Читать книгу El vuelo de las golondrinas - Rosario Costa - Страница 9

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Florencia 2021

1

Son casi las once de una mañana de invierno, ayer no dormí. Tengo un cuarto nuevo que da al jardín. Mi compañero me dejó un par de llamadas que aún no estoy lista para escuchar.

Está ocurriendo, al fin. Puedo ver la luz al final del túnel, me escribió como si leyera mi mente, eligiendo no preguntar pero acompañando mi silencio.

¿Será que tengo miedo a ver la vida?

Me acostumbré tanto a la penumbra de una herida que casi casi quiero quedarme abrazada y fingir que acá no pasó nada. Sin embargo, acá estoy.

Es enero, hace casi un año que viajo y estoy en casa. Planeo un nuevo destino, la publicación de un libro y un sinfín de aventuras.

Jamás creí que los sueños se cumplían con simples elecciones, pero lo siento en la piel: los sueños se cumplen cuando elegimos, una y otra vez. Eligiéndote a vos, por sobre todas las cosas para llenarte de amor, con la tranquilidad de que viniste a este mundo a ser feliz, a disfrutar y a vivir.

Por muchísimo tiempo temí no saber qué sería de mi vida. Me desesperaba no tener el control. Estudié Veterinaria y Psicología. Hice diversas terapias alternativas. Buscaba sin cesar para ver dónde estaba la vida que se me había perdido. Buscaba un sentido, una pasión, pero nada afuera podía darme las respuestas. Nada afuera podía asegurarme que las cosas iban a salir bien y, sobre todo, nada ni nadie podía elegir por mí. Al menos, nadie podría elegir por mí y hacerme feliz.

En este camino, en el que cada paso valió la pena, lo más simple y lindo que descubrí es que no hay forma de controlar el futuro. Que lo impensado es lo más lindo, y que las curvas son lo rico de la vida.

Una vez escuché una analogía sobre las mujeres latinas y sus cuerpos, sobre cómo mostraban la apertura a los ciclos, es decir, los ciclos que viven los cuerpos que laten de acuerdo con los ritmos de la naturaleza. Las curvas que permiten un nacimiento, una gestación, una lactancia. Las curvas que permiten hacer el amor, gozar de un buen plato de pasta o de un beso carnoso y sin pudor. Las curvas que permiten el baile de carnavales.

Recuerdo pensar: y yo que siempre creí que las curvas significaban que algo andaba mal, digo, que algo estaba fuera de control.

Pienso que mi vida tomó su curva, dejó el control y siguió el vuelo de la golondrina hasta su próxima migración.

2

Estoy sentada en la terraza en mi jardín. Me preparo unos mates y me pongo a escribir. Es de esos días en los que, luego de tres pavas de mate, sigo en la misma página y me pregunto si no debería dedicarme a ser vendedora, visto que se me da muy bien la “charla”.

Un centenar de golondrinas se posa en el pino que abunda en la Toscana, es un poco distinto del pino de la montaña, y no logro recordar su nombre. El cielo está limpio y celeste. Es invierno, pero me despojé de vestiduras para sentir el calor que hace tiempo no sentía en Florencia. Empiezan a volar, de acá para allá y de allá para acá.

Entre su sonido y la increíble cantidad que revolotea, parecen expresar algo.

¿Qué me están queriendo decir?

La aceptación

Esa noche soñé con vos, Álvaro. Me diste un enorme abrazo. Te reías, te reías como un loco. Nos tiramos al mar.

Sabía muy bien que mi hermano había muerto años atrás, pero era tan real.

Papá me acompañó a la playa y ahí estabas, en la orilla, parecía esa de Mar Azul o la de La Pedrera, que nos alojó tantos veranos entre vecinos y amigos. Jugabas al vóley. Me mirabas, como si me estuvieras esperando. Me abrazaste y me levantaste por los aires, riendo a carcajadas. Con tu metro noventa, yo parecía minúscula a tu lado. Me hacías girar, tu hermanita había crecido. Me tiraste al mar, como cuando éramos chicos. Las olas salpicaban ese revoltoso celeste, se me mezclaban las lágrimas con la alegría. Sabía que te estaba despidiendo, era una sensación agridulce. Pero estabas tan feliz que reía también. De la emoción, de la felicidad, del sinfín de emociones que se había desplegado entre dejarme vivir y dejarte morir.

Supe solo entonces que una parte mía te siguió, como hacen las golondrinas, esas que llevan las almas al cielo y son leales a sus raíces. Pero otra parte mía quizá se detuvo ahí, en aquel verano de noviembre cuando te fuiste de mis pagos y de la Tierra. Solo entonces supe que despedirte era la única forma en que podía volver a pisar tierra firme. A disfrutar esta vida llena de sensaciones, de amor, de dolor, de angustia, de pasión y de vida.

Nada es justo cuando se trata de una muerte temprana. Nada es justo cuando pensamos en el sinfín de mandatos con los que nacemos, pero no sería quien soy si no fuera por cada uno de los momentos que me trajeron hasta acá. Los buenos y los no tan buenos.

Aunque a veces tengamos que pujar hacia la luz, como los bebés antes de nacer. Aunque duela salir del calor que da el útero, igual que duele salir del caparazón de nuestro hogar, vale la pena.

En Inglaterra, en la época de los navegantes, dicen que una golondrina significaba la esperanza de estar cerca de tierra firme.

Y hoy puedo gritar, y celebrar, pues divisé al fin que había tierra a la vista.

El final

Como un preso que al fin ve la luz del Sol,

como un rayo en medio de la tormenta,

como ese apagón que te obligó a encender una vela.

La sombra se volvió mi refugio, la muerte era moneda corriente.

¿Cómo se vive la vida?, me pregunto.

Como un alma renacida

que pujó y pujó a través de ese estrecho canal de parto.

Puedo oír mi canto,

mi voz,

mi grito.

Puedo oírme y me pregunto,

¿cómo se vive?

Si un día todo recomenzara,

como si el velo se corriera y

pudieras divisar el mundo entero que espera por vos,

¿qué harías de tus días?

Siento un latir muy nuevo. Al fin veo el Sol.

Después de tanta agua, de tanta lluvia, de tanto cicatrizar el dolor.

Al fin veo el cielo.

Resplandece despejado el canto de mis golondrinas

y me pregunto: hoy, el primer día de mi vida…

¿qué quiero en esta vida?

Sé que elijo menos prejuicios

y me prometo todos los días el amor infinito,

que es inagotable y que se encuentra hasta en lo más mínimo.

La muerte fue uno de los capítulos más importantes de mi vida,

pero de ella aprendí a saborear los colores del mundo,

el gusto de mi hermosa Italia,

el melodioso acento de cada tonada,

el privilegio del amor primero

que nace de uno a uno:

de mí y para mí.

En este viaje-hacia-mí aprendí que soñar implica responsabilidad,

que nadie va por esta vida desligado de mandatos,

y que cada uno tiene su batalla.

Que, con una sonrisa y un buen gesto,

damos esa cuota de amor que todos merecemos.

Aprendí que maternar es una cualidad hermosa a la que dedicaré mis días.

Aprendí a construir de a dos y a deconstruir creencias.

¿Qué es este libro?

Pues mi paso de la muerte a la vida.

Y el arcoíris que se despliega cuando uno se dispone

y decide a vivir sus sueños.

Hay batallas, hay amor, hay desafío y un fuerte legado que cuesta mucho trascender.

Como dije, cada uno está acá abriendo su camino.

Como un preso que apenas ve la luz del Sol,

mi libertad se siente fresca e imparable,

¿qué harías si te invitara a soñar sin fronteras?

Vamos, soñemos juntos, la vida invita. La muerte es nuestra fiel compañera:

esa que hace que cada cierre abra a una aventura nueva.

El vuelo de las golondrinas

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