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El aire y las golondrinas
Оглавление—¡Asia! ¡Asia! —gritaba Fran desde el medio del patio.
No es que no lo escuchara, simplemente intentaba evitar el choque entre Juanita y Felu en el transitado tobogán del jardín.
—¿Todo bien, Fran? Ahora te ayuda Sami —dije al tiempo que hacía señas a mi compañera de equipo. Aunque yo fuera la maestra titular, nunca me sentí cómoda con la jerarquía. Además, sé que no podría haber cumplido mi rol sin su ayuda.
Sami me guiñó el ojo en respuesta y fue cálida a contener a Francisco, que, de todas formas, no parecía estar en problemas.
—Juani, esperamos el turno así podemos jugar todos —dije volviendo a mi función de poner orden en el tobogán, mientras sostenía a Felu hasta que perdiera el miedo.
Dos minutos más tarde, un tirón en el delantal demandó mi atención. Los ojos de Francisco me miraban atentos y serios como solo pueden los de un niño de dos años y medio que tiene muy claras sus prioridades en la vida.
—Sami no me entiende —alegó con compungida expresión.
—¿Cómo que no te entiende? ¿Qué pasó?
—Quiero ver las golondinas —respondió señalando el centro del patio. No señaló el cielo, señaló el piso. Y fue esta clara indicación la que desorientó a mi compañera.
La ternura atravesó todo mi cuerpo. Buscar las golondrinas era una actividad que disfrutábamos en las mañanas de sol. Consistía en acostarse en el piso y mirar el cielo a la espera de que aparecieran para exhibir su alma migratoria.
—Tenés razón, vamos —dije retomando mi lenguaje de señas con Sami para hacer el cambio.
Claro que sí, era tiempo de simplemente admirar el vuelo.