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CAPÍTULO 6 Los primeros pasos

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—Pasen. —Fue así como el capitán de la UCO hizo caso a los golpes en la puerta de su despacho.

Los dos guardias civiles que horas antes habían realizado el trabajo de campo en Velada ahora estaban ante su superior para rendirle cuentas de lo visto, de lo investigado.

—Ahora mismo se está realizando la autopsia al cuerpo del chico en el anatómico de Toledo. Estamos a la espera de recibir los resultados que hemos pedido a los compañeros allí —les explicó el capitán sin antes haber atendido a saludos. Sus dos subordinados le miraban con cierta seriedad—. ¿Y bien? —les preguntó.

Paula, que había sido la encargada de elaborar el informe la noche anterior, entregó una carpeta de cartulina verde con el símbolo de la Guardia Civil a su capitán. Este no perdió ni un segundo y comenzó a leerlo con atención. Parte de su corta papada se contoneaba al hacerlo, creando un movimiento provisto de cierto hipnotismo, al que los dos jóvenes no prestaron atención. El capitán Julio Rodríguez, de cincuenta y nueve años, era un guardia civil de una dilatada experiencia. Había estado al mando en multitud de casos con exitosos resultados. Su aspecto, una gran calva que coronaba un cuerpo algo abandonado al ejercicio físico, era fruto de los años de despacho que tenía a sus espaldas. No había sido así en sus años tempranos, cuando ingresó en el cuerpo, pero eso ahora quedaba lejos, muy lejos. Un flexo de color gris iluminaba aquellos folios que contenía la carpeta que el capitán estudiaba. Durante más de dos minutos leyó todo con atención. Luego apagó el flexo y habló:

—Vaya, parece que no tenemos mucho. ¿Han pedido que presenten los vehículos a todos los propietarios de las fincas cercanas? —les preguntó.

—Sí, mi capitán —contestó Eduardo—. Hemos ido más allá, a los propietarios de las fincas en cinco kilómetros a la redonda. Esperaremos a que la Guardia Civil de Talavera realice diligencias con las instrucciones que le hemos dado y con las copias de las fotografías.

El capitán frotó los dedos de su mano derecha mientras con su mano izquierda depositaba el papel sobre su mesa.

—Buen trabajo —añadió mirando a Eduardo y tras una pausa continuó—. De momento continúen con el caso de los falsificadores de billetes, pero si las cosas nos indican que esto no es un hecho aislado se incorporarán a la investigación con el resto de la UCO y la Guardia Civil de la zona. El otro caso lo puede llevar cualquier otro.

—¿Un asesino en serie? —preguntó extrañada Paula.

—No es muy común en nuestro país, pero nunca hay que descartar nada.

En ese momento la puerta volvió a sonar y, sin pedir permiso, un agente de la UCO abrió la misma, haciendo ver a los presentes que solo era cortesía y que el capitán de la UCO no podía esperar a recibir aquella noticia.

—Mi capitán —dijo el agente—, ya están los informes de Toledo.

Con la mano, el capitán hizo un gesto y el agente pasó a su despacho y se los entregó. Después, y sin decir nada, se retiró. De nuevo la lectura vino acompañada de la luz tenue y amarillenta del flexo. Cierta tensión más que controlada se respiraba en el aire. Cuando el capitán terminó, entregó el informe a sus compañeros. Paula, que fue la que lo tomó, leyó en voz alta la parte donde se narraba lo más interesante:

—Se estima que el sujeto falleció entre la una y las tres de la madrugada del domingo 7 de julio de 2019. Causa de la muerte: varios traumatismos graves, al menos seis, causados con un objeto contundente de aluminio, por los restos de metal en la cabeza hallados. Posiblemente se trate de un bate de béisbol o similar. Apenas hay señales de defensa, por lo que es muy probable que el sujeto se encontrase en una posición poco favorable para defenderse, decúbito supino.

—¿Qué hay de la prueba de ADN de la colilla, capitán? — añadió Eduardo.

—Estamos esperando a que nos la envíen del laboratorio. No arrojará demasiadas soluciones sobre la mesa, pero al menos podremos saber el sexo y la raza del posible asesino, amén de poder comparar los datos con los de los propietarios de las fincas adyacentes —concluyó de esta forma el capitán Rodríguez.

No era demasiado con lo que comenzaban, era más bien poco. No obstante, eran los primeros pasos para abordar este caso. Durante los siguientes días los propietarios de las fincas presentaron todos los automóviles y se cotejaron las rodadas con sus vehículos. También se les extrajo una muestra de saliva para conocer los distintos genotipos de todos y cada uno de ellos. Ninguno opuso resistencia alguna a este último requerimiento de la Guardia Civil de Talavera de la Reina. Eduardo y Paula continuaron trabajando en aquella ciudad que no cesaba en su bullir, un Madrid que ofrecía tanto trabajo a la UCO que por unos días las cabezas de los dos guardias civiles separaron su mente de aquel caso, quizá pensando que se trataría solo de un hecho aislado y que la Guardia Civil de la zona, junto con un equipo de la UCO allí desplazado, solventaría el caso con éxito. Las pruebas de ADN y las rodadas contrastadas fueron el objeto de los informes que llegaron a Salinas del Rosío, 33: un varón caucásico era el propietario del genoma que contenía la colilla, pero este no se correspondía con ninguno de los propietarios de las fincas. En el fondo eso era lo adecuado, a su manera, ya que bien cierto era que no tenían un sospechoso concreto, pero tenían, al fin y al cabo, el ADN de un posible asesino que podría ser de la zona o no, pero que ya estaba un poco más cerca de los investigadores. En cuanto a las rodadas de los automóviles, no todos los vehículos de los propietarios de las fincas habían circulado por la zona pocas horas después del crimen. Era lógico, ya que muchos de los coches eran turismos que los dueños tenían destinados a otros fines.

Durante los siguientes días la Guardia Civil de Talavera de la Reina se dedicó a interrogar a todos los propietarios, en total quince, y a comparar las rodadas de todos sus automóviles con las de las fotografías del archivo de la UCO que Eduardo consiguió y que se mandaron desde Madrid a la provincia de Toledo. Los resultados que arrojaría esta investigación no serían muy concluyentes: de los quince propietarios de las fincas y terrenos colindantes, doce habían circulado por el camino del Bosque la noche y la mañana anteriores al crimen. El resto de rodadas que se fotografiaron pertenecía a otros automóviles, posiblemente vecinos de la localidad toledana y algún curioso que se acercara al lugar antes de que la Guardia Civil acordonara la zona y cortara el paso. En cuanto a las huellas que condujeron al ADN que contenía la colilla, tampoco pertenecían a ninguno de los dueños de las fincas. Naturalmente, la Guardia Civil pensó que podían pertenecer a algún vecino de Velada, en el mejor de los casos, pero solo era una posibilidad en la que pensar para facilitar las cosas.

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