Читать книгу Memoria, historia y ruralidad - Sebastián Alejandro González Montero - Страница 10

Agradecimientos

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Roberto Palacio escribió recientemente en la revista Arcadia sobre el modo en que la visión escolar de la filosofía ha agotado la tarea de pensar en la empresa de citar y reproducir ideas, reduciendo todo su potencial a meros ejercicios intelectualistas con tintes egomaníacos y narcisistas. Es lamentable. Y lo peor, la sociedad parece darse cuenta cada vez más del poco sentido que tiene eso.

Haciendo caso del desdén por la filosofía de salón, no podemos estar más de acuerdo con la idea de que la filosofía es un asunto heterogéneo con respecto a las maneras académicas. La intuición de Palacio es poderosa. En definitiva, es más interesante pensar y hacer que el pensamiento haga con la vida una complicidad alegre que desgastarse en los rituales escolares. Permítase un sencillo recurso para ilustrar el asunto. Preguntémonos ¿en qué consiste la genialidad del filósofo? Es probable que su genio no sea otro que el que guía el trabajo disciplinado y cotidiano. El filósofo es también un atleta. Y su vida, objeto de ascesis constantes reflejadas en ejercicios incansables consigo mismo, con la realidad, con el pensamiento y con la escritura. Pensamiento y escritura que representan, en el fondo, el puente con el pasado que se guarda en los libros y las tradiciones y con la realidad que es siempre fuente inagotable de preguntas y motivos de pensamiento y acción.

Digamos, más ampliamente, que todo filósofo se convierte en tal precisamente porque cruza vida, realidad y pensamiento en lo que escribe. Mirando en detalle la preocupación acerca de cuál es nuestro lugar en el orden de las cosas, podemos asumir una dirección de trabajo que subraya programas pensados más allá del universo de comportamientos, rutinas humanas, hábitos y costumbres sociales enraizadas en la academia y en los salones —como bien dice Palacio—. Bajo la impronta de quienes quieren oír que son capaces de hacer algo distinto a lucir una erudición inútil, quizá sea mejor elogiar la los medios adecuados y los espacios correspondientes a la tarea de no dejarse arrastrar por el destino, a la empresa crítica de pensar posibilidades de cambio y el proyecto general de ver qué hace falta para alcanzar mundos posibles. Desde la filosofía uno se encarga de ver cómo se las ingenia para pensar el devenir de las cosas y los proyectos humanos. O sea, si uno tiene afinidad con la filosofía no es porque se sienta a gusto en las camarillas de los intelectuales profesionales y sus ritos de mutua lisonja, sino porque resulta interesante la búsqueda de programas de pensamiento con destino en lo posible. Gusto filosófico es aquel que se desarrolla entre conceptos que transforman la compresión humana de la existencia y guían los proyectos de transformación del mundo.

Dicho esto, ya podemos confiar en que se entenderán nuestros agradecimientos de manera profunda y más allá de todo ánimo adulador.

Debemos agradecer a la Universidad de La Salle por garantizar los tiempos, el espacio y las libertades para pensar conceptos y realidad. Hemos de confesar que tenemos varios privilegios y los valoramos inmensamente: podemos escudriñar libros, tenemos la posibilidad de perseguir autores, es nuestra la alternativa la de considerar materiales y recursos variopintos (líneas de investigación, disciplinas, etcétera.), de recorrer temas y desarrollar preguntas sin ninguna restricción, de explorar —y equivocarnos con— posibles respuestas y debatirlas abiertamente entre nosotros. No se puede negar que nos damos el lujo de pasar horas y horas escribiendo sobre cuestiones que creemos son importantes, relevantes y necesarias a la luz de los tiempos en que vivimos. No es erudición vacía y decorativa lo que nos interesa hacer. De nuevo, la Universidad nos da cobijo cada día que pasamos en esta, para pensar nuestros asuntos, nuestros retos, nuestras preguntas. Y lo hace siempre con generosidad, exigencia y apertura.

Agradecemos a la decana Mery Castillo Cisneros, quien desde que supo de nuestros intereses en colaborar en el proyecto, no dudó en que este aporte podría desarrollar algunos derroteros, tanto teóricos como metodológicos, de las apuestas de investigación de la Universidad.

Un agradecimiento especial al Centro de Investigación en Hábitat, Desarrollo y Paz (CIHDEP). Muchas de las personas que hacen parte del Centro se dieron a la tarea de comprender que nuestro trabajo conceptual, teórico y metodológico se constituye en aportes a reales trabajos de campo.

Asimismo, a todos los profesores que quisieron participar y que asistieron a muchas de las discusiones de textos, seminarios y talleres que realizamos en la Facultad para lidiar con el problema de saber cuál sería el rumbo de este proyecto editorial.

Agradecemos al Comité Editorial de la Facultad y de la Universidad por su tiempo y dedicación en el cuidado de la redacción e impresión del texto.

Memoria, historia y ruralidad

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