Читать книгу El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas - Óscar Hornillos Gómez-Recuero - Страница 11

Оглавление

Capítulo 4

La partida hacia las tierras obscuras

CINCO AÑOS ANTES…

La mañana avanzaba tranquila en las cercanías del castillo Gris. Lord Byron había salido de caza, y la hora de la comida en palacio estaba próxima. Lord Byron solía llegar de caza sobre el almuerzo, y ya se estaba retrasando. Dentro del castillo, la vida bullía: soldados norteños se ocupaban de tener limpias y a punto las armas, de adecentar a los caballos; los sirvientes iban de un lado para otro, realizando las tareas propias de su cometido. Pronto llegaría el rey Blanco, y el castillo tenía que estar a la altura del rey Ark.

Lady Shala estaba inquieta: su esposo no debía tardar más en llegar, o sus nervios tornarían a locura. La dama escuchó a los perros a lo lejos; era la señal inequívoca de que lord Byron estaba entrando en el castillo. Las puertas de madera se izaron para recibir al señor del castillo, al cual le acompañaba un grupo de soldados a modo de escolta y los perros que completaban la partida de caza. De entre los soldados que le acompañaban cabía destacar a lord Penten, un soldado hecho a sí mismo, que había visto cómo los bárbaros de las tierras obscuras habían matado a su familia e incendiado su poblado. Se había curtido en varias batallas, y era el mejor hombre de lord Byron: siempre le acompañaba a todos lados, y era su hombre de confianza. Su cabello era negro y largo, y sus ojos y piel eran pardos, como lo solían tener todos los habitantes del reino del Norte.

Hacía ya diez días que el emisario real llegó y entregó a lord Byron el comunicado de la llegada del rey Ark: era la manera de llevar mensajes de un lado para otro. Este comunicado precedía a otro de lord Byron en el que pedía ayuda y consejo a su rey, pues la continua situación de pillaje y asesinatos de aldeanos en la zona norte del reino Blanco era ya insostenible. Los bárbaros de las tierras obscuras cruzaban ya con demasiada frecuencia el estrecho del Nak para desembarcar en tierra Blanca, y tomar riquezas a la par que asesinaban a sus gentes y raptaban a sus hijos varones. Los habitantes del reino del Norte y del reino Blanco creían que estos raptos eran para reclutar soldados para su causa: una causa negra y obscura, como lo era su propio territorio, plagado de ciénagas infectas y de bosques pardos como el corazón de sus habitantes.

Desde tiempos inmemoriales, cuando se crearon los dos reinos en la gran isla del Ulmen, los habitantes de las tierras obscuras intentaron conquistar y someter el resto de la isla del Ulmen con sus dos reinos. Y así lo lograron con el reino del Norte, que quedó sin rey y sin vasallos. Así, los reyes de ambos reinos lo reconquistaron, y pusieron como líder a lord Byron North, abuelo de lord Byron, en la frontera con el Nak, y, hasta el día que se narra, la familia North había defendido la frontera norte de la isla del Ulmen. Pero los bárbaros de la tierra Obscura se habían ido haciendo cada vez más fuertes, y a base de reclutar niños secuestrados en las aldeas del norte, tenían un buen y entrenado ejército. Por ello, las cosas iban rápido en el castillo Gris, porque no todos los días arribaba el rey Ark, el poderoso rey Ark de la gran isla del Ulmen.

Lord Byron fue recibido como de costumbre por lady Shala en la sala principal del castillo Gris. Todas las estancias del palacio estaban prácticamente listas, salvo algunos detalles que ultimaban los lacayos de lord Byron: el duque quería agasajar con todos los honores posibles al más ilustre habitante de la isla. Las lámparas habían sido limpiadas hasta tal punto que la plata que les daba forma pareciera nueva; el suelo de mármol se asemejaba a un espejo, y las vidrieras de todos los ventanales mostraban la externa realidad como una fiel representación.

—¿Cómo fue la jornada de caza? —preguntó su esposa a lord Byron.

—Se dio bien, mujer: varias piezas, algunas de ellas de gran tamaño. Los hombres las están preparando en el patio de armas. ¿Dónde está mi hijo?, ¿dónde está el heredero de estas tierras?

—Se encuentra con las matronas, pronto lo traerán. Todo está listo para recibir a su alteza —tranquilizó lady Shala a lord Byron.

—Espero que su estancia en el castillo sea breve, y podamos partir al norte cuanto antes.

—Así será: el rey Ark está tan preocupado como tú por el bienestar de su pueblo. A buen seguro que permanecerá poco tiempo aquí —dijo lady Shala.

Mientras lord Byron y lady Shala conversaban pudieron escuchar el envolvente sonido de un cuerno de marfil en la lejanía. Sonó por dos veces, y lo hizo para indicar la llegada del rey. Lord Byron se asomó por uno de los ventanales de la estancia donde se encontraba. Pudo contemplar, sin lugar a duda, el largo séquito real que solo podía hacer más evidente lo que estaba por llegar. A juicio de lord Byron, eran unos 3000 hombres los que acompañaban al rey, amén de sirvientes y escolta personal. Los uniformes blancos bajo las armaduras de los soldados trasmitían algo más que esperanza a lord Byron. La guerra en las fronteras había comenzado, y un halo de esperanza inundó su corazón. Lord Byron miró a su esposa, y le dijo:

—Estamos salvados. El rey responde a mi llamada y cuida de su pueblo como un buen padre.

Lord Byron acarició el rostro de su esposa, y se apresuró hasta el patio de armas del castillo. Los 500 metros que el rey y su séquito habían de atravesar se hicieron eternos. Lord Byron, junto con algunos de sus hombres, entre los que se encontraba lord Penten, contemplaba en silencio cómo el rey se acercaba. La mayoría de las tropas reales estaba ya empezando a montar las tiendas al otro lado del enorme foso. El rey, con unos 200 soldados, se disponía a atravesar las puertas del castillo Gris.

—¿Cómo estáis, majestad?, ¿se os ha hecho largo el viaje? —fueron las primeras palabras del duque a su rey.

El rey Ark estaba siendo ayudado a desmontar el caballo por uno de sus pajes cuando se pronunció.

—El viaje es lo de menos cuando un rey acude en la ayuda de su pueblo. ¿Qué nuevas hay en el norte, duque Byron?

—Necesitamos hombres y ayuda divina para contener a las huestes obscuras, mi señor.

—Pues aquí están los hombres que necesitáis, los mejores del sur. Hacen honor a la ciudad Inmaculada, su valor es sin igual —le contestó Ark White.

Mientras hablaba, el rey Ark se acercaba a lord Byron. Quedaron frente a frente ambos hombres, y se fundieron en un fuerte abrazo.

—¿Cómo estás, viejo amigo? Espero que estés cuidando bien del reino de mis ancestros —habló White, de nuevo.

—Tendremos una trepidante aventura en las tierras del norte, mi señor. La mejor que se recordará —le contestó, con la voz más fresca que nunca y de forma entusiasmada, lord Byron.

—Sí, duque, pero ahora quiero comer y beber. El camino ha sido largo desde la capital.

—Pasemos, mi señor.

Era un raro día en el norte. La primavera en el norte solía ser lluviosa, como el resto de las estaciones del año, pero este día marcaba la excepción que hace que toda regla se cumpla. En el patio de armas se había organizado una danza de recibimiento. Algunos de los mejores bailarines de Ávalon habían llegado al castillo Gris, y otros tantos músicos y bailarines de la corte completaban el espectáculo. El rey Ark aprobó lo que sus ojos veían con un leve movimiento vertical de su cabeza, a la vez que su boca emitió una suave sonrisa.

La escolta real, formada por cuatro fuertes hombres, no se alejaba demasiado del rey; eran los únicos acompañantes del sur con los que el rey iba a entrar en el salón del castillo. Era fácil identificarlos entre la multitud norteña, al igual que al propio rey: hombres altos y de pelo blanco, tan blanco que deslumbraba con el brillo del sol. Su tez era morena, eso sí, aunque no podía competir con la piel de los norteños. Sus armaduras eran gruesas y en plata, y mostraban el tigre negro en el pecho del peto. Solo el rey portaba una discreta y pequeña corona de platino sin demasiados adornos, como si se guardara otra para su castillo real.

Al penetrar en las estancias del castillo, el rey contempló frente a sí a la familia de lord Byron. Lady Shala y sus dos hijas, Shala y Lía, y el pequeño lord Byron, de tan solo dos años de edad, que era llevado en brazos por una matrona. El rey se acercó a lady Shala, y esta besó su mano.

—Mi lady —la voz del rey endulzó así los oídos de la dama North.

—Mi señor. Espero que el viaje haya sido cómodo —contestó ella.

—Venir al norte a contemplaros siempre es una recompensa tras un largo viaje.

El rey se fijó ahora en las dos niñas, a las que sonrió, y luego se acercó a la matrona y acarició la cara del bebé que esta portaba en brazos. El rey y el resto de la familia de lord Byron se sentaron en una enorme mesa rectangular que lord Byron y el rey Ark presidían en el centro de uno de los laterales. La escolta del rey se sentó a la mesa, al igual que lo hicieron algunos de los hombres de lord Byron, entre los que se encontraba lord Penten. Se sentaron en sillas de madera adornadas con diversos motivos de caza. Pisaban rojas alfombras de pieles que habían sido teñidas de color rojo, y los sirvientes corrían de un lado para otro y hacia las cocinas para que no faltara nada a los comensales. Los músicos que habían protagonizado los actos musicales intervenían ahora en la sala del castillo para amenizar el banquete. Era música de laúdes, lenta y relajada, baja en intensidad para permitir el diálogo y la concordia a la mesa. Los comensales ya hablaban entre ellos, y compartían historias y anécdotas del norte y del sur. Lord Byron se sentaba al lado del rey Ark.

—¿Cuántas aldeas han sido atacadas? —dijo este.

—Al menos diez, mi señor; esas son las nuevas que nos han trasladado nuestros mensajeros en la zona norte —le contestó su duque Gris.

—¿Cómo pensáis proceder? —preguntó su alteza a lord Byron.

—Lo más importante es reforzar las dos fortalezas de las que disponemos allí. Constituyen un freno ante los ataques y un refugio para los aldeanos. Están diezmadas de hombres, y no vendrían mal unos cuantos tigres negros durante al menos un tiempo. Una vez reforcemos nuestras posiciones, atacaríamos su bosque desde nuestro lado del estrecho del Nak. Fuego y piedra, mi señor.

Los sirvientes ya habían traído cordero, jabalí, pollo, diversas salsas, vino y otros manjares mientras los dos hombres hablaban.

—¿De cuántos hombres fieles disponéis, duque?

—Mañana al alba llegarán 1300 caballeros venidos de todo el norte.

—¿Son todos caballeros? —fue la curiosa cuestión del rey.

—Caballeros entrenados y hombres fieles a la causa y a su tierra.

—Eso es importante —y, al tiempo que mordía un trozo de carne, dijo—: siempre digo que es más importante el corazón que la coraza.

—Sin duda, será una empresa peligrosa; los habitantes de las tierras obscuras son bárbaros sin escrúpulos; hombres que no tienen nada que perder, mi rey.

—Ya les hemos vencido una vez, nuestros ancestros lo hicieron. Podemos vencerlos ahora y expulsarlos de estas tierras para siempre.

El banquete continuó por largo rato, y los dos señores de la isla del Ulmen continuaron hablando de guerras y antiguas historias de ancestros, troles y diversas anécdotas. La tarde trajo nubes espesas del norte, y una lluvia que había venido precedida por un repentino cambio en la fuerza y dirección del viento hizo acto de presencia.

Bien entrada la tarde, y con el sol dispuesto a enfrentarse al ocaso, lord Byron se hallaba en una de las terrazas de las torres del castillo Gris. Contemplaba sus dominios mientras estaba apoyado sobre una de las paredes de piedra que conformaban la estancia exterior. Una pipa de tabaco era su única compañera. Al fondo, podía observar cómo el verdor del bosque de Brancos era bañado por la lluvia. El río Verde lo atravesaba como la espada atraviesa al hombre: sin piedad. El rey Ark apareció por una de las cortinas de seda que ocultaban el interior.

—¿Os halláis nervioso por la partida, duque?

—No, mi señor; ansioso, sí.

Un silencio inundó la sala poco antes de que el duque Byron reiniciara la conversación.

—¿Cómo se encuentran mi tío Glim y mi primo Mork, mi señor? —dijo lord Byron al rey.

—Tu primo se encuentra ahora en la capital; he querido que se ocupe personalmente de una pequeña sublevación en uno de los barrios marginales de la ciudad Inmaculada. Tu tío está débil; sabes que, desde la muerte de tu tía, no ha vuelto a ser el mismo. Es un hombre encerrado en sí mismo, apenas sale de su castillo si no es porque yo se lo ordene. Ni siquiera la caza ya le distrae, no le motiva nada en absoluto. Por lo que me cuentan mis observadores, pronto el duque de Ávalon sucumbirá.

Lord Byron quedó pensativo. Luego añadió:

—¿No se sabe nada aún de la muerte de Debra?

—No se pudo esclarecer nada. Todo fue en extrañas circunstancias —dijo el rey.

—Hay muchos rumores, mi rey, y…

Y el rey, cortando el alegato de lord Byron, dijo de forma tajante:

—¡Sí, los hay! Pero los que los cuentan solo buscan desestabilizar la ciudad y enfrentar a tu primo Mork con tu tío.

Lord Byron volvió a quedar pensativo, y no continuó con la conversación.

La mañana continuó como la tarde y la noche lo habían hecho. La lluvia no estableció tregua para la partida de los soldados. El campamento tras el largo foso del castillo Gris estaba desmontado al alba, y desde la salida del sol habían estado llegando en diversas oleadas caballeros de todos los lugares del reino del Norte como lord Byron le había contado al rey el día anterior. Hombres fieles al duque, que lo seguirían a la muerte allá donde fuere.

Lord Penten se dirigía con los hombres que habían pasado la noche en el patio de armas al exterior del castillo, por el largo pasillo de piedra que atravesaba el foso. Quería recibir a todos los hombres del norte y arengarlos. Los caballos norteños eran algo mayores que los del sur; sus patas eran más fuertes, como si se presupusiera que eran más aptos para las distancias cortas, para la carga durante el combate, y así abrir las defensas de infantería enemiga. Los del sur eran más estilizados, para largas jornadas de camino, pero a la vez estaban fuertes y bien cuidados. No habían tenido problema para pacer en las verdes tierras del norte durante la noche anterior; estaban descansados y bien alimentados para la nueva jornada.

En el interior del castillo, en el patio de armas, lord Byron y el rey salían por una de las puertas que daba acceso al interior del castillo desde el patio de armas. Tras ellos, toda la familia del duque.

—Pronta sea tu vuelta, esposo —se despidió lady Shala.

—Así será. Con el rey a mi lado y todas sus huestes velando por el Norte, no tardaremos mucho en volver victoriosos —lord Byron besó el rostro de su pequeño hijo, que estaba en brazos de su madre. Este comenzó a llorar, como si supiera de la marcha de su padre.

Lord Byron se despidió de sus hijas y esposa, al igual que lo hizo el rey. Nadie derramó ni una lágrima. Un poco por no mostrarse débiles ante su rey y sus siervos, y otro poco por dar fe de que todo iba a ir bien. Todos abandonaron el castillo Gris bajo una constante lluvia. Un ejército muy numeroso, que imponía respeto a su paso por las primeras granjas cercanas al castillo de lord Byron. Los granjeros norteños contemplaban a caballeros y estandartes del tigre y el águila primero, infantería y arqueros, y piqueros después. Bien conformados, unidos y pensando en la única causa que les había llegado a reunirse: liberar el territorio norte y poner a salvo a sus gentes.

El Señor del Gran Ulmen. Las tres gemas

Подняться наверх