Читать книгу El vuelo de las golondrinas - Rosario Costa - Страница 6

La perla: mi pequeña y sus caracoles

Оглавление

No es que me voy, es que la vida me lleva.

No es que me voy, es que mi viaje me eleva.

LOLITA

Los Mirasoles, enero de 2002

Ojalá pudiera congelarme en este lugar por siempre; tendría el ruido del mar donde quiera, y podría llamar a todos los ángeles de la Tierra.

Me despierto en un sueño, el día está increíble, la casa de Los Mirasoles hace que todo sea perfecto. Hay olor a tostadas con manteca. Escucho los pájaros desde la habitación, la paz me invade. La playa y el bosque… podría seguir escuchando por horas, pero mi corazón está saltando por salir a sentir la sal.

Tengo cinco a seis años. Es el origen. Corro a la galería: son todas casitas parecidas, tal vez, en unos días incluso lleguen el Turco Juan y la Rusa. Hay un jardín que todos compartimos, digo jardín porque ahí es donde todos los nenes juegan juntos, pero en realidad es un jardín de arena, y a unos pasos hay un bosque y la entrada a la playa. Un jardín con más arena y un mar enorme.

Mi pasatiempo favorito es andar a caballo, aunque acá me gusta mucho juntar caracoles.

—Papá, mi tostada con manteca y dulce de leche, por favor.

Intento acomodarme en esas sillas siempre mucho más altas que yo.

—Bueno, bueno, sentate bien, reina, te vas a enchastrar toda —dice mientras me alcanza comida, señalando con la cabeza mis piernas despatarradas por la mesa.

—¡Ay! ¡Pero estoy incómoda!

Quedarme quieta me resulta aburrido y sentarme bien, molesto. ¿Será que no se dan cuenta de que no puedo ver lo que hay en la mesa?

—Vamos, ¿te preparo la leche, te cambiás y vamos a juntar caracoles?

Salto, me lleno de dulce de leche y me echo a reír a carcajadas. Había sido una mala estrategia para tenerme quieta. Puedo ver a papá intentando hacerse el serio, pero rendirse a la risa. Sí, riamos que la vida es una.

—Vamos, tomate la leche y vamos —dice mientras se toma un mate y me limpia la remera.

—Gracias, papá. Ya tengo muchas ideas.

—Sí, me imagino.

En dos minutos estoy lista, cargo mi bidón y le doy a papá el suyo. Sacamos las tapas y caminamos. Por suerte, es de mañana y los pies no queman. Me encanta sentir la arena y el ruido del mar.

Me pregunto cuánta gente desafió a los guardavidas y nadó hasta el fondo. Vuelvo a preguntarme si las gaviotas nos verán como extraños y también si los caracoles que habitaban en estos caparazones huyeron al sentir nuestros pasos. Intuyo que sí, pues de los berberechos no hay rastros, así que serán todos llamadores de ángeles esta vez. Los caracoles son mis preferidos para las tardes de lluvia o la hora de la siesta. Decoré el jardín entero de la abuela Esther y quiero uno para el balcón de la casa nueva.

Caminamos y en la playa no hay nadie, solo un montón de caracoles que casi forman un colchón. Los hay de todos los colores y formas. Me agacho y junto cuantos puedo, hasta que descubro que son tantos que tengo que empezar a elegirlos.

Los rosas y blancos son mis preferidos, y si tienen un poco de violeta, se convierten en mi tesoro.

Los que hacen ruido y son chiquitos me gustan.

Las piedras raras pueden ser amuletos para papá o mamá, los adultos siempre necesitan algo que les haga creer en la magia.

—¡Papááááááá!

No sé por qué tarda tanto. Viene con su paso lento y apenas lo veo allá a lo lejos.

No sé cómo hace para no saltar, seguro se está conteniendo para dejarme jugar. Pero este bidón pesa mucho y ya no lo puedo arrastrar.

—Vení, te lo cambio, que tenés muchos —dice dándome el suyo casi vacío. Tendría que haber traído a la Naranja, mi yegua favorita, ella es una gran ayuda cuando las tareas incluyen caminatas por la playa y zanahorias de recompensa.

Volvemos. Tengo un botín de caracoles en el deck debajo de la parrilla, no puedo dejar de sonreír. Espera a que le muestre a mamá todo lo que junté. Es el mejor día de todos.

El vuelo de las golondrinas

Подняться наверх