Читать книгу Historia de la ópera - Roger Alier - Страница 10
Un género sin visión histórica
ОглавлениеDurante mucho tiempo, la ópera fue un género de consumo inmediato y de poca perdurabilidad. Podemos estar seguros de que cuando el alemán Gluck y el italiano Calzabigi, en los inicios del neoclasicismo, eligieron un tema neoclásico para su «ópera de la reforma», en 1762, no tenían ni la menor idea de la previa existencia de La favola d’Orfeo de Monteverdi. No existía entonces todavía la noción de lo que hoy denominamos «historia de la música»: la música era un arte que se gozaba en el momento de su producción, y que podía perdurar en los teatros como puede durar una buena canción de moda… y poco más. No se reponían los éxitos de antaño, porque el cambio de gusto que se operaba en poco más de una generación hacía obsoletas las óperas del pasado, e innecesaria su recuperación. Afortunadamente, las creaciones antiguas se solían conservar en polvorientos archivos, sin que nadie se ocupara de rescatarlas, y así ha resultado posible, cuando apareció el concepto de historia musical, recuperar una parte importante de esas composiciones olvidadas, para gloria y deleite del sorprendido público de estos últimos cincuenta o sesenta años, no muchos más.
Volviendo otra vez a los años del barroco, podremos apreciar que la ópera generó una gran cantidad de posibilidades, así como de convenciones, algunas de las cuales dieron una extraordinaria brillantez a sus espectáculos. Sin embargo, con el paso del tiempo, muchas de estas convenciones perdieron vigencia, y cuando se observan con la distancia que ha dado el tiempo, aparecen como poco menos que increíbles caprichos o ridículas actitudes. Ocurre, sin embargo, que para conocer algo situado en una época remota, en un tiempo lejano, es preciso hacer un considerable esfuerzo mental para tratar de entender los motivos culturales e históricos que gobernaron esas convenciones y para ver en ellas la base de una estética que hoy nos resulta especialmente difícil de comprender, por lo mucho que ha cambiado nuestro modo de vivir y de entender los espectáculos. Del mismo modo como hemos aprendido, lentamente, a comprender otras culturas no occidentales que antes parecían «extrañas» o «incomprensibles», todo aquel que se acerque a la historia de la ópera tiene que tratar de entender otro tipo de mentalidades que fueron válidas y tuvieron vigencia durante un período artístico hoy periclitado. Que en el barroco la ópera fuera mayoritariamente un género basado en la exhibición de las facultades de los cantantes, es tan difícil de asimilar, en la práctica, como el que en estos últimos años la ópera haya caído en manos de los antes poco valorados directores de escena, que se han esforzado en poner la ópera al servicio de sus ideas teatrales —con frecuencia ajenas o poco influidas por la música y el canto— para glorificar su propio prestigio en un mundo que, por muchas razones, es actualmente muy ajeno a la trayectoria y el significado que hasta ahora había ostentado el género operístico.