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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеLa inversión de tendencia entre las dinámicas globales y aquellas regionales es uno de los mayores rasgos de la estructura internacional actual. En el siglo XX, el peso de los procesos globales niveló las diferencias de los contextos regionales hasta casi anularlas. La mundialización de mecanismos como los de la lógica colonial antes y de su legado después, de institutos de poder como el Estado-nación o las organizaciones universales, y el elevado nivel de penetración diplomática y estratégica de un restringido grupo de grandes potencias mantuvieron los espacios regionales en un constante grado de subordinación.
En las décadas de la guerra fría esta relación resultó aún más evidente, no solo por la circulación global de dos únicos lenguajes universales –el democrático-liberal y el socialista– sino también por la consecuencia del esquema bipolar dominante, bajo cuya relevancia se ejemplificó toda la complejidad de las dimensiones regionales. Pero la heterogeneidad de los procesos que estallaron después de la crisis del sistema bipolar, y aún más tras la ilusión de la única e incuestionable hegemonía estadounidense, revertieron esta jerarquía. A partir de ese momento la estructura internacional vino regionalizándose a un ritmo creciente, evidenciando el deslizamiento paulatino del centro de gravedad de la política y de la economía mundial desde un pequeño grupo de grandes potencias a un conjunto de actores, geográfica y culturalmente más heterogéneo (Colombo, 2011).
La nueva dimensión geopolítica que América Latina ha alcanzado en el ajedrez global en las últimas décadas dejó evidencia del reequilibrio en curso. Desmintiendo a quienes habían anunciado una ineludible marginalización de la región, absorbida por los procesos de globalización política y económica con la pauta estadounidense, América Latina pudo modificar sus tradicionales líneas de geografía política y colocarse al centro de nuevos intereses mundiales. El protagonismo del área se vio impulsado por unas dinámicas inéditas y profundas que tocaron los dos principales retos de la historia internacional latinoamericana: la búsqueda de autonomía y la necesidad de diversificar las relaciones con el mundo. El afianzamiento de poderes y socios extracontinentales alternativos a los Estados Unidos, como lo son China y Rusia, la adopción de nuevos modelos económicos y la irrupción de una generación de líderes deseosos de buscar soluciones endógenas a los problemas del continente (Gardini, 2012), fueron tal vez los factores que más contribuyeron a la nueva visibilidad latinoamericana.
Estos impulsos resultaron eficaces sobre todo entre 2003 y 2013, cuando la posibilidad de asumir posiciones más asertivas se nutrió del ciclo expansivo asegurado por el boom de las commodities. Gracias al conjunto de estos elementos, al comienzo del siglo XXI América Latina logró consolidarse como la segunda región emergente del planeta después de Asia (Van Klaveren, 2012), y unos de sus países, como Brasil, México y la Venezuela de Chávez se distinguieron incluso por un importante protagonismo internacional. Pese al reposicionamiento experimentado, América Latina no supo corregir, sin embargo, las tensiones que históricamente marcaron su realidad tanto al interior de cada país como a la hora de proyectar la región en su conjunto en el escenario mundial.
Factores como la asimetría de poder entre los actores latinoamericanos y los Estados Unidos, la dependencia de los mercados de exportación, el histerismo de los esquemas integracionistas y las desigualdades en la redistribución de las riquezas nacionales, no acaso, hicieron de contrapunto a los elementos de trasformación. El peso de los factores de persistencias resultó además aún más visible en el último lustro, a medida que los procesos de cambio se opacaron, volviendo a exhibir las tradicionales “venas abiertas” del subcontinente. Suspendida entre horizontes de progreso y una histórica falta de homogeneidad, entre la búsqueda de un perfil internacional más elevado y la vieja tensión entre mundialización y aislacionismo, América Latina sigue siendo entonces una apuesta abierta. Lo que es cierto, también a raíz del tránsito del sistema internacional de un mundo unipolar a otro con diversos tipos de potencias regionales, es que América Latina ya no puede ser analizada con las categorías geopolíticas del pasado; más bien, necesita ser examinada y estudiada a través de marcos teóricos y estratégicos distintos, que tengan en cuenta las modificaciones y transiciones de un orden mundial cambiante.
A partir de estas premisas, el grupo de autores que dan vida a la obra aquí presentada se interroga sobra las nuevas dinámicas y características de la inserción internacional latinoamericana. La proyección política, diplomática, económica y comercial de América Latina se analiza resaltando no solo las propuestas de los actores estatales, sino también aquellas de la sociedad civil, en sus complejos y contradictorios relacionamientos con los Estados, y las proposiciones de los organismos regionales. La pluralidad de temas y visiones que esta elección metodológica surte, encuentra un primer elemento de equilibrio en las preguntas puntuales que guían e inspiran la investigación: ¿de qué manera América Latina se inserta en los escenarios globales y regionales?; ¿cuáles son sus mecanismos de vinculación y gestión?; ¿qué variables o concursos de factores inciden sobre las estrategias de inserción?; ¿qué efectos produce la internacionalización, tanto en términos de relacionamiento externo de la región, como sobre los equilibrios de fuerza entre los actores que conforman el área?
Fruto de distintos abordajes investigativos, el libro halla un segundo elemento de homogeneidad en la conceptualización de inserción internacional que los diferentes capítulos expresan para un imprescindible esfuerzo de síntesis. Como lo ha recientemente señalado Fabricio Chaga-Bastos (2018, pp. 10-30), el término inserción internacional surtió a partir de la preocupación de académicos y políticos sobre la posición estructural dependiente de América Latina. Pero, por décadas, la expresión se ha empleado a menudo de manera flexible y genérica, en la afanosa tentativa de explicar un conjunto de fenómenos sociales, económicos y políticos. Solo en estos últimos años, la idea ha conocido una mayor sistematización. Los trabajos de Chaga-Bastos (2015; 2018) han demostrado que su verdadera génesis está en la intersección entre la literatura del análisis de política exterior, APE, y de la economía política internacional, EPI.
Los aportes de estos dos ámbitos han convertido el concepto en una “pieza importante del pensamiento internacional latinoamericano del Sur Global” (Chaga-Bastos, 2018, p. 11); desde luego, la inserción internacional se ha transformado en un poderoso instrumento conceptual para comprender de qué manera los Estados del Sur global pueden emerger en las jerarquías globales; ser reconocidos con el estatus de actores relevantes por los mantenedores de la sociedad internacional, y apuntar a mejores posiciones políticas, militares y económicas sin desestabilizar al orden internacional (Chaga-Bastos, 2018, p. 27). Insertándose en este debate sugestivo y conscientes de la necesidad de definir el contenido de un proceso de muchas dimensiones y tramas, los autores de la obra asumen entonces el concepto de inserción internacional como una configuración de dinámicas que atañe a las tres esferas fundamentales de la escena mundial: la distribución del poder y del prestigio de los sujetos internacionales, la escalera geográfica de las relaciones entre los actores, y el grado de su similitud cultural e institucional.
En consecuencia, la inserción internacional no particulariza el mero momento de inclusión en ciertos circuitos económicos, políticos, diplomáticos o comerciales de alcance regional o mundial. Más bien, hace referencia al conjunto de estrategias y actores que, individualizando formas de acción externa al espacio de una comunidad política organizada, por lo general la del Estado, buscan vincularse a (o generar) ejes y dimensiones estratégicas con las cuales mejorar su estatus internacional. En el juego de la inserción internacional, por ende, entra un complejo número de variables, agentes y vínculos, cuya interacción produce y consolida diferentes modos de inclusión.
Con el fin de brindar una muestra exhaustiva de esta pluralidad de factores, la obra plantea la inserción internacional a partir de tres componentes íntimamente conectados entre sí. En primer lugar, el componente del desarrollo. La asunción de este elemento resulta ineludible si se considera que, en las últimas décadas, el concepto de desarrollo ha venido conociendo una objetiva extensión, cuyo corolario ha sido (y sigue siendo) la constante redefinición de los asuntos, de los objetivos y hasta de los saberes y de los discursos que definen las relaciones entre los sujetos internacionales. De la teoría de la modernización a las recetas del Consenso de Washington, de la afluencia de los muchos adjetivos anexados a la noción de desarrollo, sostenible, humano, responsable, a su conexión con el tema de la seguridad, el concepto ha ampliado, de hecho, su significado y naturaleza convirtiéndose en un contenido imprescindible para muchas modalidades de inserción internacional.
El segundo componente se refiere a la vinculación entre factores internos y externos. El relacionamiento de un actor con el contexto mundial o con su entorno regional más cercano no responde a una sola variable; más bien, se nutre de mecanismos de interrelación recíproca originados dentro y fuera de cada país. A los factores internos pertenecen, entre otros, la estructura social y económica, el carácter del régimen y la forma de toma de decisiones. Entre los externos están, en cambio, la naturaleza del sistema internacional, la jerarquía del poder, su distribución espacial y la congruencia de las estructuras sobre las que ese mismo poder descansa. Cada correlación entre estas dos gamas de elementos puede engendrar una específica estrategia de inserción internacional, cuya eficacia y continuidad dependerán, a su vez, de la evolución de las dinámicas de conexión entre los mismos factores.
El tercer componente, en fin, se refiere a la que podríamos definir una especificación más, sino incluso una verdadera subcategoría de los factores internos: la relación Estado-sociedad civil. El modelo de interacción entre el Estado y los actores sociales, sus términos de conexión y la distinta disponibilidad de canales de acceso de sujetos privados a los centros decisionales del Estado, influencian, de hecho, la definición de la agenda internacional de un país, repercutiéndose sobre sus estrategias de inserción externa. Para mejor resaltar este nexo, a partir de un enfoque neoweberiano, los autores del libro asumen un concepto abierto de sociedad civil. Esta es entonces observada, ya sea en su dimensión colectiva, en la centralidad de un espacio común de interacción, ya sea en su dimensión individual, en el reconocimiento de sectores específicos (por ejemplo, lo empresarial) concebidos como agentes autónomos. En este sentido, la sociedad civil aparece como un conjunto de actores y organizaciones de distintas naturalezas y ámbitos relacionales que operan con sus expectativas y exigencias dentro del espacio político y social de una comunidad. La problematización de las entidades estatales, de sus distintos niveles de autonomía respecto a la sociedad civil, de sus vínculos con el sistema interestatal y aquello transnacional se convierte así en una perspectiva privilegiada para investigar los procesos de inserción internacional y superar, al mismo tiempo, la debilidad explicativa de enfoques más tradicionales que desestiman las dinámicas internas a los Estados.
En su conjunto, estos tres componentes teóricos soportan entonces un concepto de inserción amplio, capaz de involucrar todos los recursos, las representaciones discursivas, las ambiciones y las dimensiones simbólicas e institucionales que proporcionan la elaboración y la implementación de una propuesta de inclusión. Las seis contribuciones que conforman la obra calibran, además, este concepto sobre distintos ámbitos disciplinarios, que van de las relaciones internacionales a la historia, de la teoría política a los estudios culturales. Cada ámbito enriquece el análisis con sus categorías y sensibilidades interpretativas, dando orden y gradación a los procesos abordados.
A través de un enfoque analítico así estructurado, en el primer capítulo Aldo Olano propone un análisis sobre los caminos teóricos de los así llamados nuevos estudios internacionales latinoamericanos. Con base en la metodología transdisciplinar crítica, el autor se centra en el estudio de los núcleos fundamentales de la teoría de la colonialidad del poder y la del sistema-mundo moderno y colonial. A través de una presentación puntual de ensayos y trabajos sobre el tema, el capítulo destaca, pues la potencialidad explicativa que esos elementos teóricos tienen para comprender la proyección internacional de América Latina y su relacionamiento con el mundo, buscando la inserción en las academias que se precian de ser igualmente globales. En este sentido, se dilucidan los confines de una propuesta epistémica que, estableciendo novedosas conexiones teóricas y prácticas, exhibe nuevas concepciones sobre el escenario internacional, las relaciones entre los Estados y las articulaciones de los vínculos entre las distintas dimensiones políticas, económicas, sociales y culturales de los países. El espesor teórico de la discusión sobre la decolonialidad del poder enriquece, por ende, el debate sobre la inserción internacional en la medida que le devuelve valores, significados y experiencias históricas a menudo ignoradas por las categorías con las que se quiso tradicionalmente explicar la presencia de los “países periféricos” en el sistema internacional.
En la segunda contribución Rita Giacalone indaga la inserción internacional de la Alianza del Pacífico, AP, a través de la visión de sus empresarios. Asumiendo el análisis del discurso como técnica de investigación y complejizando el examen de los procesos decisionales según el juego de los dos niveles de Robert Putnam, el capítulo explora, de manera detenida, las relaciones empresariado-Estado por cada uno de los países de la Alianza. En el entramado de estas relaciones se divisan las formas en que los grupos empresariales y los gobiernos negocian la inserción internacional de la AP. El análisis del discurso del Consejo Empresarial de la AP, el Ceap, es, a su vez, presentado para entender en qué medida los empresarios coinciden sobre una misma modalidad de inserción, respaldan las estrategias de sus Estados, o más bien le apuestan a un modelo compartido, capaz de procurar mayor cohesión para toda la AP. En este orden de ideas, la autora tiene el mérito de no limitarse a la mera dimensión económica de la proyección del organismo, sino rescatar también aquella política y ética.
Las dinámicas de inserción en la región Asia-Pacífico están también al centro del tercer capítulo contenido en el libro. El escrito de Gisela da Silva las reanuda sopesando las directrices de la llamada gran estrategia brasilera. Exhibida como el conjunto de “preferencias” desarrolladas por geopolitólogos, líderes políticos y sectores empresariales, la GE de Brasil tendría la ambición de unir el Atlántico al Pacífico como uno de sus grandes ejes. Esta aspiración, aclara el capítulo, se nutrió de los planteamientos de distintas escuelas geopolíticas hasta encontrar, pese a la oposición de algunos, una nueva y potencial oportunidad estratégica en la AP. El trabajo explora entonces las visiones geopolíticas con las que Brasilia podría acercarse a sus vecinos del Pacífico. Y lo hace en el marco de una más amplia reflexión sobre la conducta internacional brasileña entre 2003 y 2018. Una conducta, concluye el capítulo, que deja evidencia de cómo la vía para que Brasil se convierta definitivamente en una potencia mundial tendrá que pasar no solo por una asunción de compromisos puntuales, sino también por una elección de imagen e identidad.
La intervención en el escenario mundial ya cuenta con una participación diversificada, no más limitada a la mera acción del Estado. Es a partir de esta evidencia que en el cuarto capítulo Martha Ardila investiga la temática particular de la inserción de las unidades subnacionales. La contribución se inserta, antes que todo, en el debate contemporáneo sobre el desarrollo de la política internacional por parte de las instituciones subestatales, regionales y locales. Así brinda una muestra exhaustiva de las iniciativas políticas inauguradas al respecto en otras áreas del mundo, Europa, Asia y África, Ardila detalla la naturaleza de la llamada paradiplomacia. Asimismo, en el capítulo se analizan las estrategias de inserción internacional implementadas por los gobiernos locales de Colombia. Al respecto, el trabajo propone una novedosa comparación entre los ejes de internacionalización de la Alcaldía de Bogotá y el Departamento fronterizo de Nariño, al confín con Ecuador. La promoción de oficinas de cooperación, la construcción de alianzas público-privadas y la participación en redes trasnacionales vienen así asumidas como perspectivas ideales para valorar un conjunto de estrategias encaminadas a crear o a fortalecer la vinculación nacional e internacional de las unidades subestatales.
Manteniendo a Colombia como unidad de análisis, Rafael Piñeros explora en el quinto capítulo la aproximación del Estado colombiano a los temas de seguridad y defensa entre 1998 y 2018. La tesis del escrito es que la securitización de la acción externa de Bogotá no respondió únicamente a las condiciones materiales del sistema internacional, o a sus cambios coyunturales y estructurales, sino también a la presión de distintos factores internos. Los primeros fueron filtrados, sobre todo, por el profundo arraigo de los Estados Unidos en la vida política colombiana; los segundos obedecieron más bien a la espasmódica búsqueda de una solución al problema de la guerra interna contra las Farc.
La actuación conjunta de estas dos clases de factores moldearía el relacionamiento de Colombia con las problemáticas de seguridad y defensa de alcance regional e internacional. Prueba de ello estaría en la ampliación de los espacios de cooperación que Bogotá protagonizó desde la última década del siglo XX. En ellos, sostiene el trabajo, se percibiría el peso de los imperativos del conflicto interno, la tendencia, en unos casos, a privilegiar el instrumento militar, pero también la evidencia de factores ideacionales, testimonios de la interiorización de una cultura, de la seguridad ya adquirida por unos tomadores de decisiones en Colombia.
La obra se cierra con el capítulo de Graziano Palamara dedicado a investigar de qué manera la reestructuración de las relaciones entre Estado y sociedad incide en la inserción internacional de los países. A través de un estudio comparativo, el escrito explora la realidad chilena y boliviana y sus distintos mecanismos de diplomacia presidencial y diplomacia de los pueblos. La lectura de las transformaciones políticas, de los cambios en la forma del Estado y de los niveles de autonomía que este exhibe con respecto a los actores sociales, son así asumidas como variables explicativas para comprender la búsqueda chilena de mejores posiciones políticas, económicas y comerciales en el orden internacional tras el fin de la dictadura de Pinochet, y la aparición disidente de la Bolivia de Evo Morales.
En suma, todos los autores analizan el tema de la inserción como combinación de iniciativas llevadas a cabo por actores públicos y/o privados encaminadas a desarrollar los márgenes de maniobra de América Latina a nivel mundial. Apartándose de una interpretación restrictiva, los capítulos acogen, entonces, a una categoría analítica de inserción internacional que mira más allá de las estrategias de las políticas exteriores. En su conjunto, de hecho, los trabajos que componen el libro rescatan ejes teóricos y temáticos que, al centrarse en los aspectos políticos, económicos, estratégicos y culturales de la acción internacional de América Latina, exploran la inserción como el fruto de distintos componentes. De los valores redimidos por la teoría de la decolonialidad a las distintas articulaciones de la sociedad civil, de la clásica acción del Estado, como forma histórica de ordenamiento jurídico, a las construcciones intelectuales que terminan forjando “creencias geopolíticas”, hasta el activismo de los gobiernos nacionales, la obra reúne en fin las principales dinámicas que están marcando la inserción internacional de América Latina.
Todos los capítulos que conforman el libro, además, dan una atención especial a la dimensión histórica de las dinámicas abordadas; es decir, las ubican en sus respectivos ámbitos temporal y espacial. Una de las debilidades que por mucho tiempo afectaron el concepto de inserción internacional fue precisamente su vaguedad histórica (Chaga-Bastos, 2018). Es así que, reconociendo la importancia de los procesos de cambio y continuidad, todos los autores de los capítulos presentados contextualizan las temáticas del sistema internacional, sus dimensiones y alcances. Aun así, no se puede ignorar que este esfuerzo metodológico no puede sustraerse a la imposibilidad de sopesar sincrónicamente todas las variables de eventos contingentes y en curso.
Los recientes cambios a la guía de los dos países más grandes de América Latina, la elección de Andrés Manuel López Obrador en México y de Jair Messias Bolsonaro en Brasil, y los seis comicios presidenciales que esperan a la región a lo largo de este 2019 sugirieron a los autores de este libro no plantear conclusiones, sino más bien unas consideraciones finales a sus investigaciones. Al igual que otros escenarios regionales, el contexto latinoamericano es hoy en día una apuesta abierta. Las muchas consecuencias posibles que de esta apuesta puedan salir, influenciarán las formas en que los países de América Latina, sus distintos actores y plataformas institucionales interactuarán con las jerarquías globales y, por ende, las modalidades y las estrategias de inserción internacional.