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Por consiguiente, en razón del pueblo cristiano, en el que la ciudad de Dios peregrina en la tierra, si buscamos la carne de Cristo en la descendencia de Abraham, dejando a un lado los hijos de las concubinas, aparece Isaac; si en la descendencia de Isaac, excluido Esaú, que es también Edón, aparece Jacob, que también es Israel; si en la descendencia del propio Israel, descartados los demás, aparece Judá, porque Cristo nació de la tribu de Judá. Y por este motivo escuchamos cómo Israel, al bendecir a sus hijos cuando iba a morir en Egipto, bendijo proféticamente a Judá: A ti Judá, dijo, te alabarán tus hermanos. Tus manos estarán sobre la espalda de tus enemigos. Te adorarán los hijos de tu padre. Judá, cachorro de león; de un retoño, hijo mío, te alzaste, recostándote dormiste como un león y como un cachorro de león, ¿quién lo despertará? No faltará un príncipe de Judá y un jefe de sus muslos hasta que llegue lo que se le ha reservado; y él mismo será la esperanza de las naciones; atando a la vid a su pollino y a la tienda al pollino de su burra lavará en vino su túnica y en la sangre de la uva su manto. Sus ojos están enrojecidos por el vino, y sus dientes más blancos que la leche229. He explicado estas cuestiones polemizando contra Fausto el maniqueo230 y considero que es suficiente, en la medida en que se manifiesta la verdad de esta profecía. Allí también ha sido predicha la muerte de Cristo mediante el término «sueño», y no la necesidad, sino el poder sobre la muerte, mediante el nombre del león. Dicho poder él mismo lo profetiza en el Evangelio cuando dice: Tengo el poder de desprenderme de mi alma y el poder de recobrarla de nuevo. Nadie me la quita, pero yo me desprendo de ella y la recobro de nuevo231. Así rugió el león, así cumplió lo que dijo. En efecto, pertenece a este poder lo que se añadió acerca de su resurrección: ¿quién lo despertará? Es decir, ningún ser humano, excepto él mismo, que también dijo de su cuerpo: Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré232. Y el propio género de muerte, es decir, la sublimidad de la cruz, se entiende en una sola palabra que dijo: Te levantaste. Y lo que añade: recostándote dormiste, el evangelista lo explica cuando dice: E inclinada la cabeza entregó su espíritu233. O, sin lugar a dudas, se reconoce su sepultura en la que se recostó quedándose dormido, y de donde ningún ser humano lo hizo levantarse, como los profetas a algunos o como él mismo a otros, sino que él mismo se levantó como de un sueño. Por otra parte, su túnica, que lava en vino, es decir, que purifica de los pecados en su sangre, sangre cuyo sacramento conocen los bautizados, donde también añade: y en la sangre de la uva su manto, ¿qué es sino la iglesia? Y Sus ojos están enrojecidos por el vino, alude a sus hombres espirituales embriagados por su copa, de la que canta el salmo: ¡Y qué excelente es tu cáliz embriagador! Y sus dientes más blancos que la leche, lo que según el apóstol beben los niños pequeños, aún no preparados para el alimento sólido, es decir, las palabras nutricias. Por consiguiente, él mismo es en quien habían sido restauradas las promesas de Judá que, hasta que se cumpliesen, nunca faltaron príncipes de aquella estirpe, es decir, reyes de Israel. Y él mismo será la esperanza de las naciones, lo que resulta más claro cuando se ve que cuando se explica.

La ciudad de Dios. Libros XVI-XXII

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