Читать книгу La Emoción decide y la Razón justifica - Roberto Aguado Romo - Страница 10
ОглавлениеCapítulo 2
Saber habitar tu vida y así adueñarte de tu destino
Cuando no sepas qué hacer con tu vida,
puede que tengas que concluir con lo vivido
y, desde ahí, comenzar a vivir todo lo que te queda de vida.
R. Aguado
Estamos determinados por el tiempo y el espacio, todo lo que sucede se encuentra envuelto entre los ejes que separan el pasado del presente y este a su vez del futuro, además de las coordenadas donde residimos en el universo. Lo más difícil para ser líder es saber liderarse a sí mismo, por ello es importante mirar hacia dentro, descubrirse y reconocerse. Estamos condenados a convivirnos durante toda nuestra vida, ya que no podemos convertirnos en extraños de nosotros mismos y, por ello, saber habitar la vida que vivimos requiere de mucha capacidad de comprensión y aceptación personal.
La noche, como el invierno, congela las vivencias de tal manera que, si no entramos en ese periodo de reseteo que ocurre con el dormir, nuestro cerebro queda aferrado a lo vivido el día anterior y no podemos pasar página. Cuando hemos podido entrar en el sueño, cada estadio REM significa una oportunidad para poder metabolizar nuestras memorias traumáticas, así como todos los acontecimientos anclados como esquemas emocionales a nuestra biografía. Al soñar, en el primer plano de la escena mental, aparece el cerebro del reptil. Si reflexionamos sobre los reptiles y todos los animales de sangre fría, descubriremos que estos duermen pero no sueñan, sin embargo, los animales mamíferos, animales de sangre caliente, sí soñamos. ¿Por qué soñamos? simplemente porque la mente reptiliana sigue operando en nosotros. Los reptiles no tienen estado de sueño ya que para ellos esta mentalidad es su estado de vigilia, es decir, cuando nosotros dormimos las ensoñaciones son como el momento de vigilia del reptil. Esto quiere decir que nuestro cerebro de reptil está taponado por nuestro cerebro racional mientras estamos en vigilia, pero sigue funcionando cuando inhibimos con el sueño la parte racional y, por ello, entramos en secuencia onírica. Nuestro cerebro del reptil, que nunca duerme, coge las riendas de nuestra mente y es cuando emergen las ensoñaciones. El lenguaje del cerebro reptiliano es, por lo tanto, imaginería visual, todas sus comunicaciones están hechas por representaciones simbólicas visuales, todas con un significado concreto.
Siempre que realizamos un ritual o una ceremonia estamos comunicando con nuestro cerebro ancestral y reptiliano; también es propio de este cerebro la territorialidad y el deseo de poder, que se extiende mucho más allá de un trozo de tierra y que tiene muchas máscaras, como el racismo, la misoginia y cualquier conducta que tenga detrás la emoción asco. El asco es reptiliano. El asco es necesario en la naturaleza para no acabar contagiados con algo venenoso o peligroso para la salud; sin embargo, en el ser humano ha sufrido la mutación de tener asco a las personas por su color, raza, identidad sexual, físico, cultura o clase social.
Los reptiles no se emocionan, pero sí que tienen plataformas de acción, que son la antesala de las emociones. Las tres plataformas de acción de los reptiles son el ataque, la huida y la aversión, que son los escenarios que dan lugar en los mamíferos a las emociones básicas de rabia, miedo y asco. Por todo ello, cada vez que ritualizamos o hacemos una ceremonia estamos comunicándonos con nuestro cerebro del reptil, es como si el rito permitiera no solo metabolizar el hecho a nivel racional, de alguna manera también tiene que metabolizarlo a nivel reptiliano, de no ser así, en los sueños, nos vendrá la información aún no amortizada. Un ejemplo lo tenemos en los rituales de pérdida por muerte. Cuando un ser querido muere, sabemos que somos capaces de reconocer esta muerte y vivirla como tal en el plano racional desde los primeros momentos. Así, cuando nos preguntan qué ha pasado, podemos decir que ha muerto, pero también sabemos que, aunque seamos conscientes de su muerte, a otros niveles más profundos, al difunto lo sentimos vivo, siendo común tener lapsus verbales hablando en presente de la persona fallecida o manteniendo las cosas impolutas en su habitación durante meses, como si estuviéramos momificando sus pertenencias y con ellas su marcha definitiva. De esta manera, es muy frecuente que en sueños aparezca hablando con nosotros y siga estando vivo. Por esto necesitamos de los rituales y las ceremonias, para trasmitir a esta parte tan profunda de nuestro ser lo acontecido y poder metabolizarlo a este nivel. Este momento es fundamental para que la persona sienta que con ese sueño es cuando realmente ha asimilado el fallecimiento en todos los planos de su mente.
A la mañana siguiente Natalia, Pedro y Félix despertaron con la resaca que produce dialogar tan de cerca y de una manera tan consciente con su biografía. Cuando esta comunicación se establece a nivel del cerebro del reptil, mamífero y humano, se siente una especial luminosidad en la mente, es como si millones de neuronas que han estado desconectadas comenzaran a comunicarse entre sí, fluyendo “el darse cuenta” y con ello lo fantástico y atroz de la información. Félix había conseguido dormir siete horas seguidas después de bucear sobre su vida y su forma de vivir. De los tres, curiosamente, era el que menos tenía que perder, ya que en este momento no poseía nada estimulante en su vida. Puede parecer extraño, pero aquellas personas que tienen menos necesidades son habitualmente las más felices. La felicidad no está tan ligada a la meta como creemos, ni sucede cuando conseguimos lo que deseamos; precisamente, al conseguir algo somos menos felices que cuando planificamos o deseamos lo que queremos. En este momento Félix sentía la tranquilidad de aquel que no tiene incertidumbre, ya que nada peor puede pasar. Estaba solo, no tenía a nadie esperándole, ni que sufriera por su desgracia. Sus viajes, que eran lo único que le motivaba en los últimos años de su vida, tendrían que esperar durante una temporada. Por ello, por primera vez hizo lo que tantas veces le habían indicado y no había hecho, pidió utensilios para afeitarse y asearse él mismo, tenía todo el tiempo del mundo para realizarlo.
Natalia se despertó con la sensación de que algo no estaba totalmente cerrado en su mente. El análisis realizado la había dejado con la sensación de que en este momento no podía tener algunas respuestas, ya que aún había preguntas que no se había hecho. Se levantó y desayunó tranquilamente, tenía tiempo de sobra para poder mirar el despertar de Madrid desde el balcón de su estudio y luego se fue para el hospital con la intuición de que hoy sería un día muy especial.
Pedro se despertó después de apagar dos veces el despertador, estaba aturdido, es como si las horas de sueño hubieran pasado muy deprisa. Ese día tenía durante la mañana tres pacientes en su consulta y después, al mediodía, dos horas de hospital. Se levantó, decidió desayunar en una cafetería cercana a su consulta y marchó con paso firme, en su mano izquierda tenía el maletín, en la derecha su mochila con la ropa de Escarabajo dentro.
Cuando Natalia llegó al hospital se dirigió a la planta segunda donde se encuentra su despacho, cuando llegó a la recepción a recoger sus historias le estaba esperando una señora de unos setenta años que, al verla llegar, se levantó con una sonrisa y se dirigió hacia ella.
– Eres Natalia, la psicóloga, ¿verdad?
– Sí, dígame –le contestó Natalia con asombro.
– ¿No se acuerda de mí?
– Lo siento, ahora no caigo, ¿la conozco?
– No, no tiene que conocerme. Yo a ti sí que te conozco, y tanto, te vi nacer. Pero es normal que tú no te acuerdes de mí, además, ahora soy muy mayor, por no decir muy vieja.
– ¿Quién eres? –exclamó con ciertos nervios Natalia–. ¿Me vio nacer?
– Soy Mª Luisa y estuve cuidando de ti durante más de dos años, hasta que fuiste a la guardería. Tu madre tenía que irse al instituto y tu padre a las pocas semanas de que nacieras tuvo que embarcar.
– Pero bueno, Mª Luisa, dame un abrazo.
Lo que era un abrazo de cortesía al principio terminó siendo una fusión de dos cuerpos que se conocían, de dos pieles que se recordaban, es como si al oler a Mª Luisa, le llegara a Natalia un vendaval de sensaciones. Ella no podía acordarse de Mª Luisa, pero su piel sí y su olfato mucho más.
– ¿Y qué haces en el hospital? ¿Cómo sabes que trabajo aquí?
– Bueno, ya lo sabía desde hace tiempo, me lo dijo tu madre un día que pase por Sanxenxo. Nos vimos y estuvimos hablando mucho tiempo y ella me lo contó.
– ¿Qué te contó? –preguntó Natalia.
– Bueno, muchas cosas, ya sabes cómo somos las gallegas, nos contamos sin decirnos casi nada, pero entendí que estaba preocupada por ti. Y puesto que eres como una hija para mí, aunque no me recuerdes, me dije, un día voy temprano y a ver si podemos hablar.
Natalia en ese momento, sonrió. Cuando despertó sabía que hoy iba a ser un día especial, pero nunca hubiese adivinando que de pronto iba a visitarla la mujer que la cuidó durante sus tres primeros años de vida. En casa se había hablado de Mª Luisa, pero ahora que la tenía delante sentía algo especial por esa mujer, tenía una mirada limpia y sobre todo tenía tremendamente limpia la expresión. Era como si descubriera que era adoptada y tuviera a su madre delante, en este caso al revés, ya que siempre había tenido presente a su madre de sangre y ahora se presentaba su madre adoptiva. Tal como hablaba, en el tiempo que estuvo con ella, no fue simplemente una mujer que la cuidaba, había sido como una madre. De hecho, conociendo a su madre, no hubiese dejado que nadie sin ese perfil estuviera con su hija.
– Ahora tengo que visitar a unos pacientes en las habitaciones, pero si quieres comemos juntas.
– Claro, qué ilusión me hace oírte decir que quieres que comamos juntas. ¿Dónde quedamos?
– En la puerta principal del hospital a las 15.00 horas, después no tengo que volver hasta las 18.00 horas.
– Pues así quedamos, Natalia.
– Así quedamos, Mª Luisa.
Y se dieron dos besos y un abrazo, esta vez apretándose con las manos y los codos, la una sobre la otra. Se miraron una vez más y se dijeron hasta luego.
Una vez afeitado y aseado, a Félix parecía que le habían quitado diez años de encima. Entró López, uno de los enfermeros que estaba de mañana en la planta de trauma.
– Por Dios, qué te ha pasado Félix, si tienes cara y labios, antes todo eran pelos sobre pelos. Qué bien te veo. ¿Cómo estás esta mañana?
– Bueno, no me puedo quejar, el dolor de la pierna me acompaña fielmente, qué más puedo desear.
– Puedo darte un calmante, lo tienes pautado si lo pides.
– No, por el momento el único calmante que quiero es a Escarabajo, ¿sabes si vendrá hoy por el hospital?
– Sí, he visto en el cuadrante que viene este mediodía, ¿quieres que le diga que te visite?
– Sí, por favor, necesito hablar con él, si no tiene ya el día ocupado.
– Escarabajo está aquí al mediodía hablando con el Sr. Félix, faltaría más. Me pone muy contento verle este cambio que ha tenido, Félix. Todo el equipo se va a alegrar cuando se lo diga, nos tenías preocupados. Bueno, la tensión está mejor, estos días de atrás la tenías muy baja, y la temperatura, fenomenal. Lo dicho, nos vamos viendo. No te vayas.
– Cachondo, decirle que no se vaya a un tío que tiene una escayola hasta el sobaco... Muchas gracias a ti, López, muy amable.
Es curioso, al cerrar López la habitación, Félix sintió un golpe de soledad, ayer le molestaba quién pasaba por la puerta y hoy el hecho de que López se marchara, después de hacer su trabajo, le hizo sentir cierta angustia por encontrarse solo. Fue entonces cuando pensó que, cuanto mejor se encuentra uno, más sufre, de tal manera que hay un momento en la depresión en que el sufrimiento no existe. Cerró los ojos, siguió pensando en su pasado y se dijo que iba a seguir dialogando con su biografía. Y en ese momento entró de nuevo López. Se asustó, ya que cuando conectaba con su biografía es como si entrara en una especie de trance.
– Félix –dijo López– tenemos un pequeño problema que queremos decirte antes de nada.
– ¿Qué ha pasado? –exclamó Félix.
– No tenemos habitaciones, hasta ahora te hemos dejado solo porque te veíamos muy mal, pero ha ingresado un señor encantador que se ha roto la cadera y tenemos que darle esta habitación, te lo quería indicar, porque en diez minutos lo traemos.
– Gracias, López, qué voy a decirte, pues que venga el buen señor, intentaré ser su mejor compañero de fatigas.
– Gracias, Félix. Ahora lo traemos.
Félix se alegró, ya no iba a estar solo, es como que las cosas pueden suceder cuando realmente las deseas, él siempre había deseado estar solo, la gente le agobiaba y eso es lo que había ocurrido. El primer día que siente la sensación de soledad, aparece un vecino de habitación. Posiblemente sea todo casualidad y es eso precisamente lo que tenemos que intentar, que la casualidad se parezca a nuestros deseos. Cerró los ojos y quiso volver a dialogar con su biografía, esta vez más deprisa por si luego no podía. Lo primero que le vino fue su hijo Abel, le veía cuando tenía dos años y llegaba a casa, entraba en su habitación y el niño estaba dormido. Sintió mucha rabia y tristeza ya que no se acordaba de su cara ni, por supuesto, sabía la fisionomía que tendría en este momento. Comenzó a llorar, hacía años que no lloraba, quizás nunca había llorado y, en ese momento, descubrió la importancia de la tristeza como emoción básica y lo pertinente que es estar triste cuando la situación lo requiere. Estaba descubriendo que no existen emociones negativas, solo existen emociones positivas, algunas desagradables cuando se sienten pero, si están adaptadas a la situación que se vive, son todas adecuadas.
– Buenos días –replicó el celador que traía a Ismael, un señor de 74 años al que le habían operado esa noche de una cadera después de una caída tonta en la cocina de su casa.
– Ya no estás solo –dijo López, que acompañaba a Ismael para dejarle conectado el suero y demás apósitos–. Te traemos una joyita de hombre para que podáis soldar esos huesecillos que tenéis averiados –siguió con su gracejo cordobés.
Cuando López terminó de realizar todos los trabajos y le explicó a Ismael lo que tendría que hacer si se encontraba mal o necesitaba alguna cosa, se despidió, como si dejara a dos tortolitos solos en una cita a ciegas. Ismael es padre de dos hijas, su mujer murió hace dos años. Desde entonces se niega a estar con sus hijas, ellas viven en Argentina y “yo aún me valgo bien”, les dice. No quiere ser un estorbo, además, desde que se jubiló es un hombre muy estudioso, su entretenimiento es rodearse de libros científicos y escribir. Hasta el momento ha escrito doce libros, sobre todo de temas que tienen que ver con lo que era su profesión, biología y neurología. Estuvo trabajando casi toda su vida de biólogo para la Universidad de Maimónides (Argentina). Al enviudar llegó a España y no ha parado de interesarse por todos los descubrimientos neurológicos de la actualidad. Su hobby es leer todos los artículos que caen en sus manos, es socio de revistas como Behavioral and Brain Sciences, Nature Neuroscience y Nature Medicine, Journal of Neuroscience, Neuron, The Lancet o Science.
Desde la muerte de su mujer es la segunda vez que se cae o, como él dice, se resbala. En esta ocasión tuvo la mala suerte de no poder agarrarse y cayó de costado rompiéndose la cadera.
– Buenos días, compañero, me llamo Ismael.
– Buenos días, yo Félix. Por lo que veo se ha fastidiado usted la cadera.
– Sí, esta vez he copado bien. Hasta que no me he visto encamado no he parado, me caí hace unos meses, pero esta vez ha sido la de verdad.
– Bueno, pues aquí estaremos para pasar juntos nuestras caídas –exclamó Félix.
– No quiero ser un meterete para ti. Mis hijas dicen que platico por los codos, por lo tanto, sé sincero conmigo, cuando no tengas ganas de platicar me lo dices.
– No te preocupes tu acento argentino me divierte. ¿Eres argentino?
– Bueno nací en España, aquí en Madrid, pero después de mi licenciatura me fui a yugar a la Argentina y allí estuve hasta que me dieron la carta. Mis hijas quedaron allí pero, después de esta caída, vendrán en unos días.
– Pues nos hemos juntado dos solitarios. ¿Tienes familia en España? –insistió Félix.
– Después de la muerte de mi esposa, murió va a hacer dos años, vivo solo, pero tengo una mujer que me asiste divino y luego tengo ñeris de la universidad que seguimos viéndonos muy a menudo.
– Hay cosas que no te entiendo Ismael. ¿Qué es un ñeri?
– ¡Ah! perdona, se me van las palabras al argentino. Ñeri es un amigo íntimo, yugar es trabajar y copado es resbalar. Ya no me pasa, hablo perfectamente español, pero es que cuando estoy a gusto me salen las palabras de allí. Perdóname.
– Nada Ismael, suenan muy bien, pero solo que no me enteraba, habla como quieras –dijo Félix disculpándose–. ¿Y qué hacía usted en la Universidad?
– He investigado todo lo relacionado con los neurotransmisores que dan soporte a las emociones básicas. He trabajado durante 20 años lo que ocurre en nuestro cerebro cada vez que nos emocionamos desde el punto de vista bioquímico y cómo eso repercute en la salud.
– Vaya, somos al final bioquímica –sugirió Félix.
– Bueno, somos todo lo que somos y, entre otras cosas, somos reacciones químicas. La química está en todos los lugares y en las cosas más cercanas a nosotros. Por ejemplo, Jesucristo fue un gran químico cuando convirtió el agua en vino. Los grandes cocineros actuales son bioquímicos de primera. El amor y la naturaleza son dos grandes fábricas de química. Según la química que en este momento se está movilizando en tu cerebro, así te estas emocionando y esto incide en que me consideres un amigo, un sabio o un coñazo de viejo. Si me consideras tu amigo te encuentras en acetilcolina, si me consideras un sabio tienes una mezcla de dopamina con serotonina y si me consideras un viejo que no para de hablar estarías en noradrenalina con dopamina.
– No me lo puedo creer –se incorporó Félix–, es interesantísimo. Por lo tanto, lo que sentimos necesita de una química en nuestro cerebro.
– Sí, más o menos. Si quieres yo te explico sin ningún problema lo que hoy se sabe en ciencia. Ni tú ni yo nos vamos a ir de esta habitación en unos días, solo que no querría aburrirte.
– Se lo ruego –insistió Félix incorporándose aún más.
– Hay pocas cosas que son ciertas 100%, bueno, pues una de ella es que vas a tener que convivir contigo el resto de tu vida. ¿Estás de acuerdo, Félix?
– Claro, así es, no hay duda –asintió Félix.
– Pues quizás es a lo que dedicamos menos tiempo en aprender. Saber habitar tu vida y, así, adueñarte de tu destino debería ser la enseñanza fundamental en cualquier escuela desde que somos pequeños, incluso en la familia deberíamos realizar esta enseñanza.
– ¿Y no lo hacemos? –preguntó Félix.
– No con conocimientos científicos. Es habitual que muchos de nosotros sepamos lo que tenemos que hacer para llevarnos bien con nosotros mismos. De hecho, se han escrito muchos libros sobre la importancia que hay en llevarse bien con uno mismo. Pero una cosa es saber lo que hay que hacer y otra ser capaz de hacerlo.
– Guau, esa es buena. Lo importante no es saber lo que hay que hacer sino ser capaz de hacerlo. ¿No somos capaces de hacerlo? –insistió Félix.
– Creo que la evidencia nos dice que no. En la mayoría de los problemas, lo que nos hace sufrir no es en sí la naturaleza del problema. Sufrimos porque nos enojamos con nosotros, nos hacemos trampas, sentimos miedo e inseguridad de nuestras posibilidades, dependemos de lo que nos rodea e, incluso, dejaríamos todo lo que hoy colocamos como bienes supremos, como la familia, los hijos, el trabajo, la comida, la bebida, incluso el sexo, si tuviéramos un artilugio que nos diera placer en nuestro cerebro.
– No me lo puedo creer, tan tontos somos –aseveró Félix.
– No es cuestión de ser tonto o listo, es simplemente que tenemos distintos motores que nos mueven, algunos muy alejados de nuestra voluntad. Por lo tanto, si no sabemos que existen, podemos caer en una inercia en la que no seamos capaces de llevar un mínimo las riendas de nuestro destino –sentenció Ismael.
– Es alucinante, ponme un ejemplo, por favor.
– James Olds y Peter Milner, en 1953, colocaron un electrodo en una zona del cerebro de una rata que, posteriormente a este trabajo, se denominó circuito de gratificación de recompensa. Descubrieron que si se la daba la oportunidad de estimular este circuito pulsando una palanca, la rata pulsaba una y otra vez la palanca a pesar de hacerse heridas en las patas. Prefería seguir estimulándose a comer estando hambrienta, beber estando sedienta o tener relaciones sexuales en fase de celo. Esta misma respuesta se ha podido observar en humanos en experimentos muy poco éticos y desde el punto de vista científico repugnantes, como los realizados por Robert Galbraith Heath desde el departamento de psiquiatría y neurología de la Universidad Tulane de Nueva Orleans, donde demostró, entre 1948 y 1980, que personas que tenían implantados electrodos en zonas del circuito de gratificación de recompensa como el septum, si podían autoestimularse con un dispositivo, dejaban de lado labores como estar con sus hijos, asearse, comer, beber o tener relaciones sexuales.
– O sea, en nuestro cerebro hay un circuito que si lo estimulas te sientes tan bien, que pasas de todo lo que te rodea –casi gritó Félix.
– Exactamente, ese circuito está formado por varios núcleos o estructuras cerebrales. Algunas de ellas, cuando se estimulan, nos producen una sensación de placer tan alta que se han denominado centros del placer. De hecho, siempre que cualquiera de nosotros siente placer es porque este circuito y estos núcleos se han activado.
– Es decir, las cosas que vivimos pueden activar este circuito, ¿pero también se podría hacer si pusiéramos un electrodo?
– Exactamente, el placer habitualmente lo producen las cosas que hacemos, pensamos o sentimos, pero esnifando cocaína también podemos sentirlo. El motivo es que la cocaína produce una elevación de un neurotransmisor que activa este circuito, se llama dopamina.
– Pero estos científicos se lo callarían, porque para qué queremos saber que podemos ser autómatas si nos operan y nos están dando chutes en ese circuito. Nos convertiríamos en una especie de autómatas dependientes.
– Bueno y qué diferencia hay con un adicto a la coca, heroína o un jugador compulsivo o una persona que tenga una dependencia emocional. Toda Adicción crea un autómata que lo deja todo por seguir estimulando el circuito con su droga, conducta o relación.
– Me dices –prosiguió Félix– que este descubrimiento sirvió de algo para la ciencia.
– Mucho, Félix, dame unos minutos y te lo explico… sirvió para muchísimo…, es más, ha sido uno de los hitos que explican nuestro comportamiento y nuestra forma de vivir en estos momentos.
Ismael cogió el vaso de agua que tenía en la mesilla, bebió y comenzó a darle a Félix toda una clase magistral de la importancia del descubrimiento del circuito de gratificación de recompensa. Así, hoy sabemos cómo podemos convivir mucho mejor con nosotros, habitarnos de forma más sana y, por ello, tener alguna oportunidad para decidir nuestro destino. Ismael dijo:
– En aquellos momentos era difícil asimilar que el cerebro pudiera sentir placer, la teoría dominante indicaba que el cerebro se excitaba solo cuando sentía dolor o peligro, por lo tanto, aprendíamos evitando. Olds señalaba que hasta su investigación “el dolor ofrece el impulso y el aprendizaje basado en la reducción del dolor proporciona la dirección”, la recompensa o el placer no estaban en la cabeza de los investigadores, la zanahoria aún no se había inventado, solo el palo. Los estudios de estos dos investigadores, bajo la dirección de Donald Hebb, demolieron la creencia anterior centrada en el castigo y demostraron que la conducta está tan impulsada por el placer como por el dolor. Este hallazgo del placer como un atributo esencial humano nos puede sorprender en este momento, como si estuviéramos manifestando un conocimiento de Perogrullo pero, en realidad, significó que entendiéramos el comportamiento de los adictos, lo mal que lo estamos haciendo al incidir tanto en colocar como sentimiento esencial la felicidad y, sobre todo, ha servido para que sepamos qué zonas de nuestro cerebro tenemos que activar si queremos salir de una depresión o la importancia que tiene para ser feliz que la estimulación no sea tanto externa como interna.
– ¿Me dices que buscar la felicidad no es del todo bueno? –preguntó Félix.
– Bien, a esta pregunta te contestaré más tarde. Ahora quiero indicarte que todos estos conocimientos han sido necesarios para poder realizar sociedades democráticas y permitir que la sociedad del bienestar sea posible. Con la teoría del dolor y el sufrimiento como única vía de aprendizaje, la población no podía sentir placer, el único placer que existía era la pérdida del dolor y eso impedía que se quisiera tener una vida plena, por lo que la democracia no podía suceder. Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando surgió la posibilidad de que todos teníamos derecho a ser felices, a vivir en los últimos escalones de la pirámide de Maslow. No obstante, aún hay mucho por hacer, han quedado aún muchas secuelas de aquella teoría en la que el dolor y el sufrimiento era lo único posible que podía sentir nuestro cerebro ya que, a día de hoy, aún sigo escuchando en ilustres autores que existen emociones negativas, cuando deberíamos haber cerrado este debate sabiendo que las emociones básicas son todas positivas en el sentido de que nos ayudan a sobrevivir; algunas son desagradables cuando se sienten, pero nunca negativas. Por ejemplo, sentir miedo ante un toro que corre hacia nosotros es muy positivo, ya que nos ayuda a huir y subirnos a un árbol. El miedo siempre es desagradable o displacentero, pero sentirlo es muy positivo porque nos salva la vida. Si seguimos indicando que hay emociones negativas a la comunidad, de alguna forma, mantenemos como presente la teoría añeja del dolor como base de activación del cerebro y colocamos la evitación del sufrimiento como base del aprendizaje. Y es que, en realidad, el descubrimiento de que el ser humano podía sentir placer directo ha sido una de las revoluciones sociales y, por tanto, del ser humano. Algo esencial, aunque muy pocos han hablado de ello.
– Visto así, es curioso –verbalizó Félix, cada vez más impresionado de todo lo que estaba aprendiendo en un hospital– ¿Entonces antes de la Segunda Guerra Mundial no existía la felicidad?
– La felicidad es el sentimiento principal de una emoción básica llamada alegría. La alegría es una emoción que, como todas las emociones básicas, está en el genoma humano, es decir, no se aprende a sentirse alegre. Todos los mamíferos somos mamíferos por poder emocionarnos, la naturaleza las eligió para que pudiéramos sobrevivir. Las emociones básicas no han cambiado en la evolución, son iguales para todas las culturas y en todos los tiempos. Lo que cambia, y eso sí que lo aprendemos, es dónde nos emocionamos cada uno de nosotros. Me explico. Félix, cuando tú tienes miedo, rabia o alegría del 7, en tu cerebro pasa lo mismo que cuando cualquier otro ser humano del siglo V tenía miedo, rabia o alegría del 7. Ahora bien, lo que es distinto y depende del momento histórico es la cultura en la que nos encontramos y el perfil de la persona, para que unos tengamos miedo, rabia o alegría del 7 ante unas situaciones y otros en otras.
– Y qué es eso del 7 –exclamó Félix.
– Bueno, no es solo importante la emoción que tenemos en cada momento, también es importante su intensidad, si colocamos niveles de intensidad del 0 a 10, no es lo mismo un miedo del 3 que del 8.
– Entonces, ¿qué ocurre cuando sentimos felicidad en nuestro cerebro? –insistió Félix.
– Cuando sentimos alegría o felicidad tenemos un chute de dopamina en el circuito de gratificación de recompensa –continuó Ismael–. De hecho, si no existe este torrente de dopamina no nos sentimos alegres o felices. Por ello podemos decir que siempre que este circuito se activa es cuando nos sentimos felices. Ahora bien, si lo que lo activa es una acción adictiva, aunque el sujeto que lo siente tenga bienestar, la alegría ha mutado y se ha convertido en euforia, excitabilidad, exaltación, disociación, locura… No depende tanto del nivel de dopamina, sino de lo que hacemos para que esto se produzca. Por esto es peligroso poner como meta la felicidad en las personas, ya que muchas veces si la felicidad es la meta, es el objetivo, para conseguir este sentimiento podemos coger atajos, como todos los que te he estado mencionando. Imagínate que alguien es feliz porque su equipo de fútbol gana una copa. Para sentir esta sensación de felicidad puede comprar al árbitro o si queremos aprobar un examen, copiamos del compañero. Cuando la meta es lo importante y los medios para alcanzarlo no, se pierde el valor ético, pero la sensación de bienestar sigue estando vigente. Quien toma una raya de coca se siente bien, igual que aquel que aprueba un examen por su esfuerzo, pero lo que ocurra en sus vidas después va a ser muy distinto en uno que en otro.
– Guau, alucinando me tienes, Ismael, comprendo muchas cosas, incluso muchas cosas personales, no sabes lo que me está gustando tu explicación –hablaba Félix como si estuviera viviendo una película en su cabeza mientras decía lo que decía.
Ismael volvió a beber un poco de agua y le indicó a Félix que ahora respondería a su pregunta anterior sobre si la felicidad no era siempre buena.
– Hasta hace poco, más o menos finales del siglo XIX, desde el punto de vista científico, la única manera de sentir placer era por la pérdida del dolor. En la historia de la Humanidad el placer directo estaba determinado por el juego y la realización de las necesidades básicas tales como comer, beber, tener relaciones sexuales, dormir y poco más. Es posible que a lo largo de la historia los jefes de las tribus, reyes o parte del plano social elitista, pudieran encontrar placer en el vivir diario, pero la mayoría de la población vivía luchando contra enfermedades, miserias, injusticias sociales o trabajos aberrantes. Poder sentir placer sin dolor previo es una idea que se universaliza recientemente, teniendo su máximo esplendor al emerger las sociedades democráticas que tienen en el consumo y el libre mercado su base económica y financiera, aunque tengo mis dudas –expresó Ismael, poniendo su mano en el mentón– si gracias a la universalización de la felicidad aparecieron las democracias actuales o viceversa.
La idea social de que todos podemos ser felices y, por ello, vivir en el placer, se instala como un derecho de toda la Humanidad y no como una posibilidad de unos pocos. Así, en los años sesenta se extiende en la población la posibilidad de conducir un auto, tener vacaciones, viajar, comprar una casa y para que esto sea posible se universaliza la posibilidad de recibir préstamos. Comienza una nueva visión de la vida y es que todos podemos ahorrar, disponer y gastar como un sinónimo de felicidad, de libertad y también de poder. Los derechos surgen y aunque siempre ha habido desajustes sociales y desequilibrios llenos de injusticias, la relación derecho-deberes comienza a tener su equilibrio en estos años de florecimiento industrial. Esta sociedad del bienestar confirmó que el circuito de gratificación de recompensa existía, pero pronto nos enseñó que la existencia de este circuito nunca significó que dejara de existir el circuito del dolor, del miedo y de la evitación. La vinculación de la sociedad del bienestar, donde todos podemos ser felices, con el consumo y el libre mercado, hizo que pronto nos diéramos cuenta de que este tipo de motor social se mueve por oleadas económicas, es decir, hay períodos de “vacas gordas” donde se mantiene y es posible la universalización de los recursos que logran vivir en bienestar y otros períodos de “vacas flacas” o de “crisis” donde es evidente la dependencia que hay entre la felicidad y la economía. Al igual que en la sociedad del bienestar el eslogan es que todos podemos y debemos ser felices, en los momentos de crisis la realidad nos dice que la tristeza y el miedo son las dos emociones más sentidas.
Es por ello que hay que poner una vez más en perspectiva la historia, para darnos cuenta que la felicidad no es un sentimiento que engloba todas las necesidades del ser humano; colocarla como meta en la vida, puede producir mucha incapacidad para poder vivir en momentos de crisis, frustración o dificultad. Indicar a la población que tiene el derecho de ser feliz, sin darle herramientas para saber gestionar los avatares de la vida, crea tanta agonía y penuria, como esconder la posibilidad de sentir placer y trasmitir a la sociedad que solo podemos sentirlo cuando nos quitamos el dolor. La felicidad debe ser vivida, pero a la vez debemos saber vivir la tristeza, la rabia, la culpa, el asco, la sorpresa, el miedo, la curiosidad, la admiración o la seguridad. Todas estas emociones son pertinentes dependiendo del momento que vivimos y, por ello, enseñar a la sociedad a vivir solo con la zanahoria, puede traer tantas tragedias como cuando vivíamos solo con el palo.
La mutación que ha tenido la sociedad del bienestar es parecida a todo lo que rodea al circuito de gratificación de recompensa. La sociedad del bienestar ha terminado en una sociedad consumista que cifra la felicidad en lo que se tiene. No debemos olvidar que la naturaleza creó este circuito para que pudiéramos dirigirnos a todo aquello que nos hiciera posible la supervivencia, aunque cabe señalar que el placer y, por lo tanto, el refuerzo no se “encuentra” en los objetos. Somos capaces de experimentar placer porque nuestro sistema nervioso está preparado para ello, gracias a la existencia del circuito de gratificación de recompensa y de sus núcleos de placer. Como todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. En este caso, el poder de sentir placer o el poder de conseguir una sociedad del bienestar necesita de la responsabilidad de no activar el circuito del placer ante una sustancia euforizante o del momento económico y, por ello, de lo material de la relación con la vida. Cuando el aumento dopaminérgico que implican algunas drogas activa el núcleo accumbens y sus circuitos de refuerzo y placer, la repetición de esta activación consumiendo esa sustancia es una aberración que culmina en una adicción. Ocurre igual cuando somos felices porque la sociedad nos da la subvención o el subsidio y podemos seguir viviendo en el consumo, cayendo en la dependencia de quien nos subvenciona o nos hipotecamos para el resto de nuestra vida, creyendo que así estamos dentro de los cánones de lo que nos hace feliz. La parte de la sociedad que tiene que educar debe decirnos que la felicidad no debe ser nuestra meta. Si la colocamos como tal solemos coger atajos, ya que conseguir la felicidad se convierte en el motivo de vida y no nos damos cuenta de que lo que vivimos es lo que nos tiene que hacer felices. Si el objetivo es ser feliz, con activar el circuito de placer es suficiente, lo podemos hacer consumiendo, luego da igual que lo que consumamos sea una sustancia, una compra compulsiva, la televisión que nos dice cómo tenemos que vivir o ideales sobre cómo debe ser nuestro cuerpo.
La felicidad no debería ser la meta, ya que hoy sabemos que somos más felices cuando imaginamos la meta que cuando la alcanzamos. Tenemos más chute de dopamina en la anticipación o cuando nos imaginamos el hecho que cuando obtenemos y hemos alcanzado realmente el objetivo. Mi perro es más feliz cuando le digo que le voy a dar la comida, que cuando está comiendo. Messi o Ronaldo son más felices cuando meten un gol que cuando termina el partido, por ello, cuando la felicidad se coloca como un fin es fácil terminar siendo un adicto, ya que con activar el circuito es suficiente. Pero si la felicidad la sentimos por el proceso que estamos haciendo o creando, se convierte en el refuerzo y aquí ya no hay atajos, ni trampas, ni adicciones. Sucede que crecemos y nos valoramos; tienes poder, ya que sabes que puedes y, cuando sabemos que podemos, además de sentir felicidad, sentimos que tenemos poder, ya no somos adictos, tenemos compromiso y responsabilidad.
– Es decir, al decirnos Coca Cola que la felicidad es de color rojo y la obtenemos si consumimos una, nos están… –dijo Félix, disfrutando muchísimo de su darse cuenta.
– Cuando el derecho al placer y el bienestar directo se coloca como fin en la sociedad y se dice a los ciudadanos desde que nacen que tienen derecho a ser felices, sin explicarles que esto solo es posible con el esfuerzo de todos, teniendo herramientas para combatir la adversidad y saber frustrarse, saber ser resilientes, saber estar a las duras y las maduras, creamos adictos de la subvención o la prestación social. Frecuentemente nos convertimos en sujetos pasivos que, como bebés, ponemos la boca para que nos den la fuente del placer. La idea es pensar que la sociedad en sí, aunque está presente, no existe, en el sentido de que quien te da la subvención en la sociedad son otras personas y esto, paradójicamente, puede ser una manera de hacerte sumiso/a y dependiente a su donación. Si el bienestar o el placer es consecuencia de la subvención, hemos inventado la mayor de las fábricas de hacer sujetos dependientes.
– Tócate los pies –vitoreó Félix como si estuviera en el final de un concierto de rock and roll.
– Debemos conseguir nuestro bienestar de forma activa, siendo el propio individuo el hacedor de su felicidad. No conozco a nadie que esté motivado si no ha participado en la conquista de la meta. La única manera de tener una sociedad de bienestar es haciendo partícipe a todos sus componentes en la realización de esa empresa, en este caso la sociedad en la que habita, y esto que puede parecer utópico, al menos, debe ser posible en nuestra idea de sociedad. Tenemos que impedir la dependencia en todos sus posibles planos, tenemos que permitir que, para vivir en sociedad, sea tan importante el derecho como el deber. No solo tenemos que dar peces, además debemos enseñar a pescar, hay que enseñar a realizarse su propia caña, saber dónde conseguir los cebos o, incluso, saber realizar la barca para adentrarnos en el río. Posteriormente nos haremos especialistas y desde ahí compartiremos lo que sabemos hacer con lo que el otro hace mejor que nosotros. Aunque es inevitable que existan diferencias, no serán de yo te doy y tú recibes, serán yo te doy y tú me das; quizás lo que yo te doy valga menos que lo que tú me das, pero yo también influyo y tengo mi sitio en la red social. Es muy peligroso pretender que los individuos sean felices porque mamá sociedad o papá estado te subvenciona no solo el dinero, sino lo que puedes o no puedes hacer, es un diálogo que dice más o menos “tú sé feliz que yo pienso por ti, eso sí vótame. Yo te resuelvo tu vida y tú me dejas que diseñe cómo tienes que vivir”.
– Alucinante y ¿todo esto lo obtienes de la bioquímica? Si me acabas de hacer una descripción socio-político-económica-financiera. Bendito resbalón que te ha roto la cadera, yo no me quiero morir sin saber todo esto –exclamaba eufórico Félix–. ¿Y qué más cosas hay en el circuito de recompensa ese…?
– Bueno, hay unos cuantos nombres extraños pero, cuando lo creamos necesario, llamamos a control y decimos que me traigan del bolso una revista en la que viene dibujado y te lo enseño. En el circuito de gratificación de recompensa encontramos su eje en el área tegmental ventral que, al segregar dopamina en el núcleo accumbens, dispara todos los indicadores fisiológicos y subjetivos del placer y el bienestar, por lo que hemos determinado que el núcleo accumbens junto al septum son los dos centros del placer en nuestro cerebro. Cada vez que se activa este circuito, aquello que lo ha activado o lo que estamos en ese momento viviendo, queremos que se repita o que permanezca más tiempo con nosotros. También existe otro circuito que al activarse provoca dolor, miedo y, por ello, sufrimiento, es el circuito de la evitación y cada vez que se activa, aquello que ha ocurrido para activarlo, tendemos a no querer revivirlo. Este circuito tiene como eje el locus coeruleus que, al segregar noradrenalina en las amígdalas, produce una respuesta de miedo o pánico. En la respuesta de evitación también intervienen, a nivel fisiológico, el haz espinotalámico, que es el canal del dolor físico; a nivel psicológico, la ínsula y, sobre todo, la corteza cingulada anterior, que son las precursoras de lo que podemos denominar sufrimiento o dolor psíquico.
– Una cosa, Ismael –interrumpió Félix en medio de tanto nombre–. ¿Es posible controlar a las personas o a las poblaciones haciéndoles sentir más una emoción que otra?
– Claro, de hecho todo lo que tú eres hoy, tiene mucho que ver con lo que viviste en tus tres primeros años de vida. Me explico, en el aprendizaje hay muchas variables que influyen, pero las fundamentales son dos:
• La situación que vivimos (estímulo, tanto interno como externo).
• La emoción que sentimos.
Si no nos emocionamos nuestro cerebro no enfoca en la situación que estamos viviendo, quedando esta como que no ha ocurrido. Si yo te digo a ti que me hables de tu vida, posiblemente me cuentes, haciendo mucho esfuerzo, cosas durante tres cuartos de hora, a partir de ahí te costará. Además, lo que me cuentes seguro que son situaciones que han sido para ti intensas en cuanto a emociones. Por lo tanto, solo grabamos aquello que nos emociona, si no nos emociona para nuestro cerebro no existe.
En nuestros primeros años de vida nuestra capacidad de emocionarnos es muchísimo más potente que posteriormente, de tal manera que, en principio, cualquier estímulo nuevo produce en nuestro cerebro un flash emocional. Este hecho es fundamental, ya que así vamos grabando y aprendiendo rápidamente.
La cuestión es: cuando el bebé se encuentra ante una nueva situación en su vida, ¿qué emoción es la que activa ante esa situación?
Hoy sabemos responder que la emoción que activa el bebé es la emoción que se activa en la madre, el padre o la persona adulta que le esté cuidando en ese momento, fundamentalmente su madre o su padre. ¿Sabes lo que significa esto, Félix?
– No, ni idea –replicó Félix.
– Que ese nuevo estímulo para el bebé quedará adherido, asociado, condicionado a la emoción que ha sentido su madre, padre… Por lo tanto, si un bebé nace en un seno familiar en el que lo habitual es sentirse asustado, rabioso, en culpa o alegre, llenará su cerebro de estímulos asociados a estas emociones que sientan aquellos que le han dado la vida.
Tenemos diez universos emocionales, es decir, diez emociones básicas que la ciencia ha demostrado que están en nuestro genoma, estos son: sorpresa, miedo, rabia, culpa, asco, tristeza, alegría, curiosidad, seguridad y admiración. Ahora piensa que, cuando tienes tres años, los universos emocionales que tienen más estímulos asociados son el miedo y la culpa. Pues bien, a partir de esa edad, siempre que el cerebro se enfrenta a un nuevo estímulo o situación anteriormente no vivida, la emoción que siente quien está a su lado ya no es tan valiosa, aunque aún tiene valor. Si es así, la emoción con la que se emocionará ante esa nueva situación es con la misma emoción que el estímulo equivalente, de tal manera que ese/a niño/a que tenía muchos estímulos asociados al miedo o a la culpa, tiene muchas probabilidades de que el miedo o la culpa sea la emoción que sienta ante ese nuevo estímulo, por lo que cada vez tendrá más momentos de miedo o culpa.
Y así llegamos a la juventud y a la adolescencia, con un cerebro que se emociona por la genética con la que nació y desde el aprendizaje que tuvo. Por todo ello, ¿dónde está tu libertad para ser de una manera u otra, Félix?
– Me parece que hay poca, ¿verdad?
– Muy poca. El resto de tu vida, a medida que vayas creciendo, podrás darte cuenta de lo absurdo de tu forma de emocionarte y comenzarás a realizar cambios para ser de otra manera. Habrá una lucha que algunas personas serán capaces de librar, pero otras ni se darán cuenta de ello. La vida depende de la emoción que sentimos ante los acontecimientos, de tal manera que hay personas que delante de la montaña rusa activan la alegría y lo disfrutan y otras que sienten miedo o simplemente curiosidad y los ojos del miedo ven un paisaje totalmente distinto a los ojos de la alegría.
Por esto, es fundamental conocerse, descubrirse, saber quienes somos y de dónde venimos, lo principal es dialogar con tu biografía, Félix. Y a partir de ahí, descubrir que debemos aprender a habitar nuestra vida, para poder hacernos dueños, lo máximo posible, de nuestro destino.
Eres como te emocionas, todo lo demás viene detrás. Si alguien decide no entristecerse nunca, pase lo que pase, no sentir culpa o no tener asco, está amputando la mejor de las brújulas, quedará desorientado, sin capacidad para adaptarse de forma natural. Es verdad que algunas emociones son muy desagradables y se pasa mal cuando se sienten, pero es peor anestesiarse con la insensibilidad de no sentir, es como vivir muerto en vida.
Así respondo a tu pregunta desde lo que podríamos llamar manipulación personal que todos hemos ido teniendo. Claro que podemos manipular a una población o a una sociedad si sabemos cómo conseguir que se emocionen de una u otra manera. De igual forma que antes de la Segunda Guerra Mundial a las poblaciones se las tenía controladas, sobre todo, desde las emociones básicas del miedo y la culpa, también seguro que se utilizó en muchos momentos la rabia para con otros pueblos o el asco. La culpa y el miedo han sido las dos emociones básicas más utilizadas desde el sapiens sapiens para de esta manera tener a la ciudadanía recogida en un control social. Desde mediados del siglo XIX y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, nace otra forma de utilizar emociones básicas para alcanzar el control social, en este caso y tal como te he explicado antes, se le dice a la población que tiene derecho a ser feliz y esto es fantástico, es como antes dije una verdadera revolución, pero que se convierte en aberrante si ser feliz significa no pensar, no tomar decisiones, no ser dueño de la propia vida, ya que cuando nos sentimos alegres estamos eufóricos, exultantes, muy disociados, pero tenemos muy poco control sobre la fuente que nos produce esa felicidad. Es una felicidad consecuencia de fuentes externas, que tiene que ver con lo que obtenemos respecto a lo que está sucediendo en nuestro entorno, no es una felicidad que nace desde dentro, donde nos sentimos anfitriones de conseguirla, tiene más que ver con la subvención o la coyuntura social, “vacas gordas” o “burbujas”, que con las propias capacidades.
Esta posibilidad real de universalizar la felicidad es una aspiración legítima y que debería adentrarse en cualquier proyecto vital, pero para conseguirla es necesario diferenciar la felicidad que surge desde el exterior y que es muy objetiva, por ejemplo, me siento feliz porque el paisaje que estoy observando es extraordinario, y esa otra parte de la felicidad más experiencial y subjetiva que nace dentro de nosotros sin necesidad de estímulo externo. Ambas deben complementarse. Para que la felicidad sea tanto experiencial como fruto de lo que acontece en nuestro entorno es necesario un desarrollo de todas nuestras dimensiones, surgiendo una armonía y un fin, un plan, un proyecto de vida, una responsabilidad. No puede haber felicidad si no hay persona y la persona debe llevar el rumbo; cuando no es así, nos convertimos en un personaje que puede ser muy feliz, pero cuanto más lo es, más ahoga, aniquila y destruye a la persona. Hay programas de televisión que trasmiten directamente la necesidad de realizar un personaje, aunque se esté hablando y dialogando de la vida de la persona, sucediendo que en numerosas ocasiones el personaje devora a la persona. Y en algún momento, para que el personaje siga con su felicidad, la persona tiene cada vez menos vida, es una nueva forma de vender el alma al diablo, es la adicción a tener éxito, entendiendo como tal ser famoso, aunque ya no tengas vida propia.
Como antes has dicho, si se es feliz por beber un refresco que nos dice que la felicidad tiene color rojo (alucinante), por ser alto/a, con un cuerpo perfecto, dominar muchos idiomas, tener un C.I. altísimo, varios Master, poseer barcos, casas y motos, ir de vacaciones cuando te apetece, realizar varios deportes, saber de finanzas, tener controlado el tema informático, hablar mucho por Smartphone, dominar la cocina, leer habitualmente, saber de cine y de música, ir a conciertos, congresos y saber de política, poder opinar en los programas de radio y a la vez tener un diálogo fluido con los hijos, la pareja o la familia, pasear, meditar, convivir con la naturaleza, tener amigos de esos que después de tres años sin verte parece que fue ayer la última vez que estuvisteis juntos o dormir 8 horas… unimos universos que suponen que la felicidad se consigue por lo que tengo, adquiero o represento. Sin embargo, hay otros universos donde la felicidad sucede por ser quien soy, por ser antes de tener, donde el ser es previo al obtener y, por ello, después tengo, adquiero, represento o consigo. Parece lo mismo, pero aquí no hay propiedad conmutativa, ya que para ser feliz no podemos ser miserables, lo más alto no se sostiene sin lo más bajo, de tal manera que en el plano inferior debemos tener unos mínimos para que la felicidad no suceda a cualquier precio. Sabemos que somos limitados y sabemos que la mayor de nuestras limitaciones es que vamos a morir en algún momento. Existen la enfermedad, la desgracia, la injusticia y el sufrimiento, así que desde una serena aceptación de la existencia del dolor y el malestar, podemos proponernos alcanzar, celebrar y conseguir esos mínimos de felicidad, sin coger atajos que nos activen el circuito de gratificación de recompensa a cambio de perder el control de la propia vida.
– Ahora el que no te quiere cansar más soy yo, Ismael, llevas más de una hora hablando –indicó con gesto serio Félix–. ¿Qué es entonces la sociedad del bienestar? ¿No es conseguir ser feliz?
– La realidad de la sociedad del bienestar debe ser la de una colectividad que garantice una seguridad social gratuita, una educación universal y sin diferencias, unos servicios que cubran la dependencia de aquellos que sufren una incapacidad que les impide ser autónomos, es la sociedad de la jubilación con dignidad, de ofrecer a los padres la capacidad de cuidar, al menos en los primeros años de vida, a sus hijos y no por ello poner en riesgo su puesto de trabajo, es la sociedad de los centros de acogida, del traslado rápido a un hospital desde cualquier punto del país, de poder recibir comunicación directa y rápida de los trámites legales, se viva donde se viva, y muchos más conceptos. Sin embargo, la sociedad del bienestar ha ido mutando hacia una sociedad que tiene como equivalente la sociedad de la subvención. Y creo que la palabra subvención engloba el mayor despropósito del derecho a vivir en autonomía, de la fiesta en la plaza del pueblo, de conseguir la fama por ir a programas de televisión que nunca hubiéramos imaginado que podrían existir, del derecho a tener todos los derechos y no tener ningún deber, es una sociedad donde el derecho a ser feliz se ha instalado sin tener en cuenta que, para ello, se necesita un verdadero esfuerzo y entregar a la comunidad parte de ti. La sociedad del bienestar tiene sus raíces en la aportación común de esfuerzos para, de esta manera, obtener beneficios cuando los necesitas.
Quizás pueda parecer una idea absurda, posiblemente los economistas y políticos me dirán que es imposible lo que expongo y que no se puede llevar a cabo, me gustaría, eso sí, que me dijeran realmente porqué. Yo lo propongo y luego tú decides si es posible o no.
Imagínate que tenemos una población que tiene 1000 personas desempleadas, que cobran una media de 900 euros, algunos solo cobran 400 euros por estar en eso que se denomina subsidio por haber agotado su prestación de desempleo y otros pueden estar cobrando 1500 euros. Si multiplicamos los 900 euros de media, por 1000 personas y por 12 meses tenemos una cantidad de gasto público al año de 10.800.000 euros.
Por otro lado en este supuesto tenemos 300 personas que, según la ley de dependencia, necesitan de ayuda para poder realizar las actividades de su vida cotidiana. El pago que se realiza a quien les da ese soporte asistencial es, de media, de 800 euros al mes, ya que algunas personas solo requieren de una ayuda puntual para levantarse o acostarse, mientras que otros necesitan tener las 24 horas del día a alguien que le asista. El gasto que tendría un estado por esta ayuda sería de 800 euros por 300 personas por 12 meses incluido su cotización a la seguridad social. Un total de gasto público de 2.880.000 euros.
Entre los parados y la ayuda por dependencia el gasto en este supuesto sería de 13.680.000 euros. La parte que recoge por cotización como trabajador el estado sería de unos 600.000 euros.
Por qué no ponemos a estos mil parados a trabajar asistiendo a esas 300 personas que sabemos tienen dificultades para tener una autonomía. Por déficit presupuestario hay quien no ha podido conseguir el certificado de persona dependiente o, lo que es peor, sí que han sido valoradas como tales, pero no se les puede dar la prestación y son las familias las que tienen que hacer un esfuerzo sobrehumano, cuando no contratar ellos con su dinero a personas que les ayuden, habitualmente sin darles de alta y, por ello, dentro de lo que denominamos economía sumergida o dinero negro. El gasto del sueldo sería similar al que se da por subsidio, ya que tenemos 3 parados por persona dependiente que podrían trabajar cuatro horas de media al día. Si incluimos la seguridad social, el gasto, como digo, no sería superior al del subsidio, con la diferencia de que se cotizarían alrededor de 1.800.000 euros, se les quitaría la etiqueta de desempleados, sintiéndose mucho mejor realizados como ciudadanos y, lo que es muy importante, tendríamos 300 personas asistidas, 1.000 parados menos y un gasto estatal de 13.680.000 euros, pero una entrada por cotización a las arcas del estado de 2.400.000 euros.
Bueno, este cuento de la lechera se puede acabar si lo que se nos dice es que esos 1.000 parados no quieren trabajar o, simplemente, hay sectores de la población que, desde sus derechos, viven mejor en la subvención que en la autonomía laboral. Hoy sabemos que la mejor manera de encontrar trabajo es trabajando, es decir, teniendo un empleo, la persona que está en el circuito laboral es más fácil que encuentre otro trabajo mejor remunerado y más cercano a su especialidad, que aquel que está desempleado.
Resumiendo, la sociedad del bienestar surge para alcanzar uno de los derechos más importantes del ser humano “poder vivir en el placer directo”, no solo sintiéndose bien cuando se deja de tener dolor o sufrimiento, sino que puede sentir placer sin que haya dolor previo. Este derecho es fundamental, ya que lleva implícito tener conseguidos los primeros peldaños de la pirámide de Abraham Maslow, tener cubiertas las necesidades fisiológicas, de seguridad, afiliación y reconocimiento.
En ese momento entró en la habitación Pedro vestido de Pedro. Quería charlar con Félix, como había dejado dicho López, pero Pedro no sabía que Félix no estaba solo en la habitación y cuando entró y vio a Ismael en toda su vorágine de explicaciones, se quedó bloqueado. Félix le sonrió y dijo:
– Pasa, Pedro, por favor. Ayer contigo la vida me dio un vuelco, pero hoy además me ha traído a un ángel de nombre Ismael, eso sí, con la cadera rota, que me ha dado un vuelco a todo lo que creía que sabía y me está abriendo un universo que es necesario que aprendamos para poder conocernos.
– Buenos días o tardes, no sé si ya habéis comido –indicó Pedro sonriendo a Ismael y tocando la mano de Félix.
– No, aún no nos han traído la comida –expresó Ismael–. Ya que has entrado en nuestra morada, haznos un favor. Busca en el bolso una revista que se llama Journal of Neuroscience y acércamela, por favor.
– Vaya una gran revista científica de neurociencia –replicó Pedro.
– ¿La conoces? –respondió Ismael.
– Pedro es psicólogo –explicó Félix.
– Tenga usted –dijo Pedro, alcanzándole la revista a Ismael.
– Mirad. Este es un croquis del circuito de gratificación de recompensa de una rata.
Ambos observaron, en ese momento entró una auxiliar con las bandejas de la comida.