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3. UNA TEORÍA SITUADA PARA EL NUEVO CONTEXTO MUNDIAL

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En las últimas tres décadas se han producido numerosos estudios dirigidos a entender el sistema-mundo moderno y colonial, ubicando a Latinoamérica como un referente en su organización. Por eso, este acápite se inició con una cita de la que puede ser considerada la primera, y por eso muy temprana opinión sobre la forma en que el continente contribuyó en la formación y posterior funcionamiento del sistema-mundo. Sus autores consideraron que:

El moderno sistema mundial [había nacido] a lo largo del siglo XVI. América –como entidad geosocial– nació a lo largo del siglo XVI. La creación de esta entidad geosocial, América, fue el acto constitutivo del moderno sistema mundial. América no se incorporó en una ya existente economía-mundo capitalista. Una economía mundo capitalista no hubiera tenido lugar sin América (Quijano y Wallerstein, 1992, p. 583).

A quienes puede considerárseles fundadores y actualmente partícipes y seguidores de esta teoría, han sido y son académicos instalados en distintas universidades y centros de investigación en América, desde Canadá hasta Argentina, sin desconocer, claro está, a los pensadores que se ubican por fuera de las instituciones donde se produce y administra el conocimiento. Los fundadores, aunque creo que a ellos no les gustaría que los denominen así, estuvieron formando parte del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos y del proyecto modernidad/colonialidad, y son quienes entre otras cosas propusieron identificar y (des)centralizar nuevos aportes en una perspectiva inter y transdisciplinar, en aras de renovar el pensamiento crítico latinoamericano.

Esto último se hizo necesario, pues había llegado a ser un tipo de pensamiento que finalizando la década del ochenta, mostraba serias limitaciones para un entendimiento más certero del sistema referido. Aquello fue producto de dos factores: el primero de tipo teórico, basado en el agotamiento de las posibilidades explicativas y transformadoras que habían adquirido las tendencias estructuralistas: funcionalismo, marxismo y desarrollismo cepalino. Asociado a esta crítica situación de las teorías que se habían disputado el dominio al interior del eurocentrismo, y ya producto de la trayectoria histórica revisada líneas arriba, la crisis terminal del modelo de crecimiento y desarrollo económico aplicado en el continente desde inicios de la década del cincuenta5.

Es bien sabido que distintas instituciones multilaterales y bajo el mando de funcionarios procedentes de los países desarrollados lo promovieron con inusual entusiasmo para que casi cinco décadas después, impulsar su desmantelamiento en un proceso que no estuvo exento de confrontaciones e inéditas formas de resistencia. Por último, y en una idea que aquí solo enunciamos, el escaso enraizamiento de la democracia liberal y las limitaciones políticas contenidas en el ideario y la normatividad del Estado uninacional y monocultural. Bueno, en este momento queremos decir que también se ha abierto un importante debate sobre los orígenes de la teoría y sin necesidad de profundizar en aquel, solo mencionaremos que en un artículo publicado originalmente en el 2000, el propio Wallerstein los encuentra en la obra del pensador marxista nacido en Trinidad y Tobago, Oliver Cox.

En este trabajo, Wallerstein consideró que cinco de los principios básicos de la teoría habían sido formulados un par de décadas antes, los cuales consistieron en que:

1. El capitalismo no es solo un sistema, es un sistema-mundo; 2. El capitalismo opera como una economía-mundo capitalista, basada en la acumulación interminable de capital; 3. Hay una división axial del trabajo en la economía-mundo capitalista, basado en la antinomia centro-periferia; 4. Existe un cambio constante inevitable en la localización de la nación dirigente del sistema; y 5. El capitalismo no fue inventado varias veces, es original (Montañez, 2018, p. 156).

En los términos formulados por el semiólogo Walter Mignolo, la teoría del sistema-mundo moderno y colonial resulta muy útil para entender la presencia del continente y su particular trayectoria histórica, en la formación de tal sistema. Con dicha teoría, es posible una forma de aportar desde el interior de los estudios internacionales latinoamericanos, sobre todo porque posiciona al continente desde su complejidad, como una región que provee muchas de las características con que se organiza por primera vez, un sistema de alcance realmente global. Tal teoría:

aventaja al período moderno temprano en que introduce una dimensión espacial que a este último le falta […] el mundo moderno/colonial lleva el planeta entero a la vista, ya que contempla, […], la aparición y la expansión del circuito comercial atlántico, su transformación con la Revolución Industrial y su expansión a las Américas, Asia y África. Además, el mundo moderno/colonial se abre a la posibilidad de contar historias […] desde la perspectiva de lo ‘colonial’ y su constante posición subalterna (Maldonado-Torres, 2006, pp. 92-93).

Pensando desde una perspectiva también interdisciplinar, la teoría del sistema mundo-moderno y colonial se ve enriquecida cuando posibilita pensar el actual patrón de poder mundial involucrando múltiples aspectos. Con ella ha sido posible construir una teoría donde confluyen aspectos de tipo ideológico y cultural, económico y social, político e institucional, dándole así un carácter holístico y dialogante, pero además se proclama integradora, pues busca anular las jerarquías y se propone un contenido en permanente cambio. Relacionada con lo transdisciplinar crítico, conforme quedan involucrados aportes que se construyen sobre la base del lugar desde el cual se mira y analiza:

La noción de sistema-mundo constituye una aplicación de la teoría de los sistemas complejos al entendimiento del proceso de formación de la sociedad global como proceso histórico multidimensional, […] la noción de sistema mundo es estratégica, hoy, para desarrollar la crítica a la visión simplificada de globalización que privilegia el factor económico sobre el conjunto de factores intervinientes en la realidad, y para pronunciar globalización en plural (Martins, 2015, p. 72).

Se puede sostener que la teoría del sistema-mundo moderno colonial ha sido utilizada y enriquecida de manera permanente durante las últimas dos décadas, explicando un sistema cuya característica principal reúne el ser a la vez moderno, el del capitalismo, la industrialización y el Estado racional, más los principios de la ideología iluminista como libertad e igualdad, pero también el del colonialismo y su accionar por medio de la esclavitud, el racismo, la explotación y el genocidio. Lo anterior constituye “una inspiración cada vez más evidente para la construcción de los lenguajes críticos y de las metas políticas que orientan diversos frentes de lucha de la sociedad, muy especialmente los movimientos indígena y ambientalista”, afirma Rita Segato (2014, p. 176).

Retomando lo señalado por P. H. Martins, los avances alcanzados durante las últimas tres décadas por las ciencias sociales latinoamericanas pasan justamente por los estudios sobre uno de los aspectos involucrados en la formación del sistema-mundo, la colonialidad. A esto se le sumaría la crítica a la modernidad, desde una perspectiva que está por fuera de la crítica de raíz marxista, la posestructuralista o la posmoderna. Aquí se reivindica el hecho de que al haber sido la región el primer eslabón para la formación de tal sistema, América Latina nos muestra el producto de la temprana unión entre capitalismo y colonialidad. Asimismo, considera que el proceso resultó en una simbiosis producto de sumar el uso de una fuerza militar conquistadora, la expansión mercantil y la evangelización, teniendo a las élites hispano-coloniales controlando un proceso que conllevó la catástrofe de las civilizaciones ancestrales, ajenas a la tradición ideológica y política vigente en la Europa occidental de aquel entonces (Martins, 2015, p. 77).

En todo caso, y como una contribución al entendimiento de la fase actual del sistema-mundo, es el debate que algunos de sus seguidores han propiciado alrededor del concepto de gobernanza global, el mismo que ha sido tan difundido en círculos académicos y medios decisores de política en las últimas tres décadas. Un concepto que ha sido objeto de cientos de conversaciones en instituciones y medios de distinta índole. Allí han confluido infinidad de académicos y funcionarios procedentes de múltiples universidades, centros de investigación públicos y privados, instituciones multilaterales del viejo y nuevo regionalismo, gobiernos del primer y tercer mundo tanto democráticos como autoritarios.

En estos escenarios, se observa la ausencia de cuestionamientos al contenido del concepto y el proyecto multilateral en el cual se materializa. Será por eso que ha logrado su incondicional aceptación entre los decisores locales en política exterior, más los incentivos otorgados por las instituciones multilaterales de todo tipo, a su difusión e implementación. Un concepto que al ser analizado en clave decolonial, muestra serias limitaciones sobre su eficacia interpretativa, pues está enmarcado en la trayectoria del eurocentrismo como epistemología, y en las relaciones internacionales como disciplina

que presume producir conocimiento sobre el mundo, [y] lo hace desde un profundo desconocimiento del mundo al silenciar a millones de personas que no comulgan con esos principios existenciales que se presumen y se imponen como universales. En la medida en que el otro no se comporta según esas expectativas creadas para él en Occidente, se lo mantiene al margen, por fuera de la racionalidad que hoy en día impera en las instituciones de la Gobernanza Global, [que] no da cuenta de la diversidad que existe en el mundo y restringe la posibilidad de pensar cuestiones globales desde otras posiciones que no sean aquellas legitimadas o habilitadas para hacerlo (Querejazu, 2017, p. 53).

Al igual que muchos otros conceptos procedentes de la disciplina relaciones internacionales, el de gobernanza ha sido naturalizado como realmente necesario y abarcativo para el adecuado funcionamiento del sistema vigente. Es el mismo que sobre todo se legitima por su lugar de enunciación, y de donde proceden las ideas con las cuales se ha organizado y administrado el sistema-mundo en las últimas siete décadas. Un concepto escasamente confrontado en los centros decisores de política local e internacional, pero que igualmente muestra profundas fisuras cuando se hacen lecturas desde las particularidades que caracterizan las distintas regiones del planeta. Un caso a destacar es el análisis hecho en distintas publicaciones por la abogada boliviana Amaya Querejazu, donde hace notar que su indiscutida aceptación no toma en cuenta un conjunto de limitaciones epistemológicas, pero también implicaciones para el sostenimiento del vigente patrón de poder mundial. Según esta autora, el concepto:

refleja una perspectiva predominante de la realidad, occidental y universalista, y se presenta como un proyecto positivo basado en los valores liberales que permite enfrentar los efectos negativos de la globalización; como fenómeno, se constituye a partir de las relaciones interestatales y de otros actores, con una agenda que está lejos de ser neutral o incluyente (Querejazu, 2016, p. 151).

El concepto de gobernanza global se ha posicionado de manera neutral en la administración de la actual fase del sistema-mundo moderno colonial, y con sus muy sesgadas definiciones reinventa el eurocentrismo desde el momento en que opta por universalizarse, y continúa hablando en nombre de la humanidad. Esgrimiendo lo que el filósofo colombiano Pío García ha venido estudiando de manera reciente, la razón multilateral (2018), no sobra decir que durante las últimas décadas, y junto al ascenso de las propuestas conducentes a fortalecer la institucionalidad de la gobernanza global, además de ser multinivel, ha sucedido que un conjunto de bienes naturales muy apetecidos por el capitalismo contemporáneo, deben ser patrimonio de la humanidad o administrados según los términos contenidos en las definiciones más utilizadas para la gobernanza.

Solo por dar un ejemplo que ubico en América Latina, el cual está relacionado con el manejo de una buena cantidad de recursos hídricos: la administración de la Amazonía y la Patagonia. Parte del institucionalismo neoliberal en la actual fase del sistema-mundo, ha venido argumentando que al comprobarse la incapacidad de las poblaciones y autoridades locales para administrar de manera racional los territorios y sus recursos, los ahora llamados bienes públicos globales deben pasar a manos de quien sí pueda administrarlos de manera correcta y responsable. Entonces, es más que necesaria la presencia del Estado uninacional y monocultural más las instituciones multilaterales, por medio de expertos formados en centros académicos de renombre para que aquellos recursos puedan ser puestos al servicio de la humanidad con su profesional participación.

Asistimos entonces a que una tecnocracia formada en una academia que actualmente se piensa como de alcance global, más los funcionarios de las instituciones multilaterales actuantes en la actual fase del sistema-mundo, se hace cargo de los también llamados bienes públicos globales, pero sin responsabilidad política en las consecuencias que sus decisiones puedan traer. La mayor parte de ellos se presentan como técnicos de altísimo nivel, y que han llegado a serlo en la medida que sus créditos profesionales se legitiman en títulos otorgados por las universidades que siempre están, y estarán, en el top de la calidad académica. Debemos decir, una cuestionable posición, pues la mayor parte de las veces han llegado a ocupar tan importantes posiciones al utilizar en su favor las sesgadas mediciones que realizan con los estándares de calidad educativa existentes en sus países.

De nuevo el particularismo de una trayectoria histórica y ahora académica que permanece como universal, continúa organizando y administrando la educación superior según los principios contenidos en su tradición a pesar de los alegatos que hablan de las perspectivas pluri y multiculturales en el contenido de sus propuestas y accionar. En las dos últimas décadas, se afianzó la idea de que son instituciones producto de la trayectoria histórica que dio forma al particularismo europeo y en su caso la universidad es parte importante en este proceso donde se modeló e instaló el espíritu científico, el mismo que a lo largo de su historia, y a través de un accionar ya institucionalizado, terminó por organizarse con la epistemología del eurocentrismo.

En todo caso y teniendo de por medio un proceso dirigido a renovar la tecnocrática administración del sistema-mundo, ahora por medio de la gobernanza global, no se pueden dejar de mencionar los aportes de los técnicos nacionales. La mayor parte de ellos cuenta con una trayectoria de servicio a los agentes económicos privados del país, e igualmente siempre aparecen dispuestos a sacrificar los ingresos que obtienen en aquel sector, para colaborar con el Estado y la sociedad en el objetivo nacional de alcanzar el desarrollo. En la línea del pensamiento único, la idea dominante volvió necesaria la inserción del país en el sistema económico internacional, entonces, las opciones terminan siendo inexistentes. Ante el inevitable destino de ser parte subalterna en la globalidad contemporánea, solo queda la negociación con las instituciones y el grupo de Estados que mantienen el control de la gobernanza global.

Con estos antecedentes en su accionar, se han elaborado muy serios argumentos para considerar que el concepto de gobernanza global no viene a ser sino la actualización de formas de violencia epistémica históricamente constituidas, la continuación en el dominio del eurocentrismo al interior del sistema-mundo moderno y colonial en su fase de la globalidad liberal. Esto sucede cuando, por ejemplo, se elaboran despolitizados discursos sobre los beneficios de la cooperación internacional, aquellos que en medio de costosas consultorías son elaborados por bien conocidas y rankeadas ONG, sean centros de pensamiento y todo tipo de organizaciones que ubican sus orígenes en el difuso concepto de sociedad civil. Parte de ellas adscritas a determinadas actividades que involucran al mundo entero, pero que al final de cuentas contribuyen con la reproducción de una relación basada en el desigual intercambio entre epistemologías: una entrega conocimiento o saber científico, mientras la otra sigue dando referentes empíricos.

Siguiendo con este tipo de argumentación, es posible tomar en cuenta lo estudiado por Melody Fonseca y Ari Jerrems (2012), quienes en un ensayo publicado hace ya algunos años, concluyeron que la naturalización de las relaciones de poder al interior del sistema-mundo, se ha fortalecido con una renovada asepsia en el discurso y el neutral accionar de sus actores. Estos últimos son los mismos que se organizaron alrededor de una institucionalidad en que predomina la retórica del consenso y la necesidad de los acuerdos, pero donde se imponen las decisiones por medio de un tipo de institucionalidad donde todo está absolutamente jerarquizado y, a la vez, siempre funciona con base en las normas. A sus propios ojos, logra ser justa e imparcial.

Así se entiende por qué no son aceptados actores, sujetos ni agentes, cuyo pensamiento o forma de actuar sea distinto al administrado por el racionalismo de la gobernanza global, la misma que ha sido construida con la situacionalidad de estos principios. Esto me trae a la memoria uno de los múltiples debates tenido en la Unión Europea durante los últimos años, pues los partidarios de sancionar a las disidencias aparecidas en este bloque, las exigen por el desacato a las normas y los valores europeos, los cuales están hoy contenidos en el Tratado de Lisboa. En este documento cargado de humanística retórica y sutil oficialismo, es claro que no podría ser de otra forma, se recogen como valores fundamentales de esta institución “el respeto a la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad y los derechos humanos y establece que la Unión tiene como finalidad promover la paz y el bienestar de sus pueblos” (Parlamento Europeo, 2014).

De manera muy similar piensan quienes están siempre dispuestos a subalternizar el territorio/mundo donde viven, a partir de la profunda y acrítica admiración que sienten por aquella tradición política y cultural, sus valores e instituciones de un proceso que se sigue presentando como ejemplo y modelo para otras regiones del planeta. Después de todo, una apologética opinión considera que la UE ha logrado todo lo que tiene, puesto que es

una comunidad de países en donde predomina la democracia, la estabilidad política, la prosperidad, la economía de mercado, el respeto por el Estado de derecho y en donde las diferencias que surgen entre los miembros de la UE se solucionan de manera institucionalizada. [Un lugar] en donde prevalece la paz, la estabilidad y la integración política y económica. [Además] la UE continúa siendo un referente de integración a nivel mundial, así como uno de los actores políticos más importantes del escenario internacional (Rodríguez y López, 2018, p. 106).

Con este tipo de argumentos, México y Latinoamérica, al igual que Europa del Este para el caso que ellos más estudian, no pueden ser considerados lugares de enunciación en el entendimiento y funcionamiento del sistema-mundo, sino que deben ser simples receptores de teorías y modelos con que se construye la gobernanza global. Si académicos como Pedro Rodríguez y Gustavo López realizan sus análisis y elaboran sus reflexiones con un escaso nivel de criticidad, no debe sorprender que concluyan en que la integración donde quiera que esta se haga, siempre tendrá deficiencias. En todo caso, a esta oficialista enunciación se le podría preguntar sobre el lugar que ocupan al interior de los valores europeos el racismo, el exterminio de pueblos originarios en distintas partes del planeta, el imperialismo y el colonialismo. De igual forma, sobre la implantación del extractivismo y del carácter patriarcal de su cultura en los territorios que fueron conquistados durante el último milenio. Todos estos son también parte de una trayectoria histórica.

Me pregunto si acaso esto ha terminado, después de observar lo ocurrido en años recientes, en sitios tan dispares como Siria o el Congo, Libia o el norte de México, Yemen o Malí, Níger o la Amazonía, territorios donde los conflictos allí ocurridos cuentan con la participación de varios Estados europeos como actores políticos, y capital privado nacional y transnacional como agentes económicos. Es por ello que en América Latina, el pensamiento y la crítica decolonial cuestionan las suposiciones en que el sistema internacional legitima su existencia y funcionamiento, las mismas que dieron forma a la epistemología del eurocentrismo que hasta ahora condicionan las decisiones en la política internacional. Es lo sucedido desde sus orígenes con el realismo, y de manera más reciente con la interdependencia o el constructivismo, a las cuales hemos considerado teorías acompañantes en la organización no solo de un pensamiento situado en relaciones internacionales, sino también partícipes en la institucionalización de la fase actual del sistema-mundo moderno y colonial.

El Estado moderno terminó por dominar el sistema-mundo utilizando distintos medios, hayan sido materiales o epistemológicos. Uno de estos últimos fue la imposición del eurocentrismo en todas las formas de colonialidad existentes, las mismas que no hubieran sido posible sin el colonialismo del siglo XVI y aquellos aspectos que se condensan en el lado oscuro de la modernidad. En relación con esta trayectoria, la misma Amaya Querejazu nos habla de tres formas de violencias encubiertas que se manifiestan en el accionar de quienes propenden por alcanzar la gobernanza global: “el proceso de construcción del otro, la forma como se habilita la posibilidad de producir conocimiento sobre el mundo y, por lo tanto, las soluciones a sus problemas en la forma de Gobernanza Global, y la restricción de las categorías de análisis de RR. II. en las cuales [aquella] se circunscribe” (Querejazu, 2016, p. 154).

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