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la invención del pasado y del futuro

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En el pasado la noción de universalidad no era aplicable a lo cotidiano, sino que estaba postergada a una infinita eternidad alcanzable post mortem, de tal forma que tanto el pasado como el porvenir eran míticos. Hasta el siglo xviii los cambios históricos eran muy lentos, imperceptibles desde una perspectiva individual. Hasta entonces, las únicas variaciones que se distinguían eran los avatares de las vidas personales marcados por la suerte o la desgracia, el “destino”, si se quiere, que afectaba exclusivamente al ámbito privado, biográfico o familiar.

Sirva como demostración del poco interés por la historia global que el primer “centenario” se conmemoró en Estados Unidos en 1876, el primero de la revolución de un país sin una historia anterior –la de los indígenas no contaba–, y no sin la mofa de los críticos ingleses del Daily Mail que constataban la súbita profusión de estas celebraciones en distintos puntos de América. Un siglo antes, los ingleses consideraban la historia como un elemento de interés meramente estético o como un signo de distinción, por ello construían falsas ruinas grecorromanas en sus jardines artificialmente diseñados para parecer silvestres…

El rápido desarrollo tecnológico del siglo xix, que se haría veloz en el xx y frenético en el xxi, permitió “la invención del futuro” como horizonte de proyectos utópicos realizables. A la par nació la fascinación por el pasado, relacionada con el afán por detectar los “principios” mecánico-racionales de la Historia, combinando a Feuerbach y Darwin, de forma similar a cómo, con Newton, se creía haber descubierto la naturaleza mecánica de la materia. James Gleick recoge en su libro Viajar en el tiempo (2017) las “fantasías” de Jorge Luis Borges: “Que el presente estado del universo es, en teoría, reducible a una fórmula, de la que alguien podría deducir todo el futuro y todo el pasado”.

Y una vez establecidas las conexiones con un pasado y un futuro objetivos, se entiende mejor la obsesión contagiosa de un Wells: una máquina del tiempo para no solo “deducirlo”, sino viajar en él en ambas direcciones.

La nueva utopía progresista, burguesa o proletaria, otorgó un papel fundamental a la información y a la formación o educación (Bildung), una herramienta esencial para permitir una aspiración casi imposible hasta entonces: la movilidad social. Esto encajaba perfectamente con la concepción de un mundo universal de homogénea constitución material, perfectamente descrito por un conocimiento científico y tecnológico que se tenía por casi completo, apenas y solo provisoriamente limitado por instrumentos de medición aún no lo suficientemente precisos. Así de optimista era la visión mecanicista del mundo antes de Planck, Freud y Einstein.

En una serie inglesa producida por la BBC que evoca la introducción de un nuevo programa informativo en el Reino Unido en la década de 1950, un personaje comentaba emocionado: “We are making the world look unbearably real” (“Estamos mostrando un mundo insoportablemente real”).

Historia reciente de la verdad

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