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Parte III: El sábado de la creación
Оглавление1. Objeciones y objetores al sábado de la creación
Las teorías sobre el origen del sábado que acabamos de ver reflejan las conclusiones de la critica reciente. Pero, por extraño que parezca, la relación entre el sábado y la Creación ya había sido impugnada desde mucho antes por sectores tan “conservadores” como los judíos de Palestina, los Padres de la iglesia, algunos reformadores y, más recientemente, los modernos dispensacionalistas. ¿Cuáles son las razones de ese continuo rechazo, a lo largo de los siglos, del origen edénico del sábado a pesar de las reiteradas declaraciones del Pentateuco (Gén. 2:1-3; Éxo. 20:11; 31:17)? Son varias. Veamos brevemente algunas de las principales.
Crisis de identidad. El imperioso deseo de preservar su identidad judía en un tiempo en que la presión helenística los impelía a abandonar el judaísmo llevó, al parecer, a algunos rabinos de Palestina a reducir el alcance del sábado, haciéndolo pasar de una norma establecida en la Creación para toda la humanidad a un precepto dado por Moisés exclusivamente para Israel. Los enérgicos esfuerzos del rey sirio Antíoco Epífanes por llevar a cabo su programa de radical helenización de los judíos favorecieron especialmente esta evolución. Como resultado de la prohibición de ofrecer sacrificios y de guardar el sábado (175 a.C.), muchos judíos abjuraron de su fe, “sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado” (1 Mac. 1:43). Los judíos piadosos resistieron heroicamente contra la helenización, prefiriendo el martirio a quebrantar el sábado (1 Mac. 2:32-38). La necesidad de preservar su identidad religiosa en ese tiempo de crisis fomentó una visión nacionalista y exclusivista del sábado. En el libro de los Jubileos, se lee: “Él (Dios) no permitió a ningún otro pueblo observar el sábado en ese día sino solo a Israel; a él solo le fue otorgado celebrarlo” (2:31).60 Si se encuentra alguna mención de la observancia del sábado por los patriarcas, se la considera como una excepción “antes de que (el sábado) fuese dado” a Israel.61
Esta noción del sábado como una institución exclusivamente judía establecida no en la Creación y para toda la humanidad, sino por Moisés y para Israel solo, hace aparecer a Dios como culpable de favoritismo y discriminación. Debemos decir, en honor a la verdad, que esta concepción representa solo una tendencia del pensamiento judío, desarrollada tardíamente al margen de la tradición original. Surgió en oposición al concepto del sábado en el judaísmo helenístico (griego), en el que se lo consideraba como un legado dado en la Creación a la humanidad entera. De hecho, incluso en la literatura palestina (tanto apocalíptica como rabínica), hay abundantes menciones a Dios, Adán, Set, Abraham, Jacob y José como fieles observadores del sábado.62
Necesidad apologética. Algunos Padres de los primeros siglos adoptaron la noción del origen mosaico y del carácter exclusivamente judaico del sábado, y la usaron como arma apologética contra aquellos cristianos que mantenían la vigencia del mandamiento del sábado en la dispensación cristiana. Su argumento más común, al que recurrían frecuentemente, decía que si los patriarcas, siendo hombres justos, no practicaron esta costumbre es porque se trataba de un precepto temporal, dado por Moisés y destinado a ser observado exclusivamente por los judíos a causa de su infidelidad.63 La reducción del día de reposo a un infame signo judío de desobediencia puede reflejar la falta de buenos argumentos apologéticos en un momento dado, pero no la comprensión de los valores permanentes que la Escritura había conferido al séptimo día.
Ausencia de la palabra “sábado”. En el texto de Génesis 2:2 y 3 se encuentra una triple referencia al “séptimo día”, pero no se menciona la palabra “sábado”. Para algunos, esta ausencia indica que el sábado no fue instituido en la Creación sino en tiempos de Moisés.64 Es cierto que el término “sábado” no aparece en este pasaje, pero también lo es que la forma verbal utilizada es sabat (cesar, descansar, reposar) y, tal como ha señalado Cassuto, esta forma “contiene una alusión al nombre del sábado”.65 Además, como observa inteligentemente este mismo autor, el uso de la expresión séptimo día en lugar de sábado puede reflejar la intención del escritor de subrayar la vigencia permanente de ese día, independientemente y al margen de cualquier asociación con los “sábados” astrológicos de los pueblos paganos.66 Al señalar un orden permanente, el séptimo día refuerza el mensaje cósmico del relato de la Creación, a saber, que Dios es a la vez el Creador y el Señor de este mundo. En el libro del Éxodo, sin embargo, donde el séptimo día es mencionado en el contexto del origen no del cosmos, sino del pueblo de Israel, el séptimo día es llamado específicamente “sábado”, quizá para enfatizar su función histórica y soteriológica. Sobre esta dimensión del sábado trataremos en los capítulos III y V.
Ausencia de un mandamiento. La ausencia en Génesis 2:2 y 3 de un mandato específico sobre la observancia del séptimo día se ha interpretado como una prueba adicional de que el sábado no tiene que ver con ningún precepto divino ni con ninguna norma ética destinada a la humanidad entera, siendo tan solo una institución ceremonial introducida por Moisés en Israel justificada con un presunto origen en la semana de la Creación.67 Este argumento acusa a Moisés de distorsionar la verdad, o por lo menos, de haber cometido el grave error de pretender que el sábado era una creación divina, cuando en realidad era su propia creación. Tal acusación pone seriamente en duda no solo la integridad de Moisés, sino también la fiabilidad del texto bíblico.
¿Qué es lo que da a un mandato divino su carácter moral y universal? ¿No se considera ley moral aquella que refleja la naturaleza divina? Si es así, ¿pudo revelar Dios de un modo mejor la naturaleza moral del sábado que convirtiendo en precepto su propia conducta divina? ¿Hay algún principio que establezca que el ejemplo divino tiene menor autoridad que su mandato? ¿No tienen más valor los actos que las palabras? “El modo de actuar de Dios –escribe John Murray– es el modelo que sirve de ejemplo para la actuación humana. No cabe duda de que en Génesis 2:3 hay por lo menos una alusión a la observancia del séptimo día de la semana por parte del hombre”.68 El hecho de que el sábado sea presentado en el texto de la Creación como un ejemplo divino y no como un mandato puede muy bien expresar la intención divina de que el sábado fuese entendido, en un mundo sin pecado, no como una imposición alienante sino como una respuesta libre del hombre ante la bondad de su Creador. Al aceptar ponerse especialmente a la disposición divina en el sábado, el hombre podía experimentar una renovación y un enriquecimiento físico, mental y espiritual constantes. Siendo que esas necesidades no desaparecieron con la Caída sino que fueron aumentando, la función moral, universal y perpetua del precepto del sábado fue reiterada más tarde bajo la forma de un mandamiento.69
Ausencia de ejemplos. El argumento más antiguo y quizás el más fuerte que se haya lanzado contra la procedencia edénica del sábado es la ausencia de menciones explícitas de su observancia durante todo el período patriarcal desde Génesis 2 hasta Éxodo 16.70 Las fuentes extrabíblicas, como vimos anteriormente, solo aportan unas cuantas indicaciones acerca de algún tipo de “sábado” primitivo entre los pueblos semitas de la antigua Mesopotamia. En realidad, teniendo en cuenta la naturaleza del sábado, difícilmente podemos esperar que se encuentren claras evidencias de su observancia entre los pueblos paganos. Sin embargo, esas evidencias deberían encontrarse en el caso de los patriarcas. ¿A qué se debe ese aparente silencio? ¿Es posible que desde Adán hasta Moisés, por alguna razón inexplicable, el sábado dejase de ser observado? Un caso parecido a este ocurrió con la fiesta de las Cabañas, que dejó de celebrarse desde el tiempo de Josué hasta el de Nehemías, durante casi mil años (Neh. 8:17). También es posible que la costumbre de guardar el sábado no se haya mencionado por considerarla demasiado evidente. Esta última posibilidad parece más verosímil por varias razones.
Primera: En la Biblia encontramos otro caso semejante, pues tampoco se menciona el sábado desde Deuteronomio hasta 2 Reyes. Este silencio difícilmente puede interpretarse como una prueba de no observancia del día de reposo, ya que la primera referencia que rompe este silencio (2 Rey. 4:23) lo hace considerándolo como una festividad comúnmente celebrada. Segunda: El libro de Génesis no contiene leyes, como el libro de Éxodo, sino solo un esquemático relato acerca de los orígenes. Al no mencionar ninguno de los otros mandamientos, su silencio en cuanto al sábado no es nada excepcional.71 Tercera: A lo largo del libro del Génesis y en los primeros capítulos del Éxodo,72 hay varias referencias a la semana de siete días, que implican, por consiguiente, la existencia del sábado. El período semanal de siete días se menciona cuatro veces en el relato del Diluvio (Gén. 7:4, 10; 8:10, 12). El término “semana” se usa también para describir la duración de los festejos nupciales de Jacob (Gén. 29:27), así como para la duración del duelo por su muerte (Gén. 50:10). Un idéntico período de tiempo dedicaron los amigos de Job para expresar su condolencia al patriarca enfermo (Job 2:12). Probablemente los ceremoniales referidos terminen con la llegada del sábado.
Un argumento más: El sábado es presentado en Éxodo 16 y 20 como una institución ya existente. Las instrucciones para recoger doble porción de maná en el sexto día presuponen el conocimiento del significado del sábado. “En el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día” (Éxo. 16:5). La falta de explicación sobre la necesidad de recoger doble cantidad el sexto día sería incomprensible si los israelitas no hubiesen tenido ya un conocimiento previo del sábado. Del mismo modo, en Éxodo 20, el sábado aparece como algo familiar. El mandamiento no dice “desde ahora guardarás el sábado” sino “acuérdate del sábado” (Éxo. 20:8), lo que implica que ya era conocido. Más aún, el mandamiento presenta el sábado como originado en la Creación (Éxo. 20:11) y, por lo tanto, no deja opción a la idea de una festividad introducida tardíamente.73
Especular sobre el modo en que los patriarcas guardaron el sábado es un esfuerzo estéril, pues se basaría más en la imaginación que en los datos. Considerando, sin embargo, que la esencia del sábado no es un lugar donde ir para cumplir con unos ritos, sino un tiempo para dedicar a Dios, a los demás y a sí mismo,74 es perfectamente verosímil que los patriarcas ocupasen ese tiempo sagrado junto con los suyos en actos religiosos tales como la oración (Gén. 12:8; 25), los sacrificios (Gén. 12:8; 13:18; 26:25; 33:20) y la enseñanza (Gén. 18:19).
Tendencias legalistas. Las anteriores objeciones contra un sábado procedente de la Creación han sido planteadas por algunos cristianos en reacción contra la manera excesivamente legalista en que el sábado ha sido guardado por la mayoría de los defensores de esa procedencia.75 Su reacción es, desde luego, justificada. Lo que no se puede justificar es el rechazo de un precepto por el hecho de que alguien lo haya pervertido. Desgraciadamente, los legalistas tienden a olvidar que Cristo, por su enseñanza y ejemplo, hizo del sábado un día de “gracia” y no de “sacrificio” (Mat. 12:8); un tiempo destinado a amar a Dios y al prójimo, y no a exhibir la piedad personal cumpliendo ciertos ritos. Una comprensión correcta de la experiencia del sábado puede ser un buen antídoto contra el legalismo. Porque el sábado no nos enseña a trabajar en favor de nuestra salvación (legalismo) sino a descansar de todos nuestros trabajos, para que, como muy bien dijo Calvino, “Dios pueda trabajar en nosotros”.76
Conflicto con la ciencia moderna. Para terminar este vistazo a las objeciones contra el sábado creacionista, debemos mencionar también a aquellos que rechazan esta enseñanza bíblica porque no pueden conciliarla con las teorías actuales acerca de los orígenes. La teoría más generalmente extendida propone que al final de un largo proceso que duró millones de años la vida apareció “espontáneamente” en la superficie de la Tierra, y fue evolucionando a partir de su forma unicelular más simple hasta las formas actuales. Para conciliar esta idea con el relato de la Creación, algunos bienintencionados teólogos han interpretado la semana de la Creación, no como un período de seis días literales, sino como seis eras geológicas.77 Otros prefieren ver la semana de la Creación como un tiempo durante el cual Dios fue revelando al hombre sus actividades creadoras y sus extraordinarios atributos. Es obvio que ambas interpretaciones rechazan el sentido del sábado, puesto que presuponen que Dios no santificó realmente ni el séptimo día ni ningún otro.
El problema que encontramos en la lógica científica es, como muy bien lo plantea Herold Weiss, que esta “se niega a dejarse informar por la teología”.78 Cuando alguien se limita a creer solo lo que puede demostrarse en los laboratorios, ha optado por seguir la pista de sus raíces descendiendo hasta el más bajo espécimen biológico, en vez de seguirla ascendiendo hasta la imagen de Dios. En última instancia, esta actitud conduce al ser humano a no creer más que en sí mismo. La trágica consecuencia de tal filosofía es que acaba por vaciar la vida y la historia humana de todo sentido, despojando a ambas de su origen y su destino divinos. La vida se reduce a un mero ciclo biológico cuyos principio y fin solo se explican por el azar. Y así, la realidad última no es Dios sino la materia, considerada históricamente como eterna o mala. El registro de la Creación, con el sábado como memorial, es un reto a este nihilismo. Es un desafío a cada generación (esté alienada por las supersticiones o por la técnica) a reconocer que el mundo es una creación y un don de Dios al hombre, y que la vida humana tiene sentido porque está enraizada en Dios.
¿Es realmente necesario poder explicar la semana de la Creación a la luz de las teorías actuales para poder aceptar el sábado como un precepto divino? ¿Tiene la ciencia contemporánea los conocimientos y el instrumental necesarios para determinar cuánto tiempo se necesita para “crear” un sistema solar como el nuestro con todas sus multiformes manifestaciones de vida? Algunos parecen olvidar que la ciencia solo puede observar y medir los procesos de conservación y desintegración en curso. De hecho, la ciencia moderna, al suponer que los procesos actuales han funcionado siempre en el pasado como en el presente (uniformismo), está excluyendo la posibilidad del proceso creador del fíat divino (Dios llamando a los seres a la existencia). De modo que el problema, en última instancia, no es cómo conciliar la semana de la Creación con las teorías modernas acerca del origen, sino cómo conciliar la doctrina bíblica de la Creación divina con los supuestos “científicos” de la generación espontánea. ¿Es posible armonizar ambas posiciones? Evidentemente, no, puesto que las dos parten de premisas que se excluyen mutuamente. Una solo acepta causas naturales, mientras que la otra reconoce a Dios como Causa sobrenatural: “Por la fe entendemos que el universo fue creado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb. 11:3).
Si aceptamos por fe que Dios creó este mundo, ¿por qué rechazar entonces lo que él nos ha revelado acerca del tiempo que utilizó para crearlo? Alguien podría objetar que la noción de un Dios que crea y descansa dentro de los límites de una semana literal va en contra de su naturaleza eterna y omnipotente. Es evidente que el Dios todopoderoso no necesita ni días literales ni eras geológicas para crear nuestro mundo: su deseo basta para traerlo a la existencia (Sal. 33:6). Pero, el hecho de que en su Revelación Dios nos diga que prefirió usar un esquema temporal a escala humana en vez de uno a escala divina para crear nuestro mundo, ¿no pone de relieve otro atributo igualmente importante de su naturaleza divina, a saber, el amor? La intención divina al situar la Creación en el marco limitado del tiempo humano ¿no sería la de dar al hombre un ejemplo del equilibrio semanal ideal entre trabajo y descanso? ¿No sería ya un indicio de su divina voluntad de entrar incluso en los límites de la naturaleza humana para llegar a ser “Emanuel”, “Dios con nosotros”? Pero, esta dimensión del sábado la estudiaremos más adelante. De momento, concluimos que el poner en duda el origen divino del sábado a fin de armonizar la semana de la Creación con ciertas teorías evolucionistas lleva consigo el rechazo no solo del mensaje de Génesis 1:1 a 2:3, sino también del cuarto Mandamiento, que habla de seis días literales de Creación y un día literal de descanso santificado por Dios cuando acabó de crear el mundo (Éxo. 20:11).
2. El sábado de la creación en las Escrituras
En este rápido vistazo a las principales objeciones contra el sábado de la Creación, se han manejado principalmente textos procedentes de Génesis y Éxodo, los dos primeros libros de la Biblia. Esto podría dar la impresión de que el resto de las Escrituras y de la historia no mencionan el tema. La verdad es, sin embargo, que existen referencias que apoyan el origen edénico del sábado tanto en otras partes de la Biblia como fuera de ella. Vamos a exponer brevemente algunas de esas referencias para que el lector tenga una visión más completa del asunto en su perspectiva bíblica e histórica.
Marcos 2:27. Dos significativas declaraciones de Jesucristo, registradas en Marcos 2:27 y Juan 5:17, aluden al sábado de la Creación. En el texto de Marcos, Cristo dice: “El sábado fue hecho para el hombre, no el hombre para el sábado” (2:27). El contexto de esa afirmación es el siguiente: Los discípulos, para saciar su hambre, habían comido espigas de trigo en el lindero de un campo, por lo que habían sido acusados de transgredir el sábado. Para refutar tal acusación y para demostrar que la función principal del sábado es proteger y no mermar el bienestar físico y espiritual del hombre, Cristo apela al propósito inicial de ese día, diciendo: “El sábado fue hecho para79 el hombre; y no el hombre para el sábado” (Mar. 2:27).80
El vocabulario utilizado en este pasaje es muy revelador. El verbo hacer” (ginomai) alude a la “creación” del sábado81 y el sustantivo “hombre” (anthropos) se refiere a la humanidad en general. De modo que, para establecer el valor universal y humano del sábado, Cristo apela a su origen inmediatamente posterior a la creación del hombre. ¿Por qué? Porque para Dios la ley instituida en el origen es suprema. Así lo indica también en otra ocasión en que, lamentando la corrupción de la institución del matrimonio en tiempos del código mosaico, Jesús recurre a la ley del Edén, diciendo: “En el principio no era así” (Mat. 19:8). Cristo, pues, apunta a la Creación como origen tanto del sábado como del matrimonio, para hacer resaltar su valor fundamental para la humanidad.
Juan 5:17. El cuarto Evangelio recoge otra significativa declaración de Jesús acerca del sábado. Acusado por haber realizado una curación en sábado, se defiende diciendo: “Mi Padre hasta ahora obra y yo obro” (Juan 5:17). Algunos estudios sobre este pasaje han interpretado el “obrar” de Dios como una referencia a su cuidado providente (cura continua) o a la Creación continua (creatio continua), dándole al adverbio traducido por “hasta ahora” el significado de “continuamente”, o “siempre”.82 Basándose en esa interpretación, se ha sostenido que la alusión al continuo trabajo de Dios, ya sea creando o conservando, ignora y anula la ley del sábado.
Tal conclusión es errónea, al menos por dos razones. Primera, porque en este pasaje y otros del Evangelio de Juan la obra y el obrar de Dios no se identifican con la Creación o la providencia, sino explícita y repetidamente con la labor redentora de Cristo (ver Juan 4:34; 6:29; 10:37-38; 14:11; 15:24; 9:3). Segunda, porque el adverbio “hasta ahora” no resalta la constancia sino la iniciación y la culminación de la obra de Dios. En otras palabras, Dios está actuando desde el primer sábado hasta este mismo momento, y hasta la conclusión de su obra en el sábado final. El adverbio “hasta ahora” presupone un “principio” y “un fin”. El principio es el primer sábado, cuando Dios terminó la Creación; y el fin es el último sábado, cuando la Redención se haya concluido. Los sábados entre el primero y el último no son para Dios y sus criaturas (Juan 9:4) un tiempo de descanso ocioso, sino de “labor” responsable en favor de la salvación de los hombres. Concluimos, por lo tanto, que Cristo, al referirse en Juan 5:17 a la labor creadora divina para justificar la legitimidad de la realización de su ministerio redentor en ese día, ratifica implícitamente el origen edénico del sábado.
Hebreos 4:1 al 11. El origen del sábado es también relacionado con la Creación por el autor de la Epístola a los Hebreos. En su cuarto capítulo, explica la naturaleza universal y espiritual del descanso sabático citando juntos dos textos del Antiguo Testamento: Génesis 2:2 y Salmo 95:11. El primer texto remonta el origen del descanso sabático a la Creación, cuando “Dios descansó en el séptimo día de todas sus obras” (Heb. 4:4; ver Gén. 2:2, 3). El último (Sal. 95:11) muestra que el descanso divino incluye también el gozo de la salvación, que se encuentra al entrar personalmente en el “descanso de Dios” (Heb. 4:3, 5, 10). Pasando por alto las demás enseñanzas acerca del sábado sugeridas en este pasaje, destacaremos solamente que para su autor el sábado no se originó en tiempos de Josué, durante el asentamiento en Palestina (Heb. 4:8), sino en la Creación misma, cuando “Dios descansó en el séptimo día de todas sus obras” (Heb. 4:4). El contexto indica claramente que el autor se refiere a las “obras” de la Creación, puesto que explica que las obras de Dios “fueron acabadas desde la fundación del mundo” (Heb. 4:3). Así pues, en Hebreos 4 no solo se acepta el sábado de la Creación, sino también se lo presenta como la base para entender el propósito último de Dios con su pueblo.
3. El sábado de la creación en la historia
La tradición judía. Pasando ahora de las fuentes bíblicas a las extrabíblicas, encontramos un amplio reconocimiento del origen creacionista del sábado, tanto en la historia del judaísmo como en la del cristianismo. Los judíos desarrollaron dos posiciones diferentes en cuanto al origen del sábado. En líneas generales, los dos puntos de vista se distinguen por su procedencia geográfica y por su terminología. El judaísmo palestino (hebreo), como vimos anteriormente, redujo el sábado al nivel de un precepto exclusivamente judío relacionado con el origen de Israel como nación en tiempos de Moisés. Este punto de vista no representa, sin embargo, la tradición original sino un desarrollo secundario que fue favorecido por la necesidad de preservar la identidad judía frente a las presiones helenísticas (especialmente en tiempos de Antíoco Epífanes, 175 a.C.), encaminadas a hacer abandonar la religión judía. Y así, incluso en la literatura palestina, hay referencias al origen creacionista del sábado. Por ejemplo, el Libro de los Jubileos (en torno a 140-100 a.C.) dice, por una parte, que Dios permitió guardar el sábado “solo a Israel” (Jub. 2:31); y por otra parte afirma que Dios “guardó el sábado en el séptimo día y lo santificó por todas las edades, y lo puso por señal de todas sus obras” (Jub. 2:1).
En la literatura judía helenística (griega), el sábado es unánimemente considerado como una institución para todos los hombres que se remonta a la Creación. Aristóbulo, el predecesor de Filón, por ejemplo, escribe en el siglo II a.C. que “Dios, el Creador de todo el mundo, nos ha dado también el séptimo día para descansar porque la vida de todos los hombres está llena de fatigas”.83 Dos siglos más tarde, Filón trató ampliamente el tema del sábado. No solo remonta el origen del sábado a la Creación, sino también se complace en llamarlo “el aniversario del mundo”.84 Refiriéndose al relato de la Creación, escribe lo siguiente: “Se nos dice que el mundo fue hecho en seis días y que en el séptimo cesó Dios de su obra para contemplar lo que tan perfectamente había creado, y por lo tanto ordenó a los que deberían vivir como ciudadanos de este mundo seguir su ejemplo en esta como en otras cosas”.85 Precisamente porque el sábado existe desde la Creación, Filón insiste en que es “la festividad del Universo y no la de un solo pueblo o país, y solo ella merece propiamente el nombre de universal porque pertenece a todos los pueblos”.86
La iglesia primitiva. El reconocimiento del origen creacionista del sábado se encuentra también en documentos de la iglesia primitiva, incluso en casos en que sus requerimientos son discutidos o aplicados al domingo. En la Didascalia Siriaca (hacia 250), por ejemplo, la controversia entre el sábado y el domingo gira en torno a cuál de los dos días tiene prioridad con respecto a la Creación. El domingo es “superior” al sábado porque lo precedió en la semana de la Creación. Como primer día de la Creación, el domingo representa “el principio del mundo”.87 En el tratado Sobre el sábado y la circuncisión, contado entre las obras de Atanasio (296-373), se argumenta la superioridad del domingo sobre el sábado contraponiendo la Redención a la Creación: “El sábado fue el final de la primera Creación; el Día del Señor fue el principio de la segunda, en la cual él renovó y regeneró la antigua”.88 El hecho de que tanto los observadores del sábado como los del domingo hayan apelado a la Creación como argumento para defender la legitimidad del reposo en un día o en otro demuestra la importancia que tenía para ellos la cuestión de su origen.
En las llamadas Constituciones de los santos apóstoles (hacia 380) se amonesta a los cristianos a “observar el sábado y la fiesta del Día del Señor; porque aquel es el memorial de la Creación y esta el de la Resurrección”.89 En esta obra hay varias referencias más al sábado de la Creación. Por ejemplo, una oración alusiva a la encarnación de Cristo empieza con las siguientes palabras: “Oh, Dios todopoderoso, tú has creado el mundo por medio de Cristo y has señalado el sábado en memoria de ello, porque en ese día tú nos has hecho descansar de nuestras obras para meditar en tus leyes”.90 El tema del sábado creacionista, como observó Jean Daniélou, se encuentra “en el centro del pensamiento de San Agustín”.91 La culminación de la semana de la Creación da pie a Agustín (354-430) para desarrollar dos importantes conceptos. El primero es la noción de la marcha de la historia de este mundo hacia un reposo final en la paz de Dios. En otras palabras, la consecución del descanso eterno representa para Agustín el cumplimiento del “sábado que el Señor aprobó al final de la Creación, como está escrito, ‘Dios descansó en el séptimo día de todos sus trabajos’ ”.92
El segundo comentario de Agustín sobre el sábado de la Creación podría definirse como el paso místico del alma humana del desasosiego al descanso de Dios. Como ejemplo podemos citar, en uno de los más sublimes capítulos de sus Confesiones, la oración siguiente: “¡Oh, Señor Dios, tú que nos has dado todo, concédenos también tu paz, la paz del sábado, la paz sin atardecer!93 Porque este tan hermoso orden de cosas pasará cuando haya cumplido el propósito que les has señalado. Todas ellas fueron hechas con una mañana y una tarde. Pero el séptimo día no tiene atardecer, porque tú lo has santificado para que dure eternamente. Tu descanso en el séptimo día, después de completar tus obras, nos anuncia a través de la voz de tu Libro que nosotros también, cuando terminemos nuestras obras por tu gracia, en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti”.94 Esta interpretación espiritual y escatológica del sábado muestra el profundo aprecio que Agustín tenía por su significado, aun cuando no aceptase la observancia literal del cuarto Mandamiento.95
Edad Media. La concepción agustiniana del sábado fue seguida con mayor o menor aproximación a lo largo de la Edad Media.96 Pero, a partir del año 321, con la ley dominical de Constantino, apareció una nueva interpretación. Para darle una sanción teológica a la legislación imperial que exigía la cesación de trabajo en domingo, las jerarquías eclesiásticas apelaron a menudo al precepto creacionista del cuarto Mandamiento, pero adaptándolo a la observancia del domingo. Crisóstomo (347-407) anticipa este desarrollo en su comentario sobre Génesis 2:2: “Dios bendijo el séptimo día y lo santificó”. Pregunta: “¿Qué significa realmente ‘lo santificó’? [...] [Dios] nos enseña que entre los días de la semana uno debe ser puesto aparte completamente dedicado al servicio de las cosas espirituales”.97 La transformación del sábado de la Creación (la específica observancia del séptimo día) en el simple reposo un día de cada siete hizo posible aplicar el mandamiento del sábado a la observancia del domingo. Pedro Comestor (m. 1179) también defiende esta aplicación argumentando sobre la base de Génesis 2:2 que el “sábado ha sido observado siempre por algunas naciones incluso antes de que la ley fuese dada”.98 Este reconocimiento del sábado como una norma procedente de la Creación, y por lo tanto universal, fue motivado, sin embargo, no por el deseo de fomentar la observancia del séptimo día, sino por la necesidad de sancionar el acatamiento del domingo.
En la teología medieval tardía, la aplicación literal del mandamiento del sábado a la observancia del domingo fue justificada con una nueva interpretación que consistía en separar en el cuarto Mandamiento su aspecto moral del ceremonial.99 Tomás de Aquino (1225-1274) ofrece, en su Suma Teológica, la más elaborada exposición sobre esta artificial y abusiva distinción. Allí argumenta que “el mandato de guardar el sábado es moral [...] en la medida en que ordena al hombre dedicar parte de su tiempo a las cosas de Dios [...] pero es un precepto ceremonial [...] en cuanto a la determinación del tiempo”.100 ¿Cómo puede el cuarto Mandamiento ser ceremonial en su especificación del séptimo día, pero moral en su obligación de apartar un día para el descanso y la adoración? Sin duda porque, para Tomás de Aquino, el aspecto moral del sábado se apoya en la ley natural, es decir, que el principio de destinar periódicamente un tiempo al descanso y a la adoración está de acuerdo con la razón natural.101 El aspecto ceremonial del sábado, por otra parte, se basa en el simbolismo del séptimo día: conmemoración de la Creación y prefiguración del “reposo del alma en Dios, en la vida presente por medio de la gracia, o en la vida futura en gloria”.102
Uno se pregunta qué tendrá que ver el aspecto ceremonial (transitorio) del sábado con su significado de perfecta creación divina y de reposo en Dios en esta vida y en la venidera. ¿No es precisamente este significado el que provee la base para consagrar un tiempo a la adoración a Dios? Rechazar como ceremonial el mensaje original del séptimo día, concretamente que Dios es el Creador perfecto que ofrece descanso, paz y compañía a sus criaturas, implica desechar también toda razón moral para dedicar un tiempo determinado al culto divino. La creencia en Dios como Creador, que será tratada en el próximo capítulo, constituye la piedra angular de la fe y del culto cristianos. Aparentemente el mismo Tomás de Aquino reconoció la deficiencia de su razonamiento puesto que hizo una distinción entre el sábado y otras festividades del Antiguo Testamento, como la Pascua, “un signo de la futura Pasión de Cristo”. Para él, estas festividades eran “temporales y transitorias [...] por lo tanto solo el sábado, y ninguna otra de las solemnidades y sacrificios, es mencionado en los preceptos del Decálogo”.103 La inseguridad de Tomás de Aquino acerca del aspecto ceremonial del sábado se refleja también en su comentario de que Cristo anuló no el precepto del sábado, sino “la interpretación supersticiosa de los fariseos, quienes pensaban que había que abstenerse de hacer incluso obras de caridad en sábado, lo cual iba en contra de la intención de la Ley”.104 La incertidumbre de Tomás de Aquino fue, sin embargo, ampliamente olvidada, y su distinción entre los aspectos moral y ceremonial en el sábado se convirtió en una razón fundamental para defender el derecho de la iglesia a introducir y regular la observancia del domingo y de otras fiestas religiosas. El resultado fue un elaborado sistema legal muy semejante a la legislación rabínica sobre el sábado, pero aplicado al domingo.105
Luteranismo. Los reformadores del siglo XVI sostuvieron diversos puntos de vista sobre el origen y la naturaleza del sábado. Sus posiciones dependían de su comprensión acerca de la relación entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, y sobre todo de su reacción en contra de una observancia legalista y supersticiosa no solo del domingo sino de toda una serie de festividades religiosas. Lutero y algunos radicales, en su intento por combatir el sabatismo medieval fomentado no solo por la Iglesia Católica sino también por elementos de la Reforma tales como Andreas Karlstadt,106 atacaron el sábado como una “institución mosaica especialmente destinada al pueblo judío”.107 Esta posición se vio ampliamente fomentada por una separación radical entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En el Gran Catecismo (1529), Lutero explica que el sábado “es algo superado, como las demás ordenanzas del Antiguo Testamento que estaban sujetas a determinadas costumbres, personas y lugares, pero ahora hemos sido liberados por Cristo”.108 Esta postura aparece formulada todavía más claramente en el artículo 28 de la Confesión de Augsburgo (1530): “La Escritura ha abrogado el sábado; pues enseña que desde la revelación del evangelio todas las ceremonias mosaicas quedan eliminadas”.109
Estas declaraciones quizá den la impresión de que Lutero rechazó el origen creacionista del sábado, reduciéndolo a una simple institución judaica. Pero tal conclusión no es correcta, pues Lutero afirma, en el propio Gran Catecismo, que “el día (sábado) no necesita ser santificado en sí mismo, puesto que ya ha sido creado santo. Desde el principio de la Creación fue santificado por su Creador”.110 Del mismo modo, en su comentario sobre Génesis 2:3, Lutero dice: “Dado que las Escrituras mencionan el sábado mucho antes de que Adán cayese en pecado, ¿no habrá que deducir que ya se le había indicado que debía trabajar seis días y descansar el séptimo? Así es, sin duda alguna”.111 Melanchthon, el colaborador y sucesor de Lutero, expresó el mismo punto de vista. En la edición de 1555 de sus Loci Communes, Melanchthon afirma claramente que, “desde los tiempos de Adán, los primeros padres guardaron (el sábado) como un día en el que dejaban a un lado el trabajo de sus manos y se reunían con otros para la predicación, la oración de agradecimiento y los sacrificios, tal como Dios había ordenado”.112 Melanchthon hace una distinción entre la función del sábado antes y después de la Caída. Antes de la Caída, el sábado tenía por objeto permitir que Dios encontrara “reposo, morada, gozo y delicia” en sus criaturas. “Después de la Caída –escribe Melanchthon–, el sábado fue restablecido por Dios cuando prometió que su paz volvería a reinar cuando el Hijo diera su vida y descansase en la muerte hasta la resurrección. Por eso ahora, en nuestro sábado, nosotros también debemos morir y resucitar con el Hijo de Dios para que Dios pueda volver a encontrar morada, paz y gozo en nosotros”.113
¡Qué profunda percepción del significado del sábado bíblico! Un día para permitir que el creyente muera y resucite con Cristo.114 Un día para dejar que Dios encuentre “morada, complacencia y paz en nosotros”. La intención de este libro es estudiar temas como ese contenidos en el sábado. Uno se pregunta cómo Lutero y Melanchthon pudieron contemplar el sábado como una norma dada en la Creación y a la vez como una institución mosaica. La explicación está en que adoptaron y desarrollaron la distinción hecha por Tomás de Aquino entre la ley natural y la ley mosaica o, como ellos las llamaron, la ley moral y la ley ceremonial. Esta distinción es articulada con más claridad por Melanchthon que por Lutero, aunque este último sostenía que “la legislación mosaica sobre el sábado [...] ha sido abolida” porque “no está respaldada por la ley natural”.115 Sin embargo, fue Melanchthon quien, en respuesta a los que llevaban la posición de Lutero al extremo de rechazar la observancia de cualquier día, afirmó lo siguiente: “En este mandamiento hay dos aspectos, uno general que la iglesia necesita siempre, y otro específico, referido a un día especial que solo atañía al pueblo de Israel [...]. Porque lo general de este mandamiento, a saber la necesidad del culto, pertenece al ámbito de lo moral, natural y permanente; pero lo específico, lo relacionado con el séptimo día, pertenece a lo ceremonial [...] y no nos atañe a nosotros; por lo tanto, nosotros tenemos nuestras reuniones el primer día, es decir, el domingo”.116
Es difícil comprender la lógica de este razonamiento. ¿Cómo el principio de consagrar un día de la semana “para el servicio de la predicación y del culto público” puede catalogarse como moral, pero la especificación del séptimo día como ceremonial, y solamente válida para el pueblo de Israel? Objetar que el séptimo día es ceremonial porque no tiene una explicación evidente en la razón humana (ley natural) es un argumento de doble filo, porque tampoco la lógica humana lleva por sí misma a descubrir el principio de que se debe consagrar un día a la semana para dedicarlo al “servicio de la predicación y al culto público”.117 En realidad, esto último ni siquiera se puede deducir explícitamente del cuarto Mandamiento, que dicho sea de paso, no menciona la necesidad de asistir a servicios públicos de culto, sino solo la necesidad de descanso (Éxo. 20:10).118 La idea de que el Decálogo está basado en la ley natural es una elaboración del escolasticismo (influido por la filosofía moral clásica).119 En la Biblia, el sábado y el resto de los Diez Mandamientos no aparecen como un fruto de la razón humana, sino de una revelación divina especial. El hecho de que la razón humana pueda descubrir por sí misma muchos de los valores éticos del Decálogo prueba su racionalidad, pero no su origen.
La distinción luterana entre aspectos morales y ceremoniales o naturales y mosaicos en el sábado nos parece un honesto pero inadecuado esfuerzo por salvar algunos de los valores del sábado en el enfrentamiento de dos amenazas opuestas: por una parte, la de los antinomianos radicales, que negaban la necesidad de observar ningún día;120 por otra, la de los legalistas católicos y reformados, que defendían la santificación de las fiestas como “necesaria para la salvación”.121 La Confesión de Augsburgo alude a esas “monstruosas disputas” y explica que “esos errores proliferaron en la iglesia cuando la justificación por la fe no fue enseñada con suficiente claridad”.122 Lutero realizó encomiables esfuerzos para evitar a la vez el Scylla del legalismo y el Carybidis del antinomianismo. Solo cabe lamentar que para conseguir su objetivo rechazase como mosaicos y ceremoniales algunos aspectos y funciones importantes del séptimo día que, como veremos más adelante, son de incalculable valor para comprender y experimentar la “justificación por la fe”. En lugar de ello, Lutero optó por conservar el domingo como un día aceptable “establecido por la iglesia para el bien de los laicos y de las clases trabajadoras”123 que necesitan “por lo menos un día a la semana para descansar [...] y asistir a los servicios religiosos”.124 La distinción radical de Lutero entre ley natural y ley mosaica, y entre Ley y evangelio, fue adoptada y desarrollada hasta sus extremos por grupos radicales como los anabaptistas, puritanos extremistas, cuáqueros, menonitas, huteritas y las modernas confesiones antinomianas.125 Todos estos sectores han argüido que el sábado no fue establecido por Dios en la Creación, sino que pertenece a la dispensación mosaica cumplida y abolida por Cristo. Consecuentemente, en la dispensación cristiana los creyentes estarían exentos de la observancia de cualquier día de reposo en particular.
Catolicismo. El punto de vista católico acerca del sábado se mantuvo en el siglo XVI básicamente en la postura tomista, distinguiendo entre ley mosaica y ley natural. Leamos, por ejemplo, el Catecismo del Concilio de Trento (1566), llamado también “Catecismo romano”. En el cuarto capítulo de la tercera parte explica la diferencia entre el sábado y el resto de los Mandamientos, diciendo: “Los demás preceptos del Decálogo pertenecen a la ley natural, y son perpetuos e inalterables [...] porque concuerdan con la ley de la naturaleza, cuya fuerza impele a los hombres a su observancia; pero el mandamiento relativo a la santificación del sábado, en lo que al tiempo señalado (para su observancia) se refiere, no es inmutable ni inalterable sino susceptible de cambio, ya que no pertenece a la ley natural, sino a la ceremonial [...] puesto que solo a partir del tiempo en que el pueblo de Israel fue liberado de la opresión de Faraón se observó el sábado”.126 Y concluye diciendo que “la observancia del sábado (como séptimo día) ha sido abolida [...] al mismo tiempo que los demás ritos y ceremonias hebraicos, a saber, a la muerte de Cristo”.127
Ya mostramos anteriormente la falta de lógica que existe en considerar la especificación del séptimo día en el cuarto Mandamiento como una ley mosaica y ceremonial. Solo añadiremos que sobre la base de la ley natural también debería ser considerado como ceremonial el segundo Mandamiento, pues la prohibición de adorar representaciones iconográficas (o pictóricas) de la Deidad (Éxo. 20:3-6) tampoco es plenamente explicable recurriendo solo a la razón humana. Por eso, sin duda, la Iglesia Católica ha suprimido el segundo Mandamiento (Éxo. 20:3-6) de su Decálogo.128 Ahora bien, ¿es la razón humana un criterio legitimo para aceptar o rechazar los preceptos del Decálogo? Aparentemente, esa es la posición tomada por la Iglesia Católica para defender su derecho a introducir no solo la observancia del domingo, sino también la de otros días. Tenemos abundantes ejemplos de ello, especialmente en los documentos católicos del siglo XVI.129 Así, Johann Eck (1486-1543), en su Enchiridion, escrito contra algunos reformadores, dice que “si la iglesia ha tenido el poder de cambiar el sábado de la Biblia por el domingo y decretar la observancia del domingo, ¿por qué no va a tener también poder sobre los demás días? [...] Si uno prescinde de la iglesia y se limita a aceptar solo la Biblia, entonces debe guardar el sábado como los judíos, como ha sido guardado desde el principio del mundo”.130
Es interesante observar que Eck, aun cuando apoya la autoridad de la Iglesia Católica para cambiar el sábado por el domingo, no deja de reconocer el origen creacionista del sábado, al decir que “ha sido guardado desde el principio del mundo”.131 La misma opinión aparece expresada en un documento católico más oficial, el Catecismo del Concilio de Trento (1566): “El sábado –se explica allí– fue llamado así por el Señor en el Éxodo (Éxo. 20:8-11; Gén. 2:2), porque habiendo acabado y completado la creación del mundo, ‘Dios descansó de toda su obra’ (Gén. 2:2, 3)”.132 Más adelante, el sábado es considerado “una señal, como un memorial de la creación de este admirable mundo”.133 Este franco reconocimiento del sábado como institución y memorial de la Creación desafía y contradice lo afirmado en el mismo documento acerca del derecho de la iglesia a cambiar el sábado: “Ha placido a la iglesia de Dios transferir la celebración religiosa del sábado al Día del Señor”.134 Esta patente contradicción, como veremos más tarde, volverá a ser planteada en términos similares en la tradición protestante.
Sabatarios. Ciertos reformadores radicales adoptaron dos posiciones opuestas frente al sábado. Un sector, del que ya hablamos anteriormente, llevó hasta su consecuencia lógica la distinción luterana entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, rechazando la santificación del sábado, o de cualquier otro día, como cosas de la dispensación mosaica, cumplida por Cristo y reemplazada por la dispensación de la gracia. Otro grupo, sin embargo, siguiendo las implicaciones lógicas del concepto calvinista de la unidad entre los dos Testamentos, reconoció y promovió la observancia del séptimo día como el sábado instituido en la Creación para la humanidad de todos los tiempos. Los oponentes de este grupo los llamaron comúnmente “sabatarios”. Estudios recientes han demostrado que los sabatarios constituían un grupo respetable en tiempos de la Reforma, especialmente en Moravia, Bohemia, Austria y Silesia.135 Algunos catálogos católicos de sectas los clasifican inmediatamente después de los luteranos y los calvinistas.136 Erasmo (1466-1536) menciona a los sabatarios de Bohemia: “Ahora han aparecido entre los bohemios una nueva clase de judíos, a quienes llaman Sabbatarii, y quienes guardan el sábado con gran superstición”.137 Lutero confirma la existencia de grupos sabatarios en Moravia y Austria.138 En 1538 escribió una Carta contra los Sabatarios [Brief wider die Sabbathers], argumentando en contra de su observancia del sábado.139
Oswald Glait, exsacerdote católico convertido en pastor luterano y más tarde anabaptista, comenzó a propagar con éxito en 1527 sus ideas sabatarias entre los anabaptistas de Moravia, Silesia y Bohemia.140 Fue apoyado por el erudito Andreas Fisher, también exsacerdote y anabaptista.141 Glait escribió un Tratado sobre el sábado (Buchlenn vom Sabbath), fechado en torno a 1530, que no ha llegado hasta nosotros. De la refutación que Gaspar Schwenckfeld142 hizo de la obra de Glait, deducimos que este defendía la unidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, aceptando la validez e importancia del Decálogo para los cristianos. Glait rechazaba la tesis de sus críticos de que el mandamiento del sábado es una prescripción ceremonial del mismo tipo que la circuncisión. “El sábado fue ordenado y guardado desde la Creación”, decía.143 Dios enseñó a “Adán en el Paraíso a celebrar el sábado”.144 Por lo tanto, “el sábado [...] es para siempre un signo de esperanza y un memorial de la Creación [...] un pacto eterno [...] que está en vigor mientras el mundo exista”.145 Glait tuvo que sufrir el exilio, la persecución y finalmente la muerte, ahogado en el Danubio (1546).146
La muerte de Glait, quizás el más sobresaliente líder de los sabatarios, no detuvo la expansión de la doctrina del sábado. En tiempos de la Reforma habían observadores del sábado en numerosos países europeos, tales como Polonia, Holanda, Alemania, Francia, Hungría, Rusia, Turquía, Finlandia y Suecia.147 En el siglo XVII, su presencia fue particularmente notoria en Inglaterra. R. J. Bauckham observa que “una importante serie de predicadores puritanos y anglicanos se esforzaron por combatir el séptimo día. Sus esfuerzos son una prueba tácita de la atracción que tal doctrina ejercía en el siglo XVII; los observadores del séptimo día fueron tratados con gran rigor por las autoridades puritanas y anglicanas”.148 Los bautistas del séptimo día se convirtieron en la principal iglesia observadora del sábado en Inglaterra.149 En 1671 fundaron su primera comunidad en América, en Newport (Rhode Island).150 Los adventistas del séptimo día reconocen con gratitud su deuda hacia los bautistas del séptimo día por haberlos llevado al conocimiento del sábado en 1845.151 Pocos años más tarde (1860), la Iglesia de Dios del Séptimo Día aceptó también el valor del sábado.152 Más recientemente, esta creencia ha sido aceptada por la Iglesia Universal de Dios e importantes sectores de otras confesiones.153
La Tradición Reformada. Las iglesias reformadas tradicionales, tales como los puritanos ingleses, los presbiterianos, los congregacionalistas, los metodistas y los bautistas, han adoptado lo que podíamos llamar una “posición de compromiso”, reconociendo por una parte que el sábado es una norma establecida en la Creación, mientras que por otra defienden el domingo como una legítima sustitución del sábado llevada a cabo por la iglesia. Generalmente hacen una diferencia entre la observancia temporal del domingo y la espiritual. Calvino fue realmente el pionero y promotor de esta tendencia tan extendida y que tanto influyó sobre el sabatismo, en especial sobre los puritanos angloamericanos. La base de las enseñanzas de Calvino acerca del sábado se encuentra en el rechazo de la antítesis luterana entre la Ley y el evangelio. En su esfuerzo por mantener la unidad básica entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, Calvino cristianizó la Ley, espiritualizando, por lo menos en parte, el mandamiento del sábado.154
Calvino reconoció que el sábado había sido instituido por Dios en la Creación. En su Comentario sobre Génesis 2:3, escrito en 1554, afirma: “Así pues, en primer lugar Dios descansó; luego bendijo este descanso, para que siempre fuese sagrado entre los hombres; por lo tanto dedicó al descanso cada séptimo día, para que su propio ejemplo fuese una ley perpetua”.155 Un año antes de su muerte (1564), reitera esta misma convicción en su Armonía del Pentateuco, diciendo: “Ciertamente Dios se reservó para sí mismo el séptimo día y lo santificó cuando terminó la creación del mundo, para que mantuviese a sus siervos unidos y libres de todo cuidado para la contemplación de la belleza, excelencia y perfección de sus obras”.156 Unos párrafos más allá, Calvino explica que “la santificación del sábado fue anterior a la Ley”.157 Dios reiteró este Mandamiento en tiempos de Moisés porque con el paso del tiempo “se había extinguido entre las naciones paganas y se había descuidado casi totalmente entre la raza de Abraham”.158
¿Cómo concilia Calvino su aceptación del sábado como una norma dada por Dios en la Creación a toda la humanidad con su creencia de que “con la venida de Cristo la parte ceremonial de la Ley fue abolida?”159 En otras palabras, ¿cómo puede ser el sábado a la vez una norma universal y una parte del ceremonial judío abolido por Cristo? Calvino intenta resolver este conflicto recurriendo a la distinción tomista entre los aspectos moral y ceremonial del sábado. En la Creación, el sábado fue dado como estatuto perpetuo, pero “después la Ley dio una nueva disposición acerca del sábado, que debía ser para los judíos en especial y solo por un tiempo”.160 ¿Qué diferencia hay entre el sábado judío (mosaico) y el sábado cristiano (creacionista)? La diferencia no es fácil de detectar, especialmente para el que no está habituado a distinguir entre matices teológicos. Calvino califica al sábado judío de “típico” (simbólico), es decir, “una ceremonia legal anticipadora de aquel reposo espiritual verdadero, que se manifestaría en Cristo”.161 El sábado cristiano (domingo), sin embargo, “no es figurativo”.162 Con ello, Calvino quiere decir aparentemente que se trata de una institución pragmática, destinada a cumplir tres objetivos básicos: permitir que Dios obre en nosotros, proveer tiempo para la meditación y los servicios religiosos y proteger a los asalariados.163
Una contradicción sin resolver. El intento de Calvino por superar el conflicto entre el sábado como “norma perpetua desde la Creación” y “ley ceremonial temporal” no es convincente. ¿Acaso el sábado no realiza las mismas funciones prácticas para los judíos que para los cristianos? Además, cuando Calvino enseña que para los cristianos el sábado representa “la renuncia propia” y “el verdadero descanso” del evangelio,164 ¿no está atribuyéndole a ese día un significado “tipológico-simbólico” similar al que tenía el sábado judío? Esta cuestión pendiente reaparece en los escritos de los sucesores de Calvino dando lugar a un sinfín de controversias. Por ejemplo, Zacarías Ursinos, el compilador de aquella importante confesión reformada conocida como El Catecismo de Heidelberg (1563), enseña que “el sábado del séptimo día fue ordenado por Dios desde el principio del mundo, para indicar que el hombre, siguiendo su ejemplo, debía descansar de sus trabajos” y, “aunque el sábado ceremonial fue abolido en el Nuevo Testamento, el sábado moral todavía perdura y nos atañe tanto a nosotros como a otros”.165 Esta posición fue defendida posteriormente con tenacidad en el monumental trabajo del famoso puritano británico Nicolás Bownde,166 escrito en 1595 con el título de La doctrina del sábado, y en otros documentos confesionales, tales como el Sínodo de Dort de 1619167 y la Confesión de Fe de Westminster de 1646.168
Estos y otros documentos, sin embargo, no dan una explicación lógica a la arbitraria y artificial distinción entre el llamado aspecto moral (constante, perpetuo, natural) del sábado aplicado al domingo y su aspecto ceremonial (contingente, temporal, mosaico), supuestamente anulado por Cristo. Pretender que la especificación del séptimo día es un elemento litúrgico del sábado porque fue designado para ayudar a los judíos a conmemorar la Creación y a experimentar el reposo espiritual significa cerrar los ojos al hecho de que los cristianos necesitan dicha ayuda tanto como los judíos; significa dejar a los cristianos en la confusión de no saber por qué deben consagrar un día al culto divino. R. J. Bauckham reconoce la existencia de tal perplejidad diciendo que la mayoría de “los protestantes de mediados del siglo XVI tenían ideas tan imprecisas acerca de los motivos para la observancia del domingo como las que han tenido la mayoría de cristianos de todos los tiempos”.169
La contradicción patente entre los aspectos moral y ceremonial del día de reposo ha suscitado repetidas controversias sobre la relación existente entre el domingo y el mandamiento del sábado. ¡Por cierto que el sábado no ha tenido descanso! La distinción entre lo moral y lo ceremonial en el sábado ha llevado a dos posturas opuestas sobre el domingo. En Holanda, por ejemplo, estos dos puntos de vista fueron debatidos durante más de diez años a partir del Sínodo de Dort (1619). De un lado, los teólogos holandeses Willem Teellinck, William Ames y Antonio Walaeus escribieron importantes tratados defendiendo el origen creacionista del sábado y, por consiguiente, la legítima aplicación del cuarto Mandamiento a la observancia del domingo.170 En el lado opuesto, el notable profesor Francisco Gomarus contestó con su extensa Investigación sobre el significado y origen del sábado y consideración sobre la institución del día del Señor (1628), en la que propugnaba el origen mosaico del sábado y por consiguiente el origen eclesiástico e independiente del domingo.171
El debate entre esas dos posiciones opuestas se ha reavivado repetidas veces en diferentes países,172 y los dos puntos de vista están todavía muy lejos de conciliarse. Dos estudios recientes, el uno de Willy Rordorf (1968)173 y el otro de Roger T. Beckwith y Wilfird Stott (1978)174 ilustran bien la situación. Rordorf propugna la tesis de que el sábado no es un precepto creacionista que afecta a los cristianos, sino una “institución social” introducida después de la ocupación de Canaán y anulada por Cristo. De ese modo, desvincula completamente del cuarto Mandamiento la celebración del domingo, pues la considera una creación exclusiva de la iglesia cristiana, introducida para conmemorar la resurrección de Cristo por medio de la Cena del Señor.175 Al cortar todos los lazos con el mandamiento del sábado, Rordorf reduce el domingo a una hora de culto programada según las demandas de la vida moderna. Las implicaciones prácticas de esta posición son evidentes. Llevadas a sus últimas consecuencias significarían el “certificado de defunción del domingo”,176 ya que, con el tiempo, hasta esa hora de culto puede ser fácilmente devorada por el vertiginoso horario de la vida moderna.
Beckwith y Stott, en su último libro titulado Este es el día: La doctrina bíblica del domingo cristiano (1978), rebaten la tesis de Rordorf, demostrando que el sábado es una norma relacionada con la Creación, que Cristo no rechazó sino que observó y esclareció, y que los apóstoles usaron para forjar el Día del Señor.177 En consecuencia, deducen que “visto a la luz del Nuevo Testamento en su conjunto, el Día del Señor puede ser claramente considerado como un sábado cristiano: una culminación hacia la que apuntaba el sábado del Antiguo Testamento”.178 Como resultado lógico de esta conclusión, el domingo ya no es solamente una hora de adoración, como argüía Rordorf, sino “un día completo, apartado para ser una festividad sagrada [...] para el culto, el descanso y las buenas obras”.179 No es nuestro propósito aquí tomar partido ante las respectivas posiciones de Rordorf y Beckwith-Stott que, como demostré en mi tesis, contienen varias afirmaciones gratuitas.180 Solo queremos hacer notar al lector que la discusión sobre la naturaleza y el origen del sábado sigue abierta. Y lo que está en juego no es una mera disputa académica, sino la cuestión del verdadero significado y pertinencia del sábado para la vida cristiana.