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DE REGRESO A LA REALIDAD

Todo mi cuerpo se sacude y mi corazón late con fuerza. Esa enorme X me mira fijamente, y la mascarilla de malla metálica me tiene atrapado. ¿Me estaba quedando dormido? Es una idea que me produce pánico, tras haber oído todo el asunto de no despegues la mirada de la X porque te puede explotar el ojo. Le echo la culpa a la canción que estaba sonando. Puede ser que Frank tenga razón en eso de que necesito una mejor banda sonora para las sesiones de radiación.

Y luego, de pronto, ya terminó todo, y Frank y Callie están de nuevo en la habitación, desenganchándome. Quitándome la pieza bucal. La mascarilla. Frank me tiende una mano para ayudar a levantarme.

—Estuviste muy bien para una primera vez. Con tres días más, ya serás todo un profesional. Y para cuando terminen tus ocho semanas, ya podrías quedarte con mi trabajo —entrecierra los ojos, examinán­dome—. Porque ésas son tus intenciones, ¿cierto?

Mira a Callie.

—¿No te parece que se ve sospechoso? Serán los ojos brillantes y redondos. Debemos ser cuidadosos —Callie mira lo que tiene en su tabla portapapeles, y luego pone los ojos en blanco.

Mientras me bajo de la mesa, Frank se inclina y finge que me susurra:

—No le hagas mucho caso a Callie. A la pobre le cuesta admitir que está loca perdida de amor por mí.

Callie estalla en carcajadas y sale.

—¡Nos vemos mañana, Ross!

Me calzo los zapatos y saco mi mochila de un casillero que está junto a la puerta.

Pasamos frente al consultorio del doctor Throckton de camino a la salida. En mi familia le tenemos un apodo de superhéroe: El hombre que tiene todas las respuestas, y es quien está a cargo de mi terapia de radiación. Está sentado tras su escritorio, con mechones erguidos de forma muy cómica, como si hubiera estado pasándose los dedos entre el cabello. Tiene los pies apoyados sobre el escritorio, y el teléfono en la oreja, pero al verme se le iluminan los ojos. Cubre la bocina del teléfono y me grita-susurra:

—¿Cómo estuvo?

—Bien, supongo —contesto. Sujeta el teléfono entre el hombro y la mejilla, y levanta ambos pulgares para mostrar su aprobación. Tiene una mancha de tinta azul en uno de ellos.

Frank me conduce por el pasillo hasta la sala de espera, y me pregunta si la escuela es tan insoportable como él recuerda.

—No está mal —digo, encogiéndome de hombros, mientras atravesamos las puertas automáticas que conducen a la sala de espera.

Para ser una sala de espera, es bastante impresionante. Hay una serie de cómodos sofás y sillones alrededor de varios acuarios de gran tamaño. Se ven adornos de Halloween porque faltan apenas unos días para la fecha. También hay un rincón de bebidas de cortesía, con café y un refrigerador atiborrado de gaseosas y pequeñas botellas de agua natural.

No veo a mi madrastra. Me imagino que Linda fue corriendo a un Starbucks a conseguir más té verde. Siempre está bebiendo té verde.


Veo a un tipo entrado en años junto a uno de los acuarios, tomando café a pequeños sorbos. Levanta su vaso a modo de saludo.

Frank me lleva hasta él:

—Ross, quiero que conozcas a alguien. Para ser más precisos, quiero advertirte para que te mantengas alejado de él.

Nos paramos frente al señor:

—Jerry, te presento a Ross. Acaba de salir de su primera radiación —y luego se dirige a mí—: Ross, este señor que ves aquí es el viejo más cascarrabias que haya pisado el planeta Tierra.

Jerry ríe, con carcajadas amables pero jadeantes, mientras trata de enderezarse para saludarme. Estrecho su mano colosal. Se siente como si fuera una mano de piedra arenisca.

—Entonces, ¿te asignaron a Frank? Sé que las cosas podrían ser peores, aunque no se me ocurre de qué manera —y sus cejas peludas y enmarañadas se levantan—: ¿Cómo te fue allá dentro?


—Bien, supongo —desvío la mirada hacia los peces en el acuario a su lado. ¿Por qué siempre tengo que ser tan tímido y torpe?

—Ah, muy bien. Tú sólo mira para arriba y deja que ellos se encarguen de las cosas complicadas, ¿sí? —Jerry tiene una voz áspera y profunda, que me recuerda el ruido de guijarros en una trituradora. Se recuesta, y noto la banda de malla azul un poco más arriba del codo, y sé que le sacaron una muestra de sangre. Esto de sacar sangre se ha convertido en algo extrañamente familiar para mí. Ya sé cuál es mi mejor vena para eso, lo cual no deja de ser raro.

Frank mira alrededor de la sala.

—¿Dónde está tu mamá, Ross?

—Mi madrastra.

—Madrastra. ¿Se olvidó de ti? ¿Huyó del país?

—Probablemente —me siento en el borde de un sofá. Sé esperar. Para eso se hicieron los teléfonos inteligentes.

—Bueno… si sigues por aquí dentro de tres horas, te llevo hasta tu casa. Es lo menos que puedo hacer por ti.

Jerry menea la cabeza.

—¡Dios del cielo! No vayas a irte con él en su coche. En estos tiempos a cualquiera le dan una licencia de conducir.

Frank empieza a alejarse.

—Sigue intentándolo, Jerry. Un día de estos vas a decir algo muy gracioso —y luego gira sobre sí y camina hacia atrás, apuntándome con ambos dedos como si fueran pistolas.

—Nos quedan cuarenta y cuatro sesiones, Ross. Y mañana quiero sugerencias para música verdadera, en serio. O empezaré a ponerte algo de la mía —apoya la espalda contra las puertas eléctricas y luego sale.

Jerry me examina con total seriedad.

—Hazlo. Trae música, o es capaz de ponerte los discos compactos de su banda. Y ya has sufrido suficiente.

—¿Tiene una banda?

Sopla su café.

—Banda, en el sentido más amplio de la palabra —y luego toma una revista, así que supongo que no será una descortesía de mi parte concentrarme en mi teléfono. Le envío a Abby un mensaje de texto.

Radiación 1, ok.

Me responde de inmediato.

¿Qué tal te fue? ¿Ahora eres un mutante radiactivo, como Godzilla?

No tanto, pero puedo disparar rayos láser por el trasero.

¡OOH! ¡Qué envidia! Hablando en serio, ¿dolió?

Nada de nada.

Genial.

Abby había dicho que quería acompañarme hoy, pero le dije que no tenía deseos de darle mayor importancia al asunto. Insistió, y yo seguí diciéndole que no. Si venía, seguro iba a haber abrazos y apretones de mano, y entonces se habría convertido en algo importante. Siento que si le dedicaba a todo este asunto la menor atención posible, entonces sólo… se esfumaría.

Creo que lo entendió. En algún momento, al menos.

Las puertas principales se abren de pronto y mi madrastra entra envuelta en una nube de aire frío y cafeína.

—¡Ross, ya saliste! Perdóname, pero necesitaba algo que me despertara y fui a Bucky’s. Pensé que alcanzaría a regresar antes de que terminaras. ¿Qué tal estuvo?

Una de las cosas más desesperantes de Linda es su insistencia en decirle Bucky’s a Starbucks. Me pone los pelos de punta.

Se para frente a mí y mira a Jerry.

—Hola.

Empiezo a levantarme del sofá.

—Él es Jerry.

Jerry da comienzo al proceso de ponerse en pie para estrecharle la mano.

—Ése soy yo. Jerry Thompson…

Ella agita las manos ante él.

—No hace falta que se levante. Tenemos que irnos. Mucho gusto, Jerry. Me llamo Linda —se dan la mano velozmente, y ella se vuelve hacia mí—. ¿Estás listo? Necesito llevarte a casa. Tengo dos millones de cosas por hacer —mira a Jerry y pone los ojos en blanco—. Trabajo en bienes raíces.

Jerry sonríe.

—Ah, claro… que le vaya bien —y me da una patadita en el pie con uno de sus zapatos ortopédicos que se sujetan con velcro—. Fue un placer conocerte, Ross. Nos veremos por aquí. Me da gusto que tu primer día fuera benigno.

Me levanto y guardo el teléfono en mi bolsillo.

—Mucho gusto en conocerlo. ¿En qué día del tratamiento va?

—¿Ahora? Día treinta y seis. Pero ¿quién los cuenta?

El teléfono de Linda empieza a repicar en cuanto nos montamos en su camioneta Grand Cherokee, y emprendemos el camino a casa al ritmo de la voz de Linda describiendo un lindo espacio de tres habitaciones y dos baños no muy alejado del lago. Dicen que cuenta con muy buena luz y un pequeño desayunador que es toda una preciosidad.

Le envío un mensaje a Isaac, aunque no tengo esperanzas de que responda. No se ha acercado mucho a nosotros últimamente. Es decir, en lo absoluto.

Hola, ¿qué tal? Acaban de radiarme como Hulk.

Me siento a mirar la pantalla, y me sorprende ver que empiezan a moverse los tres puntos que muestran que está escribiendo algo. ¿Será que va a responder?


Los tres puntitos se mueven y titilan… y luego desaparecen. Me da vergüenza confesarlo, pero el corazón se me cae a los pies. ¿Qué le pasa a Isaac? Espero, mirando fijamente la pantalla, a ver si los puntos aparecen otra vez, pero no.

Termino por guardar el teléfono en mi bolsillo. Durante el resto del camino, me limito a mirar por la ventana. Últimamente he podido adiestrarme mucho en esa actividad.

Una vez en casa, voy directo al piso de arriba. Dejo mi mochila y me dirijo al espejo que hay en mi baño. No hay una señal visible en el punto por el cual penetró el rayo en mi sien. ¡Qué raro!

Pero mirarme en el espejo me trae malos recuerdos, de verme la cicatriz y mi ojo cerrado, medio bizco y que lagrimea constantemente. La biopsia. El diagnóstico. La cirugía. Trato de mirarme lo menos posible, para no derrumbarme.

Me voy a la cama y me dejo caer boca abajo. Mi teléfono vibra, pero me quedo dormido en menos tiempo del que toma decir radioterapia de protones.

Tengo un sueño donde soy una papa francesa en una freidora, y que me sumergen una y otra vez en aceite hirviendo. Suena muy tonto, pero es aterrador.


Cuando despierto, mi habitación está a oscuras, y papá está sentado en la cama a mi lado, con la mano en mi espalda.

—Hey, Ross, ¿estás despierto?

Asiento, con una especie de gruñido.

—¿Cómo estuvo la terapia? Quiero todos los detalles.

Me giro lentamente, medio dormido. Tiene el cabello aplastado en un costado de la cabeza, y se aflojó la corbata. Necesita una afeitada.

—Vaya —digo—, te ves fatal.

Ríe y se frota el rostro con ambas manos.

—Ja ja, sí. Fue un día agotador. Y sólo podía pensar en que quería estar allá contigo —es abogado litigante, y se encuentra en medio de algún caso muy importante. Es algo así como un enorme acuerdo de seguros.

Deja salir un largo suspiro, como si llevara días conteniendo la respiración.

—A ver, suéltalo. Cuéntamelo todo. Empieza por el principio y que no quede fuera ni un detalle.

Así que me dejo caer sobre la cabecera de mi cama, él se recuesta a mi lado, y le cuento.

Guiño

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