalternización de territorios y todo lo allí contenido, tierra, recursos y pobladores, y para ello fue de mucha utilidad un lenguaje que termina naturalizando la diferencia. La incomprensible exterioridad para el científico o investigador que asume el eurocentrismo y la ciencia normal en su entendimiento de las múltiples realidades, llega a ser la causa por la que:
la nominación tercer mundo está presente en el lenguaje coloquial aún hoy es porque, recrea la posibilidad de imaginar al otro en un contexto donde lo euro-referenciado es la norma. … La expresión tercer mundo es el primer dispositivo ideológico que encarna la lógica moderna-colonial de otrificación en el contexto de fin del colonialismo. Desde la invención del desarrollo se define su contenido remitiendo a la pobreza –entiéndase incapacidad de producir riqueza–, a la ignorancia –entiéndase incapacidad para generar conocimiento–, al tradicionalismo –entiéndase atraso– (Bello, 2015, p. 50).
En la actualidad se puede observar la confluencia de aspectos contenidos en las teorías de la colonialidad del poder, que permiten explicar realidades tan lejanas en lo geográfico, y a la vez tan cercanas en su trayectoria histórica. Es el caso de lo sucedido en distintas partes de Europa, tanto en su parte continental como insular, sobre todo si revisamos los casos del colonialismo inglés en Irlanda y Gales, como la consolidación del Estado unitario y la afectación entre los siglos XVIII y XX de la multiplicidad de naciones que han dado forma a la actual España. Algo similar puedo decir del imperio austriaco y su presencia en parte de Europa oriental y el norte de los Balcanes.
De igual manera, el dominio alemán en Europa oriental y siempre teniendo a la actual Polonia como uno de sus principales objetivos, a lo cual fácilmente se podría sumar el caso de las regiones que componen la parte meridional de Italia, muy subalternizadas todas ellas desde el norte del mencionado país, espacio donde supuestamente habita la civilización y el desarrollo. Súmele la ocupación por Rusia de los territorios que conforman el Asia central o la anexión japonesa de Corea, para así tratar de responder la siguiente pregunta: ¿Qué tenían en común todos aquellos territorios y comunidades políticas conquistadas y dominadas por otros más poderosos? Que la dominación externa y el subdesarrollo allí implantados, eran también expresiones de su inferioridad ontológica y racial, una responsabilidad de la cual no podían escapar. Algo similar a lo que se hizo durante la conquista de América desde inicios del siglo XVI.
Es algo que en partes del sur de Europa y en la misma Irlanda puede actualmente encontrarse, donde cada vez un mayor número de intelectuales y activistas aceptan que aquellos principios y formas de actuación solo han conllevado el afianzamiento del “modelo de desarrollo y de vida occidental”. Si incorporamos en el análisis las políticas de ajuste implementadas en estas regiones desde el 2008, se observa la presencia de voces al interior de Europa que asumen una postura crítica con las consecuencias de una política económica implementada en las últimas dos décadas. El movimiento de los comunes en España, consideran que lo allí sucedido se puede entender con la sumatoria de los conceptos del colonialismo interno y externo, ya que el ajuste y la reforma económica se hicieron sobre la base de adelantar “un nuevo proceso de acumulación por desposesión en el sur de la Unión Europea” (Calle, Suriñach y Piñeiro, 2017, p. 15).
El traspaso de una gran cantidad de recursos monetarios desde el sur de Europa hacia las economías más poderosas del norte, han condicionado el aumento de las desigualdades entre las distintas regiones que forman el continente, pero también es muy cierto que estas dinámicas productivistas y extractivistas, han llevado a profundizar las diferencias entre los ciudadanos europeos. Por eso, analistas ubicados en uno de los lugares de Europa occidental que más ha sufrido los efectos generados por la globalidad liberal y la integración forzada, evalúan que en la actualidad:
la crisis económica insiste en reproducir sus mimbres especulativas, sacrificando derechos sociales. […] la deuda externa se confirma como un mecanismo de trasvase de fondos hacia las economías centrales europeas; mientras que en estos países se agrandan las desigualdades sociales. Crisis económica que es crisis política, como no podía ser de otra manera: [lo cual] destapa el verdadero sentido de fondo de la UE, más allá de retóricas, como potencia que trata de hacer valer su mercado único interno y sus intereses mercantiles externos. Las personas no aparecen por ningún lado, como centro del hacer institucional oficial, ni en la economía ni en lo político (Calle, Suriñach y Piñeiro, 2017, p. 15).
Tomando en cuenta algunos de los aspectos hasta ahora mencionados, Stepan Fimmer considera que la dominación colonial o colonialidad del poder “no es solo una forma de diferenciación aplicada a las colonias europeas en ultramar, sino un mecanismo que opera también –aunque sea de manera algo distinta– en el interior de los países occidentales” (Fimmer, 2017, p. 296). Aquí tenemos un tema susceptible de ser trabajado y difundido con mayor intensidad, un análisis en perspectiva comparada sobre los efectos del colonialismo interno en América Latina y Europa occidental, sin dejar de lado una posible comparación con regiones y territorios ubicados en los continentes asiático y africano.