Читать книгу Cartas de Gabriel - Rosa María Soriano Reus - Страница 7

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La llamada

Aquella mañana, Teresa intentó refugiarse en el desván aprovechando la ausencia de su abuela y su estado de ánimo melancólico. Al entrar, tuvo que sortear una tupida tela de araña que le indicaba que el lugar seguía sin ser frecuentado y que era la única persona en mucho tiempo que lo visitaba. Todo seguía igual, era como si el tiempo permaneciese inmóvil en aquel espacio y todos los objetos quedasen inmortalizados.

¿Qué estaba buscando? ¿Qué quería encontrar en aquel cementerio de fósiles?

Remover el pasado y resucitar los fantasmas escondidos en La Masía durante su época gloriosa no era tarea fácil y suponía enfrentarse a su abuela y hurgar en la herida de su vida.

Se encontraba allí, dubitativa, dando rienda suelta a sus ideas, cuando de repente sonó de forma insistente el teléfono. Bajó las escaleras lo más pronto posible y al descolgar el teléfono, escuchó una voz grave que arguyó: «Señora María, el Coronel ya está de acuerdo, solo falta que usted se decida. El precio es el convenido y ha de tener en cuenta que la casa es vieja y no está reformada».

—Yo soy su nieta, en este momento no se encuentra en casa.

—Perdón, si puede le da el recado.

—¿Quiere decir que mi abuela va a vender La Masía?

—Así es, y puede estar contenta ya que el Coronel le va a pagar al contado. Bueno, dígale que he llamado y que se decida pronto. Me llamo Juan, de la inmobiliaria Forteza.

—Descuide, ya se lo comunico —dijo Teresa, apenas sin poder articular las palabras.

Al colgar el teléfono, se sentó en la butaca de su abuela y con la cara desencajada intentó encontrar sentido a la información que había recibido. No podía entender nada y entonces recordó el día en que su abuela salió de forma precipitada de La Masía para acudir a una cita en el paseo del Borne, allí empezó todo, o quizás antes.

¿Por qué su abuela quería vender aquella casa tan querida y con tantos recuerdos?

¿Tenía problemas económicos y se veía obligada a ello?

¿Los recuerdos la abrumaban y quería desprenderse de la huella de su pasado?

¿Cuál era el verdadero motivo?

Teresa se encontraba confusa y decepcionada, sus ilusiones se disipaban como pompas de jabón. Si la compra se efectuaba pronto, quizás tuviese que regresar a Palma antes de lo previsto. Aquel verano se presentaba lleno de incógnitas que tenía que resolver a medida que se sucedían los acontecimientos. El tiempo jugaba en su contra, como si de un maleficio se tratase para obstaculizar sus propósitos y no poder conseguir desliar la madeja para llegar al principio. Necesitaba saber más de su familia y La Masía era la clave, la madeja para poder tirar del hilo y hallar respuestas a todas sus preguntas.

Sumida en sus pensamientos, de pronto escuchó una voz tarareando una canción, era la voz de Ramón que canturreaba una melodía de la verbena. Se emocionó y se levantó súbitamente para acercarse al espejo de la puerta, su rostro pálido y su melena despeinada la horrorizaban, en ese momento no se encontraba con ánimo para hablar con él, se sentía engañada, traicionada por su abuela, por el Coronel y por su nieto. A pesar de su insistencia, la puerta permaneció cerrada, sin embargo, Ramón, no se rindió con facilidad y lo intentó por la ventana. El golpeo de los cantos sonaba incesante y retumbaba en la casa como un eco. Teresa sabía que al final tendría que ceder. Al abrir la puerta, Ramón se coló por ella como una lagartija buscando la tan ansiada morada y, con una sonrisa maliciosa al conseguir su objetivo, resopló de satisfacción.

—¿Qué tal estás? No sé nada de ti desde el baile y estaba preocupado.

—Déjame que lo dude, ya que tu abuelo y tú estáis muy ocupados en otros menesteres.

—No sé a qué viene ese comentario, parece que hablas en clave —respondió Ramón con el torso bien erguido.

—Claro que lo sabes y muy bien, me refiero a la compra de esta casa —dijo Teresa con un tono muy enfadado.

—¡Ah! Me he enterado esta mañana y no me lo podía creer. Al parecer tu abuela vende La Masía y mi abuelo está interesado en comprarla.

—La verdad es que no sé si creerte, ya que todo el mundo me oculta información.

—¿Quieres decir que tu abuela no te había dicho nada del tema? —preguntó con cierto asombro.

—Así es. He recibido una llamada de la inmobiliaria hace media hora y ha sido muy desagradable enterarme de esta forma.

—Lo siento mucho, pero yo no tengo nada que ver en esto.

—Puede ser, pero no estoy de humor para hablar con nadie.

—Muy bien, pues me voy, pero me tienes que prometer que mañana acudirás a la entrada del bosque, te tengo que enseñar algo importante. Por favor, acude a la caída del sol y descubrirás algo inédito y sorprendente. Te espero y no me falles, querida Teresa.

Al despedirse lanzó un beso al aire y luego susurró la canción de la verbena.

Teresa no sabía qué pensar de Ramón. Siempre aparecía en los momentos más inesperados y su presencia en parte la reconfortaba.

¡El amor era un misterio!

¿Qué le pasaba cuando escuchaba su voz?

Sin embargo, al mismo tiempo la alteraba y prefería no verlo para no hacerse ilusiones y que nada la pudiese distraer de su objetivo. Ahora, abuelo y nieto, serían dueños de una morada que había pertenecido a su familia y esto no le gustaba, por lo tanto prefería distanciarse de Ramón y que cada uno siguiese su camino.

Al día siguiente, el aire cálido del atardecer le pedía salir a la calle y refugiarse en la frondosa vegetación de aquel idílico paraje. El viento susurraba la canción de la verbena en la cabeza de Teresa, sin embargo, ella no deseaba acudir al encuentro y decidió quedar con Juana en el pueblo para tomar un refresco. Se encontraba algo intranquila y no podía olvidar aquella llamada de teléfono, absorta en sus pensamientos escuchó la voz dulce de Ramón.

—Teníamos una cita a la caída del sol —dijo con cierto tono molesto.

—No he podido acudir —respondió con resolución.

—¿No has podido o no has querido? Era algo importante para tu investigación.

—¿Qué investigación? —preguntó con extrañeza.

—La que tienes en mente sobre tu familia.

—Yo no te he dicho nada —espetó Teresa con un tono de sorpresa.

—Lo he deducido de tus comentarios, te he estado observando.

Juana no entendía nada y se encontraba en medio de aquel diálogo que más bien parecía una pelea de enamorados.

Se levantaron y en la calle siguieron discutiendo, sin percatarse de Juana, que intentaba comunicar a Teresa que se tiene que ir.

—Lo siento Juana, pero no te he presentado a Ramón, nieto del Coronel Solivellas que conoce a mi abuela.

—Encantada.

—Creo que tiene prisa —con ironía comentó Teresa.

—Pues no, ya que he perdido la tarde por una persona que no tiene palabra, ahora tendrá que resarcirme de algún modo. Pienso que ha sido una pena perderse algo tan interesante por un simple enfado infantil.

—Bueno, yo me tengo que ir —arguyó Juana—. Hasta pronto y tanto gusto.

—Eres odioso y un maleducado —dijo enfadada y malhumorada.

—¿Me vas a decir por qué me has dado plantón?

—No me apetecía verte y punto.

—No me convence tu respuesta.

—No te puedo dar otra. Lo siento, pero tengo prisa.

—Muy bien, pero al final tendrás que recurrir a mí.

—Muy seguro estás de lo que dices —dijo con desconfianza.

—Estoy seguro —respondió Ramón con resolución.

Teresa no quería continuar la conversación e hizo ademán de irse, cuando de repente Ramón la estrechó entre sus brazos y le susurró la canción de la verbena. Ella permaneció un rato inmóvil sin aducir palabra hasta que el sonido de las campanas de la iglesia retumbó en sus oídos para hacerla volver a la realidad y despertar de aquel instante dulce y fugaz, una quimera que no se podía permitir.

Al alejarse de Ramón, sus facciones seguían vivas en su recuerdo, congelado en aquel breve momento de felicidad y sus pasos lentos traicionaban su razón. Cada encuentro con Ramón era una gran lucha interior y el destino inevitablemente la avocaba al reencuentro.

Al llegar a La Masía y no ver a su abuela, pudo deducir que se había enterado de la llamada por la nota que encontró en el recibidor y que estaba en casa del Coronel. Era evidente que su abuela se veía en la necesidad de vender La Masía lo antes posible y por eso tanta urgencia y misterio.

En aquel momento se sintió sola y apesadumbrada pensando que nadie era capaz de confiar en ella y que aún la consideraban una niña que no tenía capacidad de entender los problemas de los adultos. Esto le producía cierta tristeza y no entendía el comportamiento de su abuela ni del Coronel. Se sentía traicionada por todos y solo deseaba hablar con su abuela y que se sincerase sobre los verdaderos motivos de la venta de la emblemática Masía.

La noche cubría con su negro manto el hermoso paisaje de frondosa vegetación y las estrellas iluminaban como luciérnagas el camino angosto y salvaje. La tardanza de Dª María inquietaba a Teresa, que no sabía qué pensar y se distraía ordenando su habitación y escuchando música.

Al sonar el teléfono Teresa se estremeció y, rauda, acudió a la mesita donde se encontraba situado justo a la entrada de la casa. Se trataba del Coronel Solivellas que quería informarle que a su abuela le había dado un mareo y de momento se tenía que quedar un rato más en su casa. Teresa, sin mediar palabra, colgó el teléfono y se preparó para salir hacia la morada del Coronel. El camino abrupto y solitario le daba cierto reparo entrada la noche, sin embargo, resuelta, siguió hacia adelante hasta que se encontró con una bifurcación y la invadió la duda, tan solo había estado una vez en casa del Coronel y acompañada de su abuela a plena luz del día. Se encontraba perdida en medio del monte y no sabía por dónde tirar. A lo lejos, le pareció escuchar un susurro pegadizo, y, cansada, se sentó en una piedra para reponer fuerzas. En ese instante vislumbró una sombra y, asustada, comenzó a gritar, sin embargo, una voz suave y dulce le tapó la boca. Era Ramón, que acudía en su auxilio al escuchar a su abuelo hablar por teléfono con Teresa e imaginarse que ella acudiría a casa del Coronel. En un arrebato la cogió en brazos y como un peso ligero la llevó hasta un sitio seguro donde el camino resultaba más transitable y menos peligroso. Teresa, apabullada y desconcertada, no opuso resistencia, arropada por los brazos fuertes y enérgicos de Ramón que la condujeron sin peligro al lugar donde se encontraba su abuela.

—Muchas gracias —dijo esta avergonzada por su comportamiento anterior —. He de reconocer que siempre apareces cuando necesito ayuda.

— Soy afortunado de poderte ayudar —comentó él con una gran sonrisa en los labios.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con tono preocupado.

—Parece que tu abuela se ha fatigado bastante y se encuentra muy alterada por el tema de la venta de la casa —explicó con las manos en los bolsillos y un tono desenfadado.

—Yo tampoco se lo pongo fácil —dijo mirándole a los ojos y con voz dulce.

—Es normal, tú necesitas respuestas que de momento tu abuela no te da —dijo con ademán de seguridad.

—Es curioso que sepas tanto de la psicología humana y, sin embargo, no me conozcas nada.

—Eso es lo que piensas, que no te conozco, pues estas equivocada ya que puedo adivinar tus pensamientos y deseos más fervientes.

—Mejor vamos a dejar el tema que estamos llegando.

—Muy bien, pero necesito saber por qué me rehúyes cuando sé a ciencia cierta que te agrada mi compañía.

—Es mejor que no nos veamos más —dijo Teresa con nostalgia.

—No estoy de acuerdo y pienso insistir.

Al llegar a la morada del Coronel, la noche cerrada, agazapada en las sombras de los árboles, imponía su ley, su silencio era sagrado y tan solo el murmullo del viento al rugir soliviantaba su sueño. Aquella casa parecía un castillo fortificado y amurallado al que solo podían acceder algunos privilegiados. Su abuela era una invitada especial y su presencia allí no era fortuita, el Coronel sentía algo especial por ella desde hacía mucho tiempo y ella lo sabía. El Coronel era hombre de honor y no quería insistir más en avivar la llama de atracción por aquella mujer al notar que solo podía aspirar a una mera amistad. Dª María seguía enamorada de su marido y único amor, nadie podía sustituir a Gabriel por muy sola que se sintiese a veces, y por muchas dificultades que le sobrevinieran. Su amor y fidelidad estaban por encima de todo y su recuerdo la hacían fuerte.

Teresa se encontraba desfallecida y exhausta, por lo que no tenía ganas de hablar mucho, se quería limitar a ver a su abuela y reconfortarla. Sin embargo, el Coronel insistió en que Teresa cenase con ellos y que con un tiempo tan adverso lo mejor era que pernoctaran esa noche allí. Al escuchar las palabras del Coronel, Teresa empezó a encontrarse mucho peor y sus mejillas palidecieron aún más. Se encontraba en un callejón sin salida y lo peor era que solo podía resignarse, dada la situación. Su abuela, tumbada en el sofá del salón, apenas tenía fuerzas para levantarse. El destino burlón la había colocado en una situación violenta a la que se resistía cada vez más y a la que se encontraba avocada.

Su abuela poco a poco se iba reanimando y, entonces, una sirvienta entró en el salón para indicarles que la cena estaba lista.

El comedor, inmenso y majestuoso, parecía un museo con todo tipo de cuadros, retablos y esculturas que acompañaban a los comensales y agradaban su vista.

Todo resultaba enigmático y al mismo tiempo irreal, de otra época, como si de repente Teresa, por un hechizo, se hubiese transportado a los años 50.

¿Era realidad o ficción? ¿Realmente se encontraba allí o estaba soñando?

Era difícil responder cuando todo lo que la rodeaba le indicaba que se encontraba en un lugar ancestral.

El Coronel no cesaba de hablar y agasajar a sus invitadas y Ramón observaba a Teresa sin mediar palabra. Sus ojos hablaban por si solos y le decían que estaba muy contento al poder disfrutar de su compañía y velar sus sueños por una noche respirando bajo el mismo techo. Ella, desconcertada, retiraba su mirada y se centraba en la comida y en la actitud de su abuela que parecía triste y desolada por la decisión que había tenido que adoptar de vender La Masía.

Al pasar al salón, su abuela comentó que prefería retirarse a descansar al tener costumbre de acostarse muy pronto. El Coronel no insistió, a pesar de su afán por gozar un poco más de su compañía, por lo que decidió ausentarse pronto a su habitación.

Teresa y Ramón se encontraron solos en aquel salón grande y sombrío. La noche cerrada y tormentosa rugía con alaridos y el resplandor de los relámpagos iluminaba sus rostros que exhalaban pasión y, poco a poco, sus labios se juntaron y se besaron. Ramón la abrazó con fuerza y le susurró al oído que no se podía huir de un sentimiento tan fuerte y profundo, que no se resistiera y se dejara llevar. Era su noche. Teresa al final sucumbió a sus brazos y sus cuerpos se fundieron en uno, tumbados los dos en la alfombra al lado de la chimenea.

Ramón, entrada la noche, la acompañó a la habitación de invitados y desapareció sellando un beso en sus labios.

La mañana amaneció nublada y húmeda. El paisaje otoñal evocaba el preludio del invierno, sin embargo, se trataba del final de agosto, y, por tanto, las tormentas en ese periodo duraban poco. La habitación, grande y austera, había pertenecido a una hermana del Coronel, una mujer recia y solitaria dada a la contemplación y a la vida mística. Nunca se casó y vivió en aquella casa hasta su muerte. Le gustaba leer libros de vidas de santos y poesía de los grandes escritores místicos como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Refugiada casi siempre en aquella habitación, como una monja de clausura, rezaba por la paz en el mundo y por su hermano durante la contienda bélica de la guerra civil. En ella había dejado su impronta y su legado a modo de cartas, retablos, rosarios, cruces. Santificada y bendecida con una estampa del Papa Juan XXIII en la cabecera de la cama.

Una vez preparada, Teresa bajó al salón para ver si su abuela estaba despierta. Por la escalera se tropezó con el Coronel que le preguntó si había dormido bien y le comentó que su abuela se encontraba en el salón mucho más recuperada. Teresa asintió con una sonrisa y aligeró el paso para encontrarse con su abuela. Al verla con buen tono de cara y sonriendo con Ramón, se encontró esperanzada y con fuerzas para afrontar lo que el destino les deparara. Se unió a ellos para participar de su buen humor y descubrió que Ramón estaba radiante de felicidad y le brillaban los ojos de una manera especial al igual que a ella. Su abuela se percató de que entre los dos había algo más que una mera amistad y se alegró mucho por su nieta a la que quería con locura a pesar de haberse distanciado últimamente de ella y dar una impresión equivocada. Todo era tan absurdo y la vida la había puesto en la cuerda floja en el final de su camino cuando más necesitaba revivir sus recuerdos y aferrarse al pasado. Su fortaleza y su energía se debilitaban poco a poco y su nieta era partícipe de todo esto. Sus días en La Masía llegaban a su fin y ella no podía hacer nada para evitarlo. Su nieta era testigo de su declive y era la que más sufría su pérdida.

Aquella sensación de derrota en una mujer tan valiente y luchadora la carcomía por dentro y suponía un malestar que se reflejaba en su rostro alicaído y en su hablar pausado. Teresa era el único motivo de esperanza y por ella se esforzaba en aparentar estar serena y alegre.

Al abandonar la casa del Coronel, una parte de Teresa sintió tristeza y desaliento. Ramón la había cautivado con sus besos y abrazos y aquella mirada tan tierna la derretía por dentro y por fuera sin poder hacer nada para evitarlo.

Su abuela la observaba en silencio y comprendía que el amor había llamado a su puerta de forma inesperada y que el destino los había unido para siempre. Ya no podría separarse de él ni de su recuerdo y máxime siendo el heredero de La Masía, la casa que había cautivado a Teresa desde bien pequeña y que actualmente había centrado sus aspiraciones y proyectos.

Cartas de Gabriel

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