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DE VUELTA EN LAS MALAS

El Mal Día #2 fue cuando nos dieron el diagnóstico, cuando supe si lo que tenía en la cabeza era benigno (lo que esperábamos) o maligno (lo que definitivamente no esperábamos).

Dos semanas antes habíamos ido al hospital una mañana muy temprano para hacerme una biopsia, en la cual los doctores sacaron una pequeña parte de mi tumor. Me durmieron para meterme una larga aguja a través del párpado a fin de tomar una muestra… y después me quedé en cama y me pasé el día viendo Netflix. Isaac y Abby fueron a verme ese día, pero incluso entonces, Isaac parecía no querer mirarme al hablar, ni a mí ni a mi cara vendada.

Tuve que usar un enorme parche durante un par de días, y después se me puso el ojo negro, pero la verdad es que eso tenía su gracia. Me gustaba cómo me veía así, como si me hubiera peleado con alguien. Como si yo anduviera por ahí buscando puños.

Pero este día, el Día del Diagnóstico, fue diferente, y por eso se lleva el segundo lugar en cuanto a días malos. Todavía era verano, y esa mañana había tanta humedad y hacía tanto calor que mi ropa se sentía pegajosa. Era un martes, así que papá tuvo que hacer acrobacias para poderse tomar la mañana en plenos preparativos para un juicio y llevarme.

Papá, Linda y yo nos montamos en la camioneta de Linda y nos dirigimos al consultorio del doctor Sheffler en la mañana silenciosa. Era el tipo de momento en el que Linda, sentada en el lugar del copiloto, y sin saber de qué conversar, decidió leer en voz alta los anuncios y letreros que se veían por el camino.

“Plassman Plomeros - Destapamos cualquier caño.”

“SÓLO HOY - Colchones a mitad de precio.”

“¡Gyros del tamaño de tu cara!”

No sé por qué habrá pensado que eso era mejor que el silencio… mi abuela Gammy hace lo mismo a veces… pero Linda siguió y siguió hasta que sentí deseos de estrellar la cabeza contra la ventana.

Cuando llegamos al consultorio del doctor Sheffler, lo vi nervioso. Tenía el cabello despeinado en algunas zonas de la cabeza, donde en otros días no había notado ni un pelo fuera de lugar.

—Muy bien —dijo, mirándonos a cada uno a los ojos—. No voy a dar rodeos para suavizar el golpe. Recibimos los resultados, y dicen que es un tumor agresivo. Un carcinoma mucoepidermoide en la glándula lagrimal. Además, es un tumor increíblemente poco común.

Nos quedamos viéndolo fijamente.

—A decir verdad, jamás pensé que llegaría a ver uno en mi carrera.

En ese punto, mi cabeza pareció desprenderse sin dolor de mi cuello y empezó a flotar hacia el techo. Al menos, eso fue lo que sentí.

Mientras papá y Linda preguntaban cosas como pronóstico, perspectivas y tratamiento, mi cabeza de globo siguió elevándose hacia los tubos de luz fluorescente justo por encima de mí. Era la sensación más extraña del mundo… como si estuviera mirando desde arriba, mientras alguien más oía todo lo relacionado con los graves peligros de este tumor. Y también oía que en el mismo consultorio una doctora había enfrentado un tumor como éste en el pasado. Y que había aceptado vernos.

Fue a buscarla, y esperamos en un silencio atontado hasta que regresaron los dos.

La doctora Inzer era una mujer de aspecto serio y estricto. Era extremadamente flaca y tenía el cabello muy largo, liso y negro. Con su bata blanca, me hacía pensar en una paleta blanca y negra.

Y además, era tan fría como una paleta, pero yo estaba dispuesto a no fijarme en su carácter con tal de que me ayudara.

—Hola, Ross, señor y señora Maloy —se sentó en un banquito junto al doctor Sheffler, tan rígida y erguida que un sargento en formación se hubiera visto desgarbado a su lado—. Estuve examinando la historia clínica de Ross, y he venido para decirles que puedo ofrecerles mi ayuda.

Papá soltó una bocanada de aire y pareció que lo hubiera estado conteniendo durante semanas.

—¡Gracias a Dios!

Inzer le respondió con un gesto que creo que debía ser una sonrisa.

—Ahora bien, puede ser que no les guste lo que voy a decir ahora, pero es importante que sepan que este tipo de tumor es extremadamente agresivo —me miró a los ojos, y juro que sentí escalofríos.

—Esto es lo que vamos a hacer —miró al doctor Sheffler y luego acercó su banquito a mi asiento. Levantó la mano, una mano de dedos imposiblemente largos, a la altura de mi ojo.

—Vamos a extirpar todo el ojo y su órbita —hizo girar la mano frente al área de mi ojo para mostrar cómo sería, como una cuchara para servir helado.


—Ésa es la única manera de garantizar que no rea­parezca.

Me mostró otra sonrisa marciana. ¿Se suponía que debía servirme de consuelo?

—Te implantaremos una prótesis en esa parte de tu cara, por supuesto. Y luego pasaremos a la radiación.

Retrocedió un poco a la espera de preguntas.

Todos nos quedamos parpadeando un momento en silencio. Incluso el doctor Sheffler parecía aturdido. No puedo hablar por los demás, pero a mí la sangre se me había helado en las venas. No se me ocurría una manera más atrozmente directa y sin anestesia de presentarnos las malas noticias. Era como si me hubiera explicado que iba a extraerme un barro de la frente.

Papá se apoyó en el respaldo, y no supe si iba a gritarle a la doctora o a desmayarse.

—¿Y cuándo… sería todo esto?

La doctora no pestañeó.

—Tengo un espacio libre para cirugía el próximo jueves.

Papá se derrumbó. Volteó hacia el doctor Sheffler en busca de ayuda, y miró de nuevo a la doctora.

—¿Pasado mañana?

La doctora Inzer estiró el brazo y se alisó la parte de debajo de la bata. Depositó ambas manos con suavidad sobre sus piernas.

—Lo lamento mucho. Sé que esto es un golpe fuerte, pero nuestra velocidad de reacción es crucial en este punto.

Yo no estaba seguro de ser capaz de pronunciar una palabra.

—¿Y ésa… es la única forma?

El doctor Sheffler se enderezó y empezó a hacer lo posible por suavizar el escenario.

—Bueno… estoy seguro de que podemos pensar en…

La doctora Inzer posó una mano sobre el brazo del doctor y cruzaron una mirada. Ella parecía molesta.

—En mi opinión, Ross, ésta es tu única opción. Ya me he enfrentado a esto antes. Es un tumor grave y hay que tratarlo como tal. Para ser sincera, tu vida es más importante que tu visión.

Linda pasó saliva haciendo ruido.

—Entonces, su visión… ¿qué pasa…?

La doctora Inzer retrocedió otro poco.

—Obviamente, no habría visión en el ojo que extirparemos —suspiró, la primera señal de que tras esa cara había un ser humano—. La mala noticia es que, casi con toda certeza, la radiación también ocasionará pérdida de visión en el ojo izquierdo.

—¡Por Dios! —papá se puso en pie y de inmediato se volvió a sentar—. ¿Qué grado de pérdida de visión?

—Total, desafortunadamente —en su defensa, la doctora Inzer parecía en verdad apenada de tener que decir esto. El doctor Sheffler daba la impresión de estar incómodo.

Nos quedamos en silencio un rato. Linda pescó un pañuelo de papel arrugado de su cartera, y se limpió la nariz. Por alguna razón, yo no sentía la silla bajo mi trasero. Otra vez, ahí estaba esa sensación de estar flotando.

Al fin, el doctor habló de nuevo.

—Lo siento mucho, pero es vital que entiendan que la situación es muy grave. Ojalá pudiera darles mejores noticias.

Yo también hubiera esperado lo mismo. O que esto fuera una cruel y retorcida broma. Como si ella fuera a decirme que estábamos en un programa de bromas.

Pero no lo hizo. No era así.

Otra vez, la salida de ese consultorio se pierde en la bruma para mí. Vi a la doctora Inzer escribir los títulos de unos cuantos libros que debíamos buscar en internet. Le entregó la hoja de papel a Linda mientras papá hablaba en voz baja con el doctor Sheffler. Linda no la guardó bien en el bolsillo de su abrigo, así que la tomé cuando no me veía.

El primer libro era algo así como Aceptar la nueva realidad. El segundo título contenía las palabras vivir con la desfiguración.

¡Vaya!

Con cuidado, volví a poner el papel en el bolsillo de Linda y salí a esperarlos.

Más tarde, papá me llevó a la casa de Abby. Ella me había estado enviando mensajes y yo seguía sin responder. Contarle todo esto en un mensaje de texto no hubiera estado bien.

Salió a encontrarme en la puerta.

—¿Y entonces?

Le di la mejor sonrisa que pude en ese momento.

—Vamos a caminar. Hacia el arroyo o algo así.

La cara le cambió, y estoy casi seguro de que su bronceado de verano palideció un poco.

Hay unos potreros detrás de la casa de Abby que llevan a un arroyo, y ahí hemos pasado horas jugando con el agua y capturando cangrejos de río. Es nuestro sitio especial, o uno de ellos, al menos.

Saltamos por encima de la barda y nos dispusimos a atravesar la maleza y las hierbas que nos llegaban a la cintura y que se encontraban justo detrás de su terreno. Caminé en silencio un par de minutos antes de empezar.

—Las noticias… no son muy buenas.

Abby me miró y yo tomé un palo grande del suelo y lo arrojé a un lado del camino.

—Entonces, ¿es cáncer?

—Sí —solté una bocanada de aire—. Es cáncer. Y es uno raro, de no sé qué tipo. Tenía que ser.

—¿De qué tipo?

—No lo sé —ambos saltamos por la orilla—. No quiero enterarme. Al menos no en este preciso momento. Es un muga-muco epi-carnio lacri-cáncer o algo así. Es muy grave y agresivo, al parecer. Lo que sea que quiera decir eso.

Presté atención a las pisadas de Abby detrás de mí y percibí que se había detenido.

—Ay, Ross —di media vuelta y vi que tenía lágrimas en los ojos—. Lo siento mucho —me rodeó con sus brazos y me estrechó entre ellos. Sentí que las lágrimas me ardían en los ojos y la nariz.

Le conté lo que recordaba de la especialista y del espantoso asunto del ojo mientras nos quitábamos los calcetines para meternos a la corriente. Todo se veía… diferente. Estaba mirando el mundo a través de mis ojos, luego de que me hubieran diagnosticado un cáncer.

Me pregunté si sería la última vez que podría contemplar este bosque.

Cuando terminé, Abby se sentó en una piedra, abrazando sus piernas dobladas.

—¿Ya le contaste a Isaac?

Negué con la cabeza.

—No. Voy a llamarle.

Cerró los ojos unos instantes.

—Entonces… ¿estás…? —y fue como si ya no tuviera aire. Como si no supiera qué era lo que quería decir.

Miré a lo alto de los árboles que nos rodeaban.

—¿Bien?

Nos sentamos un buen rato en silencio.

Creo que en el Mal Día #2 fue cuando Abby pasó más tiempo sin pronunciar palabra.

Guiño

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