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Día 7

Vocación de San José, dudas y anuncio

Muy querido lector:

Dentro de 24 días nos consagraremos a San José. Qué alegría saber que al unirnos a él, nos unimos de un modo especial también a la Santísima Virgen María, su esposa y junto con ellos podemos ser más perfectamente consagrados al Corazón de Cristo.

Vamos a meditar hoy la vocación de San José, sus dudas y discernimiento. El texto del Evangelio de san Mateo 1, 18 nos dice: «Ahora bien, el origen de Jesús como Mesías fue así: desposada su madre María con José, antes que ellos convivieran llegó a estar encinta por obra del Espíritu Santo». (Mt 1,18-19).

La ley común entre los que se disponen al matrimonio, dice que hay que contárselo todo. El ángel en la anunciación no pidió a María que callara. ¿Cómo no iba María a contar la confidencia divina con aquel que Dios había designado para ser su esposo?

Estoy seguro que María con profunda emoción le contó a San José la visita del ángel, su diálogo con él y el misterio de la encarnación virginal del Hijo de Dios. María le reveló la maravilla y ambos guardaron silencio recogidos ante el misterio.

Dice el Padre Caffarel:

Surge de José un canto de gratitud y de alabanza, así como una ardiente admiración por María: Esa Arca de carne en la que reposa el futuro Mesías; pero al mismo tiempo siente un dolor que poco a poco se hace lacerante29.

Yo no puedo pensar que José dudase de la virginidad de María. Unos ojos tan limpios en una niña tan inocente, una confidencia tan gozosa y sobrenatural.

Con el Padre Luis María Mendizábal que así nos lo explicaba, yo creo que después de un rato San José con lágrimas en los ojos, le debió decir a la Virgen que Él no se sentía digno de acoger un misterio tan grande; que necesita rezar y pensar. San José conoce como buen judío los textos sagrados y aún más los de su antepasado David. Debió recordar el momento cuando iba a entrar el arca en su casa, no se sintió digno y dijo: «¿cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?» (2 Sam 6,2-11).

El rey David la hizo llevar a casa de Obededóm el sacerdote, que ahí sabrían tratarla. San José, cree que lo mejor es que María vaya a casa de su prima Isabel donde el sacerdote Zacarías sabrá tratarla. José se pone triste por tener que perder a María, al menos hasta que vea algún signo de Dios, sobre lo que tiene que hacer. María entiende, tampoco sabe qué hacer, pero con pena acepta lo que su prometido le pide. Y ahí sigue el texto de San Mateo: «María se levantó y por la zona montañosa, marchó aprisa hacia la región de Judá, a casa de Zacarías» (Mt 1,39-56). Estoy convencido de que San José le acompañó por aquellos caminos tan peligrosos.

Me alegró mucho ver sobre el techo del convento viejo de San Giovanni Rotondo (donde vivió y murió el Padre Pío), una pintura en que se muestra como San José acompaña a la Virgen hasta la puerta de Zacarías e Isabel.

San José, volvería a Nazaret. Se levanta pronto a rezar, se va a trabajar y lleva en el alma el deseo de hacer la voluntad de Dios; así tres meses de dolor. Y uno piensa en su bondad, en que está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, aunque le pida que le entregue lo que él más ama, es decir a María. Con su razonamiento humano, él llega a pensarlo.

Así nos dice el texto del Evangelio: «José, su esposo, como era justo y no quería descubrirla, determinó dejarla secretamente». Imaginemos la alegría inmensa del anuncio en sueños:

Cuando andaba él dando vueltas a esto, se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciéndole: José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya, pues lo engendrado en ella efectivamente [Efectivamente dice el texto, la palabra original es «gar» es decir: «Efectivamente: como tu bien sabes»], es obra del Espíritu Santo. Así que dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, pues él salvará a su pueblo de sus pecados. (Y todo esto sucedió de modo que se cumpliera lo anunciado por el Señor por medio del profeta: Mira, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel que, traducido, significa «Dios-con-nosotros»). En cuanto José despertó del sueño, hizo como le había ordenado el ángel de[l] Señor y recibió a su mujer, pero no se unía a ella; [ella] dio a luz un hijo, y [él] le puso por nombre Jesús. (Mt 1,19-24).

Con qué alegría, se despertó San José esa mañana. Enseguida envió un mensajero para que María volviese en cuanto pudiera. Por eso, María solo estuvo con Isabel unos tres meses, y volvió a su casa. Justo tres meses, el mismo tiempo que el arca estuvo en la casa de Obededóm antes de entrar en la casa de su antepasado David. Con qué alegría recibió San José a María, con qué cariño le contaría también su Anunciación, su vocación. El ángel le dijo que no tuviera miedo de recibirla como esposa y que él estaba destinado a ponerle el nombre a Jesús, es decir, que él tenía la misión de acompañar a María y de cuidar paternalmente a Jesús. Con cuanto gozo enseguida acordarían la boda y se pondrían a los preparativos. Qué importante es ser fiel a lo que Dios nos pide a cada uno.

Cuentan los monjes de la abadía de San José de Claraval:

Una familia de Lyon tenía un hijo que parecía iba a ser su corona a los ojos de los hombres y a los ojos de Dios. Ese joven piadoso se sintió llamado a dejar el mundo y a consagrarse al Señor en la vida religiosa. Contrariados por esta determinación, sus padres se arrojaron a su cuello, derramaron tantas lágrimas y le pusieron tantos reparos que lograron debilitar su resolución.

Ellos lo lanzaron entonces al mundo para modificar sus gustos, y el joven se dejó caer en la trampa demasiado fácilmente. Pronto despreció sus prácticas de piedad, se alejó de los sacramentos y se entregó a todos los desórdenes.

Para escapar a la vergüenza de los escándalos y a los reproches de sus padres, se alejó de su tierra y se alistó en el ejército. Su padre y su madre estaban desolados, abrumados por los remordimientos y la pena; casi no se animaban a dirigirse a Dios, después de haberle arrebatado su hijo para entregarlo al demonio. Pensaron en dirigirse a San José para obtener a la vez su perdón y la conversión de su hijo. Comenzaron entonces una novena con varias personas piadosas y rogaron con el fervor más intenso.

Apenas llevaban unos días rezando, cuando el pródigo llamó a la puerta de la casa paterna y se arrojó humillado y llorando a los pies de sus padres. Estaba completamente cambiado. El padre y la madre estallaron en sollozos y abrazaron y perdonaron a este hijo que de nuevo quería vivir como verdadero cristiano, y responder a lo que el Señor le pidiera. La alegría volvió con él al hogar30.

Esta familia vivió agradecida para siempre a San José que ayuda a que cada uno de nosotros hagamos la voluntad de Dios, aunque nos duela.

Meditemos hoy en estas dudas de San José, y pidamos en un momento de oración y con el rezo del Santo Rosario, que se nos conceda estar dispuestos a perder incluso lo que más amamos con tal de hacer la voluntad de Dios.

San José, esposo de la Virgen María, padre y custodio de la Sagrada Familia, celestial patriarca del pueblo de Dios, ruega por nosotros.

Que Dios te bendiga querido lector, y hasta mañana si Dios quiere.

29. Henri Caffarel, Op. cit., 50.

30. Abadía San José de Clairval, Op.cit., 135-136.

Consagración personal a San José

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