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La verbena

El manto de la noche tibia y serena embriagaba los sentidos. La luna llena, con su resplandor, iluminaba a su paso todo el camino, compañera fiel de la oscuridad no dejaba de irradiar como una luciérnaga para poder apreciar mejor todo el encanto del paisaje.

La carretera solitaria invitaba a correr, en un atrevido juego por el riesgo, la osadía, la adrenalina a flor de piel, sin embargo, Jaume no quiso caer en esa trampa y moderó la velocidad para sentirse seguro de sí mismo. Era responsable de dos pasajeras muy queridas y no podía arriesgarse a que ocurriese cualquier incidente desagradable.

Teresa intentaba sentir en su piel el aire tibio que la envolvía y la inhibía de todos los pensamientos negativos que le rondaban por su cabeza. Quería vivir el momento y soñar con aquel verano maravilloso que podía ser uno de los más importantes de su vida. Quizás conociese por primera vez el amor, la ternura, la desazón que producía su efecto, la magia de querer a alguien y la incertidumbre que genera.

Presentía que le iban a suceder cosas muy importantes que iban a marcar su vida y que su abuela y La Masía formaban parte de ellas.

El viaje a Sa Pobla transcurría tranquilo y los hermanos refirieron los recuerdos de su infancia en Inca haciendo alusión a todas las aventuras vividas, anécdotas varias, entre risas y recuerdos, Teresa se acordó de su primer verano allí, con tan solo ocho años.

Para ella, La Masía había sido un regalo para poder descubrir la naturaleza y vivir experiencias nuevas.

Al principio, aquel entorno le resultó extraño y salvaje, era muy pequeña para digerir un cambio tan brusco, sin embargo, nunca se encontró perdida.

En aquel momento, se acordó de un niño de cabello rizado y mirada viva que iba de la mano de su padre todos los domingos a la iglesia de Inca. El recuerdo vago de aquella imagen perturbó su mente. Aquel niño delgado y descarado podría ser Ramón, ya que según su abuela, los padres de Ramón pasaban los veranos allí con su hijo pequeño desde hacía mucho tiempo.

Absorta en sus pensamientos se evadió por completo de la conversación de los hermanos y apenas se percató de la llegada al pueblo.

—Hemos llegado y hay que buscar sitio —comentó con entusiasmo Juana.

—Qué bien, por fin podemos estirar las piernas y lucir el palmito —en tono irónico comentó Teresa.

—A ver si alguien se apiada de nosotras y nos pide un baile —con una mueca en los labios murmuró Juana.

—No sufras, que seguro que tenemos la lista completa —apuntó Teresa, con cierta sonrisa maliciosa.

—Tú sabes mucho, seguro que a mi hermano alguien lo puede retener aquí más tiempo.

—Yo no quiero atarme tan pronto, me gusta ser libre de momento —dijo ella con un gesto resuelto.

—Pues sí que tienes las cosas claras —comentó Juana.

—La verdad es que lo que no quiero lo tengo muy claro —respondió con una media sonrisa.

El bullicio llenaba la plaza de ambiente festivo y la gente se agolpaba al lado de las mesas y sillas para poder sentarse y participar de la comida y bebida típica. El pan con tomate, las olivas con hinojo, el queso, el jamón serrano, las empanadas, acompañadas de buen vino, cerveza y zumos eran la delicia de los visitantes.

Teresa se encontraba como una niña que estrena vestido y acontecimiento social. No sabía bien hacia dónde ir, todo le parecía fascinante y se dejaba llevar por su amiga. Jaume pendiente en todo momento de ella, le brindaba su amabilidad y le susurraba al oído si le apetecía algo de beber o comer. Teresa agasajada por los hermanos, se sentía en una nube y quería volar para poder coincidir con Ramón.

Jaume le solicitó el primer baile y ella se sintió emocionada por ser la primera a la que invitaban a bailar. Sintió que todos los ojos la observaban y que era admirada por las demás jóvenes que veían en Jaume el mejor partido. Su corazón latía con fuerza y sintió deseos de no parar de bailar, sabía que era muy afortunada y que no podía pedir más, sin embargo, esperaba que algo especial sucediese y que el destino la sorprendiera.

Necesitaba descansar un poco y se dirigió a los servicios para retocarse el peinado y pintarse los labios. De repente, a su lado apareció Ramón como por arte de magia y la retuvo unos segundos.

—Te estoy buscando desde hace un buen rato —dijo poniendo la mano en su brazo.

—Estoy con unos amigos en las mesas del fondo —respondió Teresa sorprendida.

—Me gustaría bailar contigo el próximo baile, si te parece bien —dijo Ramón con seguridad.

—Vale.

—¿Estás segura de que deseas bailar conmigo? —preguntó acariciando su pelo.

—Sí, aunque estoy con unos amigos —respondió ruborizada.

—Pienso que eso no importa tanto, ya que me los puedes presentar.

—Tienes razón, nos vemos en cinco minutos en la columna principal —dijo retocándose el vestido.

—Hasta ahora princesa —se despidió con tono dulce.

Notaba que le temblaban las piernas y que apenas podía caminar derecha, era una sensación desconocida para ella. Una vez en el servicio, necesitaba respirar con fuerza y mojarse la frente para recobrar el color natural de la piel. Se encontraba tan acalorada y roja que temía que sus amigos se percatasen de lo que le estaba pasando. El amor llamaba a su puerta y ella no se podía resistir.

Apoyado en la columna, Ramón la esperaba con una gran sonrisa y un aplomo inusual. Al ver llegar a Teresa, se acercó unos pasos y la envolvió con sus brazos, la cogió de la mano y la invitó a bailar. Ella se dejó llevar por aquel joven enjuto y alto, de rostro vivo y ojos expresivos que la seducía por su espontaneidad y su simpatía.

Se encontraba tan bien que los demás no existían en ese momento, la música no paraba de sonar y sus pies no dejaban de bailar. Ramón la sujetaba con dulzura y le susurraba al oído palabras tiernas y agradables. Le dijo que era una musa rebelde y con gran personalidad, pero que a él le gustaban las chicas así, que no fuesen sumisas, que les gustase rebatir y que tuviesen opinión propia. La mujer debía ser una compañera más y era bueno que tuviese personalidad para que nadie la dominase.

Sus palabras eran tan distintas de las de los otros chicos que se quedó impresionada y pensó que era el hombre de su vida. El destino era tan sorprendente que en ocasiones los sueños se hacían realidad y todo lo que uno deseaba se podía llegar a cumplir. De repente, Jaume y Juana la hicieron volver a la realidad, al escuchar su nombre, Teresa se estremeció y le dijo a Ramón que tenía que volver con sus amigos. Antes de que apareciesen, Teresa salió corriendo y se separó bruscamente de Ramón. Su comportamiento, inesperado y extraño, la inquietaba y la hacía titubear, nunca antes le había ocurrido nada parecido y tenía miedo de estas sensaciones, en el fondo se resistía a sentir algo tan especial por alguien que solo iba a ver durante un verano. No quería ilusionarse y luego tener que decepcionarse, no se sentía preparada, era demasiado joven.

Cuando regresó con sus amigos, intentó olvidar lo ocurrido con Ramón pero no pudo. Se encontraba desconcertada y empezaba a beber y a comer de forma compulsiva. Jaume y Juana la observaban preocupados.

—¿Te ocurre algo? Estás muy rara —comentó Juana.

—No te preocupes, estoy bien, pero un poco cansada.

—¿Te apetece bailar? —preguntó Jaume con tono cariñoso.

—No, prefiero irme a casa, no me encuentro bien y me duele mucho la cabeza. Me sabe muy mal fastidiaros la fiesta, puedo llamar a un taxi y os podéis quedar más tiempo.

—No te preocupes por nosotros, no te vamos a dejar sola —comentó Juana.

—Muchas gracias y lo siento de verdad.

—Pues al coche, que regresamos a casa —dijo Jaume con gran sentido del humor.

En su cabeza se agolpaban los recuerdos de aquella noche especial, de su primer baile con Ramón, de aquel encuentro furtivo, de sus palabras envolventes, no podía pensar en otra cosa y de repente una carcajada de Juana la volvió a la realidad. Sus risas retumbaban en la noche silenciosa como un cántico de amor. Jaume le preguntó si se encontraba mejor y si le apetecía ir de excursión al día siguiente. Teresa, ensimismada, sonrió. Mañana sería otro día.

Al llegar a casa tan pronto, su abuela aún se encontraba levantada y al escuchar la puerta se inclinó bruscamente del sillón para dirigir la mirada en esa dirección.

—Soy yo, abuela —masculló Teresa.

—¿Qué ha pasado? —preguntó en un tono de extrañeza.

—Me encontraba cansada y he decidido regresar pronto a casa —respondió con semblante pálido.

—¿Ha pasado algo que desees contarme? Sabes que puedes confiar en mí —le preguntó con tono preocupado.

—Tú también puedes confiar en mí, sé que me ocultas algo que no me quieres contar —respondió Teresa con una mueca de reproche.

—No te das por vencida con facilidad y eres muy cabezota —dijo su abuela gesticulando las manos y moviendo la cabeza—. Me voy a la cama y espero que mañana te despiertes mejor. Por cierto, mañana he de ir a visitar al Coronel y puede que me retrase un poco, ya sabes cómo le gusta explayarse.

—Muy bien abuela, buenas noches.

Al día siguiente, Teresa se levantó tarde y no vio a su abuela en casa. Supuso que se encontraba con el Coronel como le había mencionado la noche anterior. Teresa no sabía si creer a su abuela ya que últimamente se comportaba de una forma extraña y prefería esperar que los acontecimientos le marcasen lo que estaba pasando. No quería pensar que su abuela le ocultaba algo, pero al mismo tiempo tenía una sensación de zozobra y su mente se hacía muchas preguntas que no podía contestar.

Cartas de Gabriel

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