Читать книгу La Emoción decide y la Razón justifica - Roberto Aguado Romo - Страница 9

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Capítulo 1

Ese permanente diálogo con tu biografía


Si me permites, quiero escoltarte al universo más

impresionante y grandioso en el que puedes habitar:

TU VIDA.

R. Aguado


Pedro se convierte en atrapador de almas en cuanto se coloca su peluca amarilla, algunos dicen que este color da mala suerte, pero él ya está acostumbrado a convivir con la suerte mala, hechizándola con sus palabras mágicas que curan todas las enfermedades mientras estamos vivos y, como la magia no sabe de ortografía, amarilla significa AMAR y YA, y a partir de ahí la suerte depende mucho más de las personas.

Además de su peluca, viste con zapatos gigantes; que le hacen andar despacio como si estuviera pisando un suelo de chicle, es habitual oírle decir que con estos zapatos nunca se ha caído, ya que cada paso tiene su tiempo y su espacio, mientras que cuando se los quita para dejar de ser payaso, se tropieza habitualmente por querer ir más deprisa de lo que sus pies pueden o, simplemente, por no mirar por dónde se anda. Y es que siendo payaso de un hospital hay que saber por dónde pisas y con estos zapatos eso se hace más fácil.

Su pantalón multicolor es un mono con un solo tirante que siempre coloca sobre su hombro izquierdo, el derecho lo deja libre por si alguien quiere apoyar su cabeza en él. Pedro sabe que una de las partes más importantes del cuerpo es el hombro; no hay nada como saber que tienes un hombro donde colocar tu cabeza, cerrar los ojos y dejar que pase el tiempo. Es un pantalón muy original, lo fue creando con trozos de tela que son como parches fruncidos por hilos que unen los distintos avatares de su vida. Cada trozo de pantalón es una historia vivida, como si fuera un pedazo de su biografía, un momento que como una condecoración ha sentido en lo más profundo de sus entrañas, es decir, lo entrañable.

Y su nariz es espectacular. A simple vista parece una pelota roja, pero es tan grande que cuando se le ve venir por el pasillo, PASADO y YO, parece como si fuera un faro que viene hacia ti para rescatarte de las olas que te envuelven, en ese océano de enfados que te hace sentir esa soledad que no eliges. Pedro es el último diseño de un faro, antes eran estáticos, ahora te buscan y te escoltan hasta tu destino para que no te pierdas en él.

Su habilidad es torsionar globos consiguiendo esculturas de aire cubiertas por esa pequeña membrana de látex, ya que sabe muy bien que este material tarda lo mismo que una hoja de roble en biodegradarse, ochenta días, los mismos que tuvieron que vivir Phileas Fogg y su ayudante Jean Passepartout en la novela de Julio Verne para dar la vuelta al mundo. Cada globo de látex es una vuelta al mundo, al mundo que ENGLOBA, y por ello envuelve, la verdad de la realidad con esa pimienta que tiene la fantasía de lo que nos emociona, y es que con estos globos consigue navegar por la mente y despereza los mil ojos de la esperanza.

Y es un atrapador de almas porque no tiene miedo a conocerte y por esto te mira, no solo te ve, sabe que cuando te mira, eres lo único, nada más está en su mente en ese momento, pero sobre todo sabe que si te mira te puede admirar y en ese momento puede descubrir contigo no solo lo que ya sabes de ti, también lo que no sabes de ti y, fundamentalmente, porque no sabías lo que no sabes de ti, consiguiendo en ese momento que el cuerpo desaparezca de la escena de relación y con él, su dolor, su enfermedad y su respectiva angustia, tanto que incluso el peor de los miedos desaparece por unos minutos. Pedro atrapa el alma del enfermo y le entretiene con su arte de buscar el ridículo, zarandeándose por universos que solo pueden ver aquellos que se contagian; es el universo de las almas que desnudan al cuerpo, le quitan esos nudos que lo aprisionan y, con sus globos, pueden volar fuera del hospital y recorrer esos mundos donde la muerte no importa, ya que la vida lo ocupa todo. Pedro dice que su alma descubre el alma de su interlocutor a través de una medicina fantástica, el amor en forma de risa, asombro y, frecuentemente, desconcierto. Nadie como Pedro sabe que en un mundo tan serio como es el del enfermo, lo absurdo, el ridículo, lo grotesco, el desatino, lo inesperado, lo irracional, lo poco común, nos devuelve a sentir nuestra alma, esa que nunca perece ni tiene fecha de caducidad.

El alma del payaso es capaz de conectar con la parte sana del enfermo, esa que aún existe y que habitualmente está desterrada por un clima de aparente normalidad y un ambiente emocional lleno de miedo, tristeza, culpa y rabia. Lo importante es que el enfermo tenga en él ganas de seguir viviendo y este motor solo se pone en marcha ante emociones como la Curiosidad, la Admiración, la Seguridad y la Alegría, la C.A.S.A., tal como han investigado Pilar Martín y Sonia Esteban desde la Universidad de Valladolid, siguiendo lo publicado por R. Aguado (2014) en “Es emocionante saber emocionarse”.

Pedro cuando es payaso tiene el nombre de Escarabajo, ya que dice que “es bajo y tiene mucha cara”, y cuando entra en una habitación del hospital lo hace como si estuviera nadando en un océano de chocolate de muchos colores, encontrándose con desconocidos a quienes les pregunta cosas tan difíciles de contestar como:

– “¿Tú puedes respirar con los pies?” o “¿Sabes dónde está la mona Ricarda? Se me ha escapado”.


Desde ese momento suele hacer toda una inmersión en un mundo de fantasía y despilfarro de ridículos y esperpentos que, como verdadero mago de la palabra, hace que los pacientes se disocien de su realidad hospitalaria para adentrarse en un universo donde lo único que está permitido es divertirse con la historia que Escarabajo le ofrece. Todo ello hecho a medida, según el perfil del paciente, su edad y el estado emocional en el que se lo encuentra al entrar en su habitación.

Pedro antes de entrar en las habitaciones o las salas donde los niños ingresados estudian con sus pedagogos del hospital, coordina con los responsables de enfermería la evolución de aquellos que va a visitar. En estas reuniones, ya vestido de Escarabajo, toma nota de la evolución clínica y emocional de los pacientes, como un médico más, y cuando termina sus visitas realiza un informe de lo que ha observado y se lo transmite a quien en ese momento esté coordinando la enfermería.

Leer un informe de Escarabajo es la mejor forma de adentrarse en la parte más humana del hombre. Como es de imaginar, el informe de un payaso de hospital no menciona enfermedades ni palabras médicas. En ellos es fácil encontrar frases como:

“… responde bien al susto, si le asustas te mira con una mezcla de rabia y asco, y eso le viene bien, ya que echa hacia fuera lo que tiene dentro. Está muy asustado y para sacarle de ahí, la mejor medicina es un susto de payaso, por ejemplo, comienzo a gritar ay, ay, ay, ay y, después de crear un escándalo me dirijo al niño y le digo: ¿quieres jugar a gritar ay?; es muy divertido, cada ay que gritas es como si encuentras una ocasión para decir que ahí, en tu corazón, hay muchos ayes. La mayoría de los niños al rato están gritando ay como posesos y con todas sus ganas y, cuando se cansan, su cara ya tiene una sonrisa”.

Pero en lo que más hincapié hace en sus informes es en aquellas cosas que al paciente le van bien o mal, y que no tienen tanto que ver con las medicinas que se le dan o las pruebas que se le hacen, sino cómo se le trata en cada uno de estos actos. Es habitual escuchar a Escarabajo decir que nunca hay que tratar mejor al órgano que a la persona, cada paciente tiene su necesidad personal de información y de decisión y, por esto, es fundamental que todo lo que pueda decidir él hay que respetarlo.

Cuando Escarabajo salió de su sesión de seguimiento de los pacientes con Ana, la coordinadora de enfermería de ese día, se dirigió al que en ese momento tenía más preocupados al servicio de enfermería y médico. Esta vez no era un niño, se trataba de un señor de cincuenta y tres años que había necesitado de una intervención quirúrgica para recomponerle su pierna derecha, ya que sufrió una fractura diafisaria de fémur tipo IV de conminución, necesitando una fijación externa con uso asociado de injerto óseo, todo ello con traumatismo craneoencefálico y pérdida de conciencia de dos horas que no necesitó de inducción al coma, después de un accidente con su moto.

Lo que preocupaba es que llevaba una semana ingresado y nadie se había puesto en contacto con el hospital para interesarse por él y, lo más importante, nadie lo había visitado. En su historia clínica sabían que tenía trabajo y que vivía solo, aunque hasta el momento desconocían en qué consistía su oficio, ya que tanto la psicóloga como la psiquiatra habían hablado con él varias veces. Pero Félix, que es como se llama el paciente, solo respondía con monosílabos, repeliendo hablar de cualquier cosa que no fuese su pierna y del tiempo que tendría que estar hospitalizado. Cuando Natalia, la psicóloga que le visitó, le preguntó qué pensaba de no haber recibido ninguna visita, Félix solo murmuró que quizás nadie se acordara de él, nadie lo echaba de menos. La preocupación de los facultativos estaba fundada no en el comportamiento psicológico de Félix, habitual después de este tipo de traumatismos; el equipo no tenía referencias de cómo era su personalidad antes del accidente; este dato es importante para saber su afectación cognitiva y emocional y si, debido al traumatismo, había cambiado mucho su forma de relacionarse o siempre había sido tan brusco e introvertido. Además, estas lesiones son dolorosas y llevan un período de recuperación, dependiendo de la gravedad, desde unos meses hasta más tiempo y la lesión de Félix era muy grave, por lo que necesitaban un paciente que colabore en la recuperación y que tenga un proyecto vital que le mueva hacia su recuperación, la mejor de las posibles.

– Hola, Félix. Soy Escarabajo, el payaso del hospital. Vengo a sacarte información de algo que nos preocupa y, como yo represento el absurdo, lo mismo a mí sí que me lo cuentas –toda esta retahíla la dijo con la boca muy abierta y pronunciando muy despacio, como si fuera un secreto, siempre braceando, igual que si nadara en un mar de chocolate, y andando con los pies como si el suelo fuera de chicle.

– ¿Estamos de carnaval o en este hospital hay algunos médicos que se disfrazan? –respondió Félix con gesto de enfado.

– No, Félix, no soy ningún médico. Soy Escarabajo, el payaso de este hospital. Y vengo con la intención de que me cuentes tus secretos.

– ¿Qué secretos? ¿Por qué tanta preocupación por mi profesión, o por qué no me visita nadie? ¡¡¡Curadme esta pierna!!! Lo demás qué importa.

– No es imprescindible sufrir en un proceso como el tuyo –respondió con voz mucho más adulta y serena Escarabajo.

– Vaya, ahora eres un payaso psicólogo. La verdad es que vas a conseguir que me ría, pero no porque me haga gracia lo que dices.

– ¿Cómo era tu vida hasta el accidente? –reiteró Escarabajo, con rotundidad.

– Trabajaba mucho, viajaba mucho, sentía que hacía lo que me gustaba, quiero volver a tener esa vida, pero ahora estoy aquí hablando con un payaso –era evidente la desesperación de Félix.

– Si quieres podemos trabajar y viajar si tanto te gusta. Eso se me da bien, pero dime, ¿en qué consiste tu trabajo?

– ¿En qué consiste el tuyo cuando no te vistes de payaso? –preguntó Félix retando a Escarabajo.


Escarabajo permaneció mirándolo en silencio y, en ese momento, se dio cuenta de que si quería ayudar a Félix tenía que responder a esa pregunta. Era la primera vez que iba a hacer una cosa así, pero decidió que el momento lo requería. Comenzó quitándose la bola roja que hacía de nariz, después se quitó la peluca amarilla, las dejó encima de la mesilla que había al lado de la cama de Félix y le contestó:

– Has acertado, cuando no soy payaso en este hospital, trabajo como psicólogo con mis pacientes. Te aseguro que nunca he dejado de ser Escarabajo delante de nadie en el hospital, nunca he hablado con nadie como Pedro, mi nombre, pero creo que, si quiero que me hables de ti, tengo que actuar como yo mismo. Tú también mereces que conteste a tu pregunta. Soy Pedro y mi profesión es psicólogo.


Félix quedó un poco aturdido, no es muy habitual que un payaso se desnude y te presente a la persona. El gesto de Pedro le llegó dentro, se dio cuenta de que para un payaso desprenderse de su nariz o su peluca, es tan difícil como contar su vida a un desconocido. Cuando salió del asombro, sonrió por primera vez; la situación era algo esperpéntica. Delante de él estaba Pedro con la cara pintada, un pantalón hecho con retales de telas y zapatones. Tenía delante a un híbrido entre Escarabajo y Pedro, ya que seguía pintado con sus pómulos rojos y tenía perfilados los labios y las cejas; era una situación muy singular, poco común. Después de unos minutos de silencio Félix miró a Pedro y le dijo:

– Soy maquinista-conductor de ferrocarril desde los veinticinco años, ahora tengo cincuenta y tres. Estoy separado, tengo un hijo de veinte años al que no veo y con el que no hablo desde que me separé, cuando tenía cuatro años. Nací en Oviedo, mis padres murieron cuando tenía catorce años en un accidente de tráfico, iban solos a trabajar, eran funcionarios de correos y trabajan en la ciudad, nosotros vivíamos en un pueblo a veinte kilómetros, un camión cisterna no hizo un stop y allí murieron los dos. Desde entonces viví con la familia de mi tío, hermano de mi padre, han sido como mis segundos padres, hasta que murieron siguieron en ese pueblo. Con mis primos tengo buena relación, son como mis hermanos, aunque no nos vemos mucho porque viven en Galicia.

Actualmente resido en Madrid y, aunque tengo muchos conocidos, nadie me espera en su casa, por lo que es normal que no hayan venido a visitarme, seguro que nadie sabe nada y, aunque lo supieran, tampoco tengo con ellos una relación como para que se preocupen tanto por mí –Félix estaba enfadado y Pedro sabía que le había hecho un gran regalo; este tipo de confidencias no eran habituales para Félix.

– Muchas gracias por contarme –respondió Pedro–. Según me ibas hablando tenía la impresión de estar delante de un llanero solitario.

– Bueno, solitario soy y estoy. En mi profesión llevarse bien con la soledad es prioritario, en una máquina de ferrocarril se pasan muchas horas solo, tienes que estar en turnos de 24 horas al día y puedes trabajar los 365 días del año. Me parece bien tu definición de mi persona. Soy un “llanero solitario”, porque casi siempre voy solo y, la mayoría de las veces, el tren anda por la llanura.

– Y si tiene tanta responsabilidad un maquinista, ¿cómo os dejan tan solos?

– Antes estaba la figura del ayudante de maquinista y antes de esta figura se encontraba el fogonero, en la época en que los trenes eran de vapor. Pero desde 2001, con la ley del agente único, los maquinistas hacemos nuestro trabajo en solitario, al haber desaparecido la figura del ayudante. En realidad, nosotros no somos los que conducimos, quien conduce es la máquina. Nuestro trabajo consiste en controlar la velocidad, frenar cuando es necesario y abrir y cerrar las puertas, lo demás lo realizan los sistemas tecnológicos.

– ¿Y al maquinista quién lo controla? –dijo Pedro.

– El Reglamento General de Circulación –afirmó Félix.

– ¿Es una relación hombre-máquina?

– Nunca mejor dicho, en España solo hay un 1,5 % de mujeres maquinistas y Noruega, que es el país del mundo con mayor número de ellas, no llega al 5 %. Pero, contestando a lo que me preguntas, lo peor no es la relación con la máquina, lo difícil es la relación contigo mismo. Hay que saber llevarse muy bien con uno mismo para poder estar tantas horas haciendo un trabajo que requiere en todo momento de atención, aunque, si todo va bien es la máquina la que sabe lo que tiene que hacer.

– ¿Es como si tuvieras que estar en alerta permanente? Ya que si todo va bien, es como si tuvieras que estar en alerta permanente. Y si hay un problema, éste te reactiva hasta que lo resuelves.

– No te entiendo –le replicó Félix con cara de desconcierto.

– Me refiero –inclinando Pedro su cuerpo hacia Félix– a que el estado de alerta es necesario en tu profesión cuando todo va bien; es decir, si todo funciona perfecto, tienes que estar en alerta para no distraerte, dormirte o estar empanado. Y si en ese momento surge un problema, tienes que estar activado para resolverlo. Por eso, esta profesión es una de esas en las que cuando todo va bien hay que estar muy atento y, cuando algo falla, debes tener el estrés que se tiene cuando hay que resolver un problema, sabiendo que detrás de ti hay muchas vidas o muchas mercancías. Si te das cuenta, es un trabajo que te hace sentir tensión de una u otra manera.

– No me había dado cuenta de lo que dices pero, en realidad, yo no me siento estresado en mi trabajo, voy tranquilo, me siento seguro.

– Y ahora después del accidente, ¿cómo te sientes?

– Fatal, es como si hubiese perdido mi vida. Siento que no la controlo mi vida.

– A esa sensación que tienes, un psicólogo llamado Seligman la denominó “indefensión aprendida” y, cuando estamos en este estado, percibimos que no tenemos ningún control sobre nuestro entorno, estamos a merced del destino y es habitual tener miedo y tristeza –comentó Pedro–. ¿Cuándo has vivido esa sensación antes?

– Nunca, siempre he tenido control sobre mi vida.

– No, así no –dijo Pedro–. Siente lo que sientes, si para sentir necesitas cerrar los ojos, ¡hazlo! y, aunque dejar de pensar es imposible, no estés tan pendiente de lo que piensas como de lo que tu cuerpo siente. Localiza el lugar de tu cuerpo que está más presente en este momento. ¿Lo tienes?

– Sí, mi pierna derecha me duele mucho –exclamó Félix con los ojos cerrados.

– Lo que sientes en tu pierna, ¿en qué otro momento de tu vida lo has sentido? Permite que el dolor actual en tu pierna te trasporte a un dolor similar que hayas tenido antes. ¿Dónde te lleva?

– A la primera Navidad que pasé sin mis padres, después de que murieran. Recuerdo un dolor similar cuando me acosté, era como que no me podía mover, sentía un vacío en el pecho y mis piernas parecían que eran de hormigón.

– Lo que acabas de hacer es ser consciente del permanente diálogo que mantienes con tu biografía, lo hacemos todos permanentemente, cuando estamos en vigilia y cuando estamos durmiendo, lo único es que no somos habitualmente conscientes. Es más, tener esta consciencia suele suceder cuando trabajamos en psicoterapia y, por ello, cuando tenemos un problema o nos sentimos mal. Lo ideal sería que no tuviéramos que estar mal y pudiéramos tener esta conexión y, así, saber de nuestro estado emocional, ya que este suele ser un eco de aquello que ya vivimos. Deberíamos aprender a mantener esta consciencia en momentos de bienestar, es fundamental perder el miedo a conectar con aquello que hemos vivido. Nuestra vida es un continuo y mucho de lo que hoy sentimos ya está grabado en el ayer.


Félix se quedó en silencio durante cuatro o cinco minutos, con los ojos cerrados, es como si estuviera mirando hacia dentro. Pedro ni se movió, se mantuvo en espera hasta que Félix decidiera hablar.

– A mí nadie me ha controlado nunca desde la muerte de mis padres. Yo me he controlado, pero nadie ha podido controlarme –expresó Félix.

– Me estás respondiendo a la pregunta que te he hecho antes, ¿verdad? –sugirió Pedro.

– Sí. Me has preguntado: ¿quién controla al maquinista? Y te respondo que a mí no me controla nadie, me controlo yo –dijo Félix.

– Lo que quieres decir es que nadie ha conseguido que cambiaras algo que querías hacer, es decir, nadie ha controlado tus conductas. Pero lo que te preguntaba al decirte, ¿quién controla al maquinista?, es si tú tienes control de tu propia maquinaria. Si sabes de ti tanto como para saber quién eres, si controlas el universo que tienes dentro y que te hace sentir de una u otra manera.

– Pero, ¿eso es posible? –preguntó Félix con evidente ofuscación–. Nunca me paro a pensar en cómo me siento. Quiero decir, cómo me siento de verdad. No he prestado demasiada atención a mis sensaciones sobre mí mismo.

– ¿Cómo te sientes ahora mismo? –dijo Pedro.

– Raro, incluso un poco mareado, pero tengo la sensación de que sentir lo que estoy sintiendo me hace bien, me saca del infierno en el que me encontraba desde que desperté en el hospital.

– No es necesario que sientas tanto sufrimiento en un proceso como el que tienes que vivir –reiteró Pedro, acercándose aún más a Félix–. El dolor a veces es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

– Claro, claro. Te agradezco mucho lo que has hecho por mí, Pedro. Me gustaría dormir, estoy cansado, tengo la sensación de que toda esta semana he estado luchando para no dormir, es como si permanecer despierto fuera necesario, ahora estoy agotado, quiero dormir.

– Por supuesto, amigo –expresó con una sonrisa Pedro–. Ha sido un placer, te visitaré dentro de un par de días. Y no olvides que en estos momentos tienes que hacer lo mismo que cuando conduces tu máquina, tienes que estar tranquilo y seguro, pero involúcrate con el equipo, en esta travesía no estás solo, nadie te va a molestar, nadie querrá que tú cambies; solo que estamos todos en el mismo tren y cada uno conduce su propia máquina. Descansa.


Y salió de la habitación, andando con sus zapatones de la manera más natural que pudo.

Según salía Pedro de la habitación, Félix le miro y sonrió, verle andar con esos zapatones, la peluca y la nariz en la mano era una situación un tanto grotesca y esperpéntica. Pedro sintió vergüenza, estar vestido de payaso nunca le había dado vergüenza, pero estar medio vestido es como si estuviera desnudo, abrió la puerta y mirando a Félix también sonrió. Fue como un sello que garantizaba un vínculo entre ambos.

Nada más salir de la habitación, con la sensación de haber conseguido abrir el hermetismo de Félix y, a la vez, de haberse desnudado por primera vez en muchos años, se dirigió al vestuario, se cambió lo que le quedaba de payaso y se vistió de Pedro, dirigiéndose al control de la planta. En él se encontraba Elvira, una enfermera con mucha experiencia en traumatología.

– Hola, Elvira –saludó Pedro–. ¿Me puedes localizar a Natalia o a Marta?

– Ahora mismo las llamo por el busca, ¿las esperas en el OCS?

– Bien, muchas gracias, Elvira. Allí las espero.


Pedro se dirigió hacia el OCS (Office of Clinician Support), que es la Oficina de Apoyo Médico, un lugar seguro, diseñado para hablar, para proporcionar un canal de comunicación entre los facultativos. En este lugar es habitual realizar reuniones clínicas y, también, compartir confidencias personales, se diseñó para estos menesteres.

Pedro conocía desde hacía muchos años a Natalia, que es psicóloga clínica y lleva en el hospital seis años, es una profesional que sabe trabajar en equipo y está muy especializada en el tratamiento del dolor. Marta es la psiquiatra que realiza las interconsultas del hospital y trabaja con aquellos pacientes que necesitan de una intervención con psicofármacos. Ambas habían visitado a Félix en un par de ocasiones, pero no habían conseguido un vínculo terapéutico. Pedro sabía que tenía que transmitirles su conversación con Félix y que, además, tenía que referirles que no había intervenido como payaso y sí como psicólogo.

Pedro tomaba un café, se encontraba muy nervioso, amaba desde hacía mucho tiempo a Natalia, pero en los últimos cuatro años era la primera vez que estaría delante de ella sin estar vestido de Escarabajo. Se abrió la puerta del OCS y entraron Natalia y Marta.

– ¡Oh, qué sorpresa, hoy no tenemos a Escarabajo! –dijo Marta mirando a Natalia–. ¿Qué nos cuentas, Pedro?

– Hola, Natalia y Marta –saludó Pedro con una sonrisa–. He estado visitando a Félix como payaso pero, en mitad de la conversación, me he dado cuenta de que el simbolismo de la felicidad no siempre es la mejor manera de llegar a un paciente y menos si éste tiene 53 años y un perfil de personalidad como el de Félix.

– Bien, cuéntanos –murmuró Natalia impaciente.

– Félix es una persona con una pérdida temprana muy importante, sus padres fallecieron en un accidente de tráfico cuando él tenía 14 años. A partir de ahí, ha tenido tanto miedo de volver a unirse a alguien que no ha permitido que nadie le diga lo que tiene que hacer. Es maquinista de trenes y, en este momento, vive solo, tiene un hijo de 20 años al que no ve desde que se separó y, aunque tiene amigos, nadie que le eche en falta porque no aparezca unas semanas. Es aventurero, habitualmente viaja en su moto cuando no va en su tren; es como si, mientras se mueve, fuese libre. La sensación de permanecer en un lugar le devuelve al dolor que sintió ante la pérdida de sus padres.

– Buen trabajo, Pedro –señaló Marta–. ¿Crees que tenemos que medicarle?

– Me gustaría intentar seguir hablando con él, en muy poco tiempo me ha dicho cosas muy íntimas, se ha abierto, creo que podemos ayudarle con psicoterapia mientras esté en el hospital. Quería pediros permiso, yo sé que en este hospital mi ocupación no es quitarle los pacientes a Natalia.

– Por mí no hay ningún problema, Pedro –dijo Natalia–. La suerte es que nuestro payaso es psicólogo y, como dices, hay personas a las que la alegría, el absurdo y el pensamiento mágico les ayuda mucho, para eso está el payaso; sin embargo, hay otros pacientes que necesitan hablar de persona a persona y creo que tú has conseguido, quitándote la máscara, que él se pueda quitar parte de la suya. La pregunta que me surge es si otros payasos, no siendo psicólogos como lo eres tú, se involucrarían en algún momento con los pacientes de la misma manera que lo has hecho tú.

Se notaba que a Natalia no la hacía mucha gracia que se metieran en su territorio y, sobre todo, le dolía que algunas personas crean que pueden hacer psicoterapia desde cualquier territorio o profesión. Nadie, si no es médico, manda medicinas, pero, ¿cuántas personas sin ser psicólogos hacen psicoterapia? Aunque ellos lo llamen de otra forma.

Pedro sonrió a Natalia, sabía que se había pasado de sus funciones, pero estaba seguro de que si se volviera a producir la misma situación haría lo mismo. En realidad, Félix no se abrió con ellas dos y él lo había conseguido, no respetó del todo sus labores pero, en estos casos, los límites están para superarlos, siempre que el fin y los medios que se utilicen sean honestos.

– Bueno –dijo Marta–, pues a trabajar, que todavía me quedan unos cuantos pacientes que ver. Gracias por la ayuda, Pedro, nos vas diciendo. Natalia, te veo luego.


Natalia y Pedro se quedaron en el OCS solos. Entre ellos había algo más que amistad y la pequeña reprimenda estaba más condimentada por sus sentimientos hacia Pedro, que por la importancia de que en este caso ella no hubiese podido llegar a un paciente y Pedro sí.

Ambos estudiaron en la misma facultad. Natalia siempre fue un curso por delante; Pedro, en los primeros dos años de carrera no se dedicó mucho al estudio, estaba más encandilado por el teatro y el circo, de hecho, su proyecto como payaso surgió en segundo de carrera, curiosamente, a partir de ese momento no suspendió ninguna asignatura. Pedro tiene un año más que Natalia, en unos meses cumplirá treinta y cuatro, vive solo en un estudio de Madrid y no ha vuelto a tener ninguna relación seria desde que Natalia abandonó el piso en el que vivían juntos. A partir de ese momento solo se han visto en los pasillos del hospital, reuniones, pero no habían estado solos frente a frente en los últimos cuatro años. Natalia se fue sin decir los motivos, es como esa canción de Félix Crespo que canta María Aguado y que tiene por título “No por nada”, algunos de sus versos dicen:


Me escondí en mi pasión, como en una prisión,

condenada por quererte así,

sin tener que pensar, sin buscarme un disfraz

que me aparte de ti…

Un regalo tu voz, en tu boca un adiós

y en mi ser tu mirada…

No era noche de amor, me dijiste que no por nada,

si calla mi guitarra, solo se me escucha llorar,

no era noche de nada, no, por nada…


Siempre que se han visto, Pedro se ha preguntado por qué Natalia se fue, es todo un misterio, lo que sí sabe es que, a partir de ese momento, ninguno de los dos han vuelto a tener una relación que dure más de un par de semanas. Tras irse Natalia, Pedro se quedó en esa casa sin salir varios días y el día que salió, lo hizo vestido de payaso, ahí nació Escarabajo. Lo primero que hizo Escarabajo fue ir al hospital donde trabajaba Natalia. No fue difícil que lo admitieran, él no cobra por ese trabajo, es un voluntario más, que dedica dos horas tres veces a la semana. Cuando Natalia le vio aparecer se alegró mucho, aunque nunca se lo dijo, y ahora estaban solos, como si Félix hubiese sido la excusa para que estuvieran allí. Marta, que sabía la historia los había dejado solos, todo cuadraba.

– ¿Qué tal estas? –preguntó Pedro.

– Bueno, ahora mismo siento que la emoción es como un globo que se va hinchando dentro de mí.


Natalia estaba a punto de llorar y no quería, entonces dijo:

– ¿Qué hago con todo mi resentimiento, Pedro?


Pedro, con el rostro lleno de ternura y con toda su compasión pero, a la vez, con mil preguntas en la cabeza, le dijo:

– No lo sé.


Natalia, esta vez con lágrimas en los ojos, le preguntó:

– ¿Cómo me deshago del rencor acumulado que tengo en mi vida?


Pedro respondió:

– Cárgame a mí con tu resentimiento, colócamelo a mí. Te juro que no sé qué es lo que te he hecho, pero debe haber sido muy fuerte para que tengas tanta rabia dentro, deshazte de esa rabia colocándomela a mí. La rabia, como los kilos, son una constante en la tierra, cuando alguien adelgaza, inmediatamente, otra persona que está cerca, engorda; pues bien, cuando alguien se descarga de su rabia, de su rencor, de su odio o de su resentimiento, alguien que está cerca comienza a sentir lo mismo. En este planeta el peso y la rabia son una constante, es como la energía, no desaparece, se trasforma.

– Por eso he engordado diez kilos desde que te dejé, ¿verdad? Porque me estoy comiendo mi rabia –replicó Natalia en un tono de broma.

– Bueno, los kilos a veces los cogemos para que nadie se enamore de nosotros y, así, no hay peligro de sufrir por desamor –expresó Pedro, esta vez con un tono de ironía, atreviéndose a quitar una lágrima del pómulo de Natalia–. En este momento no me preocupa por qué te fuiste, pero sí me tiene asustado lo que te he hecho para que me tengas ese rencor después de tantos años.

– Representas todo lo que deseo de un hombre y, a la vez, eres todo lo que no quiero para mí como mujer.

– Pues, explícate –exclamó Pedro en tono de “no entiendo nada”.

– Cuando estoy contigo me siento feliz, me haces reír, tienes chispa, eres genial, tienes conversación, sabes escuchar, eres el mejor amante, pero pensar que tengo que vivir toda la vida contigo me ahoga, tú me haces feliz, pero no tengo la felicidad dentro de mí cuando estoy contigo. Quizás sea yo, no lo sé. La verdad es que, después de ti, con ninguno de los chicos con los que he estado he sido capaz de sentir lo que sentía contigo.

– Pero, ¿tú eres feliz en algún momento? –preguntó Pedro.

– Sí, claro que sí. Me siento muy feliz en mi trabajo, con mis viajes, mis congresos, saliendo al campo, nadando, hablando con mis amigos; quizás, lo que me hace más feliz es cuando algo sale bien en el hospital con un paciente; me siento feliz cuando me fumo un cigarro, me tomo una copa de vino, veo una película. Estoy feliz en muchos momentos de mi vida, pero no lo consigo con un hombre. No lo conseguí contigo, terminaste siendo quien me hacía feliz, pero no era feliz cuando no estabas a mi lado, me sentía mal, te convertiste en la fuente de mi felicidad, me sentía dependiente de ti y, por todo esto, sin saber qué decir, me marché. No tenía nada que decirte. Me fui para encontrar dentro de mí, para poder localizar de nuevo en mis adentros la fuente de mi felicidad. Cuanto más feliz me hacías, menos feliz me sentía si no estabas conmigo.

– ¿Y lo has conseguido?

– Ahora no me ahogo, no sufro. Me ahogaría si te viese solo como Pedro, si veo a Escarabajo no sufro, ya que representa esa parte de ti que me gusta tener cerca, aunque puedo vivir sin ella. Escarabajo es quien me hace gracia, quien me hace sentir bien porque es ocurrente, genial, distinto, incansable; es quien me da lo que sentía contigo cuando vivíamos juntos, pero no me roba nada.. Ahora, cuando estoy delante de Pedro, sufro. Porque, para mí, como un día escuché a Aritz Anasagasti: “lo importante no es con quién quiero acostarme, lo importante es con quién quiero estar después de acostarme”. Con Pedro me apetece acostarme y disfrutar pero, todo eso que es maravilloso, se convierte en un tormento al pensar que estaré dependiendo de él toda la vida; es como si me quedara sin vida porque se la entregara.


Pedro ya no podía más, tenía un dolor en el pecho muy fuerte; entre la conversación con Félix y ahora lo que había ocurrido con Natalia estaba en el límite, sentía que podía desmoronarse y no quería hacerlo en presencia de Natalia. Pedro amaba a Natalia desde la universidad, la amó mientras vivían juntos y cada vez que la veía seguía más colado por ella; de hecho, había inventado a Escarabajo para poder estar en el mismo hospital. Escarabajo, después de estos cuatro años de vida, ha hecho muchas cosas honorables y ha ayudado a muchos pacientes y, aunque ahora Escarabajo tenga una vida independiente de Natalia, los principios fueron los que fueron. Nació por ella, aunque ahora viva por sus niños.

Pedro se levantó, se acercó a Natalia y se dieron un abrazo que duró mucho tiempo, como si Pedro absorbiera la rabia de Natalia, como si hubiese un vaso comunicante entre ambos, de tal manera que, cuanto más triste se encontraba Pedro, menos rabiosa se sentía Natalia. Salieron del OCS, Natalia se fue hacia el pasillo que comunica con planta y Pedro, en sentido opuesto, dirección a la salida del hospital. Cuando iban a girar ambos miraron hacia atrás, Natalia levantó la mano izquierda, Pedro la derecha y dejaron de verse.

El día había sido duro para Pedro, tuvo que desnudar a Escarabajo para poder conectar con Félix y, en ese mismo día, después de cuatro años, se entera de que hacer feliz a la persona que ama es lo que hace que ella se vaya sin decir adiós, sin pensar en cómo se queda él o cómo podrá recomponerse. Todas estas ideas se agolpaban en su cabeza, se sentía como si le hubiesen apaleado, había sido infiel por primera vez a Escarabajo, que fue quien le sacó de casa cuando Natalia se fue. Sabía que había hecho bien con Félix, ya que era un asunto profesional. Pero con Natalia no; había escuchado mucha racionalización, todo un discurso que podría ser una teoría delirante de alguien que se siente bien cuando la fuente de su felicidad es un cigarrillo, una copa de vino, una película o su trabajo, es decir, es feliz por lo que hace, lo que consigue o posee, pero no cuando la fuente es el chico con el que está viviendo. Se preguntaba una y otra vez si Natalia tenía el concepto de felicidad mal enfocado, pero esta misma concepción de la felicidad que Natalia predica la tienen muchas personas, para más escarnio, muchas de esas personas son profesionales de la psicología, como Natalia, o son personas con una ocupación en la vida que tienen entre sus manos la salud y gestión de otras personas. Este tipo de felicidad es la felicidad objetiva, que aparece como consecuencia de los hechos, no es la felicidad subjetiva, que tiene más que ver con ser quien eres que por lo que haces, tienes o posees. Quizás nos han dicho que tenemos que ser felices sí o sí y que, si no te sientes feliz, es que algo va mal y, posiblemente, la felicidad sea un sentimiento más, solo uno más y no el más importante. Se repetía las palabras “te dejó porque la hacías muy feliz” y se prometió que estudiaría con rigor el concepto de felicidad. Cuando a Pedro algo le hacía sufrir, su forma de defenderse era estudiar la naturaleza del hecho que sufría y enseguida recordó que había leído en un trabajo de investigación que, curiosamente, en los países donde más índice de felicidad existe, por ejemplo, Noruega, es donde más suicidios se consuman.

Con toda esta tormenta en su mente, Pedro llegó a su casa y se metió en la ducha. Lloraba más que el agua que le caía por la espalda. Se fue a la cama, quería dormir, estaba agotado, esperaba que, como tantas veces, el sueño REM le ayudara a tener a la mañana siguiente, otra forma de ver la vida. Si era imposible paliar el dolor, al menos, que sufrir fuera una opción. Pese a acostarse y cerrar los ojos no pudo desconectar. Su pensamiento, en ese momento, fue consciente del permanente diálogo con su biografía, se repetía esta sentencia: “cuando alguien se encuentra bien contigo y le haces sentirse bien, si es en el ámbito profesional, todo funciona, pero si es en el plano personal, terminan abandonándote”. De hecho, le vino a la mente lo que le ocurrió cuando tenía diez años; estudiaba en un colegio público y ese año llegó una nueva compañera que parecía muy asustada, era una niña que vestía ropa distinta a los demás, se podía decir que era una niña “pija” y eso no era lo habitual en un colegio público de barrio. Pedro recordó cómo comenzó a jugar con ella. La chica cuando estaban solos era encantadora, pero cuando había otros chicos se volvía algo repelente, como si se trasformara. A punto de finalizar el año, Pedro se enamoró de ella como se puede estar enamorado a los diez años; la emoción que se siente es bestial, pero dentro de un escenario de miradas, juegos y cuchicheos, todo muy limpio e inocente. Un día se acercó a él una señora muy bien vestida y peinada, que salió de un coche muy bonito, era la madre de la niña y le dijo:

– ¿Eres Pedro, verdad?

– Sí, señora.

– Soy la madre de Verónica –que es como se llamaba esta niña– y quiero darte las gracias por lo mucho que has ayudado a mi hija.


Y fue en ese momento, tumbado en su cama, con los ojos cerrados, cuando fue consciente de lo que significaban esas palabras, hasta ese momento nunca las había recordado de esta manera. Esa mujer le dijo algo parecido a lo que hoy le había dicho Natalia, las dos le habían dicho que las había ayudado mucho, pero después las dos se fueron, una porque sus padres quisieron, la otra porque se sentía demasiado feliz con él. Ninguna había pensado en él, nadie fue capaz de preguntarse por un momento cómo le afectaría que esa niña se fuera del colegio o que su novia saliera un día del piso para no volver. Fue consciente en ese instante de que nadie tuvo en cuenta sus sentimientos; para más inri, Natalia seguía enfada con él y lo único que él había hecho había sido quererla y hacerla feliz, de tal manera que según ella expulsaba su rabia, él la recogía.

Igual que con esa niña, se sintió como un retrete donde las personas desalojan lo que les sobra y les hace daño y él lo recibe y se queda con ello. Y esto en el plano laboral es normal, ya que no es personal lo que está sucediendo entre el paciente y el terapeuta. El paciente expresa lo que le ocurre y el terapeuta es capaz de objetivar la solución; por lo tanto, es de lo que se trata. Pero, en el plano personal, quedarse con la miseria de los demás, para que luego te abandonen, es muy peligroso además de enfermizo. El patrón de las relaciones con los demás era: él escuchaba a la otra persona, la relación hacía mucho bien al otro y luego, sin más, desaparecía, sin tener en cuenta cómo eso pudiera afectarle.

Pedro pensaba que cualquiera debe aceptar que tu pareja te deje porque se le acabó el amor, porque ya no quiere seguir o simplemente porque ha encontrado otra persona. Nadie es dueño de la relación cuando uno de los dos decide romper. Pero es difícil estar preparado para que una relación de amor que produce felicidad en ambos se rompa, hacer muy feliz no puede ser un motivo para romper, es el mundo al revés.

Francisco J. Rubia dice muy bien en su libro “El cerebro nos engaña” que lo peor que puede ocurrirle a nuestro cerebro es no tener información, ya que el vacío de información culmina con llenar ese vacío con información que el cerebro se inventa, por lo que la manera de justificar que te dejen puede terminar en un discurso delirante lleno de incertidumbre, cuando no te dicen el motivo. Cualquier muerte de un ser querido es horrible, pero una de las más horribles es la desaparición del cuerpo de la víctima. No tener información de cómo murió la persona hace que nuestra mente invente formas que pueden ser infinitamente más trágicas de la que ocurrió en realidad.

Natalia dejó de vivir con él porque la hacía muy feliz y esa felicidad no la encontraba cuando él no estaba con ella. Cada vez que se repetía esta idea, le venía con toda rabia la expresión:

– ¿Pues no es eso el amor? Sentir por una persona algo que no puedes sentir si esa persona no está contigo –se remachaba constantemente.


Según se revelaba la paradoja, y en ese permanente diálogo con su biografía, recordó cómo su madre le decía en numerosas ocasiones que las personas pueden denominarse como tales si son capaces de convivir con otras personas, si son capaces de vivir haciendo bien, si son solidarias, si hacen lo posible para hacer feliz a todo aquel que convive con ellos. Recordó que su madre le repetía que lo ideal del ser humano es que pueda sacar lo mejor de los otros. Su madre valoraba de forma suprema la capacidad del ser humano de ayudarse, comprenderse, escuchar pero, sobre todo, la capacidad de hacer feliz a todos aquellos que comparten la vida contigo. Todas estas frases que, aunque pueda parecer que caen en saco roto, son los guiones que Pedro fue escribiendo en su mente como si fuera su constitución personal, como el libro de sus leyes, de lo que es lo verdadero. Las creencias son nuestra verdad y estas son ecos de los diálogos que hemos escuchado en nuestros referentes, en este caso la madre de Pedro. Estos guiones grabados por nuestros referentes en lo más profundo de nosotros los denominó Greenberg en 1993 “esquemas emocionales”. Los esquemas emocionales son la mayor estructura interna que organiza nuestra experiencia. Brevemente, los esquemas emocionales son redes internas, idiosincrásicas e implícitas de la experiencia humana que sirven como base de la auto-organización, incluyendo la conciencia, la acción y la identidad. Estas guías de nuestro ser entran en conflicto cuando lo internalizado termina siendo desadaptado para adecuarse a un acontecimiento. En este caso, Pedro había grabado, a través de las enseñanzas de su madre, que una de las mayores virtudes del ser humano era prestar toda su capacidad para conseguir que aquellos que le rodearan se sintieran felices con él. Y esto, precisamente, era lo que Natalia, desde su esquema emocional, le había transmitido como motivo definitivo para dejarle. Los esquemas emocionales terminan siendo un conjunto de motivaciones, emociones y cogniciones que, de forma tácita, componen la brújula de nuestra vida y, desde ahí, nuestra manera de vivir.

En este caso lo que Pedro descubre cuando hace consciente lo que había heredado de su madre, en ese diálogo con su biografía, es la motivación para colocar la ayuda en el otro y vivir junto al otro como principal motor para sentir que lo estaba haciendo bien; por lo tanto, solo cuando sentía que los demás eran felices, él se encontraba seguro y alegre por ello. Su curiosidad y su admiración estaban vinculadas, dirigidas hacia estos objetivos. Por último, cogniciones como “tienes que ayudar”, “qué te cuesta ceder”, “cómo puedes alegrar el día de…” eran como notas en la partitura de la vida de Pedro. Hasta ese momento en el que Natalia le dijo lo que le dijo, su brújula indicaba que hacer feliz a los demás era la mejor forma de conseguir su propia felicidad. Y de pronto todo esto le explota y lo que vive es que conseguir hacerla feliz es lo que provocó que ella se marchase. Es un golpe en la línea de flotación. Entró en un recelo sobre su manera de entender el mundo, sentía como si su madre le hubiera hecho estrellarse inculcándole estas creencias; pero, a la vez, siendo imposible admitir que su madre hubiese querido hacerle daño, se le agolpaban otras ideas sobre Natalia, en las que la veía como una mujer que no piensa en el sufrimiento de los demás, que solo tiene como objetivo su bienestar y que está totalmente confundida en racionalizaciones que al final lo que definen es un narcisismo muy poco generoso dentro de los mínimos de la convivencia. Estaba completamente inmerso en una lucha donde sentía el odio, el rencor... Iba a ser cierto que Natalia le había donado todos estos sentimientos marcados en la emoción rabia. Hacía tiempo que no sentía rabia y ahora la sentía, una rabia de esas que te llenan los ojos de sangre, rabia hacia las dos mujeres de su vida, en formato dilema, rabia hacia su madre o rabia hacia Natalia. Cuando odiaba a Natalia sus creencias eran justas, tal como lo habían sido desde que era un niño; de alguna manera, seguir en sus creencias y colocar a Natalia como una mujer hecha un lío, era mantener vivo el discurso de su madre.

Como un tsunami, en mitad del dilema entre las dos mujeres de su vida, apareció de forma brusca en la cabeza de Pedro la siguiente reflexión:

– Y mi padre, ¿es que mi padre no me trasmitió nada? –Y por primera vez en toda su vida, se dio cuenta de que su padre fue un buen hombre, trabajador, que siempre estuvo con él, aunque obsesionado por el fútbol; se pasaba el tiempo en casa escuchando la radio, leyendo el MARCA o jugando en el bar con sus amigos una partida de mus. Pedro era hijo único.

El Padre de Pedro, Ramón, era un hombre simple en cuanto a valores en la vida, se le veía feliz, pero no estuvo en los momentos en los que Pedro necesitaba a un padre, no sabía hacerlo, estaba a su manera; en esos momentos tenía a su madre. Era habitual que Pedro fuera a decirle a su padre algo sobre el colegio o que intentara que jugara con él y que el padre le dijera:

– Luego hijo, que el Atlético va perdiendo.


Claro, tener un padre del Atlético de Madrid hace huella, sobre todo en la época apoteósica del mandato de Jesús Gil.

Mientras el padre estaba con sus quinielas y sus partidos, su madre jugaba con él. Era quien le castigaba, quien le tomaba la fiebre o le contaba historias y cuentos, incluso, le enseñaba a jugar al fútbol en el pasillo de la casa, paradojas de la vida, o iba a los partidos del colegio para verle; su padre no tenía tiempo. Su madre era una supermujer, compartía todo esto con múltiples acciones para la comunidad y siempre se la oía, “si tu padre es feliz así déjalo, es un buen hombre”.

Su madre trabajaba en un banco y a partir de las tres de la tarde se dedicaba por completo a su familia y a la comunidad, perteneciendo a varias ONG’s donde trabajaba como voluntaria. En ese ambiente nació y creció Pedro, para él el mejor del mundo, solo que ahora no lo tenía tan claro.

A menos de tres kilómetros de donde estaba acostado Pedro, Natalia tampoco dejaba de pensar en él, seguía dándose cuenta de que, cuando se fue de la casa donde vivían, algo dentro de ella le decía que necesitaba que él diera un paso adelante para que la rotura no fuese total. Sabía que el modo en que había decidido terminar era un tanto vengativo e infantil... pasó de tener una noche de pasión a recoger las cosas por la mañana y marcharse sin decir nada. Y en esa dualidad esperaba que Pedro luchara, no sabía muy bien para qué, pero la angustia la envolvía cuando imaginaba que no lo volvería a ver. Por ello, cuando apareció Escarabajo en el hospital cinco días después, su deseo se cumplió. Entró en una tranquilidad un tanto extraña, esquizofrénica, podía seguir relacionándose, aunque fuera a distancia, con la parte que la hacía feliz de Pedro, pero que no le secuestraba su identidad. Se fue conformando con los comentarios de los equipos que convivían con Escarabajo, con lo que este era capaz de conseguir con niños que estaban muy tristes, con cómo los pacientes necesitaban menos medicación y aceptaban mejor los estudios y las prácticas que precisaban cuando Escarabajo había estado con ellos. Sin duda, Escarabajo llevó muy buena vibración al hospital y para ella era como si pudiera tener cerca esa parte que no quería perder de Pedro. Como buena gallega, Natalia dejó que el tiempo eligiera el destino y no dio ningún paso para acercarse a Pedro, por lo menos para indicarle los motivos de su decisión. Las veces que veía a Escarabajo, notaba cómo Pedro desde dentro del disfraz la decía con la mirada “¿Qué ha pasado?, ¿Por qué no estás en casa?” Pero no podía hacer otra cosa que seguir con sus pacientes, las sesiones clínicas y todas sus ocupaciones. Todo muy irracional, como las cosas del amor.

Natalia tenía por costumbre cuando llegaba a casa hacer una hora de bicicleta estática. Enfrente de la bicicleta había varios bonsáis que cuidaba con esmero, la mayoría de ellos se los había regalado Pedro. Como si fuera entrando en trance, su mente dejó de sentir el movimiento de sus piernas en los pedales, dejó de sentir cómo su trasero se apoyaba en el sillín y comenzó a trasladarse al día en el que decidió marcharse. Ese día se levantó agitada y sintió, por su profesión lo sabía, un ataque de pánico. Pedro ya se había marchado a su consulta, como siempre, le había dado un beso, nada ni nadie podría presagiar que Natalia iba a realizar lo que hizo. Comenzó como una autómata a recoger sus cosas y ponerlas en una maleta. Cuantas más cosas recogía, más tranquila se sentía. Cuando le venían a la cabeza dudas o se decía “¿Pero qué estás haciendo?”, el ataque de ansiedad comenzaba a visitarla, como si fuera domándola, como si en su interior hubiese una fuerza que con el palo (ataque de ansiedad) y la zanahoria (tranquilidad) la llevara hacia el objetivo de abandonar a Pedro. Cuando tuvo todas sus cosas embaladas, llamó a una amiga que tenía una constructora y le pidió que le prestara una de las furgonetas. Su amiga Amanda no le hizo muchas preguntas, solo le indicó que hasta el mediodía no podría mandar a nadie. Natalia sabía que Pedro no llegaría hasta las ocho de la noche, era su día largo de consultas de la semana por lo que, mientras llegaba la hora de la recogida, comenzó a mirar pisos donde ir. No le costó mucho encontrar uno, la crisis hacía que en Madrid hubiese bastantes pisos y estudios en alquiler. Visitó varios y al final de la mañana estaba firmando el contrato en un estudio de la Plaza de Santa Ana, en el mismo centro de la capital, tenía dos habitaciones para ella y un cuarto de baño, qué más podía pedir. Y así lo hizo, recogió todas las cosas y a las seis de la tarde tenía totalmente colocado su nuevo espacio vital. Según pedaleaba iba siendo consciente de que a partir de un momento, en ese día se olvidó de Pedro; ni siquiera tuvo en cuenta que lo dejó sin cama, ya que era una de las cosas que había comprado ella. También lo dejó sin frigorífico, licuadora, y sin un perchero donde colgaba los enseres de Escarabajo. Estaba, en ese momento, siendo consciente de todo lo que había hecho y de cómo ignoró la angustia que pudiera sentir Pedro al llegar a casa, no verla a ella y encontrarse todo desmantelado. Incluso en este momento pensó “¿Y cómo durmió Pedro esa noche?” De lo que sí que era consciente, siempre lo fue, es de que dejó una nota de despedida en el mueble donde Pedro ponía siempre las llaves al llegar, que decía:

Me voy, no preguntes, no tengo dudas, es mi decisión, respétala. Y firmaba Natalia.

Esa fue la comunicación que hasta este momento había vivido como suficiente para que Pedro no se asustase al entrar en casa y creyera que había sucedido un secuestro con enseres incluidos.

Y es cuando brotó de sus entrañas un recuerdo aún más antiguo, más cercano al diálogo con su biografía; como un flash surgió la imagen de sus padres, dos gallegos que estuvieron siempre juntos, buena gente por separado pero que como matrimonio trasmitían sin reparo a sus hijos (Natalia tiene dos hermanos, uno varón, el mayor, Fernando y otra menor que ella, Elena) lo importante de mirar para uno mismo. Su madre decía, de manera habitual, que nadie puede ser más importante que uno mismo, que la felicidad debe ser personal, era habitual escuchar: “si algún día no me siento feliz con tu padre, no estaré con él, lo que ocurre es que es un hombre que me acompaña en mi felicidad”. A la vez su padre cuando escuchaba estas cosas a su madre, asentía como ratificando que así tenía que ser. Ambos pasaban muchos meses fuera uno del otro, su padre era marino y, por ello, estaba habitualmente cuatro o cinco meses en la mar. Cuando llegaba a casa era una fiesta, era como si la lejanía reforzara la relación, pero cuando estaba fuera, su madre seguía su vida, nunca la notó triste o melancólica como otras mujeres de marino, ella era profesora del instituto de la ciudad y tenía una vida social y familiar idéntica a la que tendría si su marido estuviera en casa. Esta forma de vivir siempre había sido una fuente de orgullo para Natalia, tenía amigas que sus padres también eran marinos y cuando entraba en sus casas el tiempo que estaban en alta mar, parecía la capilla de un torero antes de irse hacia la plaza, llena de velas, imágenes de santos, es como si la vida se cortara mientras el padre estaba navegando. Natalia le agradeció siempre a su madre que tuviera esa manera de entender la vida, quería a su marido y su marido a ella como el que más, pero nada se paraba cuando no estaban juntos. Nunca vio que su madre cambiara la rutina del día porque el padre estuviera en alta mar, solo recuerda un día que la madre andaba muy preocupada, ya que hubo un incidente en el barco en el que trabajaba el padre. Era por 1995 y los barcos gallegos recibían permanentemente el acoso de la marina canadiense en el caladero NAFO, por la captura del fletán negro. Esta crisis hizo que los congeladores portugueses se alejaran de la zona y comenzaran a capturar otras especies. Hubo momentos de mucha tensión, aviones por la noche a muy baja altura pasaban por encima de los congeladores españoles, pero todo mejoró cuando la armada española mandó la patrullera vigía y su presencia hizo que el hostigamiento declinara. Sólo en esa situación sí que vio a su madre preocupada y asustada, el resto del tiempo, en los 33 años de su vida, siempre ha sentido que, independientemente de lo que hacía cada uno de sus padres, el otro hacía lo que tenía que hacer.

Y de esta forma y con este diálogo con su biografía, Natalia se fue dando cuenta de que, para su familia, ser feliz había sido un objetivo fundamental en su educación, habían nacido en un ambiente donde la felicidad era la meta, era como el bien supremo a conseguir y que esta, además, tenía que surgir de uno mismo, que la fuente de la felicidad debía suceder dentro de cada uno. Fue consciente de su forma de entender el amor y el mundo; desde muy pequeña aprendió que la felicidad es el baremo que te indica si lo que está sucediendo es adecuado o no. Dejar a Pedro estaba muy unido a sus creencias. El único motivo para dejar a Pedro fue darse cuenta de que su felicidad dependía de convivir con él y que ese hecho chocaba con sus guiones y con sus esquemas emocionales. Esto provocó esa crisis de ansiedad y, desde ahí, su decisión, completamente irracional e injusta para muchos, pero plenamente coherente para las coordenadas de su manera de sentir cómo deben ser las cosas.

Dos formas de entender la vida teniendo como resorte conseguir la felicidad, dos maneras totalmente opuestas de buscar ese sentimiento anclado en la emoción alegría. Las dos loables, totalmente adecuadas para los valores de la sociedad en la que nacieron y crecieron. Los mundos familiares y la biografía de Pedro y Natalia tenían algo en común, conseguir la felicidad, ponerla como meta, la diferencia era la manera de conseguirlo, sobre todo la dirección de los esquemas emocionales que hacen de guía a las personas. En la mente de Natalia el lugar de control para ser feliz es interno, de lo que se trata es de conseguir una felicidad basada en uno mismo, lo importante es encontrar la fuente de la felicidad dentro de cada uno, de tal manera que, si algo o alguien te hace sentir que eso no es así, hay que abandonarlo, evitarlo o cambiarlo, ya que es un signo de dependencia emocional. Pedro, por su parte, tenía el locus de control, su lugar de control, su atribución de la fuente de la felicidad en el otro, teniendo como meta que su felicidad pase porque aquel que convive con él sea feliz, es una felicidad donada y, por ello, lo que te dice que eres feliz es encontrar que aquellos que conviven contigo son felices, como si estuviera en ti una parte muy importante de responsabilidad para que el otro consiga ser feliz.

A ocho kilómetros de ambos, Félix comenzó a pensar en la conversación con Pedro y, de nuevo dialogando con su biografía, fue entrando en ese estado en el que el recuerdo se coloca en la primera fila de la mente, siendo cada vez más consciente de cómo, al conocer la muerte de sus padres, se prometió que nadie le cuidaría. Era hijo único, permitir que alguien le cuidara era como ponerles los cuernos. Por otro lado supo que no podía hacer nada que no fuera legal, ya que sus padres habían sido toda su vida muy justos y, por ello, él se cuidaría a sí mismo; desde entonces fue un chico que no permitió que nadie le diera órdenes pero, por otro, supo dárselas él mismo, por lo que no fue muy conflictiva su adolescencia. Compartía casa y cariños con sus tíos y primos, a los que adora; sus tíos nunca pudieron con él, aunque tampoco les dio muchos disgustos, no admitió que hicieran de padres, eran sus tíos, a los que respetó y admiró hasta que murieron, pero siempre fue él su propio padre y su propia madre.

Recordó cómo paseaba por el olivar que sus padres habían comprado. Al ser los dos funcionarios de correos y trabajar en la misma oficina, tenían suficiente para vivir bien y pudieron comprar las tierras que anteriormente habían pertenecido a los antepasados de su madre y que les fueron despropiadas después de la guerra por pertenecer al otro bando. Recordó cómo al salir del colegio, él se quedaba en el comedor, muchas tardes se iba con ellos a regar o cómo en tiempo de recogida ayudaba a recoger las olivas que habían caído fuera de la manta.

No pudo despedirse de ellos, estaba en el colegio cuando llegó la directora y le dijo que saliera de clase. Fue muy cariñosa, lo abrazó y sin saber qué pasaba, con ese abrazo sintió que algo muy grave había sucedido; fue un abrazo que aún recuerda, lleno de amor y sentimiento. A partir de ahí nunca más quiso un abrazo, ese abrazo quedó impregnado con una mezcla de mucho amor y del presagio de la tragedia; cuando alguien intentaba abrazarle su cuerpo se ponía tenso, le era imposible. Todas estas memorias también son esquemas emocionales que se grabaron en lo más profundo de su mente. La vida de Félix estaba muy condicionada a tres esquemas fundamentales:

– Nadie sustituiría a sus padres.

– Sería una persona legal.

– No tendría abrazos ni demostraciones de amor, después del amor viene la muerte.


Y con esos mimbres fue creciendo Félix, con un perfil que pronto canalizó con una necesidad de vivir solo, viajar y tener una relación permanente con el campo. La ciudad le agobiaba, la gente le ponía triste y quedarse en un sitio parado era como dejarse morir. Pronto descubrió el tren, primero, como viajero, ya que desde muy pequeño, con la herencia que le había quedado, pudo pagarse viajes cuando no tenía colegio. Sus tíos al principio se preocupaban por si le pasaba algo, pero pronto se dieron cuenta de que a los caballos salvajes cuando se les deja en libertad es cuando mejor se saben cuidar; sin embargo, si les quieres meter en un box y domarles, entristecen tanto que algunos prefieren lesionarse a estar allí.

Posteriormente, el tren pasó de ser un medio para viajar al vehículo de su profesión. Aunque no tenía ningún familiar ferroviario, consiguió aprobar las oposiciones como maquinista y desde entonces trabaja pilotando un tren. Cuando no trabaja, sigue pilotando su Harley Davidson. Es un conductor, aprendió a conducir su vida desde muy joven.

Recordó cuando conoció a Elisa, con quien se casó, todo fue muy rápido. Elisa era la hija de un matrimonio que regentaba un hotel de dos estrellas, muy cómodo y limpio; en él dormía cuando tenía que hacer noche en Málaga. Después de verla crecer, a pesar de que tenía ocho años más que ella, surgió el amor entre ambos. Cuando nació su hijo Abel, Félix tenía 29 años y Elisa 25. Posiblemente Elisa vio en Félix al llanero solitario que Pedro había captado, esto la fascinó, tenía delante de ella a un Indiana Jones de verdad; ella se encontraba secuestrada por la vida en el hotel, una vida que daba una posición económica a su familia pero que a ella la ahogaba, ya que estaba cansada de hacer noches en la recepción o servir desayunos y cenas a los viajeros. Félix encontró en Elisa la ingenuidad, una persona a la que ofrecer un mundo lleno de aventuras; cuando ella lo miraba sentía cómo la respiración de la joven se aceleraba y esto hizo que la colocara en su mente en un universo limpio y lleno de vida. Sintió en ella todo lo que no había sentido dentro de él, además de que la chica estaba “para untarla en pan”, como habitualmente decía a los amigos de morada.

Abel vino muy pronto, la pareja aún no había conseguido acoplar sus ritmos tan dispares cuando apareció el pequeño. Félix no lo hizo bien y él lo sabe, siempre lo supo, no fue un buen marido y fue un padre ausente. No ayudó a que Elisa pudiera disfrutar de su nuevo estado de casada, muy pronto comenzó a llegar tarde a casa, inventaba viajes que no tenía, incluso, en algunas ocasiones dormía fuera de su casa con Elisa estando en Madrid. Todo esto lo tuvo siempre muy presente Félix, no lo descubrió en este momento dialogando con su biografía, es algo de lo que fue consciente desde el primer momento. Algo le impedía acercarse al niño, cuando lo tenía entre sus brazos no lo podía abrazar, es como si tuviera miedo de que su hijo le sintiera y después pudiera dejarle solo, como le ocurrió a él con sus padres. Félix tenía una inercia que le impedía establecer un vínculo como el que él tuvo con su padre y su madre. Cualquier psicoanalista podría interpretar que Félix no se entregaba como padre por el pánico a que si lo hacía, su hijo, si él muriera, sufriría lo que él sufrió; pero otro psicoanalista podría interpretar que esta manera de comportarse aberrante como padre, era un mecanismo de defensa. Pero lo que realmente ocurría es que tenía pánico a amar de verdad, por si algún día sus seres amados volvían a desaparecer. Fuera por lo que fuese, Félix no estuvo a la altura como compañero en el matrimonio ni como padre con su hijo. A los cuatro años, después de que Elisa le perdonara varias infidelidades, esta se fue con Abel a Málaga, volvió a su hotel que desde entonces regenta con sus hermanos y años después se volvió a casar.

La separación no fue muy cívica. Félix fue condenado a una orden de alejamiento de quinientos metros de su mujer y su hijo, después de varias denuncias por acoso telefónico y amenazas; desde entonces no supo más de su hijo y mucho menos de Elisa. Una historia difícil, ya que la culpa estuvo siempre presente en la mente de Félix; junto a la rabia, la culpa ha sido, quizás, la emoción que más veces ha sentido en su vida. Estas dos emociones solo desaparecen de Félix cuando viaja con su moto. Él se ganó solito que Elisa le dejara y ha pagado su condena. Ha vivido toda su vida con esa mochila, solo. Desde entonces no ha estado con una mujer más de dos veces, se ha convertido en una persona muy difícil de entender, que huye de cualquier relación que tenga el más mínimo compromiso. Sigue siendo un llanero solitario, cada vez más solitario. Cuando tomó esa curva llena de gravilla y la moto le dio un latigazo con la rueda de atrás, salió volando y el impacto con el asfalto y el quitamiedos hicieron todo lo demás.

La Emoción decide y la Razón justifica

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