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Parte II: Teorías sobre el origen del sábado

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Antes de analizar las abarcadoras implicaciones del relato bíblico acerca del origen edénico del sábado, debemos prestar atención a las otras explicaciones acerca del inicio de la celebración del séptimo día que han sido propuestas desde el siglo XIX. Sin menospreciar necesariamente el valor del texto bíblico, a menudo los historiadores han preferido rastrear los orígenes del sábado en fuentes extrabíblicas limitándose a “las cosas que el historiador puede ver” y dejando de lado “las cosas que no se ven”. Los resultados de esas investigaciones distan mucho de ser concordantes. Las diferentes hipótesis que han sido planteadas, como veremos, no solo adolecen de inseguridad, sino también implícitamente han reforzado, por contraste, el valor de la explicación bíblica.

Las teorías más destacadas sitúan el origen del sábado: (1) en torno a la época de Moisés, (2) después del establecimiento de Israel en Canaán, y (3) en torno al exilio babilónico. Las principales razones aducidas para esos orígenes del sábado podrían ser clasificadas como (1) astrológico-astronómicas, (2) socioeconómicas, y (3) mágico-simbólicas.

1. Origen en torno a la época de Moisés

Saturno. La teoría del origen mosaico del sábado se apoya principalmente en el supuesto de la influencia mesopotámica de períodos de siete días relacionados con el planeta Saturno y las fases de la Luna. Una antigua teoría, todavía en boga, hace derivar el sábado del Antiguo Testamento del día de Saturno observado por los kenitas (o ceneos), una tribu con la que Moisés entró en contacto por matrimonio en ocasión de su estancia en Madián (Juec. 4:11, 17).8 Se ha supuesto que el día dedicado a Saturno era un día tabú en el que los kenitas, que trabajaban los metales, no encendían sus hornos de fundición. Los israelitas habrían adoptado el día tabú kenita y habrían extendido sus requerimientos a todas las demás tareas domésticas. En apoyo de esta hipótesis, se ha presentado la prohibición de hacer fuego en sábado (Éxo. 35:3; Núm. 15:32-36), día supuestamente consagrado al culto de Sakkut y Kaiwan (Amós 5:26), presuntos nombres del planeta Saturno.9

El error básico de esta hipótesis está en que se apoya en el supuesto de que los kenitas tenían una semana de siete días dedicados respectivamente a los dioses planetarios. Sin embargo, lo que hasta hoy sabemos es que la introducción de la semana planetaria ocurrió mucho más tarde, aproximadamente al principio de la Era Cristiana.10 Además, no existe ninguna indicación en el Antiguo Testamento o en la antigua literatura hebraica que relacione de algún modo el sábado con el culto de Saturno.11 Por esas razones, entre otras, la hipótesis kenita es desechada hoy prácticamente por todos los especialistas.12

Las fases de la Luna. La teoría lunar, que vincula el origen del sábado con los días asociados a las cuatro fases de la Luna y/o con los plenilunios, ha gozado de mayor popularidad. Esos días disfrutaron aparentemente de cierto significado religioso en la antigua Mesopotamia, el lugar de origen de Abraham. La prueba de la existencia de tales días suele extraerse principalmente de un calendario asirio que fue encontrado y luego guardado, entre otras tabletas cuneiformes, en el Museo Británico en 1869 por el asiriólogo George Smith.13 Este calendario, que parece ser la transcripción de un original babilónico mucho más antiguo,14 enumera los treinta días de un decimotercer mes, o mes intercalar, y señala los días 7, 14, 19, 21, y 2815 de ese mes como días úmé lemnúti; es decir, desfavorables o nefastos (dies nefasti). En ellos, el rey, el sacerdote y el médico debían abstenerse de realizar ciertas actividades para no ofender a los dioses.16 El origen de esos días nefastos es atribuido por algunos entendidos a las cuatro fases de la Luna, que se producen aproximadamente cada siete días.17 Según ellos, los hebreos habrían derivado su sábado del antiguo ciclo lunar mesopotámico.18 La mención del sábado al lado de la luna nueva en el Antiguo Testamento es presentada como un vestigio del origen lunar de esa celebración.19

Esta teoría, aunque aparentemente sugestiva, después de un análisis más profundo revela por lo menos tres inconsistencias. En primer lugar, dado que la duración del mes lunar (lunación) no es de 28 días (4x7) sino de más de 29 (un período que no se puede subdividir en cuatro semanas de siete días cada una),20 cualquier relación entre el séptimo día y las fases de la Luna debe no debe ser considerada primariamente original, sino como un desarrollo secundario. En segundo lugar, si los babilonios contaban los días nefastos en ciclos civiles “semanales” (cosa que aparentemente nunca hicieron), sus ciclos tenían por fuerza que interrumpirse al principio de cada mes, puesto que el primer día (umu lemnu, o 7° día) ocurría ocho o nueve días después del último día nefasto (28° día) del mes anterior. Esta diferencia en el número de días del ciclo dependía de que el mes lunar anterior tuviese 29 o 30 días. Un ciclo tan irregular, subordinado al comienzo fluctuante de cada mes lunar, difícilmente pudo dar origen al ciclo semanal hebraico, formado por semanas invariables de siete días, contados independientemente del ciclo lunar o solar. En tercer y último lugar, no se ha encontrado todavía nada en los textos cuneiformes que indique que los babilonios usaran esos días nefastos como divisiones “semanales” del tiempo para fines civiles. Los preceptos conocidos para esos días afectaban solamente al rey y a los sacerdotes, y no al pueblo en general.21 Además, este no era el único ciclo “semanal” vigente en Babilonia, pues existen frecuentes referencias a la “división del mes en seis partes, comportando un ciclo semanal de cinco días”.22 En contraste con esto, el sábado hebreo (no nefasto sino sagrado) fue siempre tenido como la única división del tiempo, tanto religiosa como civil, y fue observado como festividad por la comunidad entera.

Šabattu. En varios documentos acadios de la antigua Mesopotamia aparece el término šabattu, que tiene un sorprendente parecido fonético con la palabra utilizada en hebreo para designar el sábado (šabat). El término aparentemente designaba el decimoquinto día del mes; es decir, al día de la luna llena. Un ejemplo, aproximadamente de la época de Abraham se encuentra en la famosa epopeya de la Creación llamada Enuma Elish (5:18), donde Marduk dice, dirigiéndose a la Luna: “Al principio del mes, alzándote sobre la tierra, tus luminosos cuernos durarán seis días. Al séptimo día serás (media) corona. En el šabattu, te opondrás (al Sol) a la mitad del mes”.23 ¿Qué significado se atribuía a dicho día? Aparentemente, el šabattu, o día del plenilunio, estaba consagrado al dios lunar Sin, que ocupaba un lugar destacado en el panteón babilónico.24 En varias tablillas, el šabattu es definido como ûm nûh libbi, expresión traducida comúnmente por “día del descanso del corazón”, o “día del apaciguamiento”.25 El šabattu era, por consiguiente el día de la luna llena, cuando presumiblemente los dioses eran apaciguados o aplacados.26 La semejanza aparente entre el šabattu acadio y el šabat hebraico, así como la asociación existente en el Antiguo Testamento entre el sábado y la luna nueva, han llevado a algunos historiadores a deducir que el sábado, en su origen, no era una festividad semanal sino mensual, relacionada con la celebración de la luna llena. La transformación del sábado mensual en semanal se habría realizado mucho más tarde, en tiempos de Ezequiel, como respuesta a una necesidad de descanso.27

La notable ingenuidad de tal teoría ha sorprendido a algunos eruditos. Karl Budde, por ejemplo, manifiesta su desacuerdo con tan infundada hipótesis indicando que no hay “una sola palabra en Ezequiel que prescriba ningún nuevo modo de celebrar el sábado. Al contrario, Ezequiel se queja constantemente (20:12; 22:8, 26; 23:38; 44:24) de que durante muchos años [...] Israel ha fallado en la observancia del sábado en su significado tradicional”.28 Los defensores de la teoría de la luna nueva también ignoran textos tan antiguos como 2 Reyes 4:23 y 2 Reyes 11:4 al 12, que hablan del sábado más de dos siglos antes de la época de Ezequiel.29 Además, esos eruditos no consiguen explicar cómo un “sábado mensual” pudo convertirse en un día semanal de descanso y adoración, totalmente al margen de la luna llena. Si los israelitas hubiesen observado realmente durante siglos la luna llena, ¿por qué no se conservan vestigios de esa observancia? Esta teoría ignora además que el plenilunio, en hebreo, no se llama šabat sino kese (Sal. 81:3), un vocablo sin ninguna relación etimológica con el šabattu acadio. Todo da a entender que el mes lunar babilónico (con sus días nefastos y su šabattu) no ha ejercido ninguna influencia directa en el origen del calendario y del sábado hebraicos. También corrobora esta conclusión el hecho de que los nombres de los meses en hebreo no tengan ninguna similitud con los babilónicos.30 Cualquier semejanza etimológica o ideológica entre los šabattu, días nefastos de Babilonia, y el sábado de los hebreos debe ser explicada, por consiguiente, sobre la base de una herencia semítica común. El pueblo babilónico y el hebreo estuvieron relacionados entre sí lingüística y culturalmente, y ambos pudieron fácilmente haber derivado sus conceptos acerca del sábado a partir de una fuente común. Sin embargo, como ocurre con los relatos de la Creación (Enuma Elish) y del Diluvio (Epopeya de Gilgamesh), también el sábado de la Creación pudo haber sido deformado y convertido de un día sagrado en un día nefasto relacionado con las fases de la Luna. Pero, una evolución de este tipo sugiere no tanto una derivación como un deterioro del sábado original. Desde luego, en el šabattu, o día nefasto babilónico, no se encuentra ningún vestigio de los elevados propósitos y valores humanos expresados en el sábado bíblico.

Períodos de siete días. Varios documentos mesopotámicos antiguos mencionan acontecimientos o celebraciones que duraban un período de siete días. Por ejemplo, dos inscripciones atribuidas al rey Gudea de Lagash (cuidad-Estado de Mesopotamia), quien gobernó en el siglo XXI a.C., relatan unos actos de dedicación de un templo que duraron siete días y citan la instalación de unas estelas que también duró siete días.31 En las historias mesopotámicas del Diluvio, la duración de la tormenta fue de siete días y el primer pájaro fue enviado afuera siete días después de que el barco encallase en una montaña.32 Basándose en estas referencias y en otras similares,33 algunos historiadores han creído poder afirmar, “sin la menor sombra de duda”, que el sábado del Antiguo Testamento deriva de una antigua semana mesopotámica de siete días.34 Sin embargo, tan osada afirmación se funda más en suposiciones que en hechos. Los argumentos en favor de una primitiva semana babilónica, según el famoso arqueólogo Siegfried H. Horn, “son desde luego exiguos, especialmente si se tienen en cuenta los cientos de miles de documentos cuneiformes encontrados en el valle de Mesopotamia. Si los antiguos sumerios, babilonios o asirios hubiesen tenido una semana como la de los hebreos de los tiempos bíblicos, o si le hubiesen conferido al séptimo día de tal semana un valor sagrado, ciertamente habrían dejado constancia de ello”.35

La referencia a una fiesta de dedicación que duró siete días difícilmente puede tomarse como prueba de la existencia de una semana de siete días, sobre todo cuando “existen documentos de la dedicación de muchos otros templos en otras fechas y por otros reyes, con un período de celebración más corto o más largo”.36 Del mismo modo, los períodos de siete días mencionados en las historias mesopotámicas del Diluvio pueden representar una vaga reminiscencia de la existencia de una semana de siete días en tiempos del diluvio bíblico, pero no son necesariamente el reflejo de las costumbres seguidas en el tiempo de la composición de dichas historias. El relato bíblico del Diluvio contiene reiteradas referencias a períodos de siete días (Gén. 8:8-12), aludiendo, como reconocen generalmente los comentaristas, a la existencia de una semana de siete días. Las historias cuneiformes del Diluvio, a pesar de sus distorsiones y embellecimientos legendarios, se mantienen mucho más cerca del relato bíblico que todas las demás narraciones del Diluvio existentes en el mundo.37 Esta semejanza sugiere la perduración de la noción bíblica de la semana de siete días en textos literarios, aun cuando su uso civil hubiese caído en olvido siendo reemplazado por ciclos “semanales” más cortos.38 “La conclusión lógica –dice acertadamente Horn– es que hubo en un tiempo una semana de siete días que se perdió antes de que quedara constancia de ella en documentos históricos y de la que solo se conservaron imprecisos recuerdos”.39

2. Ocupación de Canaán

Institución social. El fracaso de las fuentes extrabíblicas en explicar el origen del sábado ha forzado a los especialistas a volverse de nuevo en sus investigaciones hacia los textos del Antiguo Testamento. Esta nueva orientación de estudios ha llevado a algunos a la conclusión de que el sábado fue instituido después de la ocupación de Canaán.40 Las principales razones alegadas para su introducción son esencialmente de orden social y económico. La necesidad de conceder un día de descanso a los esclavos y la conveniencia de tener un día de mercado para dedicar a la compraventa de productos habrían producido la introducción del sábado como un “día libre”.41 Con el tiempo, según esta hipótesis, el sábado sufrió una evolución, pasando de ser una institución social a una religiosa; es decir, de un día dedicado al reposo de los siervos y al mercado, a un día dedicado a Yahvéh. Este paso se debería especialmente al esfuerzo de los profetas y los sacerdotes, quienes durante el Exilio habrían desarrollado una teología del sábado para promover su observancia religiosa.42

En apoyo de esta teoría, se han señalado aquellos textos que presentan el sábado en términos sociales, particularmente Éxodo 23:12 y 34:21. El primero prescribe el descanso en el séptimo día “para que descanse tu buey y tu asno, y recobren sus fuerzas tus esclavos y el extranjero”. El segundo insiste en la necesidad de observar el séptimo día incluso en plena temporada de trabajo agrícola: “descansarás aun en tiempo de siembra o de cosecha”. La importancia concedida a estas declaraciones radica en el hecho de que no contienen motivos teológicos aparentes; por lo tanto, se las ha contemplado como “la más antigua versión de la ley del sábado”.43 Además, como esos textos se refieren a actividades agrícolas, difícilmente practicables durante el éxodo por el desierto, se ha supuesto que el sábado fue introducido después del asentamiento en Canaán, como respuesta a las nuevas necesidades sociales.

La lógica de esta argumentación no se puede negar, pero, en nuestra opinión, se basa en unas premisas injustificadas. Se da por sentado, por ejemplo, que las inquietudes humanitarias precedieron a las reflexiones y formulaciones teológicas, y por consiguiente, los textos del Pentateuco que hablan del séptimo día estrictamente en términos sociales deben reflejar la forma originaria de la observancia del sábado, mientras que los textos que contienen implicaciones religiosas o teológicas deben ser fechados en un período cronológicamente posterior.44 ¿Qué pudo motivar esas consideraciones y legislaciones humanitarias en una época en que la vida humana tenia tan poco valor? Las supersticiones y las concepciones religiosas de aquellos tiempos y pueblos difícilmente dan lugar a tales motivaciones, de las que, además, no queda ningún vestigio. Por otra parte, ¿desde cuándo las supersticiones han promovido la causa de los derechos humanos? Ese no es, por lo menos, el caso de los pueblos contemporáneos del antiguo Israel, que defendían la esclavitud y tenían un sistema legal para mantenerla.45 Sin embargo, entre los israelitas las instituciones sabáticas proveían un día de descanso para todos, incluidos los siervos, y unas disposiciones destinadas a la cancelación de las deudas (la causa principal de la esclavitud entre ellos) y la emancipación de los esclavos.46

Este sentido humanitario del sábado ¿no presupone razones y motivaciones religiosas? Los motivos teológicos, sin embargo, no siempre necesitan ser explícitamente expresados, especialmente cuando el sábado forma parte de una legislación a la vez civil y religiosa (ver Éxo. 23:12; 34:21). Los códigos civiles casi nunca explican racionalmente las leyes en ellos contenidas. Sin embargo, por ejemplo, en Éxodo 23 (un capítulo que contiene una gran variedad de leyes civiles y litúrgicas), la observancia del sábado es justificada teológicamente. En efecto, la llamada “primera versión del mandamiento del sábado” (Éxo. 23:12) está colocada en el contexto de una amonestación encaminada a tratar humanitariamente a los menos privilegiados: “No oprimirás al extranjero, pues extranjeros fuisteis vosotros mismos en Egipto” (Éxo. 23:9). Esta referencia a la dura esclavitud en Egipto de la que Dios libró a los israelitas ¿no es una importante razón teológica para amonestarlos a portarse humanitariamente con los demás?47 El sábado semanal tanto como el año sabático ¿no eran medios valiosos para expresar el aprecio por el favor recibido, manifestando compasión hacia otros? “Guardar el sábado por amor al hombre –escribe Abram Herbert Lewis– es guardarlo por amor a Dios”.48 Aun en nuestros días ¿no es cierto que el agradecimiento por las bendiciones divinas recibidas sigue siendo un importante motivo religioso para un comportamiento humanitario?

Y ¿qué decir acerca de las referencias al ganado, a siervos y a esclavos, cuyo descanso era requerido incluso en los momentos cruciales de las labores agrícolas? ¿Se deduce realmente de esta reglamentación que el sábado fue introducido por primera vez después de la ocupación de Canaán, cuando los israelitas asentados en el nuevo país comenzaron a tener asalariados?49 Una conclusión semejante no tendría en cuenta dos factores significativos. El primero, que los israelitas en el período que precede inmediatamente a la conquista de Canaán, según las más recientes investigaciones, no vivieron como nómadas sino como seminómadas, con asentamientos prolongados en los límites del desierto (probablemente, de Néguev).50 Esta circunstancia explicaría la introducción de leyes relacionadas con la agricultura antes de la colonización de Canaán. El segundo, que aun aceptando que los israelitas viviesen como nómadas en el desierto, y no poseyesen bueyes, asnos, esclavos ni tierras cultivables, un excepcional legislador como Moisés pudo perfectamente ver más allá de la condición inmediata de su pueblo y promulgar leyes para situaciones futuras. Los “Padres Peregrinos”, cuando desembarcaron en Cape Cod, ¿no firmaron el “Mayflower Compact”, que fue durante años el principal reglamento de gobierno de la colonia de Plymouth?51 ¿Por qué negarle esa capacidad de previsión a Moisés?

Los días de mercado y el número siete. Para explicar cómo los israelitas llegaron a escoger el séptimo día como día de descanso después de la ocupación, se han aducido a veces las influencias cananeas del día de mercado o del número siete. ¿Adoptaron los israelitas el sábado de los cananeos, como algunos sugieren?52 Esta posibilidad parecería válida siendo que los cananeos ejercieron una influencia considerable sobre los israelitas. El hecho es, sin embargo, que no se ha encontrado ningún vestigio relacionado con el sábado ni entre los cananeos ni entre sus principales vecinos, los fenicios.53 ¿Desarrollaron los israelitas el sábado a partir de un determinado día de mercado semanal?54 Días de mercado, sucediéndose regularmente cada cinco, seis, ocho o diez días, existen en numerosos pueblos. El problema de esta teoría reside en que no se conserva ninguna huella de este tipo de mercado semanal en Palestina y mucho menos sucediéndose a intervalos de siete días. Al contrario, la condena rotunda hecha por los profetas contra las actividades comerciales en sábado sugiere más bien que ese día en algún momento degeneró en día de mercado, en lugar de lo que fue originariamente (Neh. 13:14-22; Jer. 17:19-27; Amós 8:5).

¿Proviene el sábado israelita del gran valor simbólico conferido al número siete por muchos pueblos del antiguo cercano Oriente? Algunos han supuesto que el número siete, a causa de su prestigio, fue usado en un primer tiempo para fijar la duración de las fiestas de primavera y otoño (la fiesta de los Ázimos y la de las Cabañas duraban siete días cada una), y que más tarde esas unidades de siete días fueron usadas para medir el tiempo a lo largo del año.55 Esta hipótesis es interesante pero no llega a explicar, en primer lugar, por qué el número siete consiguió tal prestigio. En realidad, sería más lógico pensar que la existencia de un ciclo semanal de siete días haya influido en la duración de las fiestas anuales que viceversa.56 Es evidente que existe una relación entre la semana de siete días, la duración de las fiestas anuales y el número siete. Pero, dado que el número siete no corresponde a ninguna medida astronómica de tiempo conocida, la mejor explicación acerca de su procedencia y su uso sigue siendo el relato bíblico de la bendición y santificación divinas del séptimo y último día de la Creación.

Este rápido vistazo nos ha permitido observar algunas de las inconsistencias de los actuales criterios usados para defender el origen del sábado como una institución social originada durante el asentamiento de Israel en Canaán. Hemos visto que esta teoría no aporta ninguna alternativa convincente que explique el origen del sábado, porque se basa en una arbitraria selección de textos y en una hipotética influencia de un posible día de mercado o del número siete.

3. El exilio

¿Innovación o consolidación? El período del exilio judío en Babilonia (605-539 a.C.) ha sido generalmente considerado de crucial importancia para la historia del sábado. Para algunos estudiosos del tema, aludidos anteriormente, el Exilio fue la circunstancia precisa que le dio origen. Para otros, el período exílico y el posexílico representan el punto de partida del desarrollo teológico y litúrgico del sábado. No necesitamos detenernos en la primera de estas opciones, pues, como ya hemos visto, es desmentida abiertamente por las referencias bíblicas preexílicas acerca del sábado. La segunda tesis, sin embargo, merece ser tomada en consideración. Se pretende en ella que el Exilio contribuyó por partida doble a transformar el sábado de una institución social (un día de descanso para los esclavos y el ganado) en una festividad religiosa (un día para el culto divino). Por una parte, la pérdida de la patria, los bienes y los esclavos habría eliminado las razones sociales para el descanso sabático, al tiempo que habría inducido a los israelitas a buscarle otras justificaciones teológicas. Por otra parte, la pérdida de un lugar sagrado propio (el Templo de Jerusalén, 586 a.C.) habría sido compensada por un tiempo sagrado propio (el sábado) capaz de proporcionarles un marco para la adoración, incluso en el Exilio.

El Antiguo Testamento, sin embargo, no corrobora esta teoría. Los profetas del Exilio no introdujeron ninguna innovación en la teología o la observancia del sábado. Ezequiel, por ejemplo, no prescribe nada nuevo ni en cuanto al modo ni en cuanto a los motivos de la celebración del sábado. Al contrario, este profeta llega a considerar la profanación del sábado en el pasado como la causa principal de las calamidades que habían caído sobre Israel (Eze. 20:15, 16, 21, 36; 22:26, 31). Para promover el regreso a la correcta celebración del sábado, Ezequiel no apela a unas nuevas razones teológicas sino al antiguo significado histórico del sábado, concretamente, el de servir como “signo” o señal del pacto existente entre Israel y Dios (Eze. 20:12, 20). Esta función del sábado como señal de alianza se hizo más patente durante la experiencia del Exilio, al haberse convertido en una realidad presente la amenaza de dispersión, e incluso de extinción. Ezequiel, sin embargo, presenta el significado y la función del sábado en el marco de la alianza entre Dios y su pueblo, no como un nuevo concepto aparecido con la experiencia del Exilio sino como una creencia tradicional arraigada en el origen histórico de Israel durante el Éxodo. En otras palabras, la fuerza del argumento del profeta reside en la aplicación de un sentido que el sábado había tenido desde mucho antes de la deportación a Babilonia.57

¿Se convirtió el séptimo día en un tiempo sagrado como resultado de la pérdida de un lugar sagrado, el Templo de Jerusalén? De nuevo, las declaraciones de Ezequiel se oponen a ello, pues en sus escritos encontramos frecuentes referencias que relacionan el sábado con los objetos del culto (Eze. 22:26; 23:38) y con los servicios del futuro Templo (Eze. 45:17; 46:1-4, 12).58 La carencia de un lugar de culto durante el Exilio no parece haber contribuido tanto a la introducción de grandes innovaciones ideológicas o rituales como a la consolidación de las instituciones ya existentes; entre ellas, el sábado. Así lo corroboran los mensajes dados por Jeremías y las medidas tomadas por Nehemías después del Exilio, por ejemplo, para impedir las actividades comerciales en Jerusalén durante el sábado (Jer. 17:19-27; Neh. 10:31, 33; 13:15-22). Esas medidas no van encaminadas a transformar el carácter del sábado sino a corregir a sus transgresores.

Estas observaciones no pretenden negar que más tarde (durante el período intertestamentario) el concepto del sábado sufrió considerables cambios. De hecho, el sábado llegó a ser tenido por los judíos como un don exclusivo de Dios para Israel. Este exclusivismo fue alimentado tanto por el judaísmo rabínico como por el sectario, ambos empeñados en levantar en torno a ese día barreras protectoras para asegurar su correcta observancia.59 Desgraciadamente, como denuncian severamente los evangelios, esas barreras se convirtieron en una pesada carga legalista en vez de una guía espiritual para la genuina celebración del sábado. Esta evolución ocurrió, sin embargo, después de terminado el Antiguo Testamento.

¿Qué conclusiones podemos sacar de este somero examen de las principales hipótesis sobre el origen del sábado? Hemos visto que todas las conjeturas relativas a la época (Éxodo, asentamiento, Exilio) y a las causas (astronómicas, sociológicas, mágicas) del origen de la celebración del séptimo día de la semana complican el problema más que aclararlo. No se puede presentar ninguna prueba de que el sábado derive del culto al planeta Saturno, de las fases de la Luna, de los días de mercado, del valor sagrado del número siete o del Exilio. Nos preguntamos si muchos de esos esfuerzos por reducir el sábado a un fenómeno mítico o sociológico no serán un reflejo del deseo (consciente o no) de algunos de liberarse a sí mismos de la necesidad de enfrentarse con el sentido y la observancia de ese día. Esperamos, sin embargo, que los infructuosos intentos por descubrir la “prehistoria” del sábado en fuentes extrabíblicas sirvan para contribuir a la revalidación del relato bíblico sobre su origen y significado.

Reposo divino para la inquietud humana

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