Читать книгу Historia reciente de la verdad - Roberto Blatt - Страница 12
la necesidad de una narración
ОглавлениеNinguna información, por rigurosa que sea, deja de ser incompleta ya que posee raíces y consecuencias que se expanden en todas direcciones como ondas en el tiempo y el espacio; porque siempre se trata de una historia en evolución. Exige, para que se la considere una “unidad” informativa, poseer cierta estructura orgánica que, en parte, busca resumirse en un titular.
Partiendo de dicha indefinición narrativa, no es casual que el nacimiento de la prensa fuera contemporáneo de la popularización de la novela moderna de corte “realista”, así definida a pesar de ser producto de la ficción que, además, y mucho antes de establecerse las grandes editoriales, prosperó por entregas en los mismos diarios. Este tipo de literatura ha ofrecido al periodismo un modelo de unidad narrativa que sugiere que las noticias conforman capítulos o episodios de una novela en movimiento. En efecto, la literatura realista es la expresión de un mundo imaginable, que se ajusta a parámetros similares a los de la información propiamente dicha, relativos a eventos que podrían haber ocurrido y ser difundidos como verdaderos, pero redondeados para conformar una historia. Recordemos algunos de sus grandes exponentes: Stevenson, Hardy, Dickens, Balzac, Flaubert, Galdós, Büchner, Steinbeck, Scott Fitzgerald y los rusos de Gógol a Chéjov. En su versión extrema (Zola), el género naturalista, pretende, sin ornamento alguno y con prosa seca y puramente descriptiva emular “la vida real”, presentando un material que por su naturaleza tiene un potencial noticiable, en caso de llegar a realizarse.
Desde el siglo xix este tipo de ficción se diferenció radicalmente de la lírica, la tragedia, las antiguas leyendas y los relatos de contenido religioso, géneros que llamaremos “trascendentes” porque todos ellos están asentados en otra dimensión de la realidad, que no en la inmediata.
Si la literatura precedente reflejaba unos principios morales, ejemplares y para nada descriptivos, sino que por lo contrario informaban sobre un “debe ser”, la realista, aunque ficticia, valga la paradoja, pretende describir situaciones, conflictos y dilemas que representen los componentes esenciales de la realidad tal como es, o parece ser. Por ello a menudo se ha considerado que la literatura aporta una mirada más profunda sobre la realidad que la mera información documental, precisamente porque la organiza, preferiblemente sin adulterar su verosimilitud, de modo que puede considerarse una historia completa, esto es, dotada de información suficiente.
La aportación de la novela a la visión del mundo realista permitió ajustar la narración a un “argumento” central autónomo; convirtiéndose en una trama elaborada a partir de un fragmento limitado de una corriente de eventos que, como en la vida real, le sirven de trasfondo. De múltiples opciones, la narrativa selecciona aquellas que considera relevantes junto a detalles que estrictamente no lo son pero que definen “ambiente” y aportan credibilidad, como el papel de personajes secundarios, la descripción detallada de paisajes de fondo o de interiores. Una vez madurado, el género pudo manejar también el orden de los tiempos y echar mano del flash back, contar la historia del final al principio o en varios planos paralelos como lo han hecho Faulkner, Céline y Vargas Llosa. Independientemente de si la historia es narrada de forma lineal o no, el argumento realista que la subyace y le confiere unidad posee un comienzo, un desarrollo y un desenlace, junto a un número variable de relatos subordinados, o por lo menos fue así hasta la aparición del nouveau roman. Influenciado por ese modelo, el periodismo, a partir de sucesivas noticias en torno a un tema de interés, aspira a sugerirle al lector un argumento en construcción que, como en la novela, además de organizar el conocimiento, está llamado a provocar identificación, curiosidad y sorpresa.
Claro que los relatos de la literatura trascendente también tienen un comienzo y un final, pero con la importante salvedad de que no se construyen al extraerlos de una realidad heterogénea compuesta de conglomerados de situaciones dispares y esencialmente inconexas, sino que parten de la voluntad, o encargo, de describir diferentes aspectos de un mundo ideal, exclusivamente constituido por lo ocurrido en uno o en una sucesión de relatos libres de eventos triviales o nimios. Los mitos y las leyendas conjuran un mundo que carece de elementos superfluos: son tan completos y absolutos como irreales. La masa de detalles que ofrece la experiencia aportada por los sentidos es considerada mera ilusión. La Creación, por ejemplo, ya habría acabado con la situación primigenia de caos del cosmos y desde entonces no hay lugar para lo imprevisto, lo casual, lo accidental excepto en apariencia. Nada sobra ni se echa en falta en el Génesis, en el Bhagavad Gita o incluso en Antígona, ni siquiera los silencios, repeticiones u ocasionales contradicciones. Más bien por lo contrario, estos son considerados parte integral del mensaje, encerrando quizá su sentido más profundo. Los signos mismos del texto revelado, asegura la Cábala, están cargados de significado y es preciso descodificarlos para hallar las claves que revelan el secreto guion cósmico, tal como se manifiesta en las circunstancias más corrientes, aunque en sí mismas carezcan de toda importancia. Por evitar la ambigüedad de la mera experiencia percibida, las representaciones de todo tipo bien están prohibidas, como las imágenes humanas en el judaísmo, o bien deben cumplir convenciones formales muy ritualizadas, como las figuraciones genéricas, voluntariamente inexpresivas de Mahoma en el arte musulmán persa y otomano. La Ilíada describe sus batallas reduciéndolas a enfrentamientos y enfrentamientos singulares entre héroes y la suerte del combate atañe exclusivamente a estos y a los dioses. No hay cabida para errores (excepto en la previsión del humor de las deidades protectoras) y brillan por su ausencia el azar, los accidentes o el impacto mecánico de las evoluciones de la masa humana que compone a la simple soldadesca, que parece no existir a pesar de que su volumen era con toda probabilidad arrolladoramente decisivo.