Читать книгу La Emoción decide y la Razón justifica - Roberto Aguado Romo - Страница 11
ОглавлениеCapítulo 3
No hay nadie como tú y por ello representas todo lo que eres
Sonidos de una vida: el corazón de una madre, la risa de un bebé,
el susurro de quien amas, la voz de un amigo o el jadeo de tu perro.
R. Aguado
Natalia se pasó todo el día de pregunta en pregunta. De hecho le sucedió algo bastante incómodo para un terapeuta y es que encontraba en sus pacientes similitudes y aspectos propios. Esta personalización de aquello que se trabaja con los pacientes sucede siempre, solo que se es consciente cuando el terapeuta está en un momento en el que sus cosas no están resueltas o, lo que es más habitual, está en fase de querer resolverlas. Una pregunta le rondaba más que otras, dándose cuenta cuando se la hizo a Montse, una paciente de 21 años que se encontraba en el hospital por padecer un cuadro obsesivo compulsivo con rituales de limpieza muy dañinos para su salud física y mental y una estructura mental muy anancástica y que había llegado a tal extremo que utilizó productos cáusticos para quitarse la contaminación que vivía en sus manos, con las consiguientes heridas y quemaduras, de las cuales se estaba reponiendo en la planta de medicina interna. Natalia preguntó:
– Pero, Montse, ¿de qué quieres limpiarte?
– No lo sé, en verdad no lo sé. Me siento constantemente contaminada, sucia, me doy asco, pero ciertamente no sé de qué. Hasta ahora pensaba que podría contaminarme del virus del SIDA pero, realmente, ahora no sé de qué –contestó la paciente.
– Cierra los ojos –refirió Natalia–. Pon a eso que no sabes qué es, pero que te contamina, un color. ¿Qué color tiene?
– Rojo hacia negro, rojo sangre coagulada –dijo sin vacilar Montse.
– ¿Qué parte de tu cuerpo ocupa?
– Las manos, hasta los codos.
– ¿Como si fuera un guante?
– Sí –afirmó Montse.
– ¿Qué textura tiene eso que te contamina?
– Es áspero, tan áspero como una lija.
– ¿Y a qué huele?
– A cera quemada –contestó Montse.
– ¿Qué te viene a la cabeza que sea rojo como un guante, áspero como una lija y que huele a cera quemada?
– La matanza del cerdo en mi pueblo –contestó Montse sin vacilar, como si tuviera la respuesta en una primera línea de su mente–. Cuando era niña, me ponía unos guantes con los que ayudaba a meter la carne para hacer los chorizos. También se quemaba la piel del guarro para hacer cortezas y olía así.
Y aquí es donde Natalia realiza la pregunta clave, esa que se estaba haciendo constantemente ella misma:
– ¿Y qué es lo que pasó ese día?
– En la siesta, después de comer, mientras todos estaban acostados, mi primo y yo nos dimos un beso y nos tocamos el cuerpo, tenía diez años y nos descubrió mi tía. Hizo que nos laváramos la boca al lado del barreño donde estaba lo que había sobrado. Al ver esa carne flotando en ese líquido rojo que llamaban adobo, me di asco, sentí tanto asco que no paré de lavarme la boca y las manos con piedra pómez.
Y ahí suele estar el quid de esas memorias que tenemos ancladas y que, como un disco rayado, nos vienen y nos vuelven sin tener consciencia de que lo realmente importante es “lo que pasó ese día”. En el caso de Montse, lo que pasó es que tuvo un momento donde la curiosidad y la pasión la envolvió en uno de esos instantes bastante habituales entre niños de ocho a once años, en los que comienzan a curiosear y a descubrir sensaciones muy excitantes cuando tocan o conocen el cuerpo del otro. De forma súbita pasó del escenario de la pasión y la excitación de los diez años, a la tragedia y el horror del cerebro del adulto, que interpreta en esa conducta un sinfín de maleficios y perversiones, tal como hizo su tía. Es el choque de la vida infantil con la del adulto, sin término medio. La pregunta ¿Qué es lo que paso ese día? intenta contextualizar lo que allí ocurrió, tener memoria de estar allí, para que cada vez que Montse tenga un arrebato de pasión en la actualidad, no aparezca como un resorte, la respuesta emocional que fue grabada, en este caso el asco y la culpa. Cada vez que Montse, como todos los seres humanos sanos, tienen deseos sexuales, en vez de satisfacerlos y satisfacerse como adulta que es, la impregna el resultado de la memoria de aquel día, el asco y la culpa, de tal manera que tiene que limpiarse, ya que la pasión y la excitación para ella se vuelven de forma súbita en asco, culpa o miedo. Y por esto tiene tanto valor para su ecosistema el ritual de lavado, mientras se limpia su contaminación, no realiza la acción sexual que desea. El ritual de lavado se convierte en el mecanismo que la protege de aquello que fue grabado en su infancia como lo peor que puede sentir una persona, deseo por otra persona. Para saber por qué hacemos lo que hacemos, en muchas ocasiones, hay que saber o descubrir lo que pasó después de un momento cumbre de excitación.
Montse y su primo descubrían sus primeras pulsiones sexuales a través de toqueteos y besos que los colocaban en una excitación extraordinaria. Pero cuando después de esa excitación aparece el castigo, la vergüenza o el miedo, se suele culminar en el asco y la culpa, que son las dos emociones que están detrás del trastorno obsesivo compulsivo, principalmente. Montse ayudó a Natalia a preguntarse “¿Qué pasó después de tu momento de excitación?” Y eso es lo que estuvo preguntándose toda la mañana a sí misma “¿Qué pasó después de su momento de excitación?” Pero después de cuándo. Eso es lo que esperaba averiguar comiendo con Mª Luisa.
Natalia sabe, como psicóloga experimentada que es, que en el modelo de Terapia de Interacción Recíproca, lo importante es que “el pasado, a nivel emocional, no siga presente, tal como aconteció”. Por ello necesitaba que Montse fuese capaz de vivir, en la actualidad, los acontecimientos que le producen excitación (cualquier tipo de excitación, no solo sexual, el trastorno obsesivo generaliza y siempre que hay excitación, sea cual sea su naturaleza, necesita de la respuesta compulsiva) de una manera adulta y natural. Y no como aconteció ese día de matanza (nunca mejor dicho) en el que quedó grabada en la memoria que después de una excitación, en este caso sexual, venía un castigo y una vivencia experiencial de que había cometido un delito extremo. A nivel racional seguro que Montse comprendería que podría tener relaciones sexuales pero, cuando esta pulsión de excitación se producía, lo que aparecía de manera súbita era la defensa obsesiva compulsiva, como si su cerebro siguiera temiendo el castigo de la tía. Natalia trabajó con Montse la diferencia de criterio entre la forma de procesar racional y la emocional; En el TOC (trastorno obsesivo compulsivo) se necesita que, a nivel intelectual, el paciente se dé cuenta del mecanismo defensivo para, así, dejar de realizar la compulsión, que es lo que realmente mantiene el trastorno. Es decir, si en vez de lavarse, realizara el deseo que en ese momento aparece, el trastorno mejoraría o, incluso, desaparecería. Si se encaminara hacia el extremo impulsivo, el paciente comenzaría un periodo donde, cada vez que sintiera el impulso, no podría posponerlo y tendría que realizarlo de manera inmediata, incluso, en situaciones poco naturales desde el punto de vista social.
– ¿Puedes imaginarte de nuevo aquel día? –sugirió Natalia a Montse.
– Sí, me siento fatal.
– Ahora imagínate todo lo que aconteció cuando estabas con tu primo besándote y tocándote. Sólo cambia una cosa en tu imaginación. Tienes la edad actual, está pasando hoy. ¿Qué cambia? –preguntó Natalia.
– Hoy no me estaría tocando y besando con mi primo. Hoy él es un chaval de 22 años, que tiene su novia, su carrera… imposible, no ocurriría –expresó Montse, toda convencida con los ojos cerrados.
– ¿Te das cuenta? Aquello fue una cosa de niños y hoy no pasaría. Así que, ¿cómo algo que ya nunca pasaría puede estar tan presente en ti?
– Es verdad, tengo presente algo que nunca va a suceder. Lo siento y siento mucho alivio.
– Bien, ahora quiero que sigas explorando en tu imaginación –afirmó Natalia–. Imagínate que estás en la actualidad, con tus veintiún años, besándote y tocándote con un chico o una chica que te gusta y que eliges voluntariamente. Y en ese momento tu tía hace lo que hizo ese día. ¿Qué harías tú?
– Yo no haría nada, sonreírla. Ella no me diría nada, se iría, se disculparía por haberse entrometido, no pasaría nada –infirió Montse con toda naturalidad.
– ¿Te das cuenta? Tu cerebro racional te indica que ese castigo que tuviste nunca más volverá a suceder, ya que nunca más se dará la situación tal como ocurrió. Sin embargo, utilizas el lavado como si aquello siguiera presente –culminó Natalia hablando cada vez con voz más susurrada y firme.
Montse miró a Natalia, comenzó a llorar pero, esta vez, no de pena; sentía como si la estuvieran apretando con fuerza el pecho y de pronto dejaran de hacerlo. Es el alivio del descanso, ese que se siente cuando la culpa y el asco dejan paso a la curiosidad y la admiración. Permaneció un momento en silencio y, después, le dio las gracias.
Natalia respetó su silencio y le dijo que escuchara sin más, que ya no tenía nada que decir, aunque sí mucho que hacer. Ahora quería explicarle lo que le estaba pasando cada vez que tenía el impulso de lavarse las manos. Y que esto podría decírselo tantas veces como hiciera falta.
Lo importante, y por eso Natalia lo remarcó como fundamental para salir de cualquier memoria traumática, era que fuera consciente de que el pasado que pasó (y claro que pasó), ahora ya no pasa. Nadie puede mejorar si olvida o niega lo que pasó; lo que pasó, pasó. Y, es más, para que lo que pasó no pase ahora es necesario que grabemos en nuestra mente que, si pasara ahora lo que pasó, tal como somos hoy, tanto nosotros como los demás actores del suceso, haríamos cosas que no hicimos; o, quizás, dejaríamos de hacer cosas que hicimos. Nunca más va a pasar lo que pasó y, por lo tanto, no podemos sentir lo que allí sentimos. Todo este trabalenguas es lo más importante dentro de la fase de desencuadre y desplazamiento de la Terapia de Interacción Recíproca, que al final lo que intenta es que convirtamos las vivencias (lo que pasó) en experiencias (ahora pasaría de otra manera, ya que aprendimos). Para sentir otra emoción más adaptada, en este momento de nuestra vida, respecto al momento en que aconteció la situación traumática, grabando una nueva memoria que nos haga responder de manera sana, cuando de forma más o menos inconsciente, nos encontremos ante estímulos semejantes a los que estaban presentes en la situación realmente vivida. |
– Es alucinante lo tranquila que me siento Natalia, pero estoy muy cansada, tengo ganas de dormir –manifestó Montse–. Pero antes de que me duerma, una pregunta. ¿Por qué has dicho tocarme con un chico o una chica?
– Bueno, son las dos posibilidades sanas, que te guste tener sexo con un chico o una chica, simplemente por ello; eso lo tendrás que saber tú. Y en cuanto a tu sensación de querer dormir y estar cansada es normal. Siempre ocurre esta sensación de cansancio y necesidad de dormir. En el sueño se activan mecanismos con los que todo lo comprendido y asimilado a nivel racional, también se asimila a otros niveles más profundos de nuestra mente. En la fase REM de nuestro sueño se producen todos los mecanismos neurológicos necesarios para metabolizar el cambio que hemos hecho en el cerebro emocional y en el del reptil.
Vamos a hacer una cosa que he descubierto que va muy bien a muchos pacientes –sugirió Natalia–. Voy a seguir hablando como si te estuviera contando un cuento, aunque es una realidad científica y además durilla desde el punto de vista teórico, hasta que te duermas. Después me marcharé y ya nos veremos otro día. ¿Te parece, Montse?
Montse asintió con la cabeza, buscó una postura para escuchar a Natalia, como si fuera una niña de diez años que escucha un cuento que la va a rescatar de las pesadillas que tiene todas las noches y, de esta manera, escuchaba cómo Natalia decía:
– Cada vez que vives un recuerdo o tu mente, al vivir una situación actual, conecta con algo que ya viviste, hay que diferenciar la lógica de tu cerebro cognitivo, racional o humano y la lógica de tu cerebro emocional, límbico o mamífero. El primero tiene esa relación directa y natural con el pasado, el presente y el futuro. Además, es capaz de fantasear o imaginar, teniendo como objetivo final engranar al individuo en la sociedad en la que vive, instalándolo en el sentido común. El segundo solo vive en el presente, en “su presente”; no distingue el estímulo inventado por la fantasía o la imaginación del que sucede en la actualidad. Ambos son reales para él, incluso puede ser más veraz y le es más fácil de comprender el estímulo que surge en el propio cerebro (fantasía, imaginación, pensamiento), que aquel otro que surge fuera del cerebro en ese momento. Nuestro cerebro emocional no tiene ventanas donde observar; los ojos de nuestro cerebro emocional es aquello que tenemos grabado o sentimos; para él, es más fiable la invención que lo que ocurre fuera. Por ello, la realidad de la emoción no es lo que sucede en ese instante, sino lo que sucede en nuestro cerebro, aunque sea producto de la imaginación. Debemos por ello diferenciar la realidad de la actualidad si queremos comprender la lógica emocional. La realidad para la emoción es lo que se siente y esta realidad puede ser debida a una fantasía o a un estímulo que se produce en ese momento fuera de nosotros; a ese momento es lo que yo llamo lo actual. Para el cerebro emocional todo aquello que sea posible ya es real; de hecho, lo que imaginamos, fantaseamos o pensamos, para este cerebro, es posible y aquello que no se puede imaginar es lo único que no es posible. Lo posible cumple todos los requisitos para que este cerebro emocional lo viva como algo que está sucediendo. Si lo posible lo vivimos fuera de nuestro cerebro entonces estamos en territorio de experiencia y eso es lo actual. Podríamos decir que la actualidad es la realidad objetiva y lo posible, la realidad subjetiva, que coinciden cuando lo posible es vivido en la actualidad.
Cuando la actualidad es compartida por la comunidad, sucede que estamos viviendo en una compenetración entre ambos cerebros, el cognitivo y el emocional. Si un grupo de personas mantiene emociones que conviven bien entre sí, tendrá una armonía perfecta y, por ello, una relación social magnifica, aunque los individuos que lo componen piensen de manera distinta ante determinados aspectos de la vida. Sin embargo, un grupo de personas que piensen igual o tengan similares creencias, pero estén en estados emocionales muy discordantes, no podrán convivir o su relación será muy difícil. Es más importante para convivir en sociedad poner el acento en lo que sienten los individuos que en lo que piensan, ya que se puede convivir pensando distinto, si lo que se siente en ese momento es armónico. Una tertulia entre personas de ideologías muy dispares puede mantenerse sin dificultad, siempre que la emoción que sienten respecto a los otros sea adecuada para la convivencia. Sin embargo, tertulianos que tienen las mismas creencias pueden terminar rompiendo la relación si las emociones que sienten entre ellos chocan e impiden la convivencia.
Es por esta diferencia de lógicas y maneras de procesar por lo que el ser humano ha llegado tan lejos en la evolución, ya que tiene un cerebro que puede analizar, incluso, su propio análisis. Es majestuoso tener un órgano que puede analizarse a sí mismo, que intenta comprenderse y, desde ahí, puede avanzar. Es algo único en la naturaleza. Nadie ni dada, incluidas las máquinas, puede hacer esto.
Pero, precisamente por esta capacidad, es habitual que podamos tener enfermedades virtuales como la tuya, Montse. Sufres por lo que imaginas, piensas o fantaseas, sin que nada de lo que ocurre en tu mente esté pasando en la actualidad. El ser humano puede estar viviendo un mundo atroz, porque aquello que imagina, para una parte de su cerebro, es la realidad.
Robert Sapolsky, en su tedioso pero fantástico libro “¿Por qué las cebras no tienen úlcera?” nos indica que al no tener las cebras cerebro humano su presente termina en el presente. Por ello, el mejor momento, el momento más seguro y tranquilo de una cebra es cuando las leonas están devorando a una compañera. Es el momento donde se ponen a comer plácidamente, ya que no tienen cerebro que imagine la atrocidad que acaba de suceder hace unos minutos cuando fueron atacadas por las leonas. Aprender a saber lo que es realidad y lo que es solo fantasía, aprender a saber que lo que te indica tu cerebro es que no hagas algo parecido a lo que tanto te hizo sufrir en el pasado es fantástico para sobrevivir; pero si caemos en la trampa del pensamiento, la fantasía o la imaginación y permitimos que lo que nunca más va a ocurrir siga vigente, es como si el bebé, el niño, el adolescente, el joven siguieran estando presentes, aunque ya no existen. Ya sabes: “para que el pasado pase, el futuro puede esperar”.
Montse tenía la respiración propia de un sueño profundo, por lo que Natalia recogió su historia y salió despacio de la habitación para dirigirse al encuentro de Mª Luisa. Ahora le tocaba a ella y, por eso, después de todo lo que le había dicho a Montse, se dio cuenta de que cuando las cosas no están del todo resueltas por dentro, aunque de manera racional sepamos lo que tenemos que hacer, a nivel emocional seguimos sin saber hacerlo. Y es que, a medida que iba dirigiéndose a la entrada principal del hospital, sentía de nuevo como si un globo se inflara en su pecho, pero esta vez no era por estar al lado de Pedro. Cuando vio la cristalera, observó cómo Mª Luisa ya estaba al otro lado esperando.
Mª Luisa era una mujer de 72 años, muy atractiva, aunque nunca se había cuidado para aparentarlo. Desde muy pequeña tuvo que cuidar de su abuela, ya que su abuelo murió joven y, posteriormente, se hizo especialista en cuidar personas mayores que se habían quedado solas. Pero un día tuvo la fortuna de poder trabajar cuidando a Natalia. Fue su mejor trabajo, ya que en realidad floreció en ella una nueva manera de ver el mundo. Hasta ese momento había observado la vida desde balcones de personas mayores que se habían quedado ancladas en el pasado y que percibían el futuro como un fantasma que acechaba. Poder cuidar a un bebé, a Natalia, la sacó de ese secuestro que surge en las personas que, como Mª Luisa, desde muy jóvenes, tienen que servir a otros. Con Natalia no tenía que servir a nadie; solo tenía que acompañar, compartir, descubrir, enseñar, admirar, es decir, querer y sentirse querida, como cualquier persona que convive con un bebé.
Después, cuando Natalia tuvo cerca de los tres años y fue a la guardería, Mª Luisa salió de ese círculo de vivir para cuidar. Fue capaz de decirles a sus padres que tenía toda una vida por delante y se marchó de Sanxenxo, que en aquellos entonces, años 80 del siglo pasado, estaba en plena transformación de pueblo marinero a lugar turístico. Y así comenzó realmente la vida de esta señora, a sus 36 años. Pronto conoció en Madrid a quien terminó siendo su marido, con el que tuvo dos hijos. Desde hace seis es viuda, porque el destino quiso que Juan no ganase la batalla a una de esas enfermedades que nos dejan sin una segunda oportunidad. Fue pionera en una empresa fantástica, el teléfono de la esperanza, y aunque no tenía estudios, a sus 54 años y cuando sus hijos ya tenían diez y doce, estudió por la UNED sociología. A los 62 consiguió su licenciatura, trabajando como socióloga dentro del patronato del teléfono de la esperanza y, aunque siempre hizo lo mismo, escuchar, comprender y ayudar a otros, la licenciatura le permitió hacerlo con una sensación de oficialidad.
Mantuvo siempre una relación muy estrecha con la madre de Natalia, podría decirse que terminaron siendo amigas íntimas, de esas amigas en las que los secretos quedan en lo más profundo de la intimidad. Curiosamente, con el resto de la familia tuvo poca relación, así que Natalia, aunque sabía que había una Mª Luisa que la había cuidado de pequeña, no era consciente de lo que esto podía significar hasta que, por la mañana, se la encontró esperándola en la recepción del hospital.
Había estado los tres primeros años de su vida con esta mujer más tiempo que con su madre, con la importancia que tiene para el aprendizaje y lo que condiciona nuestros guiones personales, es decir, nuestros esquemas emocionales o nuestra forma de emocionarnos ante el mundo. Natalia se sentía como si, a sus 33 años, se le diera un libro donde estaba escrito todo lo que vivió en sus tres primeros años de vida. Alucinante.
– Conozco un restaurante donde dan comida muy rica y en el que podemos hablar sin tener que gritarnos, está aquí mismo –dijo Natalia.
– Genial, lo importante es que por fin podamos hablar –indicó Mª Luisa, encogiendo sus hombros.
– Bueno, cuéntame, Mª Luisa, ¿cómo era de bebé? –preguntó Natalia, mientras caminaban hacia el restaurante agarradas del brazo.
– De recién nacida, como todos los bebés, muy despierta, deseando conocerlo todo... Se notaba que tenías bien activada esa emoción tan importante y de la que muy pocos hablan: la curiosidad.
– ¿Desde qué edad estuviste conmigo? –insistió Natalia, con el afán de saber cosas de su pasado.
– Desde tu segundo mes de vida. Estuve contigo en cuanto tu madre tuvo que volver al Instituto. Recuerdo el primer día que te vi, estuve con tu madre toda la tarde pasándote de sus brazos a los míos y de los míos a los de tu madre, como si estuviéramos haciendo un ritual para que te acostumbraras a que sus brazos y los míos para ti iban a ser lo mismo. Lo más difícil para las dos era saber que tú te sentirías conmigo como con tu madre pero, a la vez, que yo no sería la madre. Tienes una madre muy valiente que, en todo momento, tuvo un dilema al tener que dejar de cuidar a sus tres hijos tan pequeños para seguir con su trabajo.
– ¿Y cómo me portaba contigo? ¿No lloraba cuando se iba mi madre? –dijo Natalia.
– Para nada. Si llorabas era porque tenías que llorar, como todos los niños, pero no porque sintieras que tu madre se alejaba de ti. Yo te daba el biberón y tu madre la teta. Hasta que yo llegué a tu casa tu madre te estuvo dando el pecho y a partir de los tres meses, en el tiempo que yo estaba contigo, te daba solo tres o cuatro biberones; uno hacia las diez de la mañana, otro al mediodía y otro a las tres o cuatro de la tarde. A las cinco ya estaba tu madre contigo y te volvía a dar la teta. Que conste que los biberones que yo te daba eran de la leche de tu madre, estuviste tomando leche de tu madre hasta que cumpliste nueve meses. Después, eras tan glotona que comenzamos a darte ayudas con cereales y demás, y desde ahí ya solo querías alimentarte con ello. Date cuenta de que desde las ocho de la mañana, que te dejaba tu madre conmigo, hasta las cinco de la tarde era mucho tiempo para tener la leche en su pecho sin sacarla; además, ella era una verdadera defensora de la lactancia materna y de las tomas a demanda, así que se extraía la leche de forma manual, siendo una verdadera especialista, empleando la técnica de Marmet; después, yo te daba esa leche que ella extraía de su pecho en tus tomas de biberón. Ella te daba la teta y yo, de alguna manera, te daba el “bibe”, que suena igual que “vive”. Fue toda una experiencia poder cuidarte. No solo encontré en aquellos momentos, un tanto rancios para mí, la ilusión de verte crecer, sino que, además, estuve con una de las mujeres más valientes y luchadoras que he conocido, tu madre. Era una verdadera guerrillera, aguantó como nadie la vida durísima de un marino y nunca como mujer de él, sino como una persona que había decidido compartir la vida con él. Nunca la escuché una lamentación o una sensación de queja por la soledad que conlleva un oficio como el que tenía tu padre. Y como te decía, volviendo a tu lactancia, era capaz de encontrar tres momentos de al menos treinta minutos en los que iba a su despacho, se ponía música clásica, ponía delante de ella una foto tuya y poniendo cerca de su nariz una mantita que oliera a ti, comenzaba a extraer la leche, imaginando que luego tú te la tomarías. Una heroína.
– Es bonito lo que dices. Siento mucho amor en tus palabras –dijo emocionada Natalia.
– Hubo mucho amor a tu alrededor, Natalia –confirmó Mª Luisa, continuando su relato–. Lo hicimos lo mejor que pudimos, éramos dos mujeres empeñadas en conseguir que esa niña tuviera todo lo que se necesita a esa edad, teniendo en cuenta el contexto en el que habías nacido. Tu padre estaba muy poco en casa, ya que cuando no faenaba, tenía por costumbre disfrutar con sus amigos. Era muy buen hombre y buen padre, pero tenía poca habilidad para los bebés. Luego se le dio muy bien la relación cuando fuisteis mayores y ahí tu padre estuvo mucho con vosotros. A partir de los cinco o seis años tenía muy buena mano, pero de pequeños le daba pánico, es como si fuerais de cristal y tuviera miedo que os rompierais entre sus manos tan rudas y grandes. Tu hermano comía con tu madre en el instituto y cuando llegaba a casa, mientras te daba el pecho o estaba ella contigo, yo jugaba con él, hasta las siete o las ocho de la noche, que ya era cuando os ibais a dormir y yo, después de cenar, me iba para casa. Todo tu mundo en los primeros años de tu vida estuvo completo de admiración y mucho amor.
– Entonces, ¿qué querías decirme, Mª Luisa? ¿Hay algo que debo saber? –encaró Natalia. Le parecía que Mª Luisa no había ido a verla solo para contarle esas bondades... Y el hecho de poner tanto énfasis en lo bien que se portó su madre, le hacía pensar que algo más había ocurrido.
– Bueno, ya veo que sigues siendo tan espabilada como de pequeña, nadie te podía esconder nada, tú desde muy chica lo encontrabas. Entiendo que ya es el momento de entrar en faena y expresarte lo que llevo dentro desde hace tantos años y que creo es importante que tú sepas.
– Dime, por favor –replicó Natalia acelerada mientras les traían el primer plato.
– Cuando yo dejé tu casa, te quedaban unos días para cumplir tres años. Ya te habíamos llevado a la guardería durante unas semanas y todo era normal. El mismo día de tu cumpleaños, tu madre se acercó a mí y me dijo que estaba embarazada. Yo me puse muy feliz, traer una tercera criatura a la vida era genial. Tu madre me miraba como asustada y es cuando le pregunté de cuánto estaba. Ella me respondió que de dos meses y medio. Ahí me dio un vuelco el corazón; tu padre llevaba cinco meses sin estar en casa.
– ¿Qué me estás diciendo, que mi hermana no es de mi padre? ¿Te has vuelto loca, Mª Luisa? –expresó ofuscada Natalia.
Mª Luisa comenzó a comer respetando la reacción. Se quedó en silencio, mirándola de forma intermitente, como si en cada mirada pudiera ir apaciguando la rabia que mostraban los ojos de Natalia.
– ¿Por qué no me lo ha dicho mi madre antes? ¿Lo sabe mi hermana? ¿Y mi padre? El lo tiene que saber. Y…
– Tranquila, Natalia –le dijo con voz firme Mª Luisa–. Sé que es duro, por esto estoy aquí, y en todo lo que pueda voy a contestar a todas tus preguntas en la medida que tenga conocimiento sobre ello. Pero lo importante es que tienes que admitir que la vida de cada persona es suya; no hay nadie como tú y, por ello, representas todo lo que eres; también tu madre es única y nadie la puede representar. Tu madre ha realizado muchas cosas buenas para todos pero, como todo ser humano, también ha tenido sus equivocaciones, sus deslices, sus momentos de flaqueza y, por qué no, sus momentos de perversión. Porque todos somos perversos en mayor o menor medida... ¿O es que tú nunca has hecho algo que pudiera ser calificado como perverso? Tu madre solo tuvo una aventura fuera de su matrimonio, lo sé de cierto pero, aunque se hubiese acostado con el quinto de caballería, creo que siendo duro para su pareja, ni tú, ni yo, ni nadie, la podemos ni debemos condenar como hijos o como amiga. Lo que sí que ha hecho muy mal, y por eso estoy aquí, es no haberlo contado a sus hijos antes. Porque tu padre sí que lo sabe desde el primer momento. Cómo no va a saber tu padre si llevaba cinco meses fuera y su mujer estaba embarazada de dos y medio.
– ¿Y quién es el padre de mi hermana? –preguntó Natalia mucho más tranquila.
– No lo sé, ni se lo he preguntado nunca. Sé que todo sucedió un día en el que tu madre salió a una cena de un compañero que se jubilaba... Yo estaba en casa con vosotros y esa noche llegó muy tarde, pero era natural que para un día que tenía ella, viniera a la hora que le diese la gana.
– Pero nunca he percibido nada. No he visto a mi padre trasmitir en ningún momento algún reproche a mi madre. Nada, no me lo puedo creer –decía Natalia con las manos tapándose los ojos.
– Bien, lo que te voy a decir lo sé porque lo he vivido y, además, cuando he estado con tus padres lo he visto con mis propios ojos. Sé que cuando tu madre lo llamó y le dijo que por favor cogiera un avión en cuanto llegaran a un puerto, tu padre a los quince días estaba en casa. Y debes darte cuenta de que los marinos son de otra pasta, saben congelar el tiempo en su mente para que no les enturbie lo que tienen que hacer, ya que en alta mar, cualquier despiste te cuesta la vida. Como te digo, sé y lo sé de verdad, que cuando estuvieron los dos a solas y hablaron, tu madre le dijo directamente que estaba embarazada, que como es natural no era suyo y que había decido tener el bebé. Por convicción moral y personal no iba a abortar. Tu padre, según me dijo tu madre, le preguntó si quería a esa otra persona y ella le dijo que solo la había visto una noche y que no se acordaba ni de cómo se llamaba. En ese mismo momento, tu padre la abrazó y le dijo mirándola a los ojos: “pues, si es así como dices, tendremos nuestro tercer hijo”. Nunca discutieron, nunca se reprocharon, nunca más se volvió a hablar de ello.
– ¿Entonces por qué me lo cuentas hoy? ¿Por qué no me lo cuenta mi madre? ¿Por qué a mí y no se lo decís a mi hermana? –preguntó como una locomotora Natalia.
– Te lo cuento hoy porque no hay nadie como tú y, por ello, representas todo lo que eres. Y en tu caso este acontecimiento, creemos firmemente tu madre y yo, te ha afectado de tal manera que no puedes comprometerte con nadie. Pienso, y tu madre también lo piensa, que ese hecho repercutió muy negativamente en ti. Por esto te lo digo a ti, porque en tu caso es necesario que lo sepas.
No te lo cuenta tu madre porque, cuando sucede una cosa así y no lo dices en el momento oportuno, cada día que pasa, decirlo se hace imposible y no decirlo va dándote una oportunidad para alejarte de ello. Tu madre sigue sin perdonarse lo que hizo. Desde entonces luchó por conseguir olvidar, pero no ha podido... Intentó muchas veces coger valor y decíroslo, pero no ha podido... ha sido fuerte para todo, pero para esto no lo ha sido.
Y a tu hermana, en algún momento, se lo dio a entender, pero tu hermana ya sabes cómo es, ha vivido con tus padres muy poco tiempo, es como un alma libre, que desde siempre ha estado de aquí para allá con sus estudios y su viajes.
Te he dejado claro antes que tu madre ha gestionado fatal todo esto, no debería haberlo hecho así pero, estando como están las cosas, podemos preguntarnos: ¿No ha sido tu padre el padre de tu hermana? ¿No ha sido tu madre y tu padre los que desde siempre la quisieron y la cuidaron? El señor que tuvo esa relación con tu madre, nunca supo más de ella, ni ella de él. Él desapareció para siempre. Estos son los motivos... Y ahora me gustaría que habláramos de ti, que por eso estoy aquí diciéndote todo esto y es que, de esta historia, yo creo que la que peor parada saliste, fuiste tú. Tu hermana está bien, la vemos feliz, y a tu hermano también. Pero a ti no y por eso estoy aquí delante, para ayudarte en lo que pueda.
En ese momento Natalia fue consciente de que se encontraba en un proceso distinto al que había trabajado hacía unas horas con Montse. En el caso de Montse, lo que ocurrió no volvería a ocurrir, pero en su caso lo que estaba aconteciendo estaba sucediendo ahora. Lo principal para ella no es que su madre le pusiera los cuernos con otro hombre a su padre, lo importante es que su madre hubiese escondido una información tan importante. Siempre había oído decir a su madre que la felicidad tiene que nacer dentro de uno mismo, que no puede venir de otros y esta idea, esta creencia, este esquema emocional fue definitivo para dejar la relación con Pedro. Y ahora descubría que su madre podía esconder algo tan importante y aparentar ser feliz. Entró en un cruce de emociones. Su madre le decía que la felicidad debe surgir desde el interior y, a la vez, escondía información a los demás, dando a entender que lo importante no es tanto el hecho acontecido, sino que los demás lo conozcan. Esta diferencia entre lo que se predica y lo que se hace rompía de lleno la idea de que la felicidad debía de ser subjetiva y personal. Si fuera así, qué te debe importar lo que piensen, digan o hagan los demás, lo importante es estar a gusto con tu conciencia y ser fiel con uno mismo. Es la primera vez que Natalia cuestionó que lo importante era la felicidad y fue consciente de que era mucho más interesante la satisfacción.
– No sé, Mª Luisa, tengo que reposar todo esto. Necesito hablar con mi madre, oírla. Te agradezco mucho que me hayas dicho con tanta valentía esta información, pero ahora tengo que digerirlo. Si te parece bien, yo te llamo y te digo cuándo podemos volver a vernos, cuando lo tenga todo un poco más claro –expresó Natalia con dulzura.
– Me parece genial y necesario –indicó Mª Luisa–. Déjame invitarte a la comida, ha estado muy buena. Será el principio de tu nueva vida. La mía comenzó a los treinta y seis, la tuya posiblemente comience a tus treinta y tres.
Ambas se fusionaron en un abrazo largo e intenso y después se despidieron con un “nos vemos pronto”.
En ese mismo momento Escarabajo entraba en la guardería del hospital, nadando en su mar de chocolate de colores y pisando como si el suelo estuviera lleno de chicles. En la sala había siete niños entre tres y ocho años. Cuando vieron a Escarabajo con su nariz roja y su peluca amarilla haciendo los aspavientos habituales, quedaron en silencio y con la clásica cara de sorpresa, algunos sonreían y otros sentían como un poco de susto o miedo.
– Hola, niños. Soy Escarabajo y vengo a jugar con vosotros y a crear con mis globos mágicos los personajes que queráis tener en vuestras manos.
Escarabajo se dirigió hacia el más pequeñín de todos que estaba en los brazos de Agustina, una pedagoga de la guardería.
– ¿Cómo te llamas? –le preguntó.
– Carlos –dijo una voz muy bajita que salió de esa boquita después de un tiempo.
– ¿Cuál es tu dibujo animado preferido?
– Los Minions –dijo Carlos, o algo parecido.
– Ja, ja, ja, ja. Una de Minions para Carlos.
E inflando un globo con un “infla” portátil, Escarabajo comenzó a realizar un Minion con un solo ojo que dejó a Carlos alucinado.
En ese momento, todos los niños que estaban en la guardería comenzaron a decir cada uno a su manera, “Yo quiero, yo quiero”, “a mí, a mí” y en un pis-pas Escarabajo estaba rodeado de niños pidiéndole que le hiciera con sus globos mágicos sus personajes preferidos. Cuando terminó de realizar los globos a esos niños que le rodeaban y a las pedagogas, que también querían, observó cómo un niño no se había acercado, quedándose en la parte de la sala donde estaban los puzzles. Miró a una de las pedagogas y esta le dijo:
– Es Álvaro, no se relaciona nada más que con los pequeños. Si le pasa algo a algún pequeño enseguida le ayuda, por eso le tenemos aquí con los pequeños, pero con nosotras y con los niños de su edad es brusco e, incluso, en algún momento ha sido agresivo. Lleva aquí dos semanas, tiene diez años y padece una cefalea de clúster, últimamente estaba tomando morfina, por lo que han decido hospitalizarle para que deje este tratamiento y comience otro con triptanes. Parece que de los dolores está mejor, en los últimos tres días no ha tenido ninguna crisis.
Escarabajo fue hasta donde Álvaro estaba y se puso a nadar haciendo círculos a su alrededor. Enseguida Álvaro sacó su rabia:
– No hagas el tonto, yo no soy un niño pequeño –dijo muy enfadado.
– Es que solo sé hacer el tonto, mira qué tonto soy –expresó Escarabajo como si algo interno le hiciera ser así.
– Déjame payaso, quiero estar solo –siguió Álvaro.
– Me llamo Escarabajo y no quiero que estés solo, quiero que me acompañes a jugaaaarrr.
– No. Tú también vas a tirar la toalla conmigo –afirmó muy rotundo Álvaro.
La respuesta de Álvaro dejó, durante unos segundos, un tanto atónito a Escarabajo. “Tú también vas a tirar la toalla conmigo”. ¿Qué habrá sufrido este niño para que manifieste, de forma tan rápida, que la gente tira la toalla con él? Quizás ese era el motivo por el que quería estar solo. Quería estar solo porque estaba solo... Las personas que le rodeaban, tarde o temprano, habían tirado la toalla, era muy dura su situación psicológica.
– ¿Dónde se tira la toalla, Álvaro? –le preguntó Escarabajo con musicalidad, pero con mucho respeto.
– Déjame.
– Álvaro, contéstame la pregunta, por favor. ¿Dónde se tira la toalla?
– Uhhh… –exclamo Álvaro, subiendo sus hombros y sacando su labio inferior al chocar con el superior.
– Yo te lo digo con mucho gusto. Se tira la toalla en el boxeo. ¿Sabes lo que es el boxeo?
– Sí –dijo Álvaro, mirando a Escarabajo como diciéndole: “Pues claro que sé lo que es el boxeo”…
– ¿Por lo tanto tú estás boxeando conmigo ahora?
– No.
– A ver si lo entiendo, Álvaro. Tú con las personas con las que te relacionas, ¿haces peleas a ver quién gana, como en el boxeo? Si es así es normal que estés solo. Porque si cuando estás con alguien estás con él o ella como en el boxeo, si ganas tú te quedas solo y si gana la otra persona también.