Читать книгу Cartas de Gabriel - Rosa María Soriano Reus - Страница 9

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La espera

A raíz de los acontecimientos sucedidos, su abuela había cambiado mucho y parecía no mostrar interés por nada. Teresa se encontraba inmersa en recorrer todos los lugares de aquella casa y adentrarse más en todos los objetos y recuerdos que encerraba. El tiempo jugaba en su contra y, una vez pasado el mes de agosto, ya nunca podría regresar y pronto aquella casa sería una quimera en su memoria.

En el pueblo, los días pasaban apaciblemente y las noticias corrían como la pólvora, sobre todo las muy significativas como el nombre del próximo dueño de La Masía. El Coronel estaba en boca de todos y su nieto también. Todas las miradas se centraban en su heredero, el joven y apuesto Ramón, y en la gran fortuna que su abuelo le iba a legar.

Aquel verano era muy especial en muchos sentidos, los cambios sucedían demasiado rápido y Teresa apenas tenía tiempo para asimilarlos. No podía permitir que su estancia en aquel lugar pasase sin pena ni gloria, necesitaba encontrar una respuesta a todas sus preguntas, desentrañar la vida de aquellos objetos, su valor sentimental y la relación que tenían con su familia. La verdad es que se encontraba muy perdida y necesitaba encontrar una salida.

Teresa se refugiaba en el desván, aquel lugar era sagrado para ella y allí pasaba las horas entre sus amigas las telarañas, los recortes de periódicos amarillentos, con algunas páginas que apenas se podían descifrar y los inservibles muebles petrificados esperando que alguien los rescatase del olvido. Se encontraba absorta en sus pensamientos intentando descifrar la vida de todos aquellos viejos enseres y la imaginación campaba libremente y a su aire para trasladarla a otra época, en plena contienda bélica, su abuelo, un muchacho joven y apuesto con un rostro de facciones tiernas y dulces con un montón de sueños en la mochila y toda la vida por delante, enamorado y apasionado, se encuentra en una guerra absurda en la que no tiene nada que ver. Su imagen en bicicleta escapándose por la noche para ver a su amada, iluminando su trayecto la luna llena, y con el corazón palpitando de alegría, demostraban el amor que profesaba a su abuela y los riesgos que era capaz de asumir por una noche de pasión desenfrenada, unos besos furtivos, unas caricias robadas y el calor de la persona amada, sentir su cuerpo y fundirse en él para sentirse seguro y fuerte ante toda adversidad, necesitaba hacer ese acto heroico para demostrarse a sí mismo que la guerra no iba a poder con él y que el amor no se lo podría arrebatar nadie.

Esa imagen quedó grabada en su memoria hasta bien entrada la tarde e incluso sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, como si ella se encontrase en el lugar de su abuela y de repente le apareció la cara de Ramón, que tenía gran parecido físico con su abuelo, según una foto que encontró junto con las cartas y que lo avalaba. Tenía tanto miedo de enamorarse de una forma tan apasionada y, por otra parte, lo deseaba tanto que prefería recluirse en sus pensamientos y así no pensar en él y en sus tiernas palabras, caricias y besos.

Su abuela parecía otra y no quería hablar del tema, se había resignado a la situación de perder La Masía y vivir siempre en Palma sin que esto la pudiese afligir. Era una mujer muy fuerte y práctica que nunca miraba hacia atrás. Sin embargo, Teresa, ahora conocía su otra faceta y sabía que en su interior esto la carcomía por dentro. La espera se hacía interminable, máxime cuando el final estaba tan cerca y la agonía cada día era mayor. El Coronel intentaba animarla y le decía que podía acudir allí siempre que lo deseara y que incluso podía permanecer un mes con su nieta. Su abuela era muy suya y no quería depender de nadie ni de nada, para ella era muy importante mantener su dignidad y su amor propio. No iba a vivir de la caridad de nadie y menos del Coronel y de su sobrino.

—Me gustaría que mañana me acompañases al abogado para firmar el contrato y toda la documentación referente a La Masía —pidió Dª María con un gesto resuelto.

—Me alegra que cuentes conmigo ya que ahora debemos estar más unidas que nunca y ser una piña —con una gran sonrisa.

—El Coronel y su nieto estarán también presentes y puede ser un poco violento ya que nos une la amistad —dijo con el ceño fruncido.

—No te preocupes por mí, yo soy fuerte como tú y juntas lo superaremos.

—Me sabe muy mal todo esto y con la ilusión que tú tenías este verano por permanecer tranquila en La Masía, de verdad, lo siento.

—Las cosas suceden sin buscarlas y por eso no nos podemos hacer planes en la vida y hay que aceptar lo que nos venga de la mejor manera posible y ser positivas.

—Te doy las gracias por ser tan comprensiva y me resulta admirable tu madurez y paciencia, ya que solo tienes veinte años.

Cartas de Gabriel

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