Читать книгу Cartas de Gabriel - Rosa María Soriano Reus - Страница 11

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La merienda

—Por cierto, te quiero comentar que esta tarde nos ha invitado el Coronel a su casa para celebrar su aniversario, cumple 85 años. Me parece que no podemos rechazar la invitación, dada la situación —dijo Dª María a su nieta.

—No me apetece nada ir, y menos ahora que seremos la comidilla de Inca por la venta de la Masía.

—Sí, es verdad, pero no queda otra opción, el Coronel se ha portado muy bien conmigo siempre y no podemos negarnos —dijo con gesto de resignación —. Te informo que irá la élite de Inca y de Palma, el Coronel tiene amistades muy ilustres y de todos los signos políticos. Las hermanas Emilia y Esperanza son hijas del Coronel Rotger, fascista y muy estricto en sus ideas y moral. La menor de las hijas, Emilia, fue jefa de la falange y adoctrinó a muchas chicas en la moral cristiana y en la doctrina de la falange. La mayor, Esperanza, era muy sobria y callada, se dedicaba a coser, bordar y cocinar para su padre. Las dos permanecieron solteras como ejemplo de honestidad y buena moral cristiana. Cuando el Coronel falleció, ellas siguieron codeándose con la élite de Palma y sobre todo con las familias de los militares.

—Nos vamos a divertir en una reunión de militares y altos mandos de los dos bandos, los vencedores y los vencidos. Puede ser algo explosivo y a la vez inquietante e interesante —respondió Teresa en tono sarcástico.

—Supongo que será la última vez que lo visitemos antes de irnos definitivamente de La Masía, ya que la semana próxima todo habrá finalizado. Será el último esfuerzo que tendremos que realizar en Inca. Al final será una experiencia más en nuestras vidas y pasará al olvido. No te lo tomes así y disfruta del momento, quizás se te presente la oportunidad de conocer a personas interesantes y que te puedan dar más información de Gabriel.

Teresa no se podía creer que su abuela se encontrase tan receptiva, cuando estaba a punto de perder lo que más quería, todos sus recuerdos se hallaban en aquella casa. Al mismo tiempo se mostraba colaboradora y comprensiva con ella en la búsqueda de más información sobre la vida de su abuelo.

La tarde plomiza y gris auguraba mal tiempo como si presagiara que el ambiente iba a ser tormentoso.

Era la tercera vez que iba a visitar el castillo del Coronel, como así lo llamaba. No sabía qué vestido ponerse y qué actitud mostrar, tendría que utilizar una máscara de buena educación y hacer teatro para comportarse correctamente y no salirse del guion. Esto no iba a resultar fácil en un ambiente tan constreñido y al mismo tiempo reencontrarse de nuevo con Ramón después de algunos días sin verlo por decisión propia.

Llegado el momento, Teresa decidió optar por una falda y blusa sencillas, para no llamar la atención y pasar desapercibida, pero, al mismo tiempo, eligió colores vivos que bien combinados le daban un toque de elegancia y sofisticación. Su abuela eligió un vestido con mucho estilo y se engalanó bien con todas sus joyas, le gustaba mucho llevar pulseras, collares y anillos para realzar sus encantos. Había que reconocer que era una mujer de presencia y poderío que saltaba a la vista, y a ella le gustaba llamar la atención y ser el centro del acontecimiento.

Al llegar, el Coronel les abrió la puerta personalmente, dado que era aún muy temprano y se encontraba en el comedor casualmente, por estar el servicio muy ajetreado con todos los preparativos de la merienda. Les agasajó con su galantería y les indicó que se acomodaran donde quisieran. Les comentó que se alegraba mucho de verlas y que le gustaría que la adquisición de La Masía no empañase su amistad, con un tono sincero y al mismo tiempo alegre.

—Hoy es un día muy especial para mí y por ello he reunido a antiguos colegas de profesión para revivir momentos gloriosos de nuestro país, y quiero que se sientan a gusto en mi casa que siempre será la suya.

Su discurso no extrañó a las invitadas que conocían de sobra la labia del Coronel y sabían que le gustaba quedar bien con todo el mundo.

Teresa se mostró cordial y simpática para no levantar ningún tipo de interés en el Coronel y observar tranquila aquella reunión enmascarada de militares que aprovechaban cualquier acontecimiento para rememorar sus glorias. Era de sobra conocida la afición del Coronel por aquellas tertulias hasta altas horas de la noche, donde se recreaban escenas vividas, acompañadas de alcohol y filmaciones de la guerra civil y de la batalla del Ebro.

Poco a poco, los invitados fueron llegando con rostros muy variopintos y semblantes alegres. El servicio, muy preparado para estas ocasiones, iba colocando a cada invitado en un lado de la mesa del comedor, dejando el centro para los más allegados. Teresa y su abuela se quedaron en el centro de la mesa por ser personas muy apreciadas para el Coronel y, cuando faltaba poco tiempo para comenzar la merienda, se presentó su nieto Ramón con un aire desenfadado e informal.

—Buenas tardes a todos los invitados y disculpen la tardanza, pero estaba en el bosque realizando un estudio sobre los pájaros utilizando ajonje y me he perdido por un camino agreste.

El Coronel intentó disculpar a su nieto con un comentario sobre los jóvenes y su ensimismamiento propio de la edad que la mayoría entendieron perfectamente.

Teresa estaba inquieta y sin saber cómo comportarse en un ambiente tan encorsetado y anacrónico. Se encontraba expectante como un centinela de guardia para observar cada gesto y movimiento de aquellos ilustres invitados.

La mesa la presidía el Coronel y su íntimo amigo el teniente Juan Cerdá, republicano que sirvió en su regimiento durante la guerra civil. De aspecto robusto y prominente andorga, calvo y con una frondosa barba, era el prototipo de un sirviente de labranza, campechano y afable. Resultaba curioso que, tal personaje, hubiese sido un teniente reconocido y que hubiese empuñado un arma, cuando daba la impresión de ser una persona incapaz de matar a nadie.

A su lado, un par de militares de semblante pálido y enjutos, se reían de manera estrepitosa acerca del famoso anuncio de la coca cola, donde se divisaba una playa desierta y de pronto por arte de magia aparecía una botella de esa bebida mágica para dar energía y así poder encontrar la solución mejor para regresar a la civilización. Era una escena más bien sacada de un film de Buñuel con elementos cómicos e histriónicos. Los personajes se movían muy deprisa pasando de una secuencia a otra sin apenas dar por concluido ningún tema. Sus risas llegaban a ser tan estridentes que acaparaban las miradas de los asistentes con cierta admiración y júbilo.

El Coronel estaba pletórico y se sentía orgulloso de haber reunido a un grupo tan selecto bajo su techo. Aquel día sería memorable y pasaría a la posteridad. Hacía mucho tiempo que no se reencontraba con muchos de los allí presentes y para él, era un honor que hubiesen acudido después de tantos años.

La mayoría de ellos eran octogenarios y el paso de los años no había sido muy clemente; sus rostros marcados por las arrugas y su pelo blanco eran el signo visible del envejecimiento. Sus miradas inquisidoras y expectantes revelaban el don de mando que habían tenido y su constante desconfianza.

La élite la formaban una quincena de generales, tenientes y coroneles de la brigada republicana que eran de diversas regiones de España. Las únicas invitadas femeninas eran las hijas del Coronel Rotger, que se mantenían al margen de la conversación de los varones, estaban más preocupadas por engullir todo lo que había en la mesa que por atender a las normas de cortesía y decoro. Se quedaron en un extremo de la mesa siempre juntas y atentas a las exquisiteces culinarias y a la decoración de la casa; su mundo se reducía a unas cuantas invitaciones y a atender la casa como buenas cristianas. Todo estaba muy bien organizado como si de una batalla se tratase y el error no era probable. Los allí presentes estaban acostumbrados a unas normas estrictas, eran personas educadas con ideales que habían superado la derrota de la guerra y ahora vivían de los recuerdos y de su experiencia.

El Coronel había bebido bastantes copas de vino y sus ojos brillaban de forma especial. Entonces, empezó a hablar sobre la famosa batalla del Ebro, comentando que el mejor estratega del ejército republicano fue el general Vicente Rojo, héroe como Miaja de la defensa de Madrid y quien ideó un plan para salvar la situación, es decir, volver a pasar el río Ebro y atraer a las tropas que acosaban Levante. Todos le aplaudieron con gran entusiasmo reconociendo que en la contraofensiva contra el ejército franquista fallaron los apoyos y por eso el fatal desenlace.

En ese momento Ramón levantó su copa para proponer un brindis por su abuelo para que el próximo año se pudieran reunir otra vez para celebrar un cumpleaños más.

La conversación derivó en el tiempo tan variable que estaba haciendo en Palma ese verano y que apenas llovía. La tertulia fue decayendo hasta finalizar con la basura televisiva y los pocos valores que se inculcaban en los medios de comunicación.

—A veces pienso que hemos retrocedido en vez de avanzar y que la sociedad es más inculta y retrógrada —añadió el Coronel.

Ramón se levantó y pidió a Teresa si lo acompañaba a dar un paseo por la casa, que le quería enseñar algo. Teresa sorprendida y taciturna, observada por todos los presentes, salió de la mesa para seguir a Ramón hacía la habitación contigua.

—No te preocupes, ya estamos solos —dijo Ramón con una sonrisa pícara.

—Me has dejado en evidencia delante de todos —respondió muy alterada.

—Te he salvado de una tertulia tediosa. Eres una desagradecida.

—Tú no tienes derecho a decidir por mí —dijo con el ceño fruncido.

—Cuando te enfadas estas más guapa y me gustas más —dijo cogiéndola por el hombro.

—Necesito hablar contigo a solas antes de que te vayas, quiero enseñarte algo importante.

—Siempre me convences para que te escuche, supongo que merecerá la pena lo que me vas a contar —dijo Teresa con gran interés.

—He encontrado por casualidad una carta que tenía guardada mi abuelo en un cofre y habla de tu abuelo Gabriel.

—No puede ser, no sabía que tu abuelo lo conociese —respondió con cara extrañada.

—Parece ser que Gabriel, en el frente, conoció a un chico llamado Enrique con el que tuvo gran amistad, los dos eran muy humanos y sensibles. Enrique era sobrino del Coronel y, al igual que Gabriel, no era de ninguna ideología política y se acababa de casar hacía poco tiempo cuando estalló la guerra. Cuando murió, el Coronel encontró en casa de su hermana las cartas de Enrique y se las quedó como recuerdo de su sobrino. En las cartas menciona a su amigo Gabriel y su gran lealtad y honradez. Comenta que, cuando pasaron por un río, bebieron agua y, después, se enteraron de que en ese río habían permanecido muertos varios días un regimiento de soldados y que el agua estaba sucia y olía mal. Gabriel, al enterarse, no paró de vomitar y permaneció varios días sin comer ni beber nada.

—Gracias por contarme todo esto, pero necesito ir con mi abuela —respondió Teresa con semblante pálido.

—No sé lo que te pasa, pero estás muy arisca conmigo.

—Lo siento, tengo que acudir al salón.

Teresa estaba perpleja por la información que acababa de recibir y no salía de su asombro. El Coronel tenía cartas que hablaban de Gabriel. Cada día recibía novedades que le costaba asimilar.

Al regresar al salón, su abuela le dijo que la merienda estaba acabando y que solo faltaba la torta de cumpleaños pero que quería irse cuanto antes. Con su mirada pudo adivinar que en su ausencia se había sentido muy sola y que nadie había hablado con ella, las hermanas se encontraban en el otro extremo y el Coronel demasiado ocupado en distraer a sus amigos. Aquella casa era fría y poco acogedora, se notaba que solo habitaban hombres y que apenas recibían visitas femeninas.

El Coronel no tenía ninguna sensibilidad ni delicadeza para tratar a las mujeres y pensaba que la mujer estaba hecha para obedecer y someterse al hombre. Su abuela no podía soportar el autoritarismo de aquel hombre, ella que siempre había sido libre y fuerte.

En el camino de regreso, las dos permanecieron en silencio cada una con sus pensamientos y sus sombras, apenas se distinguían en la inmensidad de la noche, andaban como por inercia y su mente libre se alejaba de su cuerpo para evadirse de la realidad.

¿Qué les estaba ocurriendo? ¿Cómo podían evitar todo lo sucedido? ¿Eran esclavas de su destino?

El camino se les hizo eterno y tortuoso hasta llegar a La Masía y no podían parar de pensar en todo lo que había acontecido en casa del Coronel. Era como una pesadilla tener que relacionarse con aquellos militares atraídos por el afán de protagonismo y las ganas de sobresalir, escuchar sus carcajadas, sus gritos y sus miradas altaneras. Sin embargo, las invitadas supieron estar a la altura de la ocasión y comportarse correctamente.

Cartas de Gabriel

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