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Los mensajeros McDonald entraron en el patio McDowell, tan altos e imponentes como sus monturas de guerra. Los tartanes de vivos colores ondeaban al viento haciendo que los ojos de Raven se agrandaran al contemplarlos, no sin cierta fascinación.

Una sensación demasiado familiar como para no reconocerla se apoderó de ella, el corazón se le aceleró y un frío sudor se esparció por sus manos sin que ella pudiera evitarlo.

Era miedo.

Pero todavía no había nada que temer.

Él no estaba entre ellos.

Al sentir de nuevo el pulso acelerado, intentó respirar con fuerza. No quería pensar en él, o se veía capaz de cualquier locura, incluso negarse a ir con ellos y enfrentarse a su padre por primera vez en mucho tiempo. Raven tragó saliva, sabía que no podía hacer eso. Huir no era una opción. Las amonestaciones estaban hechas. En la puerta de la capilla de los McDowell colgaba el pergamino anunciando su boda inminente. Al igual que colgaría en la puerta de la iglesia de los McDonald.

Había intentado convencerse a sí misma de que esa boda era lo mejor para ella. Viviría con Mairy McDonald, ¿y acaso había otra persona en el mundo que quisiera más?

Que Dios la perdonase, pero su corazón se resistía a sentir un profundo amor hacia su padre severo y distante, y hacia su hermana Rowyn, siempre tan furiosa con el mundo y, sobre todo, con ella.

Jamás olvidaría el día en que su padre le informó a Rowyn que el futuro matrimonio con Gabriel McDonald no se realizaría. Al menos… ella no sería la novia. Un día después de que Murdock se marchara con los guerreros McDonald, Raven se encontraba en su habitación. Se había pasado un día entero en la cama, llorando por la muerte del Ian McDonald. Aún tenía lágrimas en los ojos cuando bajó al salón y encontró a su hermana Rowyn soñando despierta.

—Buenos días…

—¡Ah! ¿Eres tú? —había dicho como si hubiese entrado uno de los perros de caza de su padre, y no su hermana—. ¿Qué te pasó ayer? No apareciste en todo el día.

—Yo… —Raven había vacilado. Su hermana parecía de muy buen humor. ¿Acaso su padre no le había informado de lo que iba a suceder próximamente?

Al parecer, no.

Rowyn la ignoró por completo mientras terminaba su desayuno.

—¿Qué te ocurre? —preguntó algo más intrigada al ver que Raven no tocaba su desayuno—. ¿Desde cuándo le dices que no a la comida?

Raven se encogió de hombros, hasta que su hermana la agarró por la barbilla y apretó. Después de echarle un vistazo la soltó.

—Has estado llorando. —Eso la había divertido, Raven estaba convencida de ello—. ¿Papá te pegó? ¿Qué has hecho ahora?

Nada, quiso decirle, pero a Rowyn le dejó de interesar pronto su estado de ánimo.

—¿Sabes? —le dijo Rowyn—. No me importa. Ayer estuvieron aquí los soldados McDonald, y padre hoy quiere hablar conmigo. ¿Sabes qué significa eso? Que pronto seré la señora del laird. ¿Y tú? —La miró con verdadera malicia—. Vas a casarte también. Aunque mucho me temo que no será con un hombre tan apuesto como Gabriel.

Rio en voz alta, regodeándose de lo que ya sabía. Que Raven iba a casarse con el viejo Campbell.

En ese mismo instante su padre la había llamado a la habitación donde despachaba sus asuntos de justicia. Rowyn fue gustosa, porque poco podía imaginarse que su destino sería uno muy diferente al que ella había pretendido.

Raven se había retirado a su habitación, y estaba echada de nuevo en la cama cuando su hermana entró en su recámara. Raven esperaba ver lágrimas en los ojos de Rowyn, y ciertamente las había, pero había algo más. Un odio visceral, que quemaba como el infierno y que jamás se apagaría.

—Tú, maldita puta.

Escuchó un rugido de despecho salir de boca de Rowyn, tan encolerizada, que avanzaba a ciegas. Sin pensárselo dos veces se abalanzó sobre ella con un ímpetu que un guerrero en la batalla envidiaría.

Raven gritó al encontrarse cara a cara con unos ojos sanguinolentos y un rostro surcado de lágrimas.

—Tú, perra —escupió a su hermana intentando clavar sus uñas en su rostro—. Tú no eres nada. ¡Nada!

Rowyn la arrastró de los cabellos hasta tirarla al suelo, donde Raven intentó cubrirse el rostro de los arañazos y golpes que Rowyn le daba.

—¿Crees que vas a robarme lo que es mío?

—Yo no te he robado nada —le dijo esquivando una patada—. No quiero este matrimonio.

—Y no lo tendrás —gritó fuera de sí.

De repente su padre entró en la habitación y agarró a Rowyn separándola de ella. Pero no por eso dejó de intentar atraparla.

—Déjala —dijo su padre.

—No, déjame tú —había algo de súplica en la voz de la muchacha—. Padre, déjame matarla. Si ella muere no faltarás a tu palabra de casarla con Gabriel. Yo podría…

Por primera vez en su vida, Raven presenció cómo su padre cruzó de una bofetada la cara de Rowyn, que empezó a sangrar por la nariz y quedó muda por el horror de haberse podido quedar marcada de por vida. Pero eso no había ocurrido. Con el paso de los años, Rowyn era incluso más hermosa de lo que había sido en su tierna juventud.

—Padre, padre —había suplicado Raven—. Yo no quiero casarme con él.

—Maldita mocosa —dijo él mirándola con desprecio—, deberías estar agradecida que alguien como tú consiga casarse con un futuro laird.

El alma pareció escaparse por la boca, y quedó tan petrificada por el horror que sentía, que ni siquiera pudo volver a hablar. No obstante, después de toda aquella escena, su padre se había llevado a Rowyn. Y a la mañana siguiente ocurrió un milagro.

Su hermana había aceptado de buen grado casarse con el laird Campbell y no solo eso. También había aceptado que Raven, y no ella, sería la futura esposa de Gabriel McDonald.

Nunca supo lo que su padre hizo para convencerla, pero hoy en día, su hermana no había vuelto a hablar sobre el asunto.

Y ella jamás había preguntado.

Frente a los ojos de Raven, los jinetes bajaron de sus monturas.

Los había visto en diversas ocasiones. En el festival de invierno, cada año desde lejos, contemplaba a los guerreros que ya sabía iban a estar en su vida nada más casarse con el laird McDonald. Y extrañamente, aunque conociera la cara de esos hombres, desconocía cuánto habría cambiado la de su futuro esposo, pues llevaba nueve largos años de ausencia.

Gabriel no le caía bien, no le caía bien de niña y no lo haría ahora que se había convertido, a todas luces, en un hombre insufrible. Porque posiblemente lo sería.

Quizás también fuera más alto y fuerte. Se encogió de hombros como para decirle al mundo que no le importaba lo alto y fuerte que fuera.

También era posible que, a causa del entrenamiento recibido durante los años en tierras Kincaid, sus hombros y pecho fueran tan musculosos como los que ahora veía en el patio.

Suspiró al imaginárselo, pero de pronto un escalofrío de terror le recorrió la columna.

¿Cómo podría luchar contra un hombre así si este deseara maltratarla y humillarla?

Cerró los ojos por un instante y creyó fervientemente que aquel compromiso no tenía sentido.

Era una farsa.

Durante estos años había habido relativa paz entre los clanes, pero Raven jamás olvidaría que su padre había matado a Iain McDonald y que de algún modo con el matrimonio pretendía deshacerse del hijo. No sabía aún sus planes, pero estaba más que convencida de que algo tramaba, y que, a todas luces, Rowyn sabía los pormenores del plan de su padre.

Por otro lado, ¿sabría Gabriel que se casaría con la hija del asesino de su padre?

Sintió cómo la bilis le subía a la boca y cerró los ojos, dispuesta a recuperar la compostura.

Lo consiguió apenas al recordar las palabras de su padre, pronunciadas con rabia. Una confesión que escupió al aire creyéndose solo: Morirás Gabriel McDonald, aunque tenga que matarte con mis propias manos, tal como maté a tu padre.

Cuando Raen abrió los ojos, vio a los guerreros McDonald acercarse a la escalera de piedra con zancadas largas y decididos.

Ya habían esperado demasiado.

Debido al buen tiempo, sus torsos y anchos hombros solo estaban cubiertos por la franja de tartán de vivos colores que cruzaban su pecho.

Raven enderezó su espalda, debía quitarse el miedo, porque si algo no quería, era volver a sentir miedo por ningún hombre. Ni por su padre, ni por Gabriel, ni por sus hombres.

Repentinamente dio media vuelta y entró en el salón antes que ellos pudieran verla.

Iba a escabullirse como siempre, no por miedo, pero había aprendido que un zorro escurridizo vive más tiempo sin ser molestado. Su objetivo era observar desde algún rincón apartado cuanto iba a suceder, pero no le fue posible. Pues desgraciadamente no iba a pasar tan desapercibida como creía.

—Vuestro padre os busca, mi señora.

Agnes, su fiel doncella, la aguardaba a la entrada del salón.

Ella suspiró contrariada.

―No podré esconderme esta vez, ¿no es cierto?

―Me temo que no. ―La mujer le sonrió. Fue una sonrisa destinada a insuflarle valor.

Ambas sabían a qué habían venido los guerreros McDonald al castillo, y no eran tontas. También sabían el motivo de la visita.

―¿Así que debemos bajar?

―Eso me temo.

Bajaron juntas los escasos peldaños que iban del recibidor al salón principal de la fortaleza.

―Le he comentado a mi padre que me gustaría llevarte conmigo al castillo McDonald.

A Agnes se le sonrojaron sus jóvenes mejillas.

―Mi señora…

Raven le agarró del brazo y ambas compartieron una misma sonrisa.

―Por favor, no quiero ir sola, y se me permite llevar a un sirviente. ¿Me acompañarás?

La doncella sonrió y asintió con la cabeza efusivamente. Hacía poco más de cuatro años que Agnes era su doncella personal, a diferencia de Rowyn, que antes de casarse había tenido un ejército de criadas, a Raven solo le había hecho falta una. Y no para servirla, sino para ser su amiga. Y Agnes había cumplido en aquel cometido, con creces. A pesar de solo tener dos años más que ella, era su protectora, la que la avisaba de qué humor estaba el laird del castillo, de cuándo debía esconderse, y cuándo podía huir al mar que tanto amaba.

—Sí, mi señora. Claro que sí. No la dejaré sola.

Raven sintió algo de alivio, pero este duró poco. Solo el tiempo justo de llegar al salón y ver la mirada severa de su padre puesta sobre ella.

Ahí aguardaba su padre que la miró con el ceño fruncido.

Lejos de agachar la cabeza, la levantó y avanzó hacia él.

―Siéntate ―le ordenó con el mismo tono déspota de siempre.

Sin decir una palabra, Raven obedeció.

Había aprendido con los años que era mejor no contradecir a su padre. Tenía marcas en el cuerpo que le decían que el desafío era siempre una mala idea. Así que permanecería callada y observaría cómo se fraguaba su destino.

Ocupó el espacio a la derecha de su padre. Se sentó en el banco de madera y solo entonces una Agnes temerosa de lo que pasara se perdió en las cocinas, no sin antes hacerle un gesto a su señora para infundirle valor.

Raven alzó la cabeza y escuchó los pasos de los guerreros antes de verlos.

Cuando los soldados McDonald entraron por la puerta principal del salón, alzó la vista solo un instante. Tras ellos, una docena de soldados McDowell, los más leales a su padre, los escoltaban.

Los rostros tensos y las armas al cinto no presagiaban nada bueno.

Observó las espadas y puñales, le extrañó que no se dejaran fuera como era la costumbre. Sus ojos también se fijaron en que ni unos, ni otros, tenían nada en su aspecto que les hiciera merecedores de confianza.

Fuere como fuese, los cuatro soldados McDonald dejaron pasar por su lado a los McDowell y solo se acercaron al laird cuando estos ya habían tomado posiciones.

Bajaron los peldaños de piedra y reclinaron tomar asiento, dando a entender, muy diplomáticamente, que no pensaban quedarse un solo instante más de lo necesario. Semejante despliegue de orgullo exhibido delante de su padre, la regocijó y sorprendió al mismo tiempo.

El más corpulento de todos, Liam McDonald, se adelantó para hablarle al laird, pero sabía que solo podría hacerlo cuando él le dirigiera la palabra.

Raven contempló al hombre, que no hacía tanto había sido un aprendiz de guerrero. A pesar de su edad, parecía capaz de acabar con una docena de McDowell él solo.

De algún modo, Raven supo que ni por un instante aquellos guerreros se sentían incómodos ante su inferioridad numérica.

—Liam —su padre gruñó—, algo muy desagradable tienes que haber hecho para que te encomienden la guarda y custodia de una simple mujer.

El McDonald juntó sus rubias cejas que coronaban unos ojos azules y profundos.

—No es ninguna ofensa ser el encargado de velar por la seguridad de mi señora.

Raven sintió que se ruborizaba cuando el gigante de cabellos dorados la miró. Sus ojos azules le recorrieron el rostro con interés, pero apartó la mirada velozmente volviendo al asunto que le había llevado hasta allí.

—Sí, supongo que sí ―dijo Quinlan contrariado―. Aunque, según dicen, tu tío está gravemente enfermo y pronto abandonarás a tu primo Gabriel para volver al este y tomar el liderato del clan.

El silencio fue tan largo que Raven pensó que no contestaría.

—Cuando regrese ―dijo con cierto enfado en la voz―, esas tierras serán mías. Mientras, seguiré sirviendo a mi primo, y lady Rowen seguirá siendo mi señora —fueron las únicas palabras de Liam.

A Raven casi se le escapa una risa.

Rowen... hacía años que había dejado de usar ese nombre.

El insulto de Gabriel McDonald se había hecho tan popular en las tierras altas, que se había extendido por doquier y convertido, de un apodo, al nombre con el que todos se dirigían a ella.

Liam McDugall, junto a otro guerrero imponente que ella reconoció como Callum, el general de Gabriel, se acercaron más a la mesa. Los dos guerreros restantes se situaron a sus espaldas, indudablemente para protegerlos de cualquier ataque.

Raven los conocía, porque esos formidables guerreros habían participado en los juegos de invierno, y sus hazañas eran legendarias.

—Si llama a nuestra futura señora empezaremos cuanto antes.

Raven alzó de golpe la cabeza y los miró extrañado.

¿Llamarla? Estaba sentada junto a su padre, justo enfrente de ellos. Es imposible que no la hubieran visto.

Carraspeó y los miró… cuando ellos pusieron los ojos sobre ella, no hicieron ademán de reconocerla, ni de hablar de nuevo.

Se movió inquieta en el banco. Liam seguía mirándola fijamente y la ponía nerviosa. No le inspiraba confianza, quizás era porque no había visto un hombre tan temible en toda su vida. Raven lo observó detenidamente, ni siquiera llevaba los colores McDonald. Los otros sí, pero él… entonces recordó las palabras de su padre: Volverás a las tierras de tu tío. La carcajada de su padre la distrajo momentáneamente y apartó la mirada de Liam.

—¿Llamar a Raven? ―Entonces los guerreros dejaron de mirarla para prestar atención al laird―. ¿Y quién se cree que está sentada a mi derecha?

Una sonora carcajada y un puñetazo en la mesa hizo que todos los hombres McDowell reunidos en el salón se rieran.

Callum, el general de los McDonald, quedó claramente desconcertado.

—Pero tenía entendido que la prometida era Raven McDowell, no vuestra hija Rowyn.

―¿Cómo? ―Raven no pudo ocultar su desconcierto―. ¿Va a casarse con Rowyn? ¿Y cambiar de opinión después de tantos años?

No supo muy bien a quién iban dirigidas las preguntas, al McDonald, a su padre, o a ella misma. Pero Quinlan la miró con el mal humor de siempre. Aunque, esta vez, este también sería derramado sobre los guerreros de Gabriel.

―Gabriel se casará con ella. —El laird McDowell frunció el ceño.

Callum parpadeó.

—No quisiera ofender a vuestra hija ―Liam vaciló―, sabemos que ha enviudado y que un matrimonio quizás fuese posible en otras circunstancias. Pero… desgraciadamente no es lo acordado.

Liam parecía no querer ofenderla. No sabía por qué extraño motivo, la habían confundido con su hermana.

―Nos llevaremos a Raven, como nos ha ordenado mi señor.

No supo por qué, pero eso la ofendió. «Nos la llevaremos», como si fuera un saco de patatas que solo tenía que quedarse quieta sobre los lomos de una mula.

Respiró profundamente y al ver que su padre estallaba en sonoras carcajadas, apretó los puños y se levantó de un salto.

Fulminó a los guerreros McDonald con la mirada y estos no supieron muy bien cómo tomarse el enojo de la mujer.

―Seguro que al laird McDonald no le molestaría lo más mínimo casarse con Rowyn, pero para su desgracia y la mía, tendrá que conformarse conmigo.

Todos guardaron silencio, incluso su padre, que la miró como si hubiera brotado de la tierra.

—Yo soy Raven McDowell.

Un segundo después su padre volvió a proferir profundas carcajadas, hasta que le dio un ataque de tos y tuvo que beber de su copa para no ahogarse.

―Esa broma ha sido muy buena.

Callum la miró de hito en hito.

Liam seguía tan imperturbable como siempre, no obstante, Raven hubiese jurado que una sonrisa bailaba en sus ojos.

No podía ser.

—Yo conozco a Raven…

—Yo también te conozco, Callum —añadió ella con tono seco y cortante, como si no entendiera esa actitud.

―Estás... cambiada.

―Tú también. Eres más viejo y con menos modales.

Quinlan McDowell rio de nuevo. Por primera vez la lengua venenosa de su hija le divertía.

―Estoy deseoso de que mi hija emprenda el viaje, junto a su lengua viperina, hacia tierras McDonald. Estoy seguro de que a vuestro laird le espera un nada aburrido matrimonio.

Aunque Raven miró a su padre, ocultó todo el dolor que sentía al abandonar, no a él, sino a su hogar.

Callum escudriñó el rostro de la muchacha. Y sí, pudo ver algo de reconocimiento en su mirada. Entonces el guerrero pareció complacido, como si eso facilitara las cosas.

Ciertamente la conocía, la había visto hacía muchos años, pero de esa cría nada tenía la mujer frente a ellos.

Miró sus cabellos claros, no negros, como los de la otra hija de McDowell. Y sus ojos no eran azules, sino marrones. Unos increíbles ojos pardos, tan grandes como los recordaba. Una mandíbula altiva y perfecta y una frente ancha y suave enmarcada por dos mechones de brillante color del trigo.

Aquella mujer no podía ser Raven y, sin embargo, lo era.

Callum giró la cabeza y vio cómo sus hombres miraban desconcertados a la bella mujer que tenían enfrente.

—Entonces partimos —dijo el Callum ante la estupefacción de Raven.

—¿Ahora? No me acompañaréis…

Se detuvo ante la expresión de fastidio de su padre.

—Te vas con ellos, Raven.

Ella lo miró de hito en hito.

—¿Ahora?

―Ahora.

―Pero…

No estoy preparada, quiso decir.

No había tenido tiempo de preparar sus cosas, de… despedirse de nadie. Aunque, por otro lado, ¿de quién tenía que despedirse? En ese momento, Agnes salió de la cocina. Sin ninguna duda, la muchacha había estado escuchando.

―He preparado algunas cosas para que pueda llevarse —le dijo ofreciendo un fardo de ropas que llevaba en sus manos. Hizo una reverencia―. Meteremos el resto en baúles…

―Ya te los haremos llegar —sentenció su padre perdiendo la paciencia.

Los ojos de ambas mujeres se llenaron de lágrimas, pero Raven se juró que no las iba a derramar, no en presencia de su padre.

Miró a los guerreros y pareció ver cierto deje de compasión.

Ante el gesto brusco de la mano del laird, Agnes desapareció por el gran portal que daba al corredor de la cocina, sin duda era una mirada de despedida. Raven se puso de pie para ir tras ella y decirle que… Una mano se cerró sobre su brazo, apretó y apretó hasta conseguir arrancarle una mueca de dolor. Sin duda, los dedos de su padre estarían marcados por un par de días en su piel.

―Te irás con ellos. —Los dedos seguían clavados en la carne de su brazo y ella apretó los dientes con rabia.

―Me dijiste que Agnes podría venir con nosotros.

Su padre la miró fingiendo no saber de qué le hablaba.

Por supuesto, ¿por qué habría accedido su padre a darle un pedacito de felicidad, si podía seguir haciéndola más desgraciada de lo que ya era?

La empujó hacia la entrada del salón, con tanta fuerza que tropezó con los bajos de su vestido y cayó de rodillas frente a los cuatro guerreros que habían ido a buscarla. Alzó la cabeza mirándolos a todos, pero no encontró burla en ellos, sino cuatro manos, de cuatro guerreros distintos, dispuestos a ayudarla.

Liam fue el primero en agarrar su mano y con una delicadeza, que nadie creería en semejante guerrero, la ayudó a levantarse. Cuando se dio media vuelta para mirar a su padre, lo miró con la arrogancia con que siempre lo miraba, aun a sabiendas que los golpes podrían ser más fuertes. Pero Quinlan no la golpeó, esta vez no. Y Raven creyó que tenía algo que ver con que Callum la hubiera agarrado del brazo, no a modo de regañina, sino de protección. Miró al guerrero alto de pelo castaño y este despreció tanto a su padre, como su padre a ellos.

―Señora… ―le susurró, pero no la miraba a ella.

Raven tragó saliva y sobre su hombro echó un vistazo. Allí estaban los otros tres guerreros, dispuestos a protegerla.

Su padre estafa colérico, algo de lo más habitual.

―Podéis llevárosla y espero que sea más útil para Gabriel como esposa, de lo que me ha sido a mí como hija.

Ella guardó silencio, alzó el mentón y se dispuso a avanzar hacia la salida.

―No ponemos en duda que será una gran señora ―dijo Callum―. A partir de este momento, nuestra señora. A quien honraremos y defenderemos.

Quinlan rio ante las palabras de Liam.

―Y no le quepa duda de que mataremos a cualquiera que ose hacerle daño, sea quien sea ―la voz de Liam la hizo estremecer.

Aquello detuvo las risas del laird McDowell y Raven se quedó sin habla.

Los otros dos hombres la miraron y asintieron.

Antes de poder saber qué estaba pasando habían salido del salón y cinco caballos esperaban en el patio de armas.

―Gracias ―susurró Raven, verdaderamente agradecida.

Callum asintió, de pronto pareció acordarse de algo y susurró:

―Vuestra doncella… ¿queréis llevarla con vos?

―Mi padre…

―¿Queréis llevarla con vos?

Raven lo miró sorprendida, pero enseguida asintió.

―Eso me complacería más que nada.

Con una sola mirada al guerrero que había estado escuchando su charla, este se marchó sin hacer ruido.

Raven trató de no llorar al clavar sus ojos en la gente que la rodeaba y que había dejado sus quehaceres para despedirla. Los miró con una serenidad que no sentía.

De pronto, las manos fuertes de Liam la ayudaron a montar y después se alejó para hacer él lo mismo. Montó en el semental negro que ella tenía junto a su flanco izquierdo.

Callum montó a su derecho, y agarró el bozal del caballo que el otro guerrero había dejado sin dueño.

Estaban listos.

Tanto tiempo esperando aquello y el día había llegado sin apenas darse cuenta de lo que estaba pasando.

Liam la miró por encima del hombro y tuvo la osadía de sonreírle cuando dos lágrimas rodaron por sus mejillas. No sabía si para tranquilizarla o para burlarse, pero lo cierto es que el guerrero ya no le daba tanto miedo.

—¡Alto!

La voz de su padre se hizo escuchar desde lo alto de la escalera de piedra. Los guerreros le escucharon, pero sin que su grito los perturbara demasiado.

―Cinco de mis hombres os acompañarán para que no tengáis problemas —la voz de su padre volvió a tronar, fuerte y clara para hacerse oír sobre el viento que soplaba del norte.

Callum miró a Liam y este se encogió de hombros. Quién sabe si la escolta sería buena, al fin y al cabo, ningún McDonald estaba del todo seguro en tierras McDowell. Pero Callum tenía otra opinión sobre ser escoltado.

―El día que un McDonald necesite la protección de un McDowell, se congelarán los infiernos.

Su padre apretó los labios, y luego escupió en el suelo.

―Al infierno con vosotros.

Raven lo vio darse la vuelta y entrar de nuevo en el salón. Los soldados de su padre se quedaron quietos, esperando su partida, sin escolta alguna.

No hubo más palabras antes de que empezaran su camino.

Mientras Raven veía toda la curiosidad que producía su partida, pensó que estaba observando ese patio por última vez o, en el mejor de los casos, por última vez en mucho tiempo. Al avanzar por el camino principal y llegar al linde del bosque, se giró para contemplar su hogar. No lloraría, porque quizás algo bueno estaba por llegar, después de todo lo malo vivido en la vida que dejaba atrás.

―¿Lista?

Raven miró a Liam que la estaba aguardando.

―S... sí.

―Bien. ―Sorprendida, vio cómo una sonrisa amable iluminaba el rostro del guerrero―. Ellos ya están aquí.

―¿Quiénes?

Liam señaló con la cabeza los dos caballos vacíos que había junto al camino. Uno era de Callum, el otro del guerrero que había desaparecido en el patio. De pronto, vio cómo regresaban con ellos. Y no venían solos.

―¿Agnes?

―¡Mi señora! ―gritó la muchacha.

Al llegar junto a ella, Raven desmontó y la abrazó.

―Si hemos terminado, será mejor partir. ―Las dos mujeres dejaron de abrazarse y miraron a Callum.

El guerrero ayudó a montar a Raven y sin pedir permiso agarró a la doncella por la cintura y la subió a lomos de su caballo.

―Vos montaréis conmigo.

Agnes asintió ruborizándose del cabello hasta la punta de los pies.

―Será mejor que nos marchemos, hay mucho tráfico hoy por el bosque.

Callum y Lian se quedaron mirando al guerrero.

―Explícate.

―Viene una comitiva desde el norte. Los he visto cuando miraba al horizonte desde la loma. Llevan los colores de los Campbell.

Raven miró a Agnes y la sonrisa de ambas mujeres desapareció de sus rostros.

Las dos sabían quién llegaba a tierras McDowell.

―Rowyn.

La perfecta prometida

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