Читать книгу Laberintario - Sebastián Rodríguez Cárdenas - Страница 12
ОглавлениеMANOS VACÍAS
¿Tenía que matarse frente a los niños? Nunca los quiso demasiado, eso lo entiendo. Puede pasar, pero cualquiera evitaría volarse el cerebro como si fuera un espectáculo. A duras penas he podido calmarlos. Inicialmente me preocupé por el ruido del disparo, pero ahora se escuchan bastantes sin importar la hora del día. Ahora la ciudad tiene el sonido de una supervivencia selvática. Nada es como antes. Nadie puede juzgar como errónea una verdad compartida, era que lo creíamos todos, como ver el sol después del invierno, de estos inviernos tan rudos.
Hace días que no comemos algo sólido, sólo un poco de agua, bastante sucia por demás. Incursionar en la ciudad es una proeza que ya no estoy dispuesto a realizar, la última vez pude conseguir apenas un mendrugo y estuve a punto de morir fusilado unas cuatrocientas veces por soldados, niños, ancianos, bandidos, famélicos y maniáticos. En fin, ella gastó la última bala en su sien. Calculo que no pasaban las tres de la mañana cuando el estruendo nos despertó para encontrarla muerta, la sangre alcanzó a salpicar a la pobre de Mina, desde entonces no habla y llora bastante. ¡Maldita zorra! No Mina, su madre, por supuesto. Nos dejó a todos muertos, con un cadáver de más. El frío es fuerte y tuvimos que desnudarla para no echar a perder las prendas. Después, Hans y yo la arrojamos por la ventana mientras la pequeña dormía. Hans es un muchacho valiente, tiene ideas que, para mí, habrían sido un orgullo un par de años atrás; hoy son puros remordimientos y dolores de cabeza. Mina es sólo una niña, ¡ha vivido tan poco!, ha visto demasiado en esa corta vida, pobrecilla. Yo soy un hombre desgastado, como los pocos que quedan, lo suficientemente incapaz para no morir en la guerra, lo suficientemente imbécil para mantenerme con vida. En la escuela me decían que me faltaban…, yo no podría decir qué es lo que me falta, pero seguro me falta alguna cosa, o de tenerla, la tengo mal puesta. Es como si tuviese el espíritu dislocado. Hans habla mientras duerme, me distrae y me aterra un poco. Algún día contará todo lo que vivimos aquí con desprecio y dolor, y su padre no será más que una figura en la niebla.
Solía haber ruidos de sirenas todo el tiempo, tan seguidos que se eternizaban en el aire y uno podía escucharlos aun cuando el silencio fuera arrasado por el ruido de la artillería. Ahora nada arrasa el silencio, crepita en todas partes.
*
Parece que no va a salir el sol. Las mañanas me gustaron hasta que cada una de ellas se convirtió en un recordatorio del hambre. Nadie sufre como nosotros. He considerado hacerme pasar por uno de ellos: los llevan quién sabe a dónde y les dan comida, habitación… gente afortunada.
Hubo una época en que dábamos asco de lo felices que éramos. La bebé relucía con su rostro precioso y generaba sonrisas por donde asomaba sus mejillas, y Hans... Hans tenía las formas de todo un coman-dante: fuerte, rozagante y, sobre todo, entregado a la causa nacional. Y ella… Ella era un sol y una luna, un destello prístino con sus penetrantes ojos azules y sus labios acaramelados. Sabía robarme el aliento con un susurro, postrarme de rodillas cuando desnudaba su cuerpo y quitarme la vida con apenas un roce de sus manos. Recuerdos: manantiales de toda esperanza fingida y fuente inagotable de toda nostalgia que deja a los espíritus exhaustos.
Hans ya no habla, pero aún logra conciliar el sueño. Mina, inmóvil, tiene los ojos pegados al techo y no logro descifrar qué atrapa su atención. Quizás mire en su interior, quizás se miente a sí misma. Tiene unos ojos preciosos, grandes, de un gris germánico y vivaz, pese al tono de ancianidad y amargura, tan cansados, como si quisieran morir. Pero Mina no sabe aún cómo morir, al fin y al cabo, para someterse a la muerte tiene uno que vivir, aprender a sufrir es sólo parte del proceso. Hace falta reír y querer perpetuarse en los momentos felices, entregarse a la idea de yacer en la nada conservando burbujas dibujadas con la nostalgia de los buenos recuerdos; ella no los tiene. El día más feliz de todos llega y estás muerto. Estos niños deben aprender a morir, su madre no pudo enseñarles, su padre nunca ha sido bueno en ello, porque no ha sido feliz.
Diese Kinder müssen sterben lernen2, lo digo a voz plena, sin pensar; Mina no reacciona y Hans cierra los ojos con fuerza, lo saben y están aprendiendo. La felicidad no parece ser necesaria, la gente vive para morir y no para ser feliz. Por lo demás, me temo que se me ha asignado irrevocablemente la posición de maestro. Miro el arma buscando una salida; quizás ella no era una mala madre después de todo, quizás encontró un buen motivo para tirar del gatillo, ¿puede alguien acaso morir sin ver la muerte antes en vida? No tenía derecho a mostrársela a los niños, no lo tenía, no lo tenía, no lo tenía… Lloro, como debí haber llorado dos días atrás cuando le quité la ropa a su cadáver y lo lancé por la ventana. Tienen razón los sacerdotes: los suicidas no merecen un funeral.
Hans ha asumido la labor de buscar comida. Ha aprendido a robar aquello que no tiene dueño, quizás haya matado a su primer hombre y nadie podría reprochárselo. Hoy ha salido sin decir palabra. Se alió con su hermana para matarme de soledad. Tengo los pies entumecidos a causa del frío y no tengo energías para moverme. Mina sigue inmóvil, me aterra más que lo que pueda suceder, lo que pueda no, lo que va a suceder, pero aun sin dirigirme la mirada, sé que me culpa por la muerte de su madre. Pero no fui partícipe de esa elección, se suicidó como se debe, sin decirle a nadie, sin pensarlo; meditar es comenzar a vivir de nuevo y por eso sigo vivo. ¿Dónde será mi funeral? ¿Será mi tumba esta ciudad de cicatrices? ¿Puede un padre matar un hijo, prometiéndole… mintiéndole sobre la resurrección?
Hans regresa con las manos vacías, con los ojos escondidos, sabe que el oficio de inquisidor lo practico con certeza. Puedo sentir su miedo porque me ha mentido muchas veces. Se ha vuelto mejor en mentir, ya no le tiembla la voz, pero sus piernas a duras penas se sostienen, tiene migajas de pan en sus guantes y en su abrigo: ha comido a espaldas de su padre. Como su madre, ha traicionado a su familia… cuando reaccioné Hans estaba en el suelo y Mina, con una presteza desconocida, se lanzó a ayudarlo. Todo estaba consumado. La sangre salía por la nariz, que se hinchaba a la par con su mejilla. Se levantó con la ayuda de su hermana y se alejaron de mí tanto como lo permitía la habitación. La noche vino pronto y con ella el arrepentimiento. Para ellos vino el sueño. Para mí, acompañada con la culpa, arribó la determinación: Auferstehn, ja auferstehn wirst du, mein Staub, nach kurzer Ruh3… qué hermosa canción.
Aún conservo la píldora con cianuro potásico. No alcanza para todos, por supuesto. En tiempo de guerra morir por sí mismo es un honor que no todos pueden permitirse.
Mina duerme en el regazo de su hermano. Duermen profundamente. Se sienten seguros cuando están juntos. Ella es la parte fácil, el punto débil y vulnerable; Hans, en cambio, es prácticamente un soldado, con la ventaja de haber comido un poco más que yo. Aquí, un poco marca el todo.
La pequeña abre la boca como invitándome a asesinarla, se me acelera el pulso, doy un paso, dos, permanezco junto a ella, la boca sigue abierta, la píl-dora en su lengua, cerrarle los labios, el crujir de los dientes, los ojos sorprendidos, los ojos aterrados, el movimiento convulsivo y los ojos apagados. Hans se despierta y grita con un terror pánico, con un llanto exasperado, lo ha perdido todo en tan pocos días, me golpea con una fuerza sobrehumana y yo sonrío con auténtico orgullo mientras caigo por las escaleras. Siento su cuerpo enfurecido avanzando sobre mí como una bestia nocturna, pero esgrimo la pistola sin balas que llevo en mi abrigo y el muchacho cae hacia un lado, no veía venir la retaliación de su padre. La sangre le baña el rostro y la ropa, como las malditas migajas con las que tanto me ha ofendido, ¡insolente!, le grito y camino hacia él. Se incorpora de nuevo, un golpe más en la cara ya deformada, irreconocible, no estoy matando a mi hijo, no, no, ha muerto en la nieve, ha muerto en la guerra, es un héroe y se sacrifica por su familia, ¡aleluya, un héroe nacional! Su cráneo golpea con fuerza el arma y él también convulsiona y se muere tan rápido y hay sangre y dientes por todos lados y mi mano todavía puede acariciar la última píldora, la píldora de ella porque tontamente prefirió dispararse, tonta, ¡tonta y muerta!, corro a tu encuentro como el homicida de tus hijos y Dios me perdonará porque los filicidas comprenden a sus semejantes.
La meto en mi boca saludando la muerte. Todos cerramos los ojos. El hambre se va y afuera sólo hay nieve y la nieve es rojiza y la ciudad se derrumba y soy grande pues mis hijos no sufren la derrota de nuestra patria. Vaterland, la tierra les ha enseñado a morir como su padre y como su madre. Mueren, mueren con sus miradas de odio, pero resucitarán, ¡sí! ¡Resucitarán! Sterben…um zu leben!4.
* * *
Notas
2 Estos niños deben aprender a morir.
3 Fragmento de la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler: ¡Resucitarás, si resucitarás, polvo mío, tras breve descanso!
4 Fragmento de la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler: ¡Morir… para vivir!