Читать книгу La perfecta prometida - Rowyn Oliver - Страница 4

1

Оглавление

4 años después

Tierras McDowell, 1212

Raven se incorporó de la cama.

Otra vez ese nefasto sueño que por experiencia pensó, la llenaría de desasosiego el resto del día. Pero dispuesta a no pensar en ello, bostezó de manera muy poco femenina y apartó las mantas para vestirse.

Se desperezó dejando olvidada esa pesadilla que constantemente la había asediado a lo largo de su vida.

Sonrió ante lo que le iba a traer ese día.

¡Catorce años! ¡Iba a cumplir catorce años!

El día de su cumpleaños era el más feliz del año, porque por primera vez los ojos de la gente no se desplazaban sobre ella para detenerse en la esbelta figura de su hermana Rowyn. Porque ese día, el único día del año, Raven era a la que tenían que dedicar una sonrisa amable o un cumplido por muy insignificante que fuera.

No es que la gente del castillo no la apreciaran, es más, la querían y mucho. Pero en aquella fecha no les importaba lo más mínimo demostrarlo, a pesar de las miradas furiosas de su hermana.

No, ese día las miradas se quedaban en ella y las gentes le sonreían con más cariño del habitual, un cariño que a pesar de no ser la más hermosa de las hermanas, sabía que inspiraba a la gente.

Los días de cumpleaños eran especiales, hasta su padre le prestaba atención, para felicitarla o para lanzarle una ojeada, aunque solo fuera para recordarle que había engordado un par de onzas respecto al año pasado, o que se estaba convirtiendo en una mujer, que quizás podría usar para una alianza de necesitarla.

Rawen no quería pensar en ello, pero sí en el dulce que Isobel, la cocinera, le iba a preparar.

Cuando se presentó en el comedor se percató que algo no estaba del todo bien.

Rowyn se ocultó, había guerreros en el salón.

Los McDowell más destacados, hombres de confianza de su padre, se encontraban alrededor de la mesa central del salón. Su ocupación aquella mañana era la de guardar las espaldas del laird, quien se sentaba erguido en la cabecera de la mesa, mientras unos fornidos guerreros que no eran de los suyos lo miraban con el gesto más huraño que hubiera visto nunca.

Eran McDonald.

Algunos McDonald también ocupaban asientos en la mesa y por el aire sombrío, parecía que aquella no era una visita de cortesía.

Raven se agazapó detrás de la barandilla de piedra de la escalera y observó con atención. Agudizó el oído intentando captar las palabras de los hombres. Escuchó atentamente, pero el mal humor de los miembros del clan McDonald, hacían que su dialecto en gaélico sonara como un lenguaje ajeno a ella. Se esforzó para descifrar las ininteligibles palabras a esa distancia.

Raven se sorprendió estirando el cuello, pues buscaba a un hombre en concreto. ¿Dónde estaba su guerrero favorito? ¿Por qué Ian McDonald no se encontraba allí? Suspiró con tristeza.

Su visita hubiese sido un gran regalo de cumpleaños. Aunque al menos debía dar las gracias de que su hijo no se encontraba entre los guerreros presentes. Hizo una mueca de disgusto nada más pensar en el heredero del clan McDonald.

―Ella es la elegida.

El McDonald más alto, que Raven recordó que se llamaba Murdock, golpeó la mesa con el puño mientras se levantaba y Raven dio un respingo atemorizada por el mal humor de ese hombre.

―No era posible que Iain pretendiera eso ―gruñó su padre.

Las palabras dichas a voces y en un tono que no daba lugar a discusiones sobre el humor de su padre, la hicieron retroceder un paso hacia la galería del piso superior.

―¡Por supuesto que lo pretendía! ―gritó el hombre levantándose del banco de madera y encarando al laird McDowell.

La tensión era palpable en todos los guerreros.

Raven fue consciente de que no llevaban espadas, o de lo contrario ya estarían desenvainadas y apuntando al cuello de sus adversarios.

―No me lo creo.

―¡Era su deseo! ―le respondió aún más furioso ese hombre a su padre―. Pero tú no lo sabías. Siempre creíste que Rowyn era la elegida de Iain y a él le pareció bien no desvelártelo para que no casaras a la pobre niña con otro.

―¡Con mis hijas, yo hago lo que quiero!

Murdock entrecerró los ojos mirando fijamente al laird vecino. Esa mirada y aquella media sonrisa despectiva, escondida tras la barba pelirroja, no podía presagiar nada bueno.

―Procura que lo que quieras es no traicionar tu palabra dada a los McDonald ―el tono ominoso hizo que a Raven se le pusieran los pelos de punta.

―¿O qué? ―gritó su padre furioso.

―O de lo contrario todos sabrán que el laird McDowell es un hombre sin palabra, ni honor.

Raven se tapó la boca mientras escuchaba gritos y voces, junto con alguna copa caída y el estruendo de los bancos al volcar.

―¿Cómo te atreves a insultarme en mi propia casa?

Hubo silencio largo, lo suficiente para que Raven se atreviera a adelantar su cuerpo y mirar por entre los agujeros de la balaustrada de piedra.

Los hombres estaban quietos, retándose con la mirada. Ella se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento y solo lo soltó al escuchar la voz de su padre.

―Iain me hizo creer que Rowyn era la elegida.

―Sí, tú entendiste eso ―dijo el guerrero McDonald que parecía el líder del pequeño grupo―. De lo contrario no habrías orquestado un matrimonio de tu hija Rowen con ese viejo. Lo hiciste porque creías que Iain elegiría a Rowyn para casarse con su hijo Gabriel, pero te equivocaste. Sus últimas voluntades fueron claras. ¡Rowen McDowell se casará con Gabriel McDonald! Pobre de ti que rompas tu palabra y entregues a Raven a ese viejo.

Raven se echó para atrás, pegando su espalda a la fría roca y miró al techo.

Su padre pretendía casarla con un viejo. Y los guerreros McDonald estaban interviniendo para que su esposo fuera… tragó saliva. Fuera… Gabriel McDonald.

―No, no, no, no…. ―Esto no podía estar pasando.

No quería casarse con Gabriel McDonald.

Pero de pronto, entre la niebla de sus ideas, apareció otra más aterradora. Algo que le llenó los ojos de lágrimas.

¿Últimas voluntades? ¿Eso había dicho ese hombre? Últimas voluntades…

Por unos instantes se quedó quieta, inmóvil, intentando asimilar lo que significaban aquellas palabras.

Las lágrimas surcaron sus mejillas y no pudo pararlas mientras se abrazaba a sí misma.

¿Por qué discutía ese guerrero con su padre? Había ido en representación del clan McDonald, eso estaba claro, pero ¿por qué no había acudido Ian?

Últimas voluntades…

¿El laird McDonald estaba muerto? ¿Cuándo había ocurrido eso?

Voces.

Más voces.

En la mente de Raven se iban mezclando las distintas voces de los guerreros de la sala. La discusión se volvió cada vez más violenta y por lo que pudo deducir, su preciosa hermana Rowyn ya no se casaría con Gabriel McDonald, sino que el difunto laird McDonald había exigido otro matrimonio para su hijo.

Gabriel se casaría con una de las hijas del laird McDowell, pero no con Rowyn, sino con…

Hipó mientras le era imposible parar de llorar.

No era posible.

―¿Qué ha hecho? ―La pregunta de Rawen, pronunciada en un susurro, iba dirigida al padre de Gabriel―. ¿Por qué me eligió a mí?

De pronto un grito ronco la sacó de su trance. Volvió a mirar a los guerreros reunidos en el salón.

―Habrá alianza —la voz de su padre tronó hasta llegar a su oídos―, yo mismo hablaré con Gabriel McDonald. Estoy seguro de que una vez le explique...

―Fue la voluntad de nuestro antiguo laird, el muchacho nada tiene que opinar.

―¡Será vuestro laird! ¿Y dices que no tiene nada que decir?

―No ―le espetó el guerrero―. Hay cosas que simplemente deben ser así. Cuando él regrese de su entrenamiento en tierras Kincaid, se casará con la muchacha.

―Entonces hablaré con su viuda. Ella entenderá los beneficios de esta nueva forma de alianza...

Hubo un profundo silencio entre todos los presentes. La mirada asesina que McDowell le lanzó a su padre se volvió más intensa cuando avanzó un paso y casi rozó su rostro.

―Haréis bien en manteneros alejado de lady McDonald. Vuestra presencia en tiempo de duelo no nos será grata.

A pesar de su juventud, Raven pudo ver que había toda una historia detrás de aquellas palabras. Una historia de la que acabaría por enterarse, pero mientras... tenía muchas preguntas en la cabeza. ¿Cómo había muerto Ian? ¿Por qué querían casarla con su hijo Gabriel? ¿Con quién se casaría Rowyn? ¿Y ya sabía esta que no iba a ser la futura lady McDonald?

Raven sintió cómo un nudo que tensaba su pecho, no desaparecía.

Lloraba en silencio la muerte de Ian. Por otra parte… ¿Casarse con Gabriel? Se obligó a bloquear ese pensamiento y de nuevo pensó en el formidable guerrero.

Ian McDonald era, sin duda, el guerrero más valiente y cariñoso que hubiera conocido nunca. Pensó en Mairy y en cuán desconsolada debería sentirse la señora de los McDonald y también... su único hijo.

La figura de Gabriel apareció en su mente, todo un dechado de orgullo y salvajismo reconvertido en un muchacho triste y solo. Lo que sabía de él es que el laird Kincaid se había encargado de su educación a petición del propio Ian. El futuro laird McDonald estaba muy lejos de aquellas tierras y Raven se sorprendió al pensar en él con un sentimiento extraño y poco frecuente de tristeza.

Raven se giró sobre sí misma para ascender los peldaños, de nuevo hacia sus aposentos. Pero antes, pudo ver cómo su padre, Quinlan McDowell, se recostaba de nuevo en la silla de respaldo alto.

―Si no tenéis más que decir, largaos.

Los guerreros McDonald no esperaron más. Con unos rostros que no tenían por qué ocultar su enfado, los hombres se fueron. Se marcharon sin prisa, con sus miradas feroces descargándose sobre los soldados de su padre.

Puede que hubiera alianza, pero sin duda esta no sería sólida. Cómo serlo si había visto clanes enemigos más bien avenidos que esos dos.

Raven llegó a lo alto de la escalera y escuchó cómo se cerraba la puerta del salón, echó un nuevo vistazo a su padre y le sorprendió su buen humor.

Parpadeó confusa.

Quinlan McDowell… sonreía.

Raven frunció el ceño.

Su padre odiaba a los McDonald y especialmente a su antiguo laird.

Cierto que eran clanes vecinos, poderosos y también sabía que al rey no le gustaban sus desavenencias. Si no fuera por el rey, estaba más que convencida que de los McDonald y los McDowell no serían amigos.

Se quedó observando de nuevo el salón, a su padre y sus soldados. Por las miradas, palabras dichas entre susurros y acaloradas discusiones en contra del clan vecino, Raven no era tonta, y había imaginado que detrás de ese odio había toda una historia. Quizás una relacionada con… no, no podía ser. Simplemente su padre odiaba no ser el clan más poderoso entre sus vecinos.

Quinlan se acarició su espesa barba, mientras con un gesto ordenaba a sus guerreros que se marcharan, dejándolo solo en el salón.

Se sintió victorioso.

Después de que moviera sus piezas de manera estratégica, contaría con los medios necesarios para atacar a los McDonald. Las alianzas eran necesarias, pero no concretamente con ellos, y eso era algo que no podía hacer ver al rey, por mucho que lo intentara. Así que se decidió a tejer su propia red de alianzas. Si después de que acabara con el clan McDonald llevaba estabilidad a los clanes vecinos, el rey le perdonaría. Solo necesitaba una excusa para atacar, porque ya se había cubierto bien las espaldas para que no pudieran relacionarle con la muerte de Ian.

Él necesitaba una coartada para acabar definitivamente con los McDonald. Eran un clan poderoso, pero con un buen plan podía quitar de en medio a quienes le estorbaban. El rey lo entendería, siempre y cuando se inventara una buena afrenta para atacarles y se guardara de consolidar las alianzas con otros clanes, como los Campbell que ya odiaban a Ian. De aquí que quisiera casar a una de sus hijas con el viejo laird. Quinlan había querido casar a Raven con Campbell para conseguir una alianza contra los McDonald.

Quinlan se rascó la barba. Pero ahora ese Murdock McDonald había trastocado sus planes. Ya no podría casar a Rowyn con Gabriel, ni a Raven con Campbell. Pero si intercambiaba a las novias… no era una idea tan descabellada. ¿Le ayudaría Raven a acabar con Gabriel? ¿Por qué no? Se odiaban. Y aunque creía que su hija era estúpida y no mataría a una mosca, podría usarla de espía, o quizás… de excusa para atacarles. Si su hija muriera en extrañas circunstancias en casa de los McDonald… ¿No sería eso una excusa más que aceptable para que el rey mirara hacia otro lado si intentaba destruir a los McDonald?

Rio abiertamente, y sus carcajadas resonaron en el salón.

En cuanto a su pobre Rowyn debería sacrificarse, pero estaba muy seguro de que si le daba un hijo a Campbell tendría asegurado la alianza con el clan, incluso después de que el anciano muriera. ¿Qué le importaría al rey quién tuviera el control de las Hébridas si le juraba lealtad? Algún día el clan McDowell sería mucho más poderoso que los McDonald por muchas alianzas que tuvieran con los Kincaid y los McAlister. Y ese día les haría pagar toda la humillación sufrida.

Sí, pagarían.

Mairy McDonald pagaría.

El maldito perro de Ian McDonald había sabido cómo hacer las cosas, cómo seducir a esa mujerzuela y arrastrarla hacia su cama, para abrirle las piernas y hacerle un hijo.

Gabriel.

Ese muchacho tan odioso al que se juró destruir. Ese hijo de la traición.

Caería como había caído su padre y entonces llegaría el momento de apoderarse de todo.

―Morirás, Gabriel McDonald, aunque tenga que matarte con mis propias manos, tal como maté a tu padre —la voz del laird sonaba fría como el hierro y sus ojos inyectados en sangre dejaban entrever cuán profundo era su odio―. Raven será lo único que te llevarás de esta casa, solo para entregarte una vida miserable, tan miserable como la zorra de tu madre deseó para mí. Y después, solo después, la obligaré a matarte.

Un matrimonio, una buena alianza, y a esperar que de esa pequeña herida manara un veneno tan virulento que los aniquilara a todos. ¿Qué mayor venganza que casar a ese maldito bastardo de Gabriel con la mujer más indeseable de Escocia?

A metros de distancia, Raven contuvo la respiración cuando escuchó a su padre.

―Morirás, Gabriel McDonald, aunque tenga que matarte con mis propias manos, tal como maté a tu padre…

¿Cómo era aquello posible?

Las lágrimas no habían parado de caer y ahora eran mucho más amargas.

No era posible tanta crueldad. Debía estar soñando.

Aquella no podía ser otra cosa que una pesadilla. Pero poco podía imaginar Raven que la pesadilla acababa de comenzar.

La perfecta prometida

Подняться наверх