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DÉJAME CONTARTE

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Cuando compites estás expuesto a las miradas del público y los jueces. Parte de la preparación para los torneos consiste en saber manejar esa presión y aprender a desinhibirte. Mi primer entrenador en la Ciudad de México lo sabía y por eso nos obligaba a bailar a todos los integrantes del equipo cuando organizaba reuniones en su casa. Si no lo hacíamos, al siguiente día nos tocaban clavados de castigo.

Desde niño evitaba bailar. Me daba mucha vergüenza y miedo. De hecho, en la primaria era de quienes se quedaban parados en los eventos de la escuela. Pero, curiosamente, después de competir en unos Juegos Centroamericanos participé en un programa de televisión llamado Mira quién baila. No es que de pronto me creyera un gran bailarín, sino que aproveché la oportunidad para tomar unas vacaciones que me ayudaran a despejarme, hacer ejercicio y desarrollar nuevas habilidades y talentos.

La verdad es que no era bueno en la pista y lo primero que pensé después de aceptar fue: “¿Cómo lo voy a lograr?”. Para cada emisión tenía que aprender dos coreografías, sentir la música, seguir los tiempos y el ritmo, entre otros desafíos. Lo peor es que podía hacer el ridículo internacionalmente, porque el programa se transmitía en todo México y parte de Estados Unidos. Llegué a sentir tanto miedo, que terminé ensayando entre nueve y diez horas al día, casi igual que en los clavados.

Cada baile era un reto, pues no coordinaba ni me salían los pasos. Me sentía muy frustrado y, a menudo, me preguntaba si tenía sentido continuar. Pero conforme pasaban los días notaba pequeños avances y eso hacía que me planteara nuevos objetivos, como aprenderme más rápido la rutina, terminar con el pie correcto o coincidir en cierta vuelta con la bailarina.

En los ensayos generales no me salvaba de los regaños. Era un desastre. Por estar pensando en la cámara, los ángulos y el público, se me olvidaba la coreografía. El día de la grabación, en el verdadero show, sentía que el corazón se me iba a salir, pero empleaba las técnicas de concentración que uso antes de una competencia, como respirar, visualizar y repetirme frases de aliento.

A veces me equivocaba de paso durante el baile o perdía el ritmo. En automático pensaba en paralizarme, quería rendirme o sentía que estaba haciendo el ridículo. Sin embargo, decidía continuar. Al ver que sí podía, pronto recordaba el resto de la rutina y me movía con más soltura. Me dejaba llevar por la canción y, cuando me daba cuenta, el baile había terminado, el público me aplaudía y los jueces me estaban calificando.

Te confieso que me preocupaba mucho equivocarme, pero en realidad los únicos que lo notaban eran los otros bailarines. Me di cuenta de que lo grave no era el error, sino paralizarme. Quizá el pie derecho no iba como debía, pero podía improvisar hasta terminar el baile. Y la verdad es que la gente ni siquiera se percataba del fallo. Hubiera ocurrido lo contrario si me detenía y me excusaba frente a la cámara: “¿Saben qué? No puedo. No sirvo para esto”.

Esa experiencia me ayudó a ver que muchos de los errores de la vida diaria no justifican abandonar un proyecto o renunciar a una actividad que nos cuesta trabajo. Los reveses también forman parte de intentar algo nuevo que no dominamos. En mi caso, me puse en una situación incómoda con un objetivo claro: enfrentar un viejo miedo. Quería vencerlo y aprender, pero eso implicaba estar abierto a equivocarme.

Le damos mucha importancia a las críticas y opiniones de los demás, pero la mayoría de la gente olvida pronto lo ocurrido. Si ganas o pierdes, al final no les importa tanto como crees. A la semana se les va a olvidar tu tropiezo, incluso tu victoria. Lo que de verdad importa es que sigas adelante. Y si te equivocas, corrige tu error y continúa.

En este capítulo quiero contarte sobre el valor de tener una meta que guíe y aterrice tus objetivos en acciones concretas. Si vas a emprender una nueva actividad o a desarrollar a fondo tus talentos, las metas son herramientas fundamentales para llevarte al siguiente nivel de desempeño. Ellas te permitirán medir y dar seguimiento a tus avances, por mínimos que sean al inicio, así como sumar pequeños logros que te ayuden a alcanzar lo que te has propuesto.

Cómo ser el mejor del mundo

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