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2. El capitalismo como construcción cultural

Soñábamos con utopía y nos despertamos gritando.

Roberto Bolaño

Una pregunta fundamental cruza este texto: ¿qué ha pasado con el trabajo? Como hemos revisado en el apartado sobre emprendedores económicos, el concepto de trabajo se ha reconfigurado. Ahora que las prácticas gore trastocan el modelo marxista de producción-consumo, nos encontramos inmersos en un cambio radical respecto a lo que se refiere al trabajo equiparable en alcances con el gran cambio que sucedió con la revolución industrial. La carencia objetiva a la que se refería Marx y en la cual basaba su teoría del Estado, de la lucha de clases y la división del trabajo, ha sido trastocada por las revoluciones tecnológicas y electrónicas que hemos venido viviendo en los últimos veinticinco años, aunque:

… hemos salido radicalmente del imperio, del reino, de la necesidad y hemos entrado en el reino de la abundancia. Y la paradoja trágica que marca nuestro tiempo es que por primera vez la utopía de la felicidad en el planeta sería posible … pero estamos viviendo una refeudalización del mundo, la captación de las riquezas por esas oligarquías del capitalismo financiero que son infinitamente más poderosas que todos los otros poderes que puedan existir en el planeta.1

Como afirma Ziegler, esta utopía se ha visto empañada, con miras lejanas a cumplirse dada la radicalización del capitalismo en neofeudalismo y la irrupción de un fenómeno ultraviolento, que se ha venido recrudeciendo en los últimos años, y que aquí denominamos prácticas gore, las cuales instauran el advenimiento del capitalismo gore.

Este capitalismo lo encontramos ya en todos los países considerados tercermundistas así como en los países de Europa oriental. Sin embargo, no se encuentra muy lejano de alcanzar e instaurarse en los centros neurálgicos del poder conocidos como Primer Mundo. Es importante pensar el capitalismo gore porque, más tarde o más temprano, llegará y afectará a la parte primermundista del planeta; ya que la globalización acorta las distancias en muchos sentidos es innegable que si «estamos dentro de un pueblo global, no puede existir la salvación de una minoría de la humanidad.»2 El capitalismo gore nos dice: nada es intocable, todos los tabúes económicos y de respeto hacia la vida han sido rotos, ya no hay lugar para la restricción ni para la salvación, todos nos veremos afectados.

Consideramos también que el devenir gore del capitalismo no es una cuestión aislada, sino que abarca al capitalismo entero. Por lo cual es necesario abordarlo desde una visión de conjunto, que englobe a dicho fenómeno y analice el problema desde diversos ángulos.

En primera instancia es importante poner de relieve que el capitalismo, además de ser un sistema de producción, ha devenido una construcción cultural. Es importante evidenciar este hecho, ya que mediante nuestras reflexiones no nos referiremos únicamente a la economía sino también a sus efectos como construcción cultural biointegrada.

El capitalismo de consumo no nació automáticamente con las técnicas industriales capaces de producir mercancías estandarizadas en grandes series. Es también una construcción cultural y social que requirió por igual de la educación de los consumidores y del espíritu visionario de los empresarios creativos, la mano visible de los directivos.3

Si bien es cierto que el devenir del capitalismo es histórico y ha sido teorizado desde distintas perspectivas económicas, sociales y ahora, incluso, virtuales, también lo es que existe una fisura en el seguimiento que se hace de éste en las últimas décadas donde se ha desbordado de los confines teoréticos para convertirse en realidad pura, palpable y extremadamente cercana en el espacio y en el tiempo, por tanto, difícil de teorizar.

Dada la dificultad que conlleva crear genealogías para un fenómeno y un término que designen la realidad contemporánea, nos vemos en el compromiso de recurrir a una genealogía temporalmente prestada para poner las boyas pertinentes en el océano del discurso sobre el capitalismo gore.

Así, siguiendo a Beatriz Preciado, pondremos la primera boya en los años conocidos como postfordismo, estos años que siguen a la crisis energética y a la caída de las cadenas de montaje, en los cuales se inicia la búsqueda de «… nuevos sectores portadores de las transformaciones de la economía global. Se hablará así de las industrias bioquímicas, electrónicas, informáticas o de la comunicación como nuevos soportes industriales del capitalismo.»4 A partir de ahí Preciado señala, pertinentemente, la insuficiencia teórico-conceptual-explicativa que existe en estos discursos para explicar la producción del valor y de la vida en la sociedad actual.

«Es preciso elaborar un nuevo concepto filosófico equivalente en el dominio [gore] al concepto de fuerza de trabajo en el dominio de la economía clásica,»5 En el capitalismo gore, la fuerza de trabajo se sustituye por medio de practicas gore, entendidas como el ejercicio sistemático y repetido de la violencia mas explícita para producir capital.

Preciado dibuja también «una cronología de las transformaciones de la producción industrial del último siglo desde el punto de vista del que se convertirá progresivamente en el negocio del nuevo milenio: la gestión política del cuerpo, del sexo y de la sexualidad»6 y agregamos: la gestión de la violencia desde los medios autorizados para ello (el Estado) y los desautorizados; es decir, desde los Otros que se hacen con el poder de gestionar, por medio de la aplicación de violencia en los cuerpos de distintos individuos, sin pertenecer al sistema legitimo de gestión de estos medios y acciones generadores de capital.

Adyacente a estas nuevas búsquedas de transformación de la economía global, inicia el trazado de una fina línea para el florecimiento y establecimiento del capitalismo gore.

Este proceso se empieza a concebir a través de la confluencia de varios fenómenos, tales como: la subversión de los procesos tradicionales para generar capital, el acrecentamiento del desprecio hacia la condición obrera y hacia la cultura laboral, el rechazo a la política y el crecimiento del número de los desfavorecidos, tanto en los cinturones periféricos de las grandes urbes económicas como en el Tercer Mundo.

Dichos fenómenos aunados a la creciente socialización por el consumo —como única vía de mantener vínculos sociales— y al hecho de que «las presiones y las actitudes consumistas no se detienen en las fronteras de la pobreza y hoy se extienden por todas las capas sociales, incluidas las que viven de la seguridad social;»7 así como la desculpabilización, la trivialización [y la heroificación] de la delincuencia [tanto] en las zonas sociales de exclusión,8 como a través del bombardeo televisivo, el ocio, la violencia decorativa y el biomercado. Nos conducen a la ejecución de prácticas gore como algo lógico y legitimo dentro del desarrollo de la sociedad hiperconsumista. La violencia y las prácticas delictivas no son concebidas ya como una vía éticamente distópica, sino como estrategias al alcance de tod@s para gestionar el uso de la violencia, entendida como herramienta, para hacerse con el dinero que les permitirá costearse tanto bienes comerciales como valoración social.

El concepto tradicional de trabajo se desmantela, y con ello, se ve amenazado el cumplimiento de la demanda masculinista del macho proveedor,9 ya que trabajar precariamente es considerado una deshonra, como lo argumenta Roberto Saviano:

… trabajar como aprendiz de camarero o en una obra [entre los jóvenes de los barrios desfavorecidos de Nápoles] es como una deshonra. Además de los eternos motivos habituales —trabajo clandestino, fiestas y baja por enfermedad no remuneradas, diez horas de media diarias—, no tienes esperanzas de poder mejorar tu situación. El Sistema10 al menos ofrece la ilusión de que el esfuerzo sea reconocido, de que haya posibilidades de hacer carrera. Un afiliado nunca será considerado como un aprendiz, las chavalas nunca pensarán que las corteja un fracasado.11

Es precisamente este entramado el que permitirá que, posteriormente, el capitalismo gore (aunque no con este nombre) se vuelva indisociable, como lo es a día de hoy, de las prácticas gore que son parte del proceso de producción de capital y que tienen sus raíces en la educación consumista de la sociedad del hiperconsumo, la desregulación tanto económica como social y la división sexual del trabajo.12

Con esto no afirmamos que el uso y abuso de la violencia como estrategia para conseguir el enriquecimiento rápido no haya existido en otras épocas sino que lo que buscamos dejar claro es que este hecho se recrudece a partir de la caída en crisis de los grandes ejes económicos, conocidos como Primer Mundo (o potencias económicas mundiales). Esta descompensación en los ejes en los cuales se detenta el Poder, crea un onda de efecto anti-doppler, una onda expansiva que afecta de forma directa a los territorios más alejados de estos centros conocidos como Tercer Mundo; sin embargo, este efecto se deja sentir inmediatamente en los centros, pero las respuestas desde las últimas ondas, que llegan de los territorios más alejados, se están dejando sentir actualmente no como un fenómeno espontáneo sino como una respuesta directa a la crisis postfordista, tan olvidada ya en el centro pero que aún muestra sus efectos en otros puntos del planeta, en los cuales las crisis han sido acumulativas y las respuestas a éstas han creado dinámicas económicas y sociales tales como el capitalismo gore.

Las reacciones del Tercer Mundo frente a las exigencias del orden económico actual conducen a la creación de un orden subyacente que hace de la violencia un arma de producción y la globaliza. De esta manera, el capitalismo gore podría ser entendido como una lucha intercontinental de postcolonialismo extremo y recolonizado a través de los deseos de consumo, autoafirmación y empoderamiento.

La forma lógica de explicar estas derivas económicas que crean sujetos y acciones distópicas (en adelante sujetos endriagos y prácticas gore) no es a través de la vía moral, sino por medio de la revisión de los fenómenos que reinterpretan y dinamitan los postulados humanistas que tenían valía en un mundo estructurado socialmente bajo el discurso del sistema benefactor y no en el mundo contemporáneo basado en la dictadura del hiperconsumo. Así pues, uno de los cambios fundamentales que se han derivado del orden económico actual, entendido como globalización, es la propia concepción del concepto trabajo, lo que ha traído como consecuencia una brutal desregulación de éste.

Ante la precarización extrema y el descuido de los gobiernos y de las empresas hacia el campo —un sector productivo que no reporta beneficios rápidos ni elevados— surgen por lo menos dos consecuencias notables. Por un lado, la masiva migración del campo a las ciudades que descompensa al sistema y lo vuelve inviable a medio y largo plazo, lo cual hace que crezca la clase precaria, que desarraigada, ya no puede englobarse en la categoría de pobreza ya que:

Hasta hace poco la pobreza describía a grupos sociales tradicionalmente estables e identificables, que conseguían subsistir gracias a las solidaridades vecinales. Esa época ha pasado, las poblaciones invalidadas de la sociedad postindustrial no constituyen, hablando con propiedad, una clase social determinada. El paisaje de la exclusión hipermoderna se presenta como una nebulosa sin cohesión de situaciones y recorridos particulares. En esta constelación de dimensiones plurales no hay ni consciencia de clase, ni solidaridad de grupo, ni destino común, sino trayectorias e historias personales muy diferentes. Víctimas de descalificación o invalidación social, de situaciones y dificultades individuales, los nuevos desafiliados aparecen en una sociedad que, por ser brutalmente desigualitaria, también es hiperindividualista al mismo tiempo o, dicho de otro modo, se ha liberado del marco cultural y social de las clases tradicionales.13

Esta liberación de las clases tradicionales crea mayor dificultad para lograr una socialización y cohesión reales y, por tanto, obstaculiza una resistencia crítica y efectiva. Por otro lado, el hecho de que, actualmente, el narcotráfico sea un factor sobradamente potente que dispone de los elementos suficientes (tanto económicos como políticos) para oponerse al Estado, ofrecer puestos de trabajo y revalorizar el campo, hace que este se convierta en una opción de trabajo terriblemente tentadora y rentable.

La desafiliación social y la oferta de trabajo criminal al alza hacen que la reinterpretación del trabajo esté completamente alejada de los sistemas éticos y humanistas, tanto por el lado de las empresas como por el lado de la economía ilegal.

Dos ejemplos claros de esta ruptura con los pactos ético y humanista son: por un lado, en el marco de la economía legal, la privatización y comercialización que hace la industria farmacéutica de ciertos fármacos que podrían salvar millones de vidas; dicha industria antepone el beneficio económico antes que respetar el derecho humano de preservar la vida. Por el otro, en el marco de la economía ilegal, están las organizaciones criminales, quienes en la misma lógica empresarial de las empresas legales, busca la mayor rentabilidad obviando los costes humanos. Beneficiándose además de la rentabilidad simbólica y material que genera la espectacularización de la violencia. En concreto, el narcotráfico reinterpreta el concepto de trabajo, dado que lo enlaza con transversales como hiperconsumismo y reafirmación individual, al mismo tiempo que preserva su obediencia a las demandas de género hechas a los varones, cristalizadas por medio del trabajo.

El narcotráfico hunde su raíces en la revalorización del campo14 como materia prima para elaborar su producto, al mismo tiempo que está impregnado de la educación consumista que le lleva a hacer uso de la violencia como herramienta para satisfacer sus necesidades de consumo como para afirmarse como sujeto pertinente, en tanto que participa de un nivel adquisitivo que legitima su existencia y lo transforma en un sujeto económicamente aceptable y lo reafirma en las narrativas del género que posicionan a los varones como machos proveedores y refuerzan su virilidad a través del ejercicio activo de la violencia. Es decir, en un sujeto aceptable, tanto económica como socialmente, porque participa de las lógicas de la economía contemporánea como hiperconsumidor pudiente. Sin embargo, esta participación se hace desde el lado oscuro de la economía, lo cual es juzgado por los Estados desde presupuestos financieros. De ahí que lo conciban como enemigo dada su evasión de impuestos; hecho que desencadena cuantiosas pérdidas económicas para el sistema capitalista.

La economía del narcotráfico reinterpreta al mercado, a las herramientas de trabajo, al concepto mismo de trabajo y, de una forma fundamental, a la revalorización del campo, como lo explica Lorena Mancilla:

Recuerdo que los marxistas siempre buscaban vincular sin éxito a la lucha urbana con la lucha campesina, sin embargo ahora el narco [los cárteles de droga] produce un fenómeno de guerrilla urbana bien organizada que tiene centros de entrenamiento (ayer encontraron uno en el sótano de una casa en Tijuana), están armados, tienen fortalezas disfrazadas de casas en puntos estratégicos, pueden sostener una lucha a tiros de tres horas contra el ejército, la policía estatal, la federal y la municipal. Todo ello es consecuencia de una lucha campesina, porque la droga se produce en el campo. Es interesante porque estamos hablando de una rebelión campesina que tiene como consecuencia una guerrilla urbana. Otra cosa interesante es que por lo regular este tipo de movimientos se dan en una sola región del mundo, o en un solo país, pero en este caso se trata de un fenómeno que incluye a los países productores, a los de tránsito y a los de consumo. Hablamos de una revolución internacional (quizá intercontinental) desorganizada, sin teóricos que la escriban, sin héroes, sin banderas, sin manifestaciones, sin uniformes, sin historias heroicas de barquitos que llegan a playas inhóspitas, sin ideales, una revolución con fines puramente económicos, musicalizada por los tartamudeos de las armas automáticas y por los corridos norteños que recuerdan personajes y batallas.15

Resulta interesante que dicha reflexión nos lleve a pensar que el fenómeno de la violencia vinculada al narcotráfico reinterprete la lucha de clases y conduzca a un postcolonialismo in extremis, es decir, recolonizado a través del hiperconsumismo y la frustración —resultado de las condiciones económicas que dominan el mundo actual— y que en dicha lucha se hayan eliminado los intermediarios, dejando paso sólo a los sujetos endriagos que actúan, de forma radical e ilegítima para autoafirmarse.

Así, es importante destacar que la genealogía del capitalismo gore nace y se sustenta en procesos iniciados en las potencias económicas mundiales y sus exigencias para todo el mundo. El capitalismo gore es consecuencia directa del devenir del capitalismo primermundista, derivado en globalización, cuyas prácticas son difíciles de teorizar porque resultan frontales en un mundo que se rige y crea realidad discursiva con las características del mercado financiero global: lo fluido, lo eufemístico, lo diferido, lo espectral, al mismo tiempo que «la sociedad de hiperconsumo se caracteriza por una escalada de búsquedas de experiencias comerciales que emocionen y distraigan, también es contemporánea del sufrimiento del casi nada y del miedo al cada vez menos.»16

Las lógicas y derivas económicas de este tipo de capitalismo hacen que resulte filosóficamente pertinente un análisis del mismo y de su impacto en la creación de una epistemología mundial en cuanto a búsqueda de sentido y producción de narrativas o giros discursivos que crean categorías de pensamiento. El capitalismo, a través de la implantación del hiperconsumismo, como única lógica de relación en el horizonte, tanto material como epistemológico, crea una neo-ontología en cuyo fin subyace el replanteamiento de las preguntas fundamentales del sujeto: ¿quién soy?, ¿cuál es el sentido de mi existencia?, ¿qué lugar ocupo en el mundo?, ¿por qué?, respondiéndolas desde la obsesión consumista que se conjuga con la exigencia antropológica del Hacer.

Así se da paso a la integración de estas lógicas de consumo-acción como algo que no se confronta ni intenta eliminarse, sino que se hibrida y naturaliza, permitiendo de esta manera la incardinación de éstas en nuestros cuerpos. La asimilación de este proceso deviene un fenómeno que podríamos denominar como biomercado.

También es pertinente que nos preguntemos: ¿Cómo llega a convertirse la violencia extrema, el género, la muerte y la tanatopolítica, en un nuevo tipo de capitalismo de una fiereza frontal que no pide disculpas? ¿Cómo estos sujetos endriagos han decidido participar del mercado mundial y se han empoderado dentro de una economía criminal paralela y sustentada por la economía formal? ¿Cómo han adoptado los sujetos endriagos por cierta competencia individualista, hecha de activismo brutal, de desafío, de puesta en peligro?17 Estas preguntas tienen sus respuestas en una sociedad que deifica la violencia mediatizada (¿controlada?) y cuyas principales potencias económicas, en el caso específico de los Estados Unidos, tienen el fundamento de su economía en la carrera armamentista —que en la actualidad ha derivado en una modalidad que denominamos violencia decorativa— la guerra y la gestión de otorgar, o no, la muerte a todos aquellos cuerpos-sujetos-territorios o capitales que disientan del suyo.

Cuanto más mejoran las condiciones materiales generales, más se intensifica la subjetivación-psicologización de la pobreza. En la sociedad de hiperconsumo, la situación de precariedad económica no engendra sólo a gran escala nuevas vivencias de privaciones materiales también propaga sufrimiento moral, la vergüenza de ser diferente, la autodepreciación de los individuos, una reflexividad negativa. La brusca reaparición de la infelicidad exterior avanza en sentido paralelo a la felicidad interior o existencial.18

Capitalismo gore

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