Читать книгу Mujeres silenciadas en la Edad Media - Sandra Ferrer - Страница 7
ОглавлениеIntroducción
Cuando se abrió la ventana...
Cuando era pequeña me apasionaban las clases de historia. La Edad Media era mi época favorita. Aún recuerdo aquella pirámide en la que pintábamos a los campesinos en la base, a los caballeros y clérigos en el medio y a los reyes en la cima. Imaginábamos hombres sobre caballos, armados con largas lanzas, monjes rezando en bucólicos claustros y reyes con ricas testas coronadas. Pero ¿y las mujeres? En aquel entonces, hace ya unas décadas, lo cierto es que no me lo planteé. Aparecía alguna damisela con aquellos cucuruchos estrafalarios en la cabeza y hermosos trajes que imitábamos en casa con viejas telas de cortina.
Pasados los años, en una revista de historia medieval, me topé con una mujer, ataviada también con aquellos gorros extraños, acompañada de otras tantas damas. Eran ilustraciones de La ciudad de las damas, aquella gran obra precursora del feminismo —¡en plena Edad Media!— escrita por Cristina de Pizán, considerada la primera escritora profesional de la historia, de quien tendré ocasión de hablar.
Por aquel entonces, ya había descubierto nombres propios femeninos medievales como las archiconocidas Leonor de Aquitania o Juana de Arco. Pero Cristina me abrió una ventana a su ciudad de las damas y a una gran cantidad de preguntas. Leonor fue reina; Juana, una santa. Roles estereotipados de las mujeres en la Edad Media. Pero, en un mundo en el que el 90 % de la población era campesina y las mujeres vivían a la sombra de padres, maridos o clérigos; en un tiempo en el que el analfabetismo estaba, si cabe, más extendido entre las campesinas, ¿cómo podía ser que una mujer, viuda y sola, hubiera conseguido vivir de la palabra escrita, y en el siglo XIV?
Cristina de Pizán fue solo el principio. Luego encontré otros nombres propios como Hildegarda de Bingen, Sabine von Steinbach, Jacoba Félicié, Beatriz de Día, María de Francia, Matilde de Magdeburgo, Catalina de Siena, Brígida de Suecia, Alice Kyteler, Gertrudis de Hefta, En Depintrix, entre otras. No está mal para un tiempo en el que nacer mujer suponía llegar a un mundo de encierro, ya fuera en el hogar o el monasterio. Junto a estos y otros nombres que iré desvelando, para aquellos que quieran acompañarme en este relato, descubrí que las mujeres habían ejercido oficios reservados exclusivamente a los hombres, como constructoras, albañiles, trovadoras, iluminadoras, escritoras, médicas, entre otras actividades. Algunas obtuvieron el aplauso masculino, pero otras perdieron su vida en el intento.
Poco a poco, todas estas mujeres, con nombres propios o anónimas, están siendo descubiertas por grandes historiadores, escritores y periodistas, que reclaman para ellas el lugar que les corresponde en el mundo medieval: un mundo eminentemente masculino y, a menudo, misógino.
Esta es mi aportación para visibilizar a aquellas mujeres, sin denostar por ello a los hombres y alimentar la hoguera de la guerra de sexos. Simplemente descubriendo un universo femenino apasionante y largamente silenciado. Espero que, con el tiempo, este universo se dé a conocer en las clases de historia para que los que ahora son alumnos, como lo fui yo un día, descubran un mundo de hombres y mujeres, y puedan situarlos a todos en el lugar que les corresponde.
… aparecieron las damas
27 de noviembre de 1095. La ciudad de Clermont se ha convertido en el centro del orbe cristiano. Tras sus murallas se está celebrando un concilio en el que se gestará la toma de Jerusalén y la lucha contra el infiel, que la historia conocerá como la Primera Cruzada. Al sínodo de la Iglesia han sido llamados unos trescientos clérigos y laicos que durante varios días se han reunido en la catedral de Clermont. Fuera del templo, que por aquel entonces aún no había tomado la forma gótica posterior, el mundo sigue su curso.
Todos los asistentes al concilio son hombres. Hombres de fe, temerosos de Dios, a quienes se les ha educado en una tradición cristiana en la que las mujeres no salen muy bien paradas. Mientras el destino de sus maridos e hijos se decide intramuros, ellas permanecen ajenas al gran capítulo de la historia que se está escribiendo a tan solo unos metros.
Entre aquellas mujeres encontramos a una joven y tenaz artesana a la que llamaré Marie. Mientras sus hijos corretean por la planta superior de la casa, ella trabaja en el taller de la planta baja con una pequeña cuna a su lado en la que descansa un bebé fajado al que no quiere coger cariño, pues ya ha perdido a tres en el camino. Marie forma parte del gremio textil, porque su marido es maestro de este. Ella es hija de artesanos también y, como tal, trabaja en el negocio familiar.
Más allá de las murallas, donde probablemente llega el tañido de las campanas catedralicias, una campesina, a quien llamaré Jeanne, se afana por preparar el campo en aquellos fríos días de noviembre sabiendo que en casa le espera la cocina. Cuando termine con los pucheros, un pequeño telar aguarda al fondo de la humilde estancia para tejer la ropa de los niños y de su esposo. Sus ropas probablemente estén llenas de remiendos. Lleva a un retoño colgado a la espalda, mientras otros cuatro revolotean a su alrededor. El mayor, por suerte, ya empieza a ser una ayuda importante en el campo.
Colindante a las tierras arrendadas por el marido de Jeanne, un monasterio de monjas benedictinas protege tras sus muros los cuerpos y las almas de las decenas de muchachas que viven de espaldas al siglo, mirando a Cristo, con el que se quieren desposar, y a la Virgen María, a quien sueñan con alcanzar en piedad y santidad.
Aquel 27 de noviembre, el mundo medieval empezaba un capítulo en mayúsculas de la historia, en el que unos cuantos hombres decidieron el destino del resto de hombres y mujeres de la cristiandad. Pero ¿y las mujeres, como Marie, Jeanne y las religiosas, fueron tomadas en consideración? Por supuesto que no. Pero Marie, Jeanne y todas las muchachas más o menos piadosas del cenobio que he imaginado eran mujeres reales que vivieron a la sombra de los hombres. Algunas, sin embargo, salieron a la luz.
Tanto unas como otras son las damas de este relato. Una pequeña ventana abierta a unos siglos apasionantes en los que también vivieron mujeres apasionantes.