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Parte I : Valor del sábado

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1. Bases para una fe universal

El valor del sábado para el hombre de hoy reside en su capacidad para sustentar esa fe tridimensional. Las facetas del sábado que vamos a estudiar engloban la Creación, la Redención y la restauración final; el pasado, el presente y el futuro; el hombre, la naturaleza y Dios. Si, como acertadamente decía Paul Tillich, “todo símbolo participa de la realidad que representa”,1 la simbología cósmica del sábado proporciona al creyente moderno la base para una fe universal; una fe que abarca realidades pasadas, presentes y futuras.

El lugar más lógico para comenzar nuestra investigación acerca del mensaje trascendental del sábado y su valor para hoy es el relato bíblico de su origen. Generalmente, el origen de una institución determina su importancia. En efecto, las primeras declaraciones encontradas en el registro bíblico acerca de este tema, y de cualquier otro, pueden ser consideradas como la clave de todo su posterior desarrollo. En la Biblia, el origen del sábado está explícitamente relacionado con el hecho de la Creación. El estudio de la estructura del primer relato de la Creación (Gén. 1:1-2:3) revela, como veremos en el próximo capítulo, que el séptimo día representa la majestuosa culminación de la Creación. Según el relato bíblico, en los seis primeros días Dios creó los espacios (cielo, tierra y mar) y los habitantes de esos espacios (peces, aves, animales terrestres y el hombre); y después, “el séptimo día terminó Dios lo que había hecho, y descansó. Entonces bendijo el séptimo día y lo declaró día sagrado, porque en ese día descansó de todo su trabajo de creación” (Gén. 2:2, 3).

2. Celebración de los orígenes de la humanidad

No es nuestro interés inmediato sumergirnos en las profundas implicaciones teológicas de lo que Dios dijo e hizo en relación con el sábado, sino evaluar el significado del séptimo día en el contexto cronológico del relato en cuestión. Es significativo que el pasaje acerca del séptimo día esté situado en el punto divisorio entre el final de la primera narración de la Creación (Gén. 1:1-2:3) y el principio de la segunda, especialmente centrada en el hombre y su primer hogar (Gén. 2:4-25). Esta ubicación del séptimo día como línea divisoria le confiere la función particularmente importante de celebrar e inaugurar la historia humana.

En el primer relato de la Creación, el séptimo día es presentado en estrecha vinculación con el origen de la pareja humana, precediendo inmediatamente a la formación y la bendición de esta como culminación última de la Creación (Gén. 1:26-31). De hecho, el origen del hombre y del sábado no solo aparecen en íntima secuencia, sino también son tratados con mayor extensión que cualquier otro acontecimiento de la Creación. Esto muestra, a la vez, la importancia y la interdependencia de ambos asuntos.2 El primer día completo en la vida de Adán fue el séptimo, día que empleó, como legítimamente podemos suponer, no trabajando sino celebrando junto con su divino Autor la inauguración de la Creación completa y perfecta. Esta suposición se basa en la declaración bíblica de que el hombre fue creado para vivir según la “imagen” y el ejemplo de su Creador (Gén. 1:26). Así pues, en el cuarto Mandamiento, el precepto de trabajar y descansar está argumentado en la responsabilidad que el hombre tiene de seguir el plan establecido por Dios en la semana de la Creación (Éxo. 20:8-11). Además, el Señor mismo declaró enfáticamente que “el sábado fue hecho para el hombre” (Mar. 2:27). La palabra hebrea usada para hombre es “Adam”, término que designa tanto a una persona específica (Adán) como al conjunto de la humanidad (ver Gén. 5:2). En el primer relato de la Creación, el séptimo día marca la celebración del origen de este mundo en general y del hombre en particular. Por eso Filón, el gran filósofo judío, se complace en llamar al sábado “el aniversario del mundo”,3 y Ralph Waldo Emerson lo llama “el jubileo del mundo”.4 Por la misma razón, hemos designado el sábado en este capítulo con el titulo de “mensaje de nuestro origen”.

3. Inauguración de la historia humana

La segunda parte del texto sobre la Creación (Gén. 2:4-25),5 que describe detalladamente el origen y los albores de la historia de la humanidad, también aparece íntimamente relacionada con el séptimo día, puesto que se inicia en el contexto de esta institución. El relato, de hecho, comienza inmediatamente después de la celebración del primer sábado (Gén. 2:2, 3) con la palabras “estos son los orígenes (toledoth) de los cielos y de la tierra” (Gén. 2:4a). Toledoth puede traducirse tanto como “generación”, u “origen”, como por “informe”, “relato” o “historia”. Esta última opción es adoptada por la versión Dios habla hoy, en donde se lee: “Esta es la historia de la creación del cielo y de la tierra”.

¿Por qué el relato del principio de la vida humana toma como punto de partida la institución del sábado? Eminentes especialistas reconocen en este texto la intención del autor de vincular la historia de la salvación directamente con la institución del séptimo día.6 En el libro del Génesis, la historia del pueblo de Dios aparece jalonada diez veces por la expresión toledoth (“generación”, “historia” u “origen”) y el primer hito se encuentra situado en relación con el séptimo día.7 ¿Por qué? Indudablemente porque ese día celebra la inauguración de la historia de la humanidad. Una segunda razón se puede inducir del hecho de que la semana de la Creación, con su culminación en el día séptimo, provee la unidad de tiempo adecuada para medir el desarrollo de la historia expresada en su secuencia cronológica. Más adelante veremos que el sábado regula la historia no solo cuantitativamente sino también cualitativamente, al centrar la atención en la acción redentora de Dios manifestada en y a través de su pueblo. Este breve análisis muestra que, según el testimonio bíblico, el origen del séptimo día como sábado está enraizado en el hecho de la Creación. Su función consiste en conmemorar la culminación de la Creación e inaugurar la historia humana; o dicho en otras palabras, celebrar el origen del hombre.

Reposo divino para la inquietud humana

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