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Exiliadas del interior

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En África del Sur observé una situación que podríamos calificar de exilio interior. Cuando traté de que los habitantes de Soweto (en su mayoría mujeres) me contaran su pasado, con el fin de aprehender la manera como transmitieron sus vivencias del apartheid,3 no obtuve más que una comparación con el desposeimiento del presente que abogaba por el pasado.

Detrás de lo que se enunciaba como una denegación del apartheid, se expresaba la rehabilitación de las condiciones de vida del pasado que proyectaba en el centro del relato los sufrimientos del presente. Escuché quejas continuas sobre pobreza, dificultades para percibir las pensiones de jubilación después de años de trabajo, enfermedades de la vejez empeoradas por las de la miseria o amenaza constante del sida. Omnipresente en épocas de ruptura política y económica, este discurso de pérdida de una edad de oro, o de tiempos mejores que ellos mismos contribuyeron a transformar, provocó otra mutación: de una violencia racial en violencia social.

Empecé con la idea de reinterpretar por medio del relato, el papel de la Truth and Reconciliation Commission (Comisión de Verdad y Reconciliación) para entender particularmente la importancia del healing (curación), elemento central del proceso de transformación de las antiguas relaciones de violencia. La función del discurso de los testigos citados era substituir el perdón a la venganza.

Había leído críticas sobre este modelo de democracia política inspirado del protestantismo y de una especie de formalismo. Esta democracia no les permitía a los oprimidos del apartheid, elaborar y constatar su propia historia. Me entregaron una visión positiva y coloreada de la historia pasada para significar que la opresión racial de carácter paternalista podría presentar ciertas ventajas ocultas, puesto que la opresión actual se perpetuaba bajo la forma de un liberalismo que seguía oprimiendo a los negros. No a todos, se libraba a la pequeña parte de la burguesía en el poder. Vivían esos cambios como una situación de privación, de desempleo, de aumento de la delincuencia que substituía el paradigma de una sociedad racial, por el de una sociedad marcada por la violencia social.

También he compilado una serie de relatos que muestran una gran movilidad, con formas de recomposición familiar y geográfica, desplazamientos de una región a otra para los que vienen del campo, y de una ciudad o un barrio a otro, para los de las zonas urbanas. La posición de los negros siempre oprimidos es entonces subjetivada en el relato de las experiencias de movilidad y de vulnerabilidad psíquica. La manera como los sujetos cuentan las experiencias tiende a revelar un pasado vivido en el presente, cuya figura principal del síntoma individual y social de las medidas de dominación destructivas es el sida, pues entre las mujeres que he entrevistado, de las cuales algunas eran seropositivas, la interpretación de la desgracia vivida en el presente, así como la queja contra la desaparición de los valores y la indisciplina de los jóvenes que viven bajo un régimen no represivo, sirve para revelar una verdad histórica negada por otro lado.

Estas cuestiones sobre el método de integración del pasado, en el presente en el proceso de narración, no pueden abordarse sin plantear la cuestión del vínculo con el trabajo de terreno. La interlocutora está consciente de que el antropólogo quiere utilizar el testimonio que recoge. También está consciente de que va a transmitir una visión de su mundo sobre la cual no tendrá control, pero que quizá puede orientar como le convenga. Me han perturbado durante bastante tiempo los relatos de las mujeres de Soweto, a través de los cuales toda la violencia del pasado recae en la situación presente.

Las condiciones de producción del acontecimiento narrativo implican una forma de presentación de sí, mientras que “la presentación sí mismo, del encuestado, depende de la representación que se hace del investigador y de la situación de investigación” (Mauger, 1991: 125). Cuando me interrogué sobre el hecho de que las mujeres se resistían a revelar completamente los hechos del pasado, comprendí que existía un desfase entre los criterios de enunciación del storytelling de los criterios de la Comisión de Verdad y Reconciliación —que presuponen un punto de vista particular, personificado pero completo sobre los acontecimientos—, y el de los habitantes de Soweto que habían vivido los hechos y seguían viviéndolos sin verdadera ruptura entre pasado y presente.

En este contexto, no obtengo ni narración digna de ser hecha pública, ni ficción novelada (Brink, 1998). Obviamente, esta resistencia remite a la dificultad de obtener una “palabra de verdad” en el marco de una relación desequilibrada, donde la investigadora goza de un estatus social superior al de las investigadas que no se sienten legitimadas para analizar una situación. También remite a la ambigüedad de mi propio estatus, europea y blanca, lo cual me confiere cierto poder, estoy propulsada en su universo. Pero, además, la encuestada puede influir sobre la forma en que la información recogida se utilizará en el mundo de donde vengo. Busca, por tanto, compartir conmigo su forma de experimentar la situación, instaurando una especie de negociación sobre los papeles respectivos de investigadora y de investigada.

Raíces suspendidas: estéticas y narrativas migrantes desde una perspectiva de género

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