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Dada la centralidad de la información en el nuevo proyecto utópico burgués, la prensa, que hasta el xviii estaba apenas compuesta de pasquines y libelos mayoritariamente anónimos, se convirtió en una institución, en principio independiente: “el cuarto poder”. Quizá fuese la primera de propiedad privada con vocación de participar abiertamente en el proceso de toma de decisiones sociales y políticas, un área tradicionalmente limitada al rey y oblicuamente a la iglesia.

Prensa y democracia se retroalimentaron. La introducción del sufragio, que tardó mucho en ser universal, se inició en el Reino Unido en el siglo xviii –ya en el xvii, después de una real cabeza cortada, la revolución de Cromwell colocó el Westminster, el parlamento, por encima de la monarquía–, pero para adquirir la calidad de votante había que superar unas pruebas de solvencia accesibles a unos pocos, no muchos más que los miembros tradicionales de la élite, algo ensanchada gracias a las nuevas oportunidades abiertas a funcionarios y aventureros enriquecidos en las posesiones coloniales.

A continuación, la mencionada transformación de los medios de producción dio lugar a una numerosa clase media y a una consiguiente redistribución de recursos, que en conjunto concentraba más poder económico que la aristocracia hereditaria, habituada a la toma de decisiones en selectas cortes alimentadas por rumores e intrigas. Esa nueva élite masiva, arribista y anónima, pero liderada por los potentados, requería el acceso público a la máxima información para promover la correcta toma de decisiones, incluso las de pequeños inversores y ahorradores; un número creciente de ciudadanos que por primera vez disponían de algún capital. La comunicación era imprescindible para dar forma a esta emergente “opinión pública” que, una vez movilizada, exigió ampliar el derecho al voto y hacerlo secreto para evitar presiones.

La utopía socialista diseñada para el proletariado surge como un efecto secundario, pero no menos transformador, de la revolución industrial burguesa. La paulatina alfabetización promovida por las cada vez más inclusivas instituciones de educación pública, en principio, tendía a aumentar la productividad de la fuerza de trabajo operadora de máquinas cada vez más complejas (pasada la primera era de la minería y de la rudimentaria labor textil…) y, de paso, reforzaba la cultura cívica de toda la población. Esto fue aprovechado por los movimientos obreros, que también descubrieron el potencial propagandístico de la prensa, aunque fuera en formatos más económicos como la octavilla o el “volante” antes de fundar sus propios periódicos.

The Times (ambiciosamente nacido en 1785 como Daily Universal Register) comenzó el primer día de 1788, ya con su nombre definitivo, a publicar noticias comerciales y a reportar escándalos. Años más tarde adoptaría su rigurosa política de información precisa, alineada con las virtudes atribuidas a la administración británica, inspirada en un riguroso empirismo.

Si la imprenta había lanzado la Reforma con sus biblias baratas al alcance de muchos, la rotativa patentada en 1847 hizo lo propio con la prensa al permitir ediciones masivas (fenómeno que inspiró más de una historia marcada por la exclamación de “¡Paren las máquinas!”). En efecto, la tirada de The Times, por ejemplo, pasó de 5.000 ejemplares diarios en 1815 a 40.000 en 1850.

La cobertura internacional directa se inició con el envío del primer corresponsal de guerra, William Howard Russell, a la guerra de Crimea de 1853-1856. Fue tan eficaz e influyente que el gobierno británico se enteró de las propuestas de paz rusas al leerlas en el periódico.

Por su parte, Le Figaro francés, designación basada en el personaje del barbero del mismo nombre, tampoco comenzó su andadura de forma muy seria sino como periódico satírico, más cercano a la informalidad del café y al antiguo libelo que a un discurso oficialista. Hasta hoy pervive su motto, una cita de Las bodas de Fígaro de Beaumarchais: “Sans la liberté de blâmer, il n’est point d’éloge flatteur” (“Sin la libertad de culpar, no hay alabanza halagadora”). A punto de ser clausurado por incumplir las leyes en vigor que limitaban la libertad de expresión de la prensa, Le Figaro publicó en su edición del 23 de marzo de 1856 y en primera página una solicitud de gracia al príncipe imperial… ¡que cumplía apenas siete días de edad! La ocurrencia le gustó al papá, Napoleón III, y se levantó la orden de cierre. Desde entonces pocos gobernantes han mostrado un similar sentido del humor. Que lo llamaran “el pequeño Napoleón”, a pesar de ser su estatura mucho más alta que la de su eminente tío, le hacía menos gracia.

The New York Times nace en 1852 evitando toda forma de sensacionalismo. Sin embargo, solo alcanza su apogeo popular cuando publica los detalles del hundimiento del Titanic en abril de 1912. Su cobertura de las dos guerras mundiales afianzó su prestigio y dio un salto cualitativo cuando publicó en 1971 los “papeles del Pentágono”, un estudio secreto sobre la intervención de los estadounidenses en Vietnam filtrado por funcionarios del estado. El supremo de Estados Unidos decidió que primaba el derecho de libre expresión constitucional sobre el secreto de estado.

Hoy la filtración anónima se ha convertido en un recurso fundamental de la prensa en países donde está permitida por la ley. Ese no es el caso, por ejemplo, de Gran Bretaña, democracia garantista de primera hora, donde rige una estricta “ley mordaza”. Cuando The New York Times filtró en 2017 informaciones secretas conjuntas de los servicios de inteligencia americanos y británicos sobre víctimas de un atentado en Londres, los británicos indignados amenazaron con interrumpir el intercambio de información entre las agencias de los dos países. Las filtraciones, son, sin duda excelentes fuentes, por lo demás inconfirmables, y resultan más baratas que el “periodismo de investigación”. Tienden, sin embargo, a establecer vínculos clientelistas entre políticos y periodistas, cuyos diarios, por necesidad y para conservar sus respectivas fuentes, se alinean cada vez más en una dirección partidista determinada.

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